Unos amigos míos llevaban ya más de un año pensando en hacer actividades acuáticas como ráfting, piragua, descenso de barrancos, etc..., pero al final siempre se echaban atrás porque no había nadie que estuviera dispuesto a organizarlo y a mí en principio no me llamaba la atención lo más mínimo. Además, todo tipo de actividad en el que no hubiera contacto con el suelo me producía reparos. Sin embargo, en Primavera del 2005 cuando lo volvieron a comentar, decidí apuntarme yo también.
Lo primero fue buscar una fecha que nos viniera bien a las 6 personas que íbamos a participar. Como era año de sequía, no era cuestión de retrasarlo demasiado, así que al final seleccionamos del 10 al 12 de Junio. Lo siguiente era encontrar el lugar y la empresa de multiaventura. Como ya he dicho antes, no había llovido mucho ese año, por lo que para principios de Junio ya no se podía hacer ráfting ni piragua en buena parte de España. Al final contactamos con una empresa de nombre UR 2000, que tenía sedes en el Alto Ebro (Reinosa), en Urdaibai (costa de Vizcaya) y en el prepirineo aragonés (Murillo de Gállego). La cosa estaba entre Cantabria o prepirineo. Al final, resulta que la presa de la que soltaban agua para hacer las actividades en Cantabria estaba en tareas de mantenimiento, así que de cabeza nos apuntamos a Murillo de Gállego. Reservamos las actividades de ráfting y canoa. Por último buscamos el alojamiento, que fue mucho más fácil: HOSTAL LOS MALLOS.
Lo primero fue buscar una fecha que nos viniera bien a las 6 personas que íbamos a participar. Como era año de sequía, no era cuestión de retrasarlo demasiado, así que al final seleccionamos del 10 al 12 de Junio. Lo siguiente era encontrar el lugar y la empresa de multiaventura. Como ya he dicho antes, no había llovido mucho ese año, por lo que para principios de Junio ya no se podía hacer ráfting ni piragua en buena parte de España. Al final contactamos con una empresa de nombre UR 2000, que tenía sedes en el Alto Ebro (Reinosa), en Urdaibai (costa de Vizcaya) y en el prepirineo aragonés (Murillo de Gállego). La cosa estaba entre Cantabria o prepirineo. Al final, resulta que la presa de la que soltaban agua para hacer las actividades en Cantabria estaba en tareas de mantenimiento, así que de cabeza nos apuntamos a Murillo de Gállego. Reservamos las actividades de ráfting y canoa. Por último buscamos el alojamiento, que fue mucho más fácil: HOSTAL LOS MALLOS.
Llegaba el día del viaje y era hora de partir rumbo a Murillo de Gállego. Por delante teníamos 420 km de carretera hasta llegar a este pueblo de Zaragoza. Llegamos sobre las 8 de la tarde y antes de que se nos hiciera de noche fuimos a ver un poco el pueblo, que estaba justo al otro lado de la carretera. El pueblo en sí era bastante pequeño y estaba organizado en torno a la iglesia. Se notaba también que estaba en rehabilitación. A mí lo que más me gustó fue la panorámica que se podía observar desde la parte alta del pueblo. Ni más ni menos que los famosos Mallos de Riglos, esas rocas verticales de gran altitud y de un color rojizo donde la gente suele practicar escalada. Ya de noche, nos fuimos a la terraza del hostal a comernos unos bocadillos y a esperar al resto de nuestros amigos, que llegaron a la 1 de la madrugada. Hicimos el reparto de las habitaciones y a dormir, que al día siguiente comenzábamos con lo divertido.
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Al día siguiente, sobre las 9, ya estábamos en la sede de UR 2000, que no tenía mucha pérdida porque estaba al lado del hostal. En Murillo de Gállego está todo al lado. Ya nos pudimos percatar de que el pueblo vivía para y por el turismo de multiaventura, puesto que había gran número de empresas. Pasamos al vestuario para ponernos el traje de neopreno sin mangas y ......... ¿alguna vez os habéis sentido embutidos cual butifarra o longaniza? Si a alguien delgado ya le comprime, a aquel que esté más pasado de peso se le deben mover los michelines en todas las direcciones, además de hacer de sauna natural. Por otro lado, nuestro monitor, qué simpático él, dedicó a mis amigas unos cuantos piropillos. El pobre casi recibe un par de bofetones y estuvieron de morros con él todo el fin de semana. En fin, el caso es que salimos en jeeps hacia el punto de comienzo.
Nos dieron el chaleco salvavidas, que me pregunto por qué tiene que llevar esa cuerdecita que hay que pasarse por la entrepierna y cuando saltas al agua te tira hacia arriba, y subimos al bote. Nuestro monitor nos dió unas instrucciones de las maniobras que teníamos que seguir y...... al agua patos. Aunque el río llevaba bastante corriente y tenía bastantes rápidos, en general no suponía ningún tipo de peligro y sólo había que tener más cuidado cuando además de atravesar un rápido, teníamos rocas grandes en el agua. Conseguimos también no caernos ninguna vez al agua en los rápidos, cosa que no ocurrió con otros grupos que nos perseguían, aunque no sé quiénes se lo pasaron mejor, si nosotros, que estábamos relativamente secos, o los otros, que se fueron de cabeza al agua.
Cuando íbamos por las zonas más difíciles, el monitor nos decía cosas como “A la derecha”, y todos nos echábamos hacia el lado derecho del bote; “A la izquierda”, y todos al otro lado; “adentro”, y todos nos agachábamos hacia el centro. En estos momentos no sé si el monitor se estaría cachondeando, aunque yo no lo sé porque estaba agachado, o si por el contrario esa maniobra servía para algo. El caso es que todo el rato era así. De vez en cuando usábamos los remos, aunque yo creía que era más por hacer el paripé, porque casi estaban de adorno.
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Al llegar a una zona tranquila, salimos de los botes y remontamos a pie por un sendero un tramo del río. Íbamos a prácticar la maniobra de seguridad. Para ello teníamos que ir saltando de uno en uno al agua, de espaldas, y dejarse llevar por la corriente del río con los pies por delante. ¡La dichosa cuerdecita del chaleco!. Pasado este show seguimos río abajo, con intentos de abordaje a nuestro bote por parte de otros grupos, sin éxito alguno, y se acabó la actividad. Al final me lo había pasado pipa, habíamos gritado de la emoción y sobre todo que no me había ahogado. De todas formas no aportaba tanto a mi vida como para estar haciendo ráfting todas las semanas.
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De vuelta a las instalaciones nos quitamos los trajes de neopreno, que ya lo sentía como parte de mí, y nos fuimos a arreglarnos para ir a comer. Estuvimos en un pueblecito cercano a Murillo, de nombre Ayerbe, pero en la provincia de Huesca. La comida muy bien, pero muy lento para tratarse de un menú, ya que estuvimos cerca de 2 horas.
Como eran las 5 de la tarde y quedaba día por delante pensamos qué podíamos hacer a continuación, y a cuento de que ese verano estrenaban (o acababan de hacerlo) la película de “El reino de los cielos” y de que algunas de las escenas de exteriores las habían grabado en el cercano castillo de Loarre, pues decidimos que no estaría mal hacerle una visita, así que allí nos fuimos. El castillo estaba situado sobre un promontorio rocoso desde el que se dominaba toda la comarca de la Hoya de Huesca. El recinto estaba fortificado y en realidad constaba de un monasterio románico y de un castillo prerrománico, ambos del siglo XI. Estaba situado en límites del reino cristiano y del árabe.
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Del recinto visitable las dos primeras plantas pertenecían al monasterio y la tercera planta al castillo. Para tener más información nos apuntamos a una visita guiada. Primero vimos la parte del monasterio, con la cripta, el cuerpo de guardia, la iglesia de San Pedro, los dormitorios; por último el castillo, con la Torre del Homenaje, la Torre de la Reina, la puerta del castillo, el patio de armas, la muralla.
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Desde allí, como quedaba todavía tarde por delante, seguimos improvisando y se nos ocurrió la idea de acercarnos hasta el Monasterio Viejo de San Juan de la Peña, del que nos era familiar el claustro románico hecho bajo la roca. Como quiera que no sabíamos exactamente donde estaba situado el monasterio y que además las carreteras que debíamos seguir eran particularmente malas y con muchísimas curvas, pues resulta que no llegamos hasta las 19:57, y soy tan exacto con la hora porque ........ cerraban a las 20:00, jajaja. Después de alguna súplica nos permitieron tomar una foto del claustro románico y nada más. Al menos no nos cobraron la entrada.
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Dada la hora que era, y que Murillo de Gállego quedaba algo lejos, seguimos improvisando y decidimos bajar hasta Jaca para cenar. El paisaje que se podía contemplar en la bajada hacia Jaca (el monasterio está en lo alto de una montaña) era maravilloso, tanto el que teníamos en primer plano como el que teníamos al fondo, con algunas cumbres pirenaicas espectaculares. No sé muy bien si se podía tratar de Canfranc o quizás del valle del Tena (Panticosa, Formigal,...). También se veía la peña Oroel, una montaña situada fácilmente reconocible situada en las cercanías de Jaca. Ya que estábamos allí quisimos ver algún monumento del pueblo y optamos por la Ciudadela o Castillo de San Pedro, construida en el siglo XVI, en principio para detener el avance del ejército francés-hugonote (calvinistas) por el tramo del camino de Santiago que discurría por la provincia de Huesca. Este recinto fortificado es el único que se conserva en su tipo aislado de cualquier otra edificación en todo el mundo. A continuación ya nos fuimos al centro del pueblo a dar una vuelta por sus calles, sabiendo que ya no íbamos a poder visitar ninguno de sus monumentos, como la catedral románica, que además estaba rodeada de vallas.
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Después de cenar nos marchamos ya directamente a Murillo de Gállego. Como la carretera del Monasterio de San Juan de la Peña era demasiado pesada para hacerla de noche tomamos otro camino alternativo, pero al final los km y las carreteras en mal estado no nos la quitó nadie. Cuando llegamos al pueblo nos fuimos directamente a uno de los pubs que había (o el único), y allí con la gente de los otros grupos de actividades, los monitores (salvo el nuestro, por suerte , entre copas y bailoteo, estuvimos hasta las 4 ó las 5 de la madrugada.
Al día siguiente, o mejor dicho, 3 ó 4 horas después, ya nos estábamos preparando para hacer la última actividad: 7 km de canoa. Nuevamente el neopreno, el casco y el chaleco salvavidas de la “cuerdecita incómoda”. Esta vez íbamos a comenzar en el mismo pueblo, río abajo, ya que en ese tramo el río era más tranquilo y los rápidos eran más sencillos. Recibimos unas nociones básicas de cómo mover la pala, pero fuera del agua, y como sea que no mío no es la coordinación, se ve que la estaba moviendo de forma rara una y otra vez, porque mis compañeros se reían y el monitor me miraba con cara de pocos amigos, hasta que me echó encima agua del río para espabilarme y de paso avisarme de que o aprendía a mover la pala o no iba a bajar ningún río. Por suerte, creo, me quedé con el truco y nos subimos a las canoas por parejas. Detrás iría la persona que diera la instrucciones y delante el simple remador, o sea yo en mi caso.
Al principio era divertido, íbamos totalmente sincronizados y en cabeza. El problema surgía cuando el monitor nos decía que siguiéramos, mientras que ayudaba a los otros, pero que paráramos en tal sitio para esperarle. La cuestión es que en la práctica no me parecía tan fácil y siempre hacíamos parada forzosa en arbustos, comiendo hojas, o bien encallados. Hicimos cambio de compañeros y se acabó la sincronización y eso unido a que ya estaba cansado de remar hizo el resto. No avanzábamos con la canoa, o no al menos en línea recta, salvo cuando atravesábamos un rápido, y en esos casos se nos llenaba la canoa de agua y nos teníamos que poner a achicarla. La mayoría de las veces teníamos que sacarla a la orilla y darle la vuelta para vaciarla. Después de 7 km y de unas 3 horas dándole a la pala llegamos a la meta, yo con tal dolor de brazos que no quería volver a ver una canoa, harto como estaba de remar.
Al día siguiente, o mejor dicho, 3 ó 4 horas después, ya nos estábamos preparando para hacer la última actividad: 7 km de canoa. Nuevamente el neopreno, el casco y el chaleco salvavidas de la “cuerdecita incómoda”. Esta vez íbamos a comenzar en el mismo pueblo, río abajo, ya que en ese tramo el río era más tranquilo y los rápidos eran más sencillos. Recibimos unas nociones básicas de cómo mover la pala, pero fuera del agua, y como sea que no mío no es la coordinación, se ve que la estaba moviendo de forma rara una y otra vez, porque mis compañeros se reían y el monitor me miraba con cara de pocos amigos, hasta que me echó encima agua del río para espabilarme y de paso avisarme de que o aprendía a mover la pala o no iba a bajar ningún río. Por suerte, creo, me quedé con el truco y nos subimos a las canoas por parejas. Detrás iría la persona que diera la instrucciones y delante el simple remador, o sea yo en mi caso.
Al principio era divertido, íbamos totalmente sincronizados y en cabeza. El problema surgía cuando el monitor nos decía que siguiéramos, mientras que ayudaba a los otros, pero que paráramos en tal sitio para esperarle. La cuestión es que en la práctica no me parecía tan fácil y siempre hacíamos parada forzosa en arbustos, comiendo hojas, o bien encallados. Hicimos cambio de compañeros y se acabó la sincronización y eso unido a que ya estaba cansado de remar hizo el resto. No avanzábamos con la canoa, o no al menos en línea recta, salvo cuando atravesábamos un rápido, y en esos casos se nos llenaba la canoa de agua y nos teníamos que poner a achicarla. La mayoría de las veces teníamos que sacarla a la orilla y darle la vuelta para vaciarla. Después de 7 km y de unas 3 horas dándole a la pala llegamos a la meta, yo con tal dolor de brazos que no quería volver a ver una canoa, harto como estaba de remar.
De hecho las agujetas me durarían una semana. Devolvimos la equipación (lo que iba a echar de menos yo el traje de neopreno) y nos dieron el CD con las fotos del ráfting.
Ya sólo nos quedaba recoger el equipaje y volver hacia Madrid. Habían sido tan sólo un par de días, pero que habíamos exprimido al máximo.
Ya sólo nos quedaba recoger el equipaje y volver hacia Madrid. Habían sido tan sólo un par de días, pero que habíamos exprimido al máximo.