Para nuestra sorpresa antes de llegar al centro de Chiang Rai, el conductor de la minivan nos hizo un regalito a nuestro ajustado presupuesto, paramos unos 20 minutos junto al famoso White Temple de Chiang Rai. Sinceramente nos ahorró un dinero, nosotros no entramos porque no teníamos tiempo suficiente y porque aquello estaba abarrotado de turistas. Lo bueno es que desde fuera y sin necesidad de pagar los 50THB que cuesta la entrada se puede ver perfectamente el edificio, aunque está claro que te pierdes los detalles más pequeños.
El trayecto de 3 horas en minivan terminó siendo de 5 y se nos hizo un poco pesado. Por suerte la búsqueda de alojamiento esta vez se nos dio bastante bien. Nos quedamos por 300THB la noche en una habitación doble en Chez Nous, nuestra anfitriona Joyce y su pequeña de tres años nos acogieron en su coqueta casa de madera y nos trataron de maravilla.
La primera tarde la pasamos sin grandes planes pero terminamos con un susto importante en el cuerpo. Nos acercamos a ver el atardecer desde lo alto de una colina en la que está situado el templo Wat Ngam Muang. Para llegar hasta su puerta hay que subir unas bonitas escaleras flanqueadas por dos dragones, al igual que en otros muchos templos del norte de Tailandia.
Al llegar al final de la escalera y asomarme a la puerta que da entrada al recinto una pandilla de unos 7 o 8 perros salvajes nos detectó y salieron disparados ladrando como posesos a por nosotros. Imagínate la escena, echamos a correr escaleras abajo pero rápidamente nos habían alcanzado, me giré enfrentándome a ellos como si les fuera a pegar con un palo, fue lo primero que se me ocurrió, y por suerte se dieron la vuelta tras unos segundos de tensión. Al bajar la escalera el corazón se nos iba a salir por la boca. Esto no es ninguna broma, en algunas zonas del sudeste asiático hay que tener mucho cuidado con estos perros, sobre todo si tú estás solo y ellos son mayoría.
Repuestos del susto, nos fuimos a ver el famoso espectáculo de la torre del Reloj. A las 21:00 comienza el juego de luces y música que atrae a turistas y a gente del lugar. Allí mismo aprovechamos para cenar en un puesto callejero que estaba en la misma rotonda del reloj.
Al día siguiente entendimos que la magia de Chiang Rai se encuentra escondida en las montañas que rodean a la ciudad. Alquilamos una moto y nos perdimos por los arrozales, montañas, caminos de tierra, campos de té, bosques de bambú y en las cascadas que surgian alrededor de la cuenca del Mekong.
Al final del día recorrimos más de 90 km con nuestra scooter, y para sorpresa nuestra vivimos uno de esos momentos que estoy seguro recordaré con más viveza tras este viaje.
Al llegar a una de las cascadas que marcamos en el mapa, nos encontramos con que uno de los poblados del valle se encontraba allí reunido, iban a celebrar un banquete. Todos estaban realizando alguna tarea. Los hombres cortaban largos troncos de bambú, los niños pequeños estaban con las mujeres más jóvenes, a modo de guardería, los niños de mediana edad correteaban descalzos saltando de roca en roca a lo largo del río.
De vez en cuando llegaba algún joven con una gallina agarrada por las patas a la que rápidamente le daban muerte de la manera más natural y sin ningún sufrimiento. Algunas mujeres comenzaban a preparar el fuego y empezaban a cocer el arroz, previamente situado en el interior de los troncos de bambú que servían de cacerolas naturales.
Allí todo el mundo estaba haciendo su tarea, los únicos que descansaban tumbados a las hojas de algún platanero eran los ancianos de la tribu. En medio de todo ese ajetreo estábamos nosotros, los únicos occidentales en aquella cascada perdida en las montañas. Ellos se mantenían distantes con nosotros, evitaban cruzar las miradas y cuando lo hacían nuestra sonrisa no era correspondida, aunque tampoco nos ponían mala cara ni nos hacían sentir incómodos. Simplemente éramos unos intrusos que no les molestábamos demasiado. Estuvimos varios minutos observando sus quehaceres y luego nos marchamos para dejarlos tranquilos en su cascada.
Situaciones como estas son las que han hecho que el norte de Tailandia nos haya cautivado por completo. Con esta semana por las montañas, explorando la naturaleza de sus valles y la magia de sus templos, podemos decir que hemos conocido una Tailandia diferente a las de las playas del sur, algo que se nos quedó pendiente en nuestro primer viaje.
Ahora nos toca afrontar nuevos retos, nos vamos hacia Laos, el país del que menos información encontrábamos en internet para preparar el viaje, sin duda un país que no te dejará indiferente.
El trayecto de 3 horas en minivan terminó siendo de 5 y se nos hizo un poco pesado. Por suerte la búsqueda de alojamiento esta vez se nos dio bastante bien. Nos quedamos por 300THB la noche en una habitación doble en Chez Nous, nuestra anfitriona Joyce y su pequeña de tres años nos acogieron en su coqueta casa de madera y nos trataron de maravilla.
La primera tarde la pasamos sin grandes planes pero terminamos con un susto importante en el cuerpo. Nos acercamos a ver el atardecer desde lo alto de una colina en la que está situado el templo Wat Ngam Muang. Para llegar hasta su puerta hay que subir unas bonitas escaleras flanqueadas por dos dragones, al igual que en otros muchos templos del norte de Tailandia.
Al llegar al final de la escalera y asomarme a la puerta que da entrada al recinto una pandilla de unos 7 o 8 perros salvajes nos detectó y salieron disparados ladrando como posesos a por nosotros. Imagínate la escena, echamos a correr escaleras abajo pero rápidamente nos habían alcanzado, me giré enfrentándome a ellos como si les fuera a pegar con un palo, fue lo primero que se me ocurrió, y por suerte se dieron la vuelta tras unos segundos de tensión. Al bajar la escalera el corazón se nos iba a salir por la boca. Esto no es ninguna broma, en algunas zonas del sudeste asiático hay que tener mucho cuidado con estos perros, sobre todo si tú estás solo y ellos son mayoría.
Repuestos del susto, nos fuimos a ver el famoso espectáculo de la torre del Reloj. A las 21:00 comienza el juego de luces y música que atrae a turistas y a gente del lugar. Allí mismo aprovechamos para cenar en un puesto callejero que estaba en la misma rotonda del reloj.
Al día siguiente entendimos que la magia de Chiang Rai se encuentra escondida en las montañas que rodean a la ciudad. Alquilamos una moto y nos perdimos por los arrozales, montañas, caminos de tierra, campos de té, bosques de bambú y en las cascadas que surgian alrededor de la cuenca del Mekong.
Al final del día recorrimos más de 90 km con nuestra scooter, y para sorpresa nuestra vivimos uno de esos momentos que estoy seguro recordaré con más viveza tras este viaje.
Al llegar a una de las cascadas que marcamos en el mapa, nos encontramos con que uno de los poblados del valle se encontraba allí reunido, iban a celebrar un banquete. Todos estaban realizando alguna tarea. Los hombres cortaban largos troncos de bambú, los niños pequeños estaban con las mujeres más jóvenes, a modo de guardería, los niños de mediana edad correteaban descalzos saltando de roca en roca a lo largo del río.
De vez en cuando llegaba algún joven con una gallina agarrada por las patas a la que rápidamente le daban muerte de la manera más natural y sin ningún sufrimiento. Algunas mujeres comenzaban a preparar el fuego y empezaban a cocer el arroz, previamente situado en el interior de los troncos de bambú que servían de cacerolas naturales.
Allí todo el mundo estaba haciendo su tarea, los únicos que descansaban tumbados a las hojas de algún platanero eran los ancianos de la tribu. En medio de todo ese ajetreo estábamos nosotros, los únicos occidentales en aquella cascada perdida en las montañas. Ellos se mantenían distantes con nosotros, evitaban cruzar las miradas y cuando lo hacían nuestra sonrisa no era correspondida, aunque tampoco nos ponían mala cara ni nos hacían sentir incómodos. Simplemente éramos unos intrusos que no les molestábamos demasiado. Estuvimos varios minutos observando sus quehaceres y luego nos marchamos para dejarlos tranquilos en su cascada.
Situaciones como estas son las que han hecho que el norte de Tailandia nos haya cautivado por completo. Con esta semana por las montañas, explorando la naturaleza de sus valles y la magia de sus templos, podemos decir que hemos conocido una Tailandia diferente a las de las playas del sur, algo que se nos quedó pendiente en nuestro primer viaje.
Ahora nos toca afrontar nuevos retos, nos vamos hacia Laos, el país del que menos información encontrábamos en internet para preparar el viaje, sin duda un país que no te dejará indiferente.