Con el amanecer comenzó nuestra búsqueda de alojamiento. Luang Prabang resulta ser una de las ciudades más caras del sudeste asiático en lo que a alojamiento se refiere. Por suerte encontramos cama relativamente fácil en la guesthouse Down Town Backpackers, eso sí, en dormitorio compartido, las habitaciones dobles en esta ciudad eran muy caras para nosotros.
Una de las cosas que nos ha llamado la atención rápidamente es que aquí la gente es capaz de crear con sus manos casi todo lo que necesitan, recogen sus alimentos de los huertos y los animales que comen o los crían como las gallinas o los cazan en la selva, para comprender esto no hay nada mejor que darse una vuelta por el Morning Market, sin duda alguna lo mejor que se puede hacer en esta ciudad. Quizás este sea el primer mercado que veo en Asia que no está dedicado a los turistas, aquí los viajeros tenemos poco que comprar.
Es un mercado de comida local en el que se venden alimentos de todo tipo. Puedes encontrar multitud de verdura y manjares como murciélagos, ratas topo, cucarachas gigantes, ardillas, sapos y muchas más criaturas que no logré identificar.
Hoy es un día de reencuentros, tenemos unos amigos de Londres, Cristina y Vincent, que también andan recorriendo el sudeste asiático y vamos a pasar un par de días junto a ellos en esta ciudad.
Paseando por las calles del centro histórico, cerca de la calle principal, nos encontramos con una especie de academia para monjes budistas. Esta plaza es uno de los lugares que más me gustaron de Luang Prabang. El recinto se compone de un templo principal y las aulas en las que los monjes reciben sus clases.
También hay una escalera que desde la plaza sube hasta un mirador situado en lo alto de una pequeña colina con unas fantásticas vistas al río Nam Khan. En este mirador estuve charlando con uno de los monjes, tenía 17 años y se encontraba en el quinto curso de sus estudios.
Él me sacó más información a mí que yo a él, no dejaba de preguntarme cosas sobre nuestro día a día en Europa, la verdad es que no sé quién de los dos se encontraba más interesado sobre las costumbres del otro.
Casi siempre que estoy visitando algún lugar desconocido intento quedarme a ver atardecer o levantarme bien temprano para ver amanecer algún día, en esta ciudad debería ser obligatorio. Vimos varios atardeceres, yo me quedo con el que pasamos a orillas del río Mekong, casi al final de donde terminan las terrazas de los bares que están en el paseo del río.
Mucho mejor en mi opinión que la abarrotada colina Phu Si, con las mejores vistas de los alrededores, pero en la que sencillamente no se cabía y resultó difícil encontrar un hueco para ver el atardecer, además hay que pagar para subir a la colina.
Luang Prabang está situada en la confluencia del río Mekong y el Nam Khan, sobre éste último durante la temporada seca, existen dos puentes de bambú que crean la estampa más bonita de la ciudad.
De la famosa ceremonia de entrega de comida a los monjes antes del amanecer os puedo decir que la disfrutamos gracias a que conseguimos verla en un lugar apartado de turistas, en una callejuela en la que no había nadie.
Esta ceremonia ha perdido todo el encanto y la magia que algún día pudo tener. En la calle principal aquello era un espectáculo ridículo, vimos como no paraban de llegar furgonetas que desembarcaban chinos a puñados y regresaban a por más. Éstos formaban un jaleo tremendo y la falta de respeto por el acto en sí y por los mismos monjes era total, se escuchaban gritos, risas, soltaban flashes en la cara de los monjes, en fin, os podéis hacer una idea. Tengo que decir que aún viendo la ceremonia en un lugar tranquilo, ésta nos dejó bastante indiferentes y nos emocionó bien poco o nada.
Para ver los alrededores alquilamos una moto, mucho más caras que en Tailandia o Malasia, regateando la conseguimos por 100.000 kips. Nos fuimos bien temprano hacia las Cascadas de Kuang Si. La verdad es que en la moto se pasa frío, pero merece la pena para llegar al lugar sin mucha gente. El sitio es maravilloso y el agua de las cascadas tiene un color turquesa precioso.
Para ver este color en el agua no hace falta venir hasta Laos, hay muchos lugares en Europa que tienen el mismo color y en España tenemos varios de ellos, un claro ejemplo el río Urederra. Cuando comenzó a subir la temperatura nos atrevimos a bañarnos en sus frías aguas. En una zona del río había unos pequeños peces que comenzaron a darnos bocaditos en los pies, no hacen daño, pero te crean una sensación muy extraña.
Por la zona hay varios caminos y rutas por los que se puede dar un paseo muy agradable.
Ya de vuelta con la moto nos dedicamos a ir parando en aldeas alejadas de la carretera, lugares que no tenían nada que ver, pero que resultaron ser muy interesantes.
Así fue como una mujer nos enseñó a sacar un fuerte hilo de algodón mediante una rueca. Su marido mientras tanto tallaba la cara de un buda en un trozo de madera con una facilidad pasmosa y usando unas herramientas hechas por él mismo.
Encontramos algún templo budista mucho más humilde que los que se encuentran en los lugares más turísticos y vimos como viven las gentes de las aldeas más rurales.
Una de las cosas que nos ha llamado la atención rápidamente es que aquí la gente es capaz de crear con sus manos casi todo lo que necesitan, recogen sus alimentos de los huertos y los animales que comen o los crían como las gallinas o los cazan en la selva, para comprender esto no hay nada mejor que darse una vuelta por el Morning Market, sin duda alguna lo mejor que se puede hacer en esta ciudad. Quizás este sea el primer mercado que veo en Asia que no está dedicado a los turistas, aquí los viajeros tenemos poco que comprar.
Es un mercado de comida local en el que se venden alimentos de todo tipo. Puedes encontrar multitud de verdura y manjares como murciélagos, ratas topo, cucarachas gigantes, ardillas, sapos y muchas más criaturas que no logré identificar.
Hoy es un día de reencuentros, tenemos unos amigos de Londres, Cristina y Vincent, que también andan recorriendo el sudeste asiático y vamos a pasar un par de días junto a ellos en esta ciudad.
Paseando por las calles del centro histórico, cerca de la calle principal, nos encontramos con una especie de academia para monjes budistas. Esta plaza es uno de los lugares que más me gustaron de Luang Prabang. El recinto se compone de un templo principal y las aulas en las que los monjes reciben sus clases.
También hay una escalera que desde la plaza sube hasta un mirador situado en lo alto de una pequeña colina con unas fantásticas vistas al río Nam Khan. En este mirador estuve charlando con uno de los monjes, tenía 17 años y se encontraba en el quinto curso de sus estudios.
Él me sacó más información a mí que yo a él, no dejaba de preguntarme cosas sobre nuestro día a día en Europa, la verdad es que no sé quién de los dos se encontraba más interesado sobre las costumbres del otro.
Casi siempre que estoy visitando algún lugar desconocido intento quedarme a ver atardecer o levantarme bien temprano para ver amanecer algún día, en esta ciudad debería ser obligatorio. Vimos varios atardeceres, yo me quedo con el que pasamos a orillas del río Mekong, casi al final de donde terminan las terrazas de los bares que están en el paseo del río.
Mucho mejor en mi opinión que la abarrotada colina Phu Si, con las mejores vistas de los alrededores, pero en la que sencillamente no se cabía y resultó difícil encontrar un hueco para ver el atardecer, además hay que pagar para subir a la colina.
Luang Prabang está situada en la confluencia del río Mekong y el Nam Khan, sobre éste último durante la temporada seca, existen dos puentes de bambú que crean la estampa más bonita de la ciudad.
De la famosa ceremonia de entrega de comida a los monjes antes del amanecer os puedo decir que la disfrutamos gracias a que conseguimos verla en un lugar apartado de turistas, en una callejuela en la que no había nadie.
Esta ceremonia ha perdido todo el encanto y la magia que algún día pudo tener. En la calle principal aquello era un espectáculo ridículo, vimos como no paraban de llegar furgonetas que desembarcaban chinos a puñados y regresaban a por más. Éstos formaban un jaleo tremendo y la falta de respeto por el acto en sí y por los mismos monjes era total, se escuchaban gritos, risas, soltaban flashes en la cara de los monjes, en fin, os podéis hacer una idea. Tengo que decir que aún viendo la ceremonia en un lugar tranquilo, ésta nos dejó bastante indiferentes y nos emocionó bien poco o nada.
Para ver los alrededores alquilamos una moto, mucho más caras que en Tailandia o Malasia, regateando la conseguimos por 100.000 kips. Nos fuimos bien temprano hacia las Cascadas de Kuang Si. La verdad es que en la moto se pasa frío, pero merece la pena para llegar al lugar sin mucha gente. El sitio es maravilloso y el agua de las cascadas tiene un color turquesa precioso.
Para ver este color en el agua no hace falta venir hasta Laos, hay muchos lugares en Europa que tienen el mismo color y en España tenemos varios de ellos, un claro ejemplo el río Urederra. Cuando comenzó a subir la temperatura nos atrevimos a bañarnos en sus frías aguas. En una zona del río había unos pequeños peces que comenzaron a darnos bocaditos en los pies, no hacen daño, pero te crean una sensación muy extraña.
Por la zona hay varios caminos y rutas por los que se puede dar un paseo muy agradable.
Ya de vuelta con la moto nos dedicamos a ir parando en aldeas alejadas de la carretera, lugares que no tenían nada que ver, pero que resultaron ser muy interesantes.
Así fue como una mujer nos enseñó a sacar un fuerte hilo de algodón mediante una rueca. Su marido mientras tanto tallaba la cara de un buda en un trozo de madera con una facilidad pasmosa y usando unas herramientas hechas por él mismo.
Encontramos algún templo budista mucho más humilde que los que se encuentran en los lugares más turísticos y vimos como viven las gentes de las aldeas más rurales.