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Llegó el último día de las vacaciones en São Miguel, el viaje se acababa y dejamos el apartamento con las maletas ya preparadas en el maletero del coche. Debo decir que nos costó meter todos los dulces, té, queso y conservas que nos llevábamos, además de una botella de licor. Como en casi todos los viajes, los souvenirs que nos llevamos se comen o se beben.
El vuelo no salía hasta por la tarde, así que todavía teníamos casi todo el día para seguir disfrutando de la isla. De las muchas cosas que nos quedaban por ver en la isla, no queríamos irnos sin hacer una de las rutas más recomendadas, la del Salto do Prego. Esta ruta parte de la localidad de Faial da Terra, en el sureste de la isla, que habíamos ido dejando porque es la zona que tiene peor comunicación. De hecho tardamos una hora y media en llegar, pasando por Furnas y atravesando todo el centro de la isla. De camino paramos en un mirador en Povoação, con vistas al pueblo y a la costa.
Aparcamos el coche en el pueblo de Faial da Terra, junto al río, desde donde parte la ruta PRC9SMI. La primera parte del sendero va junto al río, muy bonita en un bosque de laurisilva, con pequeños saltos de agua que acompañan el camino. Es una pendiente prolongada, pero como nos fuimos parando a hacer fotos no se nos hizo dura.
Llegamos a una bifurcación, pero está todo muy bien señalizado, solo tuvimos que seguir las indicaciones para el Salto do Prego, al que llegamos poco después. Primero subimos hasta la parte alta del río, una zona muy bonita donde vimos la fuerza que llevaba el agua antes de caer a la cascada.
Después bajamos al Salto do Prego propiamente dicho. Es una cascada espectacular, que encima está en un entorno impresionante, merece mucho la pena llegar hasta allí. Nos entretuvimos un rato haciendo fotos, la tranquilidad era absoluta en aquel lugar, solo nos acompañaban algunos pájaros.
Volvimos por el mismo camino hasta la bifurcación, donde tomamos dirección Sanguinho, volviendo a Faial da Terra por un camino diferente. La aldea de Sanguinho está deshabitada desde los años setenta y actualmente se encuentra en proceso de recuperación. El paseo por las calles desiertas del pueblo, por casas tradicionales pintadas con motivos florales, tiene mucho encanto, nos gustó mucho. Dicen que el pueblo se fundó para que los agricultores estuviesen más cerca de sus tierras, y llegaron a vivir allí doscientas personas, pero finalmente se abandonó, por la dificultad de acceso y la emigración.
Una vez se deja atrás la aldea, el camino continúa hasta Faial da Terra por una calzada empedrada que va serpenteando en una pronunciada pendiente. Hay que bajar con muchocuidado, y pararse de vez en cuando a disfrutar de las fantásticas vistas del pueblo, las montañas y el mar.
En definitiva, una ruta preciosa, otro de los imprescindibles de São Miguel. Queríamos comer en Lagoa, para estar más cerca del aeropuerto. El camino hasta allí fue largo, y más largo que lo hicimos nosotros parando en el mirador dos Bodes, desde el que hay una magnífica perspectiva de la costa, y del Pico da Vara, la montaña más alta de la isla, tapada por una nube.
Además, nos perdimos un poco por Furnas, con lo que llegamos a comer bastante tarde. En Lagoa comimos en el restaurante Borda D'Agua, junto al puerto, y fue todo un acierto. Unos patés caseros de entrantes y unas lapas, que estaban buenísimas y eran enormes. Dos medios pescados asados, sargo y bocanegra, que servían acompañados por una especie de sopa de pan, además de patatas y verduras. De bebida tres cervezas y una jarra pequeña de vino blanco. Y de postre dos cafés y una mouse de maracuyá que estaba buenísima. Una buena comida para despedirnos de São Miguel. En total fueron 39 euros.
Ya solo nos quedaba reorganizar las maletas y poner rumbo al aeropuerto. Allí nos estaban esperando de la empresa Auto Ramalhense para recoger el coche. Y lo demás ya hay poco que contar, las largas esperas del aeropuerto, con retraso del vuelo incluido. Llegamos a casa muy tarde y cansados, pero contentos con la semana que habíamos pasado en São Miguel.
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Había mucho viento y el avión ya acercándose a la isla pues se movía mucho, nada fuera de lo que haya experimentado antes, pero es que el avión tocó tierra y seguía dando bandazos derecha-izquierda y algún que otro bote, fueron unos 10-12 segundos así y el piloto como no conseguía estabilizar el avión volvió a despegar 
y en ese momento fue donde se me subieron las pelotillas a la garganta porque el avión había perdido tanta velocidad que le costaba separarse del suelo, que no subía vamos! Al final no... 
