Nota: Ésta es nuestra segunda visita a San Francisco. Puedes leer sobre la primera aquí.
10 de junio de 2017
Mapa de la etapa 1
Seis horas. Esa es la cantidad de tiempo, redondeando al alza, que somos capaces de dormir a rachas hasta que ya no hay forma de volver a conciliar el sueño. No está mal para ser el primer día tras retrasar los relojes internos pero no evita que cuando son las 4 de la mañana estemos en la cama navegando por Internet y haciendo tiempo hasta que la luz del sol comience a irrumpir por las ventanas.
Llega el momento de ponerse en marcha. Tras una reparadora ducha, repasar los planes del día y poner en orden la habitación bajamos a la planta inferior donde el marido de Hilma ya nos tiene preparado el desayuno incluido en el alojamiento. Tras darnos los buenos días y enseñarnos a usar la cafetera de cápsulas se marcha a lo que intuimos es una sala de estar o despacho privado y nos deja una mesa con leche, cereales y una nota indicando que en la nevera tenemos yogures, mermeladas y pan de molde para el desayuno. No es un desayuno completo con tortitas y otros vicios, pero ya habrá tiempo para todo. Disfrutamos especialmente de la granola con nueces y a las 7:30 estamos de nuevo en la habitación para los últimos preparativos antes de ponernos en marcha. En las estanterías vemos varios libros sobre enfermería que como más adelante sabremos pertenecen a la hija de nuestros anfitriones, de vocación técnica psiquiátrica especializada en colectivos desfavorecidos.
Nos ponemos en marcha a las 08:00, arrancando el motor de nuestro Nissan Rogue al que todavía estamos cogiendo la medida para volver a pasearlo por el Bay Bridge, esta vez en dirección oeste. Y precisamente por atravesarlo en sentido de entrada a San Francisco debemos pagar los cinco dólares de peaje mediante una de las garitas que permiten el pago en efectivo. No es la única variación respecto al trayecto de ayer, ya que a diferencia de hace unas cuantas horas los hasta cinco carriles que conforman el puente en este sentido de la marcha apenas están ocupados por uno o dos coches simultáneamente. La circulación es extremadamente fluida gracias a la combinación de la temprana hora y que estamos arrancando el fin de semana.
Preparados para recorrer millas
El Bay Bridge nos deja de lleno en las tan características cuestas de San Francisco. Tras una sucesión de intimidantes cambios de rasante damos con nuestras ruedas en el asfalto de Columbus Avenue, la arteria principal en la que se encuentra el hotel y varios de los locales de la ciudad que visitamos en aquel septiembre de 2011. Columbus Avenue forma parte del itinerario que nuestro navegador GPS ha determinado para alcanzar Sports Basement, la tienda de deportes a los pies del Golden Gate Bridge en el que haremos un cambio de medio de transporte. Localizamos la tienda sin problemas y estacionamos el vehículo en el enorme aparcamiento gratuito frente a ella.
En un gesto que se está convirtiendo en tradición -ya hicimos lo propio hace unos meses en el Stanley Park de Vancouver- durante la planificación de este viaje decidimos alquilar sendas bicicletas para recorrer los aledaños de uno de los puentes más famosos del planeta, el rojo y metálico Golden Gate que conecta las ciudades de San Francisco y Sausalito. Tenemos varias cuentas pendientes con un puente que seis años atrás atravesamos parcialmente a pie y totalmente en coche pero siempre acompañados de una testaruda y en ocasiones muy densa niebla que nos impidió disfrutar de la totalidad de su obra en un solo vistazo. Ahora el tiempo acompaña y con la intención de atravesarlo tanto a la ida como a la vuelta a los mandos de una bicicleta parece que por fin podremos saldar esa cuenta. Mucho debería torcerse la meteorología para el Golden Gate no se despliegue ante y bajo nosotros en todo su esplendor.
Volvamos a la cuestión sobre dónde alquilar unas bicicletas. La zona comercial de San Francisco -la que va desde la estación de ferries hasta el último de sus muelles- está infestada de empresas de alquiler cuya clientela principal son los turistas, pero este "sótano deportivo" cuenta con un par de ventajas sobre todas ellas. La primera, que se trata de una verdadera tienda de deportes con la supuesta calidad que ello supuestamente acarrea en cuanto a calidad y cuidado de los materiales -léase, las bicis- que alquilan. El segundo y más determinante factor es que su ubicación es mucho más cercana al famoso puente, ya que se sitúa prácticamente a los pies de su extremo sur en uno de los límites del Parque del Presidio. El disponer de aparcamiento gratuito e ilimitado tal y como comentábamos es otro gran punto a favor, ya que en el caso de los locales de la zona comercial estacionar el vehículo durante varias horas hubiera sido un problema añadido.
Entramos a la vasta superficie de la tienda y tras pasear durante unos breves minutos por sus estantes y expositores y alarmarnos ante el precio de las etiquetas alcanzamos el mostrador de alquiler de bicicletas. Tras comentar con el empleado cuáles son nuestras intenciones y escuchar sus consejos nos decidimos por el modelo deportivo que ofrece marchas más suaves y potentes, adecuadas para alguno de los tramos más duros que tendremos que superar. El alquiler de día completo de las dos bicicletas sube hasta los 80 dólares más tasas, incluyendo en el precio la cesión de sendos cascos y un candado con el que asegurarlas en cualquier poste. El alquiler de un máximo de tres horas hubiera resultado más económico pero nuestra previsión es que vamos a necesitarlas durante algo más que ese tiempo.
El mostrador de alquiler de bicicletas
No parece que se vayan a quedar sin stock, no...
Nos ponemos en marcha, todavía familiarizándonos con unos vehículos que en sus primeros metros ponen a prueba nuestra estabilidad. Tampoco ayuda el hecho de que ninguno de los dos monte en bicicleta habitualmente, a excepción de la bicicleta estática que tenemos en casa apuntando convenientemente al televisor con servicio de Netflix. Para colmo, es en estos primeros metros cuando hay que enfrentarse a la fuerte subida que nos eleve hasta el nivel del Golden Gate... y esa subida ya te condiciona para el resto de la aventura. Llegamos penosamente al primer mirador hacia la bahía, con las piernas temblando y en el caso de L apeándose de la bicicleta para ganar los últimos metros llevándola de la mano. Nos vemos obligados a descansar unos minutos en un estratégicamente colocado banco y, a tenor de muchos ciclistas esporádicos que se unen a nosotros, no somos un caso aislado. Solo aquellos con aspecto de usar la bicicleta para cosas más serias -el maillot les delata- nos pasan de largo a toda velocidad y continúan su camino hacia el puente.
Pero centrémonos en el lado positivo: tras unos pocos metros mucho más asequibles alcanzamos el primer mirador hacia el puente... y está entero. No porque no se haya caído un trozo -eso sería... alarmante- si no porque la visibilidad es prácticamente perfecta y con la ayuda de unos binoculares podríamos contar los tornillos y tuercas que unen sus partes. Por muy mal que se dé el resto de la jornada, esta misión ya está cumplida. Sufro de algo habitual el primer día de cada viaje: el agobio por intentar no perder la ocasión de tomar buenas fotografías, a la vez que evitar por todos los medios que la obsesión por retratar y registrarlo todo evite que pueda disfrutarlo en directo. Es algo que a las pocas horas se atenúa hasta desaparecer, pero los primeros minutos son una indeseada fuente de ansiedad.
¡Está entero!
Misión cumplida
Con lo que ha costado verlo entero, hay que aprovechar...
Proseguimos la marcha y llegamos, ahora sí, al lateral oeste del puente por el que circulan ciclistas en ambos sentidos de la marcha. La otra acera, la que ofrece las mejores vistas hacia la ciudad y la antigua prisión de Alcatraz, está reservada al uso de peatones. Intentamos vivir al máximo la experiencia de ir superando cables del puente colgante con cada pedalada, pero en ocasiones resulta más complicado de lo deseable ya que la convivencia entre ciclistas "de paseo" que circulan a 5 kilómetros por hora y ciclistas "profesionales" que creen estar compitiendo por su vida y superan los 30 por hora provoca un estado de tensión que te obliga a estar alerta, pendiente todo el rato de quién llevas detrás y quién se acerca por delante.
Algunos utilizan el puente para batir un récord
A mano izquierda, la playa de Kirby Cove que esperamos alcanzar
¿Creíais que no había venido esta vez?
Llegamos al otro extremo del puente en el que un aparcamiento hace las funciones de campamento base en el que la gente se acumula y decide qué hacer a continuación. Vemos al fondo la continuación del carril para ciclistas que nos llevará hasta Kirby Cove y se nos mete el susto en el cuerpo. Sabiendo de nuestra escasa pericia al manillar y nuestro estado de forma es absolutamente imposible que subamos ese desnivel sentados en el sillín. Así que tardamos apenas unos segundos en tomar la decisión de dejar aquí encadenadas las bicicletas y continuar a pie. Ya habrá tiempo de amortizar el alquiler durante el regreso por el puente y el paseo que, si el tiempo lo permite, nos llevará junto a las aguas hasta la zona comercial de la ciudad. Ahora es momento de dejar atrás las ruedas y seguir con la única ayuda de nuestro calzado hasta la siguiente parada.
Un alto en el camino
El inicio de la subida que queda por delante
Y la siguiente parada es Battery Spencer, probablemente el mirador más popular por su cercanía y accesibilidad de entre todos los disponibles a este lado de una autopista que sigue su marcha tras abandonar el puente. En cualquier caso presenta una concentración de gente muy lejos de las aglomeraciones que ya empezamos a vislumbrar en el Vista Point al que llegan decenas de autocares en el extremo noreste del puente. Battery Spencer exige recorrer primero una pequeña subida escalonada que se supera en pocos minutos ofreciendo como recompensa una vista elevada y despejada hacia las dos grandes columnas que sostienen el puente sobre la bahía.
Battery Spencer, mucho por poco
Ya no conseguimos despistarle...
Invertimos aquí el tiempo que el mirador merece, fijándonos en los detalles tanto en primer como segundo y tercer plano. Los coches circulando sin cesar sobre un puente que no se inmute por las toneladas y toneladas que pasan sobre él a cada minuto. El agua fluyendo con relativa tranquilidad bajo su asfalto, solo interrumpida por el paso de pequeños veleros y, ojo, un helicóptero que debe estar en pleno proceso de desbloquear logros del Grand Theft Auto IV ya que pasa por el reducido espacio disponible entre los bajos del puente y la superficie del agua. Y la ciudad de San Francisco ahora tímida en la distancia pero dejando entrever sus largas calles paralelas que desde cerca presentan las tan características cuestas perfectas para una persecución.
Las vistas hacia más allá del puente
La concurrencia del mirador aumenta a cada minuto que pasa y vuelvo a experimentar la consecuencia de llevar una cámara que empieza a parecer profesional. En el corto paseo cuando decidimos abandonar el mirador unas 5 o 6 parejas me piden que les haga una fotografía de recuerdo con sus dispositivos, en su mayoría cámaras nada desdeñables de un teléfono iPhone. No podían faltar a la cita tampoco los clásicos turistas asiáticos chillones, los únicos que son capaces de cargarse la tranquilidad que el resto de visitantes intenta disfrutar.
Vista Point, mucho más concurrido
Seguimos nuestro periplo a pie por el arcén y enseguida vemos el cartel indicando el desvío de 800 metros hasta el campamento de Kirby Cove, y sin pensarlo mucho por miedo a echarnos atrás comenzamos a recorrerlo. Se hace mucho más largo de lo que presagiaban esos 800 metros, quizás agravado por el hecho de no ofrecer vistas ya que transcurre por el interior con la única compañía de los bosques a lado y lado del sendero de tierra que pierde altura a una velocidad notable... y preocupante pensando en el camino de regreso.
Pero llegamos a la meta y las dudas se disipan. La playa de Kirby Cove, que se encuentra mucho más cerca del campamento homónimo de lo que creíamos, es una considerable extensión de arena desde la cual se puede ver, ahora al nivel del mar, toda la extensión del Golden Gate. Compartimos la visita con apenas un puñado de personas con aspecto de ser visitantes locales, tanto por indumentaria como por aparatos que los acompañan -cañas de pescar en lugar de cámaras de fotos...-. Pasamos otra larga media hora sentados en la arena observando como los veleros pasan sin ningún miedo bajo un puente que queda varias decenas de metros por encima de su mástil.
Kirby Cove en todo su esplendor
El puente, ahora por encima de nuestras cabezas
Ni un rincón sin retratar...
El regreso, quizás por ir ya mentalizados de que iba a ser duro, no lo resulta tanto. Entretenidos charlando entre nosotros y sin apenas gente con la que cruzarse ni que nos adelante, alcanzamos el inicio del desvío y deshacemos el resto de nuestros pasos hasta el parking de la torre norte en la que siguen estando nuestras bicicletas aseguradas con el candado. Y es ahora cuando disfrutamos de verdad de la experiencia de recorrer el puente sobre ruedas. Con mucha más confianza que durante el trayecto de ida y con la cámara deportiva en precario equilibrio sobre la mochila cargada en el pecho, conseguimos grabar íntegramente los 12 minutos que nos lleva atravesar de nuevo el puente de extremo a extremo, en una sorprendente tranquilidad solo interrumpida por un chico al que debo gritar "Watch out!" para que no siga caminando marcha atrás y se lleve una dolorosa sorpresa.
Ya de vuelta en los dominios de San Francisco nos ratificamos en nuestra decisión de aprovechar nuestro ligero vehículo para llegar hasta la zona comercial de los muelles, a aproximadamente cinco kilómetros de aquí. Y lo hacemos superando un par de descensos fuertes que dan paso a un recorrido llano, dejando a mano izquierda un ambiente muy festivo de gente practicando deporte, disfrutando del sábado o, cosa que descubriríamos ahora, entrenando para la triatlón que se celebrará mañana con el subtítulo de "Fugarse de Alcatraz".
Atravesando parques
Alcanzamos tras aproximadamente 30 minutos el Muelle 45 y las dos del mediodía nos avisan de que va siendo hora de llevarse algo a la boca. La opción fácil sería visitar por primera vez el local que en Fisherman's Wharf dispone la franquicia de comida americana Applebee's, nuestra favorita cuando visitamos los Estados Unidos. Pero L tiene otra preferencia. Además de que Applebee's es una visita asegurada para días posteriores aprovechando sus locales menos céntricos, L considera que el primer almuerzo en San Francisco debe ser sinónimo de Clam Chowder, la crema de almejas en ocasiones servida en un pan redondo hueco. Tras más minutos de los deseados escudriñando dónde poder satisfacer ese deseo nos decidimos por el Chowder Hut, un local circular situado prácticamente frente a la señal de Fisherman's Wharf. L cumple su amenaza de pedir la crema de almejas y yo pido su versión a base de cangrejos -Crab Chowder-, completando el pedido con una generosa ración de patatas. Generosa es también nuestra cartera cuando a cambio se deshace de 27 dólares más la oficiosa propina entre el 15% y el 20%.
Seis años después, de nuevo en Fisherman's Wharf
Clam Chowder time!
La abrumadora cantidad de gente que vemos pasear entre los muelles nos hacen desistir de nuestra intención inicial de alcanzar el Pier 39, el más popular de los muelles y que visitamos numerosas veces en nuestra visita anterior a la ciudad. En su lugar reemprendemos el camino de regreso, nuevamente acompañados del ambiente festivo que ahora se ha convertido en algunos tramos más en ambiente de borrachera a juzgar por los gritos de los asistentes. Parte de este camino de regreso resulta más duro de lo esperado, en parte por el fuerte viento frontal que opone resistencia a nuestro avance pero por encima de todo debido a que nuestras posaderas empiezan a acusar los efectos de pasar varias horas sentados sobre el no demasiado cómodo sillín. Aún con todo alcanzamos la meta final de Sports Basement cuando son las 16:00. Un cálculo aproximado nos dice que hemos recorrido 20 kilómetros desde que salimos de aquí hace ya algo más de 6 horas.
Un barco carguero saludando a Alcatraz
Como contamos con tiempo de sobra decidimos buscar el supermercado más cercano de la franquicia Trader Joe's, una marca que nunca nos hemos atrevido a probar pero de la que hemos visto que procedían varios de los productos de nuestro desayuno en casa de Hilma. Lo encontramos, pero la extensa cola de vehículos esperando acceder a su aparcamiento nos hacen replantear nuestras intenciones. En su lugar aprovechamos el fortuito encuentro con un pequeño centro comercial a escasos metros del supermercado, en el encontramos una superfície de la cadena Target -venta de alimentación pero también ropa y electrónica, algo así como un Carrefour- y Best Buy, la cadena de tiendas de electrónica más extendida del país. Me planteo salir de ella con un trípode Gorilla Pod que me alivie del kilo y medio que llevo cargado a la espalda, pero no. Me planteo salir de ella con unos auriculares Bluetooth Sony, pero tampoco. Me planteo salir de ella con un asistente doméstico Google Home por encargo de un amigo, pero su excesivo peso y dimensiones de la caja hacen que no sea una opción. En resumen, que pese a no arrepentirme de la visita termino saliendo por la puerta con las manos tan vacías como cuando entré.
Marcamos en el GPS la que esperamos vaya a ser nuestra última cita del día pero el itinerario nos lleva literalmente junto a Alamo Square, hogar de las Painted Ladies que planeábamos visitar mañana. Dado que el tiempo y las horas de sol lo permiten parece absurdo no aprovechar el momento para detenerse, y por un momento parece que va a ser imposible debido a la falta de aparcamiento. Pero cuando ya nos dábamos por vencidos encontramos una plaza libre, plaza en la que podemos detenernos con toda tranquilidad y sin límite de duración debido a que es fin de semana.
El ambiente en Alamo Square es muy festivo, tal y como lo atestiguan los cientos de personas esparcidas por su césped, sus alegres risas... y también sus olores, que en muchos casos parecen proceder de esos cigarrillos que no se venden en estancos. Muchos se han sentado mirando en la misma dirección, y no es casualidad. Porque todos miran hacia las Painted Ladies, la sucesión de casas con fachada de aspecto victoriano y colores vivos en tonos pastel. Además de su intrínseca belleza son conocidas por ser la imagen que acompañaba a los títulos de inicio de la serie de televisión Padres Forzosos, así como su reciente secuela para Netflix de dudoso gusto pero incontestable éxito. No hay más que eso: unas fachadas bonitas que la gente observa mientras socializa entre risas. Ah, y perros, muchos perros. Tal y como recordábamos, Alamo Square se caracteriza por ser un parque especialmente concurrido por mascotas.
Con ustedes, las Painted Ladies
Unos minutos para disfrutar de la postal
Regresamos a nuestro vehículo tras algo menos de una hora para, ahora sí, enfilar nuestro último destino antes de dar por zanjada la jornada turística. Sin una sola señal que indique el camino pero perfectamente guiados por el navegador GPS nuestro coche termina aparcado en el arcén del tramo final que lleva al a estas horas completo aparcamiento de Twin Peaks, las dos colinas gemelas que nada tienen que ver con la serie de David Lynch y ofrecen vistas a la ciudad de San Francisco.
De entre todas las opciones posibles comenzamos por ascender a una de las citadas colinas, y las vistas están figurada y literalmente a la altura. Con un Golden Gate que pasa a un segundo plano por la dificultad de distinguirlo en la lejanía, el protagonismo se lo llevan ahora los incontables tejados y azoteas de los miles y miles de casas que se extienden a nuestros pies hasta topar en el horizonte con los rascacielos del distrito financiero, en el que destaca especialmente la avenida principal que avanza y avanza en perpendicular a nosotros. Si giramos la vista hacia la derecha podemos ver desde una altura privilegiada la colina hermana a la que estamos pisando. Es un lugar digno de visitar pero con dos grandes inconvenientes: el primero, que sus reducidas dimensiones se ven fácilmente desbordadas por la gran afluencia de público. El segundo y más crítico, que el al parecer habitual vendaval que acompaña a la cima de las dos colinas hace muy poco placentera la experiencia de permanecer aquí arriba más de diez minutos. Y eso es lo que duramos antes de descender y dirigirnos hacia otro mirador, artificial pero mucho más protegido del, desde el que ver con mayor detalle las fachadas de los rascacielos de San Francisco.
San Francisco desde Twin Peaks
Un Peak desde el otro
El distrito financiero desde la distancia
Ahora sí, hemos terminado por hoy. Marcamos en el navegador nuestro regreso a Alameda y empieza aquí el deja vú respecto a la tarde anterior. Y es que se repite la escena de ayer en la que nuestro vehículo queda atrapado alrededor de cientos y cientos y coches que saturan los cinco carriles en su avance para abandonar San Francisco atravesando el Bay Bridge. Y nuevamente, nos lleva prácticamente tres cuartos de hora superar los escasos 35 minutos que separan las ciudades de San Francisco y Alameda.
Pero antes de volver a casa, cubrimos ahora sí nuestra intención de visitar un supermercado de la franquicia Trader's Joe. Y lo que encontramos en él nos gusta. Una superficie pequeña en comparación con otras cadenas que se especializa en productos de origen éticamente aceptable y con una variedad en ciertos productos que nos hace la boca agua. Para rematarlo los precios de cosas como las ensaladas, la fruta o los platos preparados resultan muy atractivos en comparación con el resto de supermercados del país que conocemos, aunque todavía caros si tenemos en mente los precios de un supermercado español. Nos llevamos un pequeño banquete que solo necesita acompañarse del Safeway colindante para comprar refrescos y, en un cross-over viajero, un yogur islandés Skyr de fresa.
Son las 20:00 cuando hacemos girar nuestra llave de la casa de Hilma. Charlamos brevemente con ella y su marido y enseguida estamos renaciendo a través de una ducha y con el merecido banquete que acabamos de adquirir: wraps de atún para ella, una considerable bandeja de sushi para mí, sendas fiambreras de melón naranja y mango troceado y los restos de la ensalada de patata de ayer. El yogur islandés ya no cabe, así que lo devolvemos a la nevera con la segura intención de aprovecharlo en el próximo desayuno.
El festín del día
Se acercan las 22:00 cuando, con la cara visiblemente tostada por el sol, totalmente destrozados y metidos en la cama, no queda nada más por hacer que hoy salvo planificar el día de mañana. Hemos aprovechado el tiempo de tal manera que ya hemos cubierto las cosas que queríamos hacer en San Francisco antes de abandonar la zona el próximo mediodía, así que podemos aprovechar la mañana siguiente para algunas actividades que teníamos previstas en nuestro último día de regreso hacia el aeropuerto. Pero eso ya será otra historia: ahora solo queda hacer un acopio de voluntad para escribir durante una hora estas... exactas... líneas... y a dormir. Punto y aparte, mañana más.