18 de junio de 2017
Mapa de la etapa 9
Comienza el 18 de junio, nuestro noveno día en California y el séptimo y último que comenzamos en la casa de Oakhurst de Conan I El Amable. Empieza por lo tanto con cierta tristeza por despedirnos de un anfitrión con el que no podríamos estar más encantados. Por ahora, comenzamos despertándonos con el sonido que provocan los ciervos al corretear al encuentro de los cuencos de agua y pienso que Conan ya ha rellenado.
Nuestro último desayuno en Oakhurst no podía estar por debajo de todos los espectaculares manjares matutinos que hemos disfrutado a lo largo de estos días. A petición nuestra cerramos el círculo con el mismo desayuno que tuvimos en nuestra primera mañana: una espectacular tortilla esponjosa rellena de champiñones, calabacín y queso acompañada de aguacate y salsa de ídem. Se nos vuelve a hacer la boca agua.
Conan did it again
Sin requerir mucho más tiempo ya que habíamos dejado el equipaje prácticamente listo la noche anterior, bajamos toda nuestra carga y cuando el coche ya está listo para arrancar nos despedimos de Conan. Sobran las palabras al hacer balance sobre la experiencia de alojarnos en su casa. Todo amabilidad, siempre sonriente, deseando ayudarnos a que nuestro viaje sea el mejor posible de principio a fin. Nos marchamos con una fotografía de recuerdo y la promesa de establecer vínculo por Facebook.
Nos desplazamos hasta la calle principal de Oakhurst para detenernos por última vez en Starbucks, cuyo servicio vuelve a ser algo lento y pospone más de lo esperado nuestro arranque del primer gran tramo de carretera que nos espera para hoy. Desplazándonos primero hacia el oeste para luego ascender al norte, nos quedan por delante 102 millas que nos llevarán hasta una de las zonas más exóticas y menos concurridas de Yosemite. El itinerario nos hace atrevesar primero la ciudad de Mariposa esta vez de día, sin lluvia y mucho más disfrutable que a nuestro paso por ella hace siete días. Por lo que vemos a través de las ventanillas se trata de un enclave muchísimo más turístico que el de Oakhurst, lo cual nos reafirma en nuestra decisión de alojarnos en el segundo.
A la segunda fue la vencida
Tras superar Mariposa la carretera se pone seria y nos hace superar un puerto de montaña en toda regla. Las fuertes pendientes y las constantes curvas hacen de ella el lugar perfecto para poner a prueba el cambio deportivo del Nissan Rogue, evitando así los acelerones y exceso de revoluciones que provoca el cambio de marchas totalmente automático cuando hay tantas variaciones de pendiente. Subimos y bajamos montañas, bajamos ríos, avanzamos millas y todo en compañía de la primera temporada de Nadie Sabe Nada. Ha sido una suerte decidir descargar en el móvil varios de sus programas ya que de lo contrario el trayecto se hubiera hecho demasiado pesado.
Pasamos también varias poblaciones, entre ellas Groveland, un núcleo urbano cuyo origen se remonta a plena fiebre del oro y ahora está prácticamente abandonado, rozando la categoría de ciudad fantasma. Empiezan a sucederse las clásicas "General Store" en medio de la nada pero siempre recibiendo a conductores que quieren estirar las piernas o refrescarse en un día que anticipa calor, mucho calor.
Por fin, a las 11:40 y tras un largo rato descendiendo por una carretera de gravilla con vistas al lago, alcanzamos el "Day Use Parking" en el que podemos estacionar nuestro coche hasta las 21:00 siempre y cuando dejemos visible la tarjeta verde que nos han entregado en la puerta de acceso tras enseñar nuestro Annual Pass. Detenemos el motor y estamos listos para visitar Hetch Hetchy.
Hetch Hetchy es una porción de Yosemite normalmente desconocida para el público general. Se sitúa en el noroeste del parque y no está conectada directamente con el resto de zonas, por lo que para visitarla es necesario salir de Yosemite Valley y dirigirse, tal y como hemos hecho nosotros, a la entrada exclusiva al norte de la Big Oak Flat Road. Su principal construcción es la presa de O'Shaugnessy desde la que nacen varias excursiones, siendo la que nos interesa a nosotros la que en ocho kilómetros de ida y vuelta alcanza las Wapama Falls, una abundante catarata con el atractivo adicional de caer sobre un puente que los senderistas pueden cruzar bajo su propia responsabilidad.
El paisaje de Hetch Hetchy es bonito desde el primer momento en el que asomó por las ventanillas del coche. La presa mantiene en calma las aguas de un lago completamente rodeado por pura naturaleza y que recibe más y más agua de las cataratas ya visibles en el lateral opuesto. Es una "bear zone" en la que las recomendaciones respecto a los osos se multiplican, entre ellas la prohibición absoluta bajo multas de hasta 5.000 dólares de dejar comida en los coches estacionados. Por ese motivo nos deshacemos de algunos víveres que de todos modos estaban cerca de caducar y, tras una visita obligada a los baños junto a los que hemos aparcado, nos ponemos en marcha.
La O'Shaugnessy Dam escupiendo agua
Hetch Hetchy desde la presa
Las cascadas de nuestro destino desde la distancia
Comenzamos cruzando a pie la presa, cuyo impresionante paisaje a lado y lado solo queda entorpecido por un sol que empieza a presentar su cara más violenta y del que no podemos protegernos por la ausencia de sombras en lo alto del muro de contención. En el otro extremo nos espera una tregua en forma de un corto túnel de unos 300 metros cuyo interior se mantiene fresco y mínimamente iluminado. Tras atravesarlo estamos ya en pleno sendero dejando las aguas a nuestra derecha.
El puente que da acceso a las excursiones
Pese a estar anunciada con un desnivel de solo 60 metros la ruta hasta Wapama Falls no es ningún paseo. La diferencia de altitud entre el inicio y la meta puede que sea de esa magnitud, pero por el camino se suceden las subidas y bajadas en su mayoría sobre terreno que obliga a concentrarse para no sufrir un traspiés. Para colmo el sol sigue apretando y ya estamos superando los 40 grados, lo cual obliga a algunos grupos de turistas, en su mayoría de edad avanzada, a replantearse sus planes y dar media vuelta.
Calor, pendiente y falta de sombras, mala combinación
Alcanzamos no sin sufrimiento y con ayuda de mucha agua -que ya empieza a alcanzar la categoría de caldo- el paso frente a Tueeulala Fall, una catarata estilizada cuya agua no nos salpica pero inunda por completo los siguientes metros del camino. Esto provoca que L, todavía sufriendo por las ampollas de sus pies y sin poder calzarse botas impermeables, decida que aquí termina su camino con la frustración de que todo el esfuerzo realizado hasta aquí no haya sido suficiente para alcanzar el objetivo final. Volvemos a separarnos y, tras un par de metros en los que todavía era viable cruzar el agua con las botas, las sustituyo por unas zapatillas de piscina ante la certeza de que el siguiente paso va a acabar con mis pies totalmente sumergidos.
Ya asoman la Tueeulala Fall...
... hasta que nos ponemos frente a ella
El agua que cae de Tueeulala inunda por completo el camino
No termina aquí el camino si no que queda todavía un tramo de unos 700 metros en descenso durante los cuales el piso vuelve a ser de roca y tierra. Lo más prudente hubiera sido esperar a que se secasen las zapatillas y volver a ataviarme con las botas, sin embargo por desconocimiento y ante la previsión de volver a zambullirme en agua voy avanzando a ritmo muy lento con el precario calzado para no tener un disgusto. Y entonces llego a Wapama Falls.
El lago con el agua de Wapama Falls a su izquierda
Apenas encuentro a cuatro o cinco personas junto a las cataratas, todas ellas alejadas lo suficiente del primero de los puentes que las atraviesa, cuyos tablones no tienen ni un solo centímetro cuadrado seco. Un cartel advierte de que el agua puede caer con mucha fuerza y atravesar los puentes puede entrañar peligro bajo ciertas condiciones, así que la decisión de cruzarlos para llegar hasta destinos más allá de ellas o bien por el propio hecho de hacerlo queda a decisión y responsabilidad de cada uno. Hace unas horas estábamos en casa de Conan viendo un video en el que él mismo caminaba impasible entre las aguas, y el caudal parecía bastante similar al que me encuentro ahora frente a mí. Así que por lo menos debo intentarlo: planto el trípode, planto la cámara sobre él, configuro la grabación de video y dejo todas mis cosas a buen recaudo donde no puedan mojarse. Empiezo a dar pasos en dirección a la cascada y cuando me doy cuenta estoy ya plenamente sumergido en ella. Deben ser los segundos de mi vida en los que más cerca vaya a estar de experimentar qué se siente en el interior de una catarata como tantas y tantas hemos visto repartidas por varios países. El agua está fresca, pero con el abrasante calor que me ha acompañado hasta aquí salir con la ropa empapada de ella es una bendición.
Los puentes de Wapama Falls
El agua inundando los puentes
Invierto unos minutos, en los que poco a poco ya se va secando parte de mi ropa, en hacer algunas fotos más ahora ya desde una distancia más prudencial. Retrato también la Tueeulala Fall que queda ahora por encima de mi cabeza a mano izquierda, acompañada por la imagen panorámica con la presa de la que procedemos al fondo del paisaje. No alargo más la estancia ya que L sigue esperándome allá donde el agua comenzaba a ser un problema, así que deshago los 800 metros y vuelvo a atravesar las pequeñas piscinas sobre el sendero para reencontrarnos a las 14:30. Su frustración es evidente y comprensible y soy el primero que lamenta muchísimo no haber compartido con ella la maniobra de inmersión, pero echando la vista atrás no tentar a la suerte dado el estado de sus pies probablemente haya sido la opción más sensata.
Tueeulala Fall y la presa de la que procedo al fondo
Antes de iniciar el regreso empapo la gorra y una camiseta de L bajo una pequeña caída de agua para que pueda ir fresca durante el camino. En el proceso casi pierdo las gafas de sol, pero milagrosamente las reencuentro junto a una pequeña roca que es el único motivo por el que no siguieron torrente abajo hasta el lago. Volvemos a echarnos las mochilas a la espalda y, dejando atrás un nubarrón que se acerca pero no termina de alcanzarnos, comenzamos a recuperar la distancia de algo más de tres kilómetros que nos separa del coche.
Secándose en la medida de lo posible...
Quizás por invertir las cuestas y descensos o quizás por estar algo más frescos por el agua que a la ida, la vuelta se hace algo menos pesada. El mayor enemigo sigue siendo el persistente sol, que a nuestro paso de nuevo sobre la presa resulta criminal. Son las 15:45 cuando me he acercado hasta el coche para finalmente recoger a L en una sombra junto al extremo de la presa. Aquí, en este día y en este preciso instante, terminan nuestras jornadas de excursionismo en Yosemite. Los dos días que nos quedan por delante se limitarán a conducir, comer, comprar y alguna visita turística mucho menos exigente que no implica botas de montaña. El grueso de la historia ha terminado y ahora solo queda vivir el epílogo.
Un epílogo que comienza con el termómetro del coche marcando 41 grados. La madre que lo parió.
El descenso es una mezcla de emociones. La primera, un bajón absoluto que nos deja en silencio por el agotamiento físico ahora cortado abruptamente por el aire acondicionado del coche, inevitablemente configurado a máxima potencia. La segunda, esa combinación de satisfacción, alivio y pena por saber qué han terminado nuestros días de excursionismo... por ahora. El verano es largo, y tenemos ya apuntados en la agenda dos nuevos viajes cuya actividad principal vuelve a ser subir y bajar montañas. Mientras descendemos decidimos parar en una "General Store" para buscar algún refresco antes de que el aire acondicionado nos quite la sensación de sed. Lo hacemos en una área recreativa pasada ya la salida de Yosemite, por lo que los carteles se refieren al departamento de "Recreations & Parks" de San Francisco. Nos hacemos con una botella de agua gélida y una "Vitamin water" de naranja y seguimos la marcha.
Nos separan 180 millas de la ciudad de Vacaville -sí, existe una ciudad en California que se llama Vacaville-. Las primeras 40 son la versión inversa de las carreteras de montaña que esta mañana ya exigieron toda nuestra atención al volante. De repente el paisaje vuelve a la clásica conducción de autopista atravesando la más absoluta nada con desierto a lado y lado solo interrumpido por breves instantes de huertos y granjas. A las 18:35 estamos atravesando la ciudad de Stockton, y finalmente a las 20:00 nuestro coche se topa con la fachada de nuestro siguiente alquiler contratado a través de Airbnb. No hay nadie en casa y pese a intercambiar previamente mensajes con nuestra anfitrión diciendo que dejarían una opción para que entrásemos no vemos llave ni cartel por ninguna parte -luego sabríamos que nos habían enviado un nuevo mensaje cuando ya no teníamos acceso a Internet-. Afortunadamente apenas cinco minutos después de nuestra llegada Dorothy y Steve aparecen con su coche y lo primero que hacen es disculparse por el retraso debido a que ella ha tenido una pequeña caída cuando circulaban con bicicletas motorizadas por San Francisco.
Dorothy nos enseña la casa, que es una planta baja con un salón enorme y un pasillo en el que se suceden las estancias siendo el baño, el dormitorio y el cuarto de las lavadoras los que nos interesan para nuestro propósito. Preparamos una más que necesaria lavadora con la ropa que llevábamos hoy puesta -era de locos meter toda esa suciedad en la maleta- y mientras tanto Steve está ya retirando las flores sobre la superficie de la piscina y poniendo en marcha el jacuzzi.
Como ya le habíamos reconocido en el intercambio previo de mensajes, estamos ansiosos por zambullirnos en el agua tras varios días de sofocante calor. Mientras se calienta el jacuzzi permanecemos con los pies metidos en la piscina, demasiado fría para dos mediterráneos de sangre caliente como nosotros. Durante la espera Steve nos ofrece amablemente cerveza y refrescos mientras Dorothy parece estar todavía gestionando los dolores de su pequeño accidente.
Nos metemos al fin en el jacuzzi y, mientras nos deshacemos lentamente, Steve aparece tomándose una cerveza y ofreciéndome una segunda para mí. Empieza aquí una animada conversación que se extendería hasta las 21:30 durante la cual charlamos sobre terrorismo, seguridad, turismo y, aquí viene la gran novedad, Donald Trump. Por primera vez tras dos anfitriones de alojamientos y algún excursionista con el que habíamos charlado, alguien reconoce abiertamente y sin tapujos haber votado por el actual Presidente. No podemos decir que nos sorprenda, ya que Steve se confiesa republicano de toda la vida y trabaja como ingeniero civil para el ejército estadounidense, cumpliendo todos los requisitos para uno de los perfiles de votante de Trump. Siempre desde el respeto nos interesamos por saber sus motivos para su voto, durante los cuales nos reconoce que Trump es una "wild card", queriendo decir que son conscientes de que es un personaje imprevisible y que siempre está abierta la puerta a que pueda decir o cometer alguna barbaridad. "Pero claro, ¡cómo iba a votar a Hillary!".
Justo lo que necesitábamos
Estemos de acuerdo o no, tener una charla con alguien con unos orígenes y situación tan diferentes a los nuestros es una experiencia de lo más enriquecedora. Es una pena que debamos ponerle fin, pero con el sol ya totalmente desaparecido del horizonte el tiempo apremia para secar la ropa de la lavadora, disfrutar de una ducha y echarnos en la cama, esta vez sin ánimo siquiera para hacer copia de seguridad de las fotografías del día y no digamos ya de escribir el relato de la jornada de hoy. Eso serán deberes para mañana, ya que cuando alcanzamos las 23:00 apagamos la luz para caer inmediatamente en un sueño profundo ganado tras el esfuerzo de nuestra última etapa de montañismo. Es nuestra penúltima noche en California.