28 y 29 de octubre
Desandamos el camino hacia Mekele, haciendo una parada en Wukro, una pequeña población a pocos kilómetros al norte de nuestro destino de hoy, para visitar la misión del Padre Ángel Olarán. Este sacerdote, vasco de nacimiento, lleva quince años haciendo una increíble labor, cuidando y dando cobijo y educación a miles de huérfanos, enfermos, pobres, mujeres solas y prostitutas en este rincón al norte de Etiopía. Por desgracia no pudimos verle personalmente porque se encontraba en España por estas fechas, promocionando el libro “ Los ángeles de Wukro” escrito por Mayte Pérez Báez, en el se que recogen historias de la vida y las gentes de este lugar. Sólo pudimos ver una pequeña parte de su obra, porque no disponíamos de mucho tiempo, el suficiente para tomar un té con el sacerdote encargado de la misión en ausencia del padre Ángel y dejar las medicinas y demás útiles que llevábamos y que estaban de polvo hasta arriba después de tantos días de viaje.
Cómo describiros lo que se siente al tomar una ducha de verdad, en un baño de verdad y echarse en una cama de verdad después de cuatro días de esteras y polvo, ¡todo un lujo!, eso es lo que nos pareció el Aksum hotel a nuestro regreso a Mekele.
Al día siguiente empleamos casi doce horas en llegar a Lalibela, pero al contrario de lo esperado no se hace demasiado pesado, dedicamos el tiempo en admirar el paisaje que es verdaderamente espectacular, la pista sube y baja por montañas cortadas a cincel y se adentra en valles de un verde increíble, este país es de una belleza fascinante.
Paramos a estirar un poco las piernas y a tomar un tentempié en un pueblo del que no recuerdo su nombre, pero que contaba con uno de los warca más impresionantes de todos los que vi durante el viaje. Era tan enorme que daba sombra a todos los puestos y tenderetes del mercado del pueblo. Como siempre la gente se arremolina a nuestro alrededor para salir retratada en las fotos, disfrutan enormemente reconociéndose en las pequeñas pantallas de nuestras cámaras, y nosotros con ellos.
Llueve a mares al llegar a Lalibela, al parecer las tormentas aquí son muy habituales a partir de las cuatro de la tarde, como pudimos comprobar al día siguiente. Nos alojamos en el Jerusalem Guesthouse, que está bastante aceptable, con unas vistas espléndidas de las montañas al atardecer. El único problema es el camino de tierra que lo separa de la calle principal, la única que está empedrada, y que después de la lluvia se transforma en un barrizal imposible. Apenas queda ya luz cuando salimos del hotel, y cuando cae la noche la negrura es total, incluso en la zona sur donde están situados la mayoría de los hoteles. Es sorprendente que apenas haya habido cambios en la vida de la gente y en el pueblo con la llegada del turismo, que en Lalibela concretamente, es ya más que apreciable desde hace tiempo, pero el lugar sigue conservando ese aura medieval de la época del Preste Juan.
30 de octubre
A la luz del día se hace más patente ese ambiente religioso-medieval que lo impregna todo. A excepción de los hoteles y algún que otro turista, Lalibela sigue como si el tiempo y los extranjeros no hubieran pasado nunca. La gente vive en unas condiciones de pobreza extrema, pero orgullosos de formar parte de la población que alberga uno de los símbolos religiosos más importantes del país, el conjunto de iglesias excavadas, declarado Patrimonio de la Humanidad desde 1978. Hay peregrinos por todos los rincones, rezando o leyendo los libros sagrados, ajenos a lo que ocurre a su alrededor, parece que nos hayamos trasladado a otro tiempo.
Qué decir de las iglesias, que no se haya dicho ya, la sensación de recorrer los túneles que las separan y entrar en ellas es indescriptible. El interior de todas ellas, a excepción de Bete Maryan, es muy austero, con apenas unos rayos de luz entrando por sus diminutos ventanales, es todo un reto para los que pretendemos, como nosotros, captar algo de ese ambiente misterioso en nuestras fotos. Cada una de ellas está custodiada por un sacerdote encargado de proteger el “tabot” de miradas extrañas, réplica de la auténtica arca de la alianza, que según creen todos los etíopes sin excepción, se encuentra en Sta María de Zyon, en Aksum, , cubriéndolo con unas largas cortinas que no abren jamás ante los ojos de los visitantes. Los guardianes posan pacientemente ante nosotros, mostrándonos las cruces, símbolo de cada una de las iglesias. Alguno nos pregunta si vamos a utilizar flash, para ponerse unas gafas de sol, nos quedamos tan sorprendidos como si tuviéramos ante nuestros ojos un gladiador con reloj de pulsera.
Siguiendo los túneles, de pronto te encuentras en el exterior, desde donde se pueden admirar los templos desde arriba, es aquí donde realmente tomas conciencia de su grandeza, cuando piensas que antes había simplemente una montaña y que alguien ha podido cincelar con semejante exactitud y de una pieza, semejante maravilla. Inexplicablemente en la actualidad están cubiertas, para su protección, por unas feas y anacrónicas estructuras de metal, colocadas por la Unesco y que complican sobremanera nuestro trabajo fotográfico.
Los guías aquí están muy organizados y no te permiten visitar las iglesias sin la compañía de uno de ellos, y por supuesto sin la ayuda inestimable del cuidador de zapatos, por la módica cantidad de 60 birh te ayuda a descalzarte, te cuida el calzado durante cada visita y te calza de nuevo. Es increíble que alguien se gane la vida cuidando zapatos, pero en Etiopía todo es posible.
Nuestro mayor temor eran las pulgas, que según habíamos leído campaban a sus anchas entre la paja que los sacerdotes extendían en el suelo de las iglesias, por lo que nos habíamos rociado de spray anti pulgas hasta la rodilla. Sin embargo sólo encontramos paja en una de las iglesias del grupo sur, Bete Aba Libanos, que tiene cierta semejanza con una cueva, así que no tuvimos ningún problema al respecto.
Al llegar a Bete Georgis tuvimos la misma sensación de cuando estuvimos delante de la máscara de Tutankamon en el Cairo, la has visto mil veces en foto pero no puedes evitar un uauh! al tenerla delante. Es asombrosa, una cruz monolítica perfecta. Su interior, sin embargo, es especialmente austero, no obstante la sensación de estar realmente allí lo llena todo.
Bete Giorgis
Bete Giorgis
Bete Ammanuel
Puntualmente a las cuatro y media comienza a llover, justo a tiempo de terminar con las visitas y salir corriendo a refugiarnos. La fina llovizna se transforma en un abrir y cerrar de ojos en un contundente chaparrón, que nos mantiene encerrados en el hotel más de una hora. Finalmente salimos a pelearnos con el barro e intentar comprar algún souvenir, pero no hay mucho donde elegir, a excepción de cientos de cruces, de todas las formas y tamaños imaginables y algún que otro libro antiguo escrito en amárico.
VUELTA A CASA
Comienza el principio de la vuelta a casa, tras muchos kilómetros en coche regresamos a Addis con algunas horas para intentar comprar algún recuerdo. A toda prisa recorremos las tiendas de artesanía de la calle Churchill y del merkato antes de la cena que Wondo nos tiene reservada en un restaurante de comida tradicional y bailes en directo. Está todo realmente bueno y aún tenemos algo de tiempo para descansar en el hotel, antes de coger el vuelo de Egyptair a las dos de la mañana.
Ha sido un viaje increíble, difícil, pero increíble. Etiopía es uno de los lugares de la tierra en los que todavía es posible vivir una aventura, y nosotros la hemos vivido. Estamos despegando y ya tengo ganas de volver, HASTA LA VUELTA ETIOPÍA!