(14 de agosto de 2017)
Por increíbles peligros e innumerables fatigas, me he abierto camino hasta el castillo más allá de la ciudad de los goblins y llegado por fin a Skópelos.
Volando de Lisboa a Düsseldorf el domingo cuando las puertas de embarque en Alemania estaban cerradas por la noche, no pude dormir en el aeropuerto. Por la mañana el avión a Skiathos salió con retraso de una hora. El aterrizaje en la pista más pequeña de Europa fue fácil, o esa impresión dio, pero no negaré que pasé miedo por culpa de YouTube (¡se ven unas escenas!). Allí aparecieron de pronto conductores que nos cargaban en los autos como si fuésemos maletas, adentro todos. El taxímetro marcaba una cosa, el taxista dijo otra y nosotros (el grupo que no nos conocíamos) le pagamos una tercera distinta. Definitivamente estábamos en Grecia.
Skiathos parece un caos. Italianos a miles, tráfico improvisado, gente en las terrazas y en la carretera. Compré el billete allí mismo y cogí el primer ferry, con Anes. Algo más de ocho euros. Llevó casi hora y media de sacudidas y vaivenes. Sin dormir, sin cenar ni desayunar, estuve a esto de echar lo que no tenía. A estudiar la opción de uno más rápido.
Según nos acercábamos, la isla se veía muy verde y poco poblada. Y en el puerto me esperaba el casero de Yianna Sunny Studios, Manolis. Fuimos hasta el apartamento, me obsequió con vino y miel, me explicó dónde ir en el mapa..., y luego me acompañó hasta The Local Route a por el coche de alquiler. De nuevo el Greek Way of Life. Que si lo hablado ya no es así, que si la Ley, que si en otros países. Ahora tengo una franquicia sorpresa de 500 euros (escrita a bolígrafo), yo que siempre contrato el seguro sin ella. Aun así me fío porque me fío, porque son griegos, por las puntuaciones en Google, porque nos miramos a la cara y lo discutimos, y porque no me queda más remedio. En Skópelos Town (Chora para los locales) hay por lo menos una decena de agencias, si preferís negociar sobre la marcha.
Y ya con vehículo recibido y aparcado, pude ver algo de la villa. No es un reducto del pasado, inmaculado y virgen, no es un paraíso sin descubrir, no es una aldea recóndita con paisanos mirando asombrados a los viajeros. Es un pueblo volcado al turismo en pleno agosto. Dicho lo cual, es mucho más tranquilo y manejable que Skiathos. La oferta de restaurantes, tavernas, cafés, es enorme aunque nunca agobiante o acosadora. Puedes tener una velada romántica en penumbra en las mesas con lámparas junto al mar. O con música en directo. Así como tiendas de souvenirs, artesanía, ropa. Almorcé en Klimataria por recomendación y cené en Alexander por encontrarlo en un recodo.
La siesta merecida que eché entre ambas comidas sólo me dejó tiempo para unos baños en las cercanas (cinco minutos al volante) playas de Stafilos y Velanio, separadas por un sendero. De guijarros soportables, mejor con escarpines, agua casi caliente para un gallego, y acondicionadas con hamacas y sombrillas. A esa hora apenas alcanzaba el sol y se iban los veraneantes, locales e italianos. Son calas mediterráneas, con pinos hasta el mar y chicharras cantando.
De las construcciones. Pues no son las típicas de las Cícladas, lo sabemos, pero sigue siendo una población preciosa, con escalinatas y callejuelas donde perderse. Mañana investigaré otras zonas.
Dos cosas. La gente. Todos los que me atendieron, aunque no fuera para vender, han sido muy amables, y, como siempre, agradecen las tres palabras que aprendiste de su idioma. Y lo más importante: hay gatos.
Voy a estar bien aquí.
Primera vista de Skópelos
Stafilos sin gente
Velanio a la sombra
El ambiente en el puerto