Nuestro destino de hoy era la ciudad de Yazd, una de las ciudades más antiguas del mundo y puerta al desierto en Irán, y donde todavía existe un considerable número de zoroástricos. Estábamos impacientes por poder contemplar las torres del silencio de los zoroástricos, sus característicos badgirs o torres de ventilación y el encanto de su parte antigua.
Ya teníamos los billetes de bus que habíamos encargado en el hotel y nos fuimos en taxi para la estación. En el hotel nos habían dicho que había 3 buses por la mañana y optamos por el que salía a las 11:30 de la mañana hacia Yazd. Había uno a ls 9 y otro a las 10, pero optamos por ese para no madrugar y desayunar tranquilamente, que para eso estábaos de vcaciones. El precio fueron 260.000 riales, el trayecto de unas 4 horas y el bus, como todos en Irán, comodísimo y con los consabidos zumos, galletas y bizcochos que en este caso no tomamos porque ya habíamos desayunado pero que fuimos guardando para nuestra futura estancia en Kerman donde no tendríamos el desayuno incluído.
Este ya era el segundo bus que cogíamos en Irán y experimentamos una de las constantes que sufrimos en el país: imaginaos que tenéis un billete que pone que el bus sale a las 11:30. Bien, no te equivoques, a las 11:30 es cuando llega el bus. Nos montamos pero no salimos y nos quedamos allí unos 30-40 minutos más mientras un empleado de la compañía vocea continuamente el destino del bus. La cosa es que con 30 minutos de retraso va llegando gente con bastante calma (se ve que todo el mundo sabe que el bus no sale a la hora ni nada que se le parezca) hasta que ya por fin arrancamos. A los 10 minutos de salir nueva parada junto a una tienda para que el de la compañía de bus se baje a comprar las galletas y zumos que luego nos darán gratuitamente, con el resultado de otros 15 minutos parados. Al final, entre una cosa y otra, un trayecto de casi 3 horas se va hasta las 4 horas. Pero bueno, nos sirvió de entrenamiento para lo que sufriríamos al final del viaje, ya os contaremos.
Según nos íbamos acercando a Yazd ya vimos como de vez en cuando aparecían pequeñas dunas y zonas arenosas en medio del paisaje rocoso y seco de la meseta iraní que ya nos anunciaban la presencia de un desierto mucho más familiar para nosotros, el de arena.
Al llegar a la estación nos dirigimos hacia la zona de los taxis donde tienen una pequeña ventanilla donde pagas el precio del taxi tras indicar el nombre de tu hotel. Un poco antes, nada más salir del edificio de la estación hay una caseta de la agencia de viajes que se encuentra junto a la mezquita del viernes donde nos dieron un plano de la ciudad con los monumentos más importantes y las principales excursiones que ofrecían.
Nuestro hotel en la ciudad era el Garden Moshir o, como se llama ahora, Moshir al Mamalek. Era el más caro del viaje pero el capricho mereció la pena puesto que se trata de un hotel precioso en un edificio que forma parte del patrimonio tradicional iraní y que cuenta con unos jardínes inmensos alrededor de los cuales se encuentran las fantásticas habitaciones, en una construcción de bajo y un piso, con techos en forma de cúpula. El conjunto forma un hotel a la altura de un 4 o 5 estrellas español con mucho encanto, con restaurantes, gimnasio, tiendas, fuentes, jardínes... y un desayuno buffet espectacular. El hotel queda en las afueras de Yazd pero en 5 minutos estás en el centro y los taxis no son caros (unos 2 euros).
Tras instalarnos en el hotel cogimos un taxi que nos dejó ante la mezquita del viernes.
Desde el primer momento Yazd nos conquistó. Ante nuestros ojos estaba una ciudad que enseguida nos pareció una de las más bonittas de Irán, fácil para moverse y con mucho encanto. La calle que desemboca en la mezquita del viernes está llena de tiendas de ropa y recuerdos para los turistas con u ambiente muy agradable. Lo primero que hicimos fue entrar en la mezquita, atravesando su imponente puerta de azulejos esmaltados y flanqueada por dos grandes minaretes en los que parece dominar el color verde-azulado.
Allí estuvimos un buen rato sacando fotos o simplemente sentándonos en un lateral a contemplar la belleza del lugar.
No dejéis de visitar, al fondo del patio, las profundas escaleras que bajan a lo que parece un pozo pero que en realidad es el final de un qanat o galería subterranea que trae agua hasta la ciudad desde las lejanas montañas.
Al salir curioseamos un poco entre las tiendas y al empezar a anochecer pudimos ver como se iluminaba la fachada de la mezquita para cambiar sus tonalidades y ver como quedaba inundada por el azul marino con un resultado bellísimo.
Cenamos en uno de los restaurantes de la calle, donde nos pedimos un plato de diferentes piezas de pollo frito, con lo que conseguimos esquivar el kebab, y tras tomarnos un heladito fuera nos dimos un paseo y nos volvimos al hotel porque nos apetecía curiosear un poco por él y disfrutar de sus grandes jardínes, antes de acostarnos.
Ya teníamos los billetes de bus que habíamos encargado en el hotel y nos fuimos en taxi para la estación. En el hotel nos habían dicho que había 3 buses por la mañana y optamos por el que salía a las 11:30 de la mañana hacia Yazd. Había uno a ls 9 y otro a las 10, pero optamos por ese para no madrugar y desayunar tranquilamente, que para eso estábaos de vcaciones. El precio fueron 260.000 riales, el trayecto de unas 4 horas y el bus, como todos en Irán, comodísimo y con los consabidos zumos, galletas y bizcochos que en este caso no tomamos porque ya habíamos desayunado pero que fuimos guardando para nuestra futura estancia en Kerman donde no tendríamos el desayuno incluído.
Este ya era el segundo bus que cogíamos en Irán y experimentamos una de las constantes que sufrimos en el país: imaginaos que tenéis un billete que pone que el bus sale a las 11:30. Bien, no te equivoques, a las 11:30 es cuando llega el bus. Nos montamos pero no salimos y nos quedamos allí unos 30-40 minutos más mientras un empleado de la compañía vocea continuamente el destino del bus. La cosa es que con 30 minutos de retraso va llegando gente con bastante calma (se ve que todo el mundo sabe que el bus no sale a la hora ni nada que se le parezca) hasta que ya por fin arrancamos. A los 10 minutos de salir nueva parada junto a una tienda para que el de la compañía de bus se baje a comprar las galletas y zumos que luego nos darán gratuitamente, con el resultado de otros 15 minutos parados. Al final, entre una cosa y otra, un trayecto de casi 3 horas se va hasta las 4 horas. Pero bueno, nos sirvió de entrenamiento para lo que sufriríamos al final del viaje, ya os contaremos.
Según nos íbamos acercando a Yazd ya vimos como de vez en cuando aparecían pequeñas dunas y zonas arenosas en medio del paisaje rocoso y seco de la meseta iraní que ya nos anunciaban la presencia de un desierto mucho más familiar para nosotros, el de arena.
Al llegar a la estación nos dirigimos hacia la zona de los taxis donde tienen una pequeña ventanilla donde pagas el precio del taxi tras indicar el nombre de tu hotel. Un poco antes, nada más salir del edificio de la estación hay una caseta de la agencia de viajes que se encuentra junto a la mezquita del viernes donde nos dieron un plano de la ciudad con los monumentos más importantes y las principales excursiones que ofrecían.
Nuestro hotel en la ciudad era el Garden Moshir o, como se llama ahora, Moshir al Mamalek. Era el más caro del viaje pero el capricho mereció la pena puesto que se trata de un hotel precioso en un edificio que forma parte del patrimonio tradicional iraní y que cuenta con unos jardínes inmensos alrededor de los cuales se encuentran las fantásticas habitaciones, en una construcción de bajo y un piso, con techos en forma de cúpula. El conjunto forma un hotel a la altura de un 4 o 5 estrellas español con mucho encanto, con restaurantes, gimnasio, tiendas, fuentes, jardínes... y un desayuno buffet espectacular. El hotel queda en las afueras de Yazd pero en 5 minutos estás en el centro y los taxis no son caros (unos 2 euros).
Tras instalarnos en el hotel cogimos un taxi que nos dejó ante la mezquita del viernes.
Desde el primer momento Yazd nos conquistó. Ante nuestros ojos estaba una ciudad que enseguida nos pareció una de las más bonittas de Irán, fácil para moverse y con mucho encanto. La calle que desemboca en la mezquita del viernes está llena de tiendas de ropa y recuerdos para los turistas con u ambiente muy agradable. Lo primero que hicimos fue entrar en la mezquita, atravesando su imponente puerta de azulejos esmaltados y flanqueada por dos grandes minaretes en los que parece dominar el color verde-azulado.
Allí estuvimos un buen rato sacando fotos o simplemente sentándonos en un lateral a contemplar la belleza del lugar.
No dejéis de visitar, al fondo del patio, las profundas escaleras que bajan a lo que parece un pozo pero que en realidad es el final de un qanat o galería subterranea que trae agua hasta la ciudad desde las lejanas montañas.
Al salir curioseamos un poco entre las tiendas y al empezar a anochecer pudimos ver como se iluminaba la fachada de la mezquita para cambiar sus tonalidades y ver como quedaba inundada por el azul marino con un resultado bellísimo.
Cenamos en uno de los restaurantes de la calle, donde nos pedimos un plato de diferentes piezas de pollo frito, con lo que conseguimos esquivar el kebab, y tras tomarnos un heladito fuera nos dimos un paseo y nos volvimos al hotel porque nos apetecía curiosear un poco por él y disfrutar de sus grandes jardínes, antes de acostarnos.