A las 9 en punto teníamos a nuestro conductor esperándonos para recogernos. Era un chico muy majo y buen conductor con el que estuvimos muy a gusto y del que quedamos muy contentos. Nuestra primera parada del día fue Meybod, que se encuentra a 1 hora de trayecto de Yazd. Allí nuestra primera visita fue el castillo de Naim, una fortaleza de la época saváfida. Eramos los únicos visitándola así que pudimos movernos por ella como en una visita privada. Rodeamos la fortaleza desde las murallas y pudimos contemplar las estupendas vistas de la ciudad de Meybod que se ven desde allí.
Tras abandonar la fortaleza nuestro conductor nos acercó hasta el caravansarai, ahora restaurado, y que contaba con su propio depósito de agua en el centro. La entrada es gratuita. Las antiguas habitaciones y establos se han habilitado ahora como tiendas de artesanía y cuenta también con un precioso restaurante en el que no nos habría importado haber comido si fuera más tarde. Nuestro conductor se vino con nosotros y nos explicó un poco sobre la historia del caravansarai y sus características.
Al salir de él, justo enfrente, se encuentra el enorme déposito de hielo que se utilizaba para almacenar el hielo que se traís desde las montañas y que se conservara hasta el verano. La entrada antes era gratuita pero ahora cobran 100.000 riales (2,5 euros). Se trata de un edificio con forma de cúpula cuyo interior consiste en una gran cavidad excavada, como si fuese un gran pozo, donde se almacenaba el hielo.
Al salir, nuestro conductor nos llevó a la parte trasera del edificio, donde se podía apreciar mejor su tamaño y ver las pequeñas escalerillas que permitían llegar por el exterior a su parte más alta.
Un poco más alejado se encuentra el último lugar que visitamos en Meybod, una torre con forma de cilindro construído para ser un palomar con capacidad para más de 20.000 palomas, cuyo interior está lleno de pequeños nichos para alojar a las palomas, que se utilizaban como carne y como fuente de fertilizante.
Se puede subir hasta el tejado del edificio y nuestro conductor nos explicó que la franja de otro color que rodea el edificio a media altura está hecha de un material diferente que hacía que las serpientes al llegar a ella no se pudieran agarrar y no pudieran seguir subiendo para llegar hasta las palomas.
Tras dejar Meybod nos dirigimos a Chak Chak, un santuario zoroastrista en medio de las montañas y donde según la leyenda se refugió una princesa tras la invasión árabe y para la cual la montaña se abrió, protegiéndola, y evitando que fuese capturada. El nombre que recibe procede del ruído que hace el agua al gotear en la gruta donde se supone que la princesa desapareció. Habíamos leído que el santuario no es nada del otro mundo y que tan solo tiene una llama ardiendo en un pequeño altar de la gruta, lo cual es cierto. El santuario no merece la pena, pero lo que sí merece mucho la pena es el lugar donde está enclavado y el camino hasta llegar a él, por una carretera en la llanura rodeada de montañas de 2.000 metros que conforman un paisaje espectacular y que le hace sentirse a uno como si estuviese en el fin del mundo, a miles de kilómetros de cualquier lugar habitado.
Nuestro conductor paró en medio de la nada para que pudiesemos sacarnos unas fotos con las montañas de fondo y cuando llegamos a Chak Chak nos encontramos con una escalera larguísima que subía la montaña hasta llegar al santuario. O sea, escalera larga y empinada + 37 grados + 2 españolitos masoquistas = 2 españolitos hechos polvo. Mientras subíamos las escaleras íbamos encontrado diferentes terrazas donde había algunas familias a la sombra descansando o comiendo. Cuando llegamos arriba nos cobraron 30.000 riales por entrar y nos encontramos con una gran puerta de bronce con dos guerreros persa grabados que da paso a la gruta donde está el altar con el fuego sagrado.
Como os decíamos el santuario no es muy llamativo en sí pero tiene unas magníficas vistas desde las diferentes terrazas del exterior de toda la llanura y de las montañas.
Cuando regresamos al coche nuestro conductor nos sorprendió sacando una enorme sandía de la que nos fue sacando trozos y una gran bolsa de palomitas y de galletas para que picasemos. Así que allí, a la sombra de un árbol hicimos un pequeño picnic junto a una pareja de polacos que iban con otro conductor.
Tras reponer fuerzas nos dirigimos a Kharanaq, un pueblo de adobe abandonado y por el que uno puede callejear y meterse en las casas. Nuestro conductor nos explicó que tras la revolución la gente abandonó el pueblo antiguo y se mudó al pueblo nuevo que se encuentra justo al lado, con casas más nuevas y, lo que es más importante, con luz y agua corriente. El pueblo antiguo quedó abandonado muchos años y se fue deteriorando aunque ahora han comenzado los trabajos de restauración puesto que se han dado cuenta de que atrae a los turistas.
Recorrimos el pueblo acompañados de nuestro conductor que nos enseñó las diferentes partes de las casas, la antigua mezquita con su estrecho minarete oscilante y nos condujo hasta una terraza de la parte trasera desde donde había unas magníficas vistas de todo el valle. Allí nos dejó para que anduviesemos a nuestro aire mientras nos esperaba en el coche.
Después de la visita, regresamos a Yazd, a donde llegamos alrededor de las 3 de la tarde. Le dijimos que nos dejase cerca de la mezquita del viernes para comer por allí y se despidió de nosotros regalándonos una caja de galletas típicas que había comprado para nosotros.
En resumen la excursión estuvo muy bien y no hubo queja. Tan solo deberían de decir que no es una excursión de un día entero como publicitan, sino de medio día (unas 6 horas) como es realmente. Si lo llegamos a saber tal vez nos habríamos planteado hacer otra de las que ofertaban y que no cogimos porque pensamos que no nos iba a sobrar tiempo. Otro detalles es que, a posteriori, habríamos cambiado el orden de las visitas y habríamos dejado Meybod para el final y así podríamos haber comido en el precioso restaurante del caravansarai.
Pero bueno, eran las 15:30 y había hambre así que comimos en uno de los restaurantes de la calle un buen kebab con una megafuente de arroz para no desacostumbrarnos, y lo completamos con un heladito en una heladería que estaba enfrente. Aprovechamos para comprar algunos regalos (pulseras y pendientes) en las tiendas cercanas donde pasamos un buen rato hablando con los niños a cargo de las tiendas. Se ve que es habitual que los padres, al mediodía, dejen las tiendas a cargo de sus hijos, mientras ellos se van a comer, con lo cual nos encontramos con unos niños que tenían más interés y curiosidad por nosotros que por vendernos algo.
Aquí fue donde nos lucimos con la idea brillante del día: ir andando a visitar los jardínes Dolat Abad, que están dentro de la lista de jardínes iraníes patrimonio de la humanidad. Haceos una idea: 4:30 de la tarde, el sol pegando pero bien y nosotros caminando por la larga calle que parte del complejo Amir Chakmaq hacia los jardínes. Claro, no había ni dios por la calle porque los iraníes son tíos inteligentes y saben que el sol pega de lo lindo, pero como somos unos turistas pringadillos dijimos “Venga, vamos andando y damos un paseo”. Cuando llegamos a los jardínes ya estabámos asfixiados y cansados, pero la cosa no acabo ahí. Los jardínes están rodeados por un gran muro y ¿por qué parte habíamos llegado nosotros? Pues sí, por la trasera, por el lugar más opuesto a la entrada de los jardines, así que tocó rodearlos hasta llegar a la puerta. Y ahí llegó la apoteosis: estaban cerrados, no sabemos por que razón , no sabemos si era porque era jueves por la tarde y al día siguiente, viernes, era festivo, pero la cosa es que nos metimos la gran caminata para nada.
Tras este fracaso y como ya no podíamos más, seguimos andando un poco hasta que dimos con una parada de taxis y ya nos fuimos para el hotel a descansar un poco.
Cuando ya estábamos en la habitación, mirando la prensa por internet nos enteramos de que se estaba produciendo el atentado yihadista en Barcelona, con lo cual estuvimos pegados a internet intentando informarnos de lo que estaba pasando. Unas horas después salimos a cenar algo en el hotel con el mal cuerpo de lo que estaba pasando en España. Ironías de la vida, nos decían que no fueramos a Irán que era peligroso, cuando es un país segurísimo... Y resulta que el atentado se produce en nuestro país. En fin, que uno nunca sabe donde está el peligro.
Con mal cuerpo todavía nos acostamos y preparamos la maleta porque al día siguiente cogíamos el bus con destino a Shiraz.
Tras abandonar la fortaleza nuestro conductor nos acercó hasta el caravansarai, ahora restaurado, y que contaba con su propio depósito de agua en el centro. La entrada es gratuita. Las antiguas habitaciones y establos se han habilitado ahora como tiendas de artesanía y cuenta también con un precioso restaurante en el que no nos habría importado haber comido si fuera más tarde. Nuestro conductor se vino con nosotros y nos explicó un poco sobre la historia del caravansarai y sus características.
Al salir de él, justo enfrente, se encuentra el enorme déposito de hielo que se utilizaba para almacenar el hielo que se traís desde las montañas y que se conservara hasta el verano. La entrada antes era gratuita pero ahora cobran 100.000 riales (2,5 euros). Se trata de un edificio con forma de cúpula cuyo interior consiste en una gran cavidad excavada, como si fuese un gran pozo, donde se almacenaba el hielo.
Al salir, nuestro conductor nos llevó a la parte trasera del edificio, donde se podía apreciar mejor su tamaño y ver las pequeñas escalerillas que permitían llegar por el exterior a su parte más alta.
Un poco más alejado se encuentra el último lugar que visitamos en Meybod, una torre con forma de cilindro construído para ser un palomar con capacidad para más de 20.000 palomas, cuyo interior está lleno de pequeños nichos para alojar a las palomas, que se utilizaban como carne y como fuente de fertilizante.
Se puede subir hasta el tejado del edificio y nuestro conductor nos explicó que la franja de otro color que rodea el edificio a media altura está hecha de un material diferente que hacía que las serpientes al llegar a ella no se pudieran agarrar y no pudieran seguir subiendo para llegar hasta las palomas.
Tras dejar Meybod nos dirigimos a Chak Chak, un santuario zoroastrista en medio de las montañas y donde según la leyenda se refugió una princesa tras la invasión árabe y para la cual la montaña se abrió, protegiéndola, y evitando que fuese capturada. El nombre que recibe procede del ruído que hace el agua al gotear en la gruta donde se supone que la princesa desapareció. Habíamos leído que el santuario no es nada del otro mundo y que tan solo tiene una llama ardiendo en un pequeño altar de la gruta, lo cual es cierto. El santuario no merece la pena, pero lo que sí merece mucho la pena es el lugar donde está enclavado y el camino hasta llegar a él, por una carretera en la llanura rodeada de montañas de 2.000 metros que conforman un paisaje espectacular y que le hace sentirse a uno como si estuviese en el fin del mundo, a miles de kilómetros de cualquier lugar habitado.
Nuestro conductor paró en medio de la nada para que pudiesemos sacarnos unas fotos con las montañas de fondo y cuando llegamos a Chak Chak nos encontramos con una escalera larguísima que subía la montaña hasta llegar al santuario. O sea, escalera larga y empinada + 37 grados + 2 españolitos masoquistas = 2 españolitos hechos polvo. Mientras subíamos las escaleras íbamos encontrado diferentes terrazas donde había algunas familias a la sombra descansando o comiendo. Cuando llegamos arriba nos cobraron 30.000 riales por entrar y nos encontramos con una gran puerta de bronce con dos guerreros persa grabados que da paso a la gruta donde está el altar con el fuego sagrado.
Como os decíamos el santuario no es muy llamativo en sí pero tiene unas magníficas vistas desde las diferentes terrazas del exterior de toda la llanura y de las montañas.
Cuando regresamos al coche nuestro conductor nos sorprendió sacando una enorme sandía de la que nos fue sacando trozos y una gran bolsa de palomitas y de galletas para que picasemos. Así que allí, a la sombra de un árbol hicimos un pequeño picnic junto a una pareja de polacos que iban con otro conductor.
Tras reponer fuerzas nos dirigimos a Kharanaq, un pueblo de adobe abandonado y por el que uno puede callejear y meterse en las casas. Nuestro conductor nos explicó que tras la revolución la gente abandonó el pueblo antiguo y se mudó al pueblo nuevo que se encuentra justo al lado, con casas más nuevas y, lo que es más importante, con luz y agua corriente. El pueblo antiguo quedó abandonado muchos años y se fue deteriorando aunque ahora han comenzado los trabajos de restauración puesto que se han dado cuenta de que atrae a los turistas.
Recorrimos el pueblo acompañados de nuestro conductor que nos enseñó las diferentes partes de las casas, la antigua mezquita con su estrecho minarete oscilante y nos condujo hasta una terraza de la parte trasera desde donde había unas magníficas vistas de todo el valle. Allí nos dejó para que anduviesemos a nuestro aire mientras nos esperaba en el coche.
Después de la visita, regresamos a Yazd, a donde llegamos alrededor de las 3 de la tarde. Le dijimos que nos dejase cerca de la mezquita del viernes para comer por allí y se despidió de nosotros regalándonos una caja de galletas típicas que había comprado para nosotros.
En resumen la excursión estuvo muy bien y no hubo queja. Tan solo deberían de decir que no es una excursión de un día entero como publicitan, sino de medio día (unas 6 horas) como es realmente. Si lo llegamos a saber tal vez nos habríamos planteado hacer otra de las que ofertaban y que no cogimos porque pensamos que no nos iba a sobrar tiempo. Otro detalles es que, a posteriori, habríamos cambiado el orden de las visitas y habríamos dejado Meybod para el final y así podríamos haber comido en el precioso restaurante del caravansarai.
Pero bueno, eran las 15:30 y había hambre así que comimos en uno de los restaurantes de la calle un buen kebab con una megafuente de arroz para no desacostumbrarnos, y lo completamos con un heladito en una heladería que estaba enfrente. Aprovechamos para comprar algunos regalos (pulseras y pendientes) en las tiendas cercanas donde pasamos un buen rato hablando con los niños a cargo de las tiendas. Se ve que es habitual que los padres, al mediodía, dejen las tiendas a cargo de sus hijos, mientras ellos se van a comer, con lo cual nos encontramos con unos niños que tenían más interés y curiosidad por nosotros que por vendernos algo.
Aquí fue donde nos lucimos con la idea brillante del día: ir andando a visitar los jardínes Dolat Abad, que están dentro de la lista de jardínes iraníes patrimonio de la humanidad. Haceos una idea: 4:30 de la tarde, el sol pegando pero bien y nosotros caminando por la larga calle que parte del complejo Amir Chakmaq hacia los jardínes. Claro, no había ni dios por la calle porque los iraníes son tíos inteligentes y saben que el sol pega de lo lindo, pero como somos unos turistas pringadillos dijimos “Venga, vamos andando y damos un paseo”. Cuando llegamos a los jardínes ya estabámos asfixiados y cansados, pero la cosa no acabo ahí. Los jardínes están rodeados por un gran muro y ¿por qué parte habíamos llegado nosotros? Pues sí, por la trasera, por el lugar más opuesto a la entrada de los jardines, así que tocó rodearlos hasta llegar a la puerta. Y ahí llegó la apoteosis: estaban cerrados, no sabemos por que razón , no sabemos si era porque era jueves por la tarde y al día siguiente, viernes, era festivo, pero la cosa es que nos metimos la gran caminata para nada.
Tras este fracaso y como ya no podíamos más, seguimos andando un poco hasta que dimos con una parada de taxis y ya nos fuimos para el hotel a descansar un poco.
Cuando ya estábamos en la habitación, mirando la prensa por internet nos enteramos de que se estaba produciendo el atentado yihadista en Barcelona, con lo cual estuvimos pegados a internet intentando informarnos de lo que estaba pasando. Unas horas después salimos a cenar algo en el hotel con el mal cuerpo de lo que estaba pasando en España. Ironías de la vida, nos decían que no fueramos a Irán que era peligroso, cuando es un país segurísimo... Y resulta que el atentado se produce en nuestro país. En fin, que uno nunca sabe donde está el peligro.
Con mal cuerpo todavía nos acostamos y preparamos la maleta porque al día siguiente cogíamos el bus con destino a Shiraz.