Hoy era el día que tanto habíamos soñado, nos esperaba Persépolis, la antigua capital de l imperio persa. Un lugar que, para unos enamorados de la historia y de las “ piedras” como nosotros, era uno de esos que teníamos marcado desde hace años. Teníamos una mezcla de impaciencia y de nerviosismo, ¿nos decepcionaría? ¿sería como nos imaginábamos? Ya quedaba poco tiempo para saberlo.
A las 9 en la puerta del hotel estaba nuestro conductor y arrancamos hacia nuestro destino. Tardamos poco más de una hora en llegar y nos bajamos en una gran explanada para aparcar los coches. Acordamos con nuestro conductor que nos recogería 4 horas después y atravesamos una zona de tiendas de recuerdos a las que les echaríamos un vistazo a la salida.
Tenéis que tener cuidado y comprar las entradas en una caseta que esta en esa zona porque vimos que había gente que no se fijó y tras andar una larga recta hasta la entrada, donde pensaban que se vendían los tickets,tuvo que desandar sus pasos por no tener la entrada.
Ya con nuestra entrada (200.000 riales-5 euros) recorrimos una larga recta que termina en la enorme plataforma sobre la que está construída Persépolis. Nos sorprendió su altura y su tamaño, verdaderamente gigantesca, levantada para hacer mucho más monumental el complejo y que las embajadas y gente que fuera hacia allí se asombrara ante el poder del rey de reyes.
Al complejo se accede a través de una pequeña habitación acristalada en la llanura, dondee controlan tu entrada y tras la que se pasa a la gran escalera por la que se sube a la plataforma.
Una vez arriba lo primero que nos encontramos fue una de las imágenes icónicas de Persépolis, la puerta de las naciones, la puerta por la que se accedía al complejo custodiada por los gigantescos lamasus, los leones alados con cabeza humana que los persas tomaron del arte asirio.
No os vamos a contar todo lo que se puede ver en Persépolis, pues hay un montón de lugares donde se detalla todo. Aquí os dejamos fotos de nuestro recorrido, con la puerta de todas las naciones, la apadana o sala de audiencias, el palacio de Darío, el palacio de Jerjes, el tesoro, el Trypilon, el harén y el museo... lo mejor es pasear y fijarse en todos los detalles de las maravillosas figuras grabadas en las paredes de los edificios. Son impresionantes, y más si pensamos que tienen más de 2400 años.
Es conveniente, sobre todo si vais en verano, llevar una gorras porque allí el sol pega de lo lindo. Cuando ya llevábamos más de dos recorriendo las ruinas hicimos una parada para tomar un zumo bien frío en un pequeño chiringuito quee hay cerca del museo. Ya un poco repuestos entramos a ver el museo, que encuentra en el antiguo harén de Jerjes, edificio que ha sido reconstruído para esa función. Hay gente que dice que no merece la pena visitarlo (cuesta 200.000 riales, lo mismo que la entrada a Persépolis, incomprensiblemente), pero aplicamos el consabido “ya que estamos aquí”. Exponen fotografías y algunas piezas del yacimiento, que a mi modo de ver no justifican la visita, aunque sí el poder ver las escenas grabadas en los dinteles de las puertas, que en el exterior solo se pueden ver desde lejos puesto que no se permite acceder a los edificios, y aquí sí se pueden ver con todo detalle.
Tras salir del museo hicimos una rápida visita conteniendo la respiiración a unos servicios medio de obra que están fuera y que creo que no ha sido limpiados nunca.
Terminamos la visita viendo las tumbas de Artajerjes II y Artajerjes III, que se encuentran excavadas en la roca de la montaña que está junto a Persépolis, que son un buen aperitivo para las famosas tumbas de Naqs e Rostam que veríamos por la tarde.
Es una buena subida hasta ellas, pero desde arriba hay una gran vista de Persépolis.
En total nos tiramos 4 horas recorriendo el complejo con calma y sacando muchísimas fotos. Con pena pero con un recuerdo que nos quedará toda la vida salimos por la Puerta de todas las naciones hacia la zona de las tiendas de recuerdos, nos compramos como es tradición un par de imanes para nuestro frigorífico y fuimos al encuetro de nuestro conductor.
En unos 40 minutos más llegamos a Pasargada, donde se encuentra la famosa tumba de Ciro. Apenas se conserva nada más del complejo palaciego que rodeaba la tumba pero no parecía que no podíamos irnos sin contemplarla. Es de una gran sencillez, una pequeña habitación sobre una plataforma escalonada, sin ornamentos, pero a nosotros nos pareció por eso mucho más majestuosa en medio de la nada.
Lo más mosqueante fue pagar de nuevo 200.000 riales y encima para llegar a otros restos que están como a unos 2 kilometros donde están los restos del palacio con unas columnas había que coger un pequeño transporte por el que te cobraban otros 100.000 euros más, por lo que renunciamos a verlas. Ya habíamos visto la tumba de Ciro y no hacía falta más.
Comimos en un restaurante cercano, en un buffet de ensalada y carne de pollo, destinado a los turistas y emprendimos la vuelta de nuevo hacia Persépolis para ver ahora las tumbas cruciformes esculpidas en la roca de Naqs e Rostam: las tumbas de Dario I, Jerjes, Artajerjes I y Dario II. Se encuentran a unos 10 km de Persépolisy tuvimos el privilegio de verlas practicamente solos (probablemente influyera el sol y los treinta y muchos grados que había).
Siglos después de la época aqueménida, la dinastía sasánida esculpió debajo de las tumbas relieves referidos a sus victorias, entre los que está el que representa el triunfo de Sapor I sobre los emperadores romanos Filipo y Valeriano, arrodillados ante su caballo.
Nos pareció un lugar mágico, un lugar donde se podía sentir la historia y mirarla cara a cara. Verdaderamente a uno se le ponía la carne de gallina viendo ese lugar que encerraba casi 600 años de la historia de Irán.
Al salir nos tomamos un refresco en un chiringuito que tiene una gran foto aérea del recinto que montó el sha en la llanura de Persépolis para celebrar los 2500 años del imperio persa y a donde invitó a dignatarios de todo el mundo, mientras oprimía a su pueblo.
Terminada la visita regresamos a Shiraz, a donde llegamos a eso de las seis y media de la tarde. El día ya no nos dió más de sí, estábamos reventados, así que un heladito, compramos algo para cenar en la habitación y a descansar de lo que había ido un día inolvidable.
A las 9 en la puerta del hotel estaba nuestro conductor y arrancamos hacia nuestro destino. Tardamos poco más de una hora en llegar y nos bajamos en una gran explanada para aparcar los coches. Acordamos con nuestro conductor que nos recogería 4 horas después y atravesamos una zona de tiendas de recuerdos a las que les echaríamos un vistazo a la salida.
Tenéis que tener cuidado y comprar las entradas en una caseta que esta en esa zona porque vimos que había gente que no se fijó y tras andar una larga recta hasta la entrada, donde pensaban que se vendían los tickets,tuvo que desandar sus pasos por no tener la entrada.
Ya con nuestra entrada (200.000 riales-5 euros) recorrimos una larga recta que termina en la enorme plataforma sobre la que está construída Persépolis. Nos sorprendió su altura y su tamaño, verdaderamente gigantesca, levantada para hacer mucho más monumental el complejo y que las embajadas y gente que fuera hacia allí se asombrara ante el poder del rey de reyes.
Al complejo se accede a través de una pequeña habitación acristalada en la llanura, dondee controlan tu entrada y tras la que se pasa a la gran escalera por la que se sube a la plataforma.
Una vez arriba lo primero que nos encontramos fue una de las imágenes icónicas de Persépolis, la puerta de las naciones, la puerta por la que se accedía al complejo custodiada por los gigantescos lamasus, los leones alados con cabeza humana que los persas tomaron del arte asirio.
No os vamos a contar todo lo que se puede ver en Persépolis, pues hay un montón de lugares donde se detalla todo. Aquí os dejamos fotos de nuestro recorrido, con la puerta de todas las naciones, la apadana o sala de audiencias, el palacio de Darío, el palacio de Jerjes, el tesoro, el Trypilon, el harén y el museo... lo mejor es pasear y fijarse en todos los detalles de las maravillosas figuras grabadas en las paredes de los edificios. Son impresionantes, y más si pensamos que tienen más de 2400 años.
Es conveniente, sobre todo si vais en verano, llevar una gorras porque allí el sol pega de lo lindo. Cuando ya llevábamos más de dos recorriendo las ruinas hicimos una parada para tomar un zumo bien frío en un pequeño chiringuito quee hay cerca del museo. Ya un poco repuestos entramos a ver el museo, que encuentra en el antiguo harén de Jerjes, edificio que ha sido reconstruído para esa función. Hay gente que dice que no merece la pena visitarlo (cuesta 200.000 riales, lo mismo que la entrada a Persépolis, incomprensiblemente), pero aplicamos el consabido “ya que estamos aquí”. Exponen fotografías y algunas piezas del yacimiento, que a mi modo de ver no justifican la visita, aunque sí el poder ver las escenas grabadas en los dinteles de las puertas, que en el exterior solo se pueden ver desde lejos puesto que no se permite acceder a los edificios, y aquí sí se pueden ver con todo detalle.
Tras salir del museo hicimos una rápida visita conteniendo la respiiración a unos servicios medio de obra que están fuera y que creo que no ha sido limpiados nunca.
Terminamos la visita viendo las tumbas de Artajerjes II y Artajerjes III, que se encuentran excavadas en la roca de la montaña que está junto a Persépolis, que son un buen aperitivo para las famosas tumbas de Naqs e Rostam que veríamos por la tarde.
Es una buena subida hasta ellas, pero desde arriba hay una gran vista de Persépolis.
En total nos tiramos 4 horas recorriendo el complejo con calma y sacando muchísimas fotos. Con pena pero con un recuerdo que nos quedará toda la vida salimos por la Puerta de todas las naciones hacia la zona de las tiendas de recuerdos, nos compramos como es tradición un par de imanes para nuestro frigorífico y fuimos al encuetro de nuestro conductor.
En unos 40 minutos más llegamos a Pasargada, donde se encuentra la famosa tumba de Ciro. Apenas se conserva nada más del complejo palaciego que rodeaba la tumba pero no parecía que no podíamos irnos sin contemplarla. Es de una gran sencillez, una pequeña habitación sobre una plataforma escalonada, sin ornamentos, pero a nosotros nos pareció por eso mucho más majestuosa en medio de la nada.
Lo más mosqueante fue pagar de nuevo 200.000 riales y encima para llegar a otros restos que están como a unos 2 kilometros donde están los restos del palacio con unas columnas había que coger un pequeño transporte por el que te cobraban otros 100.000 euros más, por lo que renunciamos a verlas. Ya habíamos visto la tumba de Ciro y no hacía falta más.
Comimos en un restaurante cercano, en un buffet de ensalada y carne de pollo, destinado a los turistas y emprendimos la vuelta de nuevo hacia Persépolis para ver ahora las tumbas cruciformes esculpidas en la roca de Naqs e Rostam: las tumbas de Dario I, Jerjes, Artajerjes I y Dario II. Se encuentran a unos 10 km de Persépolisy tuvimos el privilegio de verlas practicamente solos (probablemente influyera el sol y los treinta y muchos grados que había).
Siglos después de la época aqueménida, la dinastía sasánida esculpió debajo de las tumbas relieves referidos a sus victorias, entre los que está el que representa el triunfo de Sapor I sobre los emperadores romanos Filipo y Valeriano, arrodillados ante su caballo.
Nos pareció un lugar mágico, un lugar donde se podía sentir la historia y mirarla cara a cara. Verdaderamente a uno se le ponía la carne de gallina viendo ese lugar que encerraba casi 600 años de la historia de Irán.
Al salir nos tomamos un refresco en un chiringuito que tiene una gran foto aérea del recinto que montó el sha en la llanura de Persépolis para celebrar los 2500 años del imperio persa y a donde invitó a dignatarios de todo el mundo, mientras oprimía a su pueblo.
Terminada la visita regresamos a Shiraz, a donde llegamos a eso de las seis y media de la tarde. El día ya no nos dió más de sí, estábamos reventados, así que un heladito, compramos algo para cenar en la habitación y a descansar de lo que había ido un día inolvidable.