Aunque el día se presentaba bastante anodino, no por ello iba a dejar de tener sus emociones. Teníamos solicitado un taxi para las 7:00 de la mañana, pero nuestra patrona nos había recomendado que estuviésemos esperando en el portal 10’ antes, ya que los taxistas suelen adelantarse algo.
Por una estupenda autopista de cuatro carriles, volamos más que corrimos, hasta el aeropuerto de Ezeiza. A pesar de que estaba apalabrado en 620 pesos, al final tuvimos que pagar 50 pesos más. Encontramos la fila de facturación en marcha, por lo que en pocos minutos nos vimos liberados de las maletas.
Aunque tuvimos que trasladarnos hasta la terminal A, nos acercamos hasta el mostrador de Aerolíneas Argentinas, con intención de que nos facilitasen una tabla de vuelos entre las diferentes ciudades del país. No hubo suerte, pues lo único que conseguimos es que nos remitiesen a consultar en internet y, en el caso de no disponer,-como es el nuestro-, nos remitieron a un locutorio.
Llegan las horas del primer vuelo. Puntual, tranquilo, cómodo. Aunque el espacio entre asientos es miserable, aunque no hay por dónde meter las piernas, lo que cuenta es lo anterior. Cuando nos faltaba menos de media hora para llegar a Santiago, a nuestra derecha, sobrevolando las nubes, más alto que la propia aeronave, majestuoso, solemne, esplendoroso, a través de las cabezas de nuestros compañeros de asiento, a través de la mínima ventanilla, su alteza el Aconcagua.
Aterrizaje perfecto. Pasamos a la zona internacional de tránsito. Hacemos tiempo mientras comemos algo, y antes de las 2:30 nos aproximamos a la puerta de embarque. Nuevo vuelo, éste algo más extenso, 3:30 horas, nos traslada hasta Lima.
Nuevamente debemos decir que tanto el vuelo, como el aterrizaje, sin contratiempos. Estamos obligados a efectuar el pertinente control de inmigración, recogemos los equipajes y salimos de la terminal en busca de nuestro taxista.
Cuando aparece Winston, nos va a llevar hacia el apartamento, pero no lo hace directamente. Nos quiere enseñar la zona de las playas. Son 22 km. hasta el apartamento y él va a hacer el recorrido por la orillas de las playas. El tráfico es horrible. Cinco carriles de autovía, detenidos. No es de extrañar en una ciudad de trece millones de habitantes y, en una hora punta. le pagamos 70 soles y él nos prestó una tarjeta para el Metropolitano.
Una vez instalados en el apartamento, piso 15, salimos a realizar algo de compra a un supermercado cercano de la marca Metro. De regreso, nos paramos en un restaurante llamado Rocky.
Al final de día y, como chiste fácil, diremos que hemos desayunado en la capital de Argentina. Que hemos comido en la de Chile. Cenado en la de Perú.