Tras el desayuno, cargado el coche, partimos para la Zona Arqueológica de Neápolis. Era domingo y el primero de cada mes la entrada es gratis. Aparcamos (de pago) enfrente de la zona de taquillas y de pequeños restaurantes y algunas tiendas. Aunque no había que pagar teníamos que sacar entrada. Pese a que solo eran las nueve y media había bastante gente, sobre todo grupos que probablemente querían aprovechar también la gratuidad. Y como no, el calor era de campeonato pese a la hora temprana.
Neápolis era la extensión de la Siracusa marítima y parece mentira lo poco que queda de lo que fue una ciudad que llegó a tener entre los siglo 4 y 5 a.C. hasta tres cientos mil habitantes. El orador Cicerón, en su visita a Siracusa, la definió como "la mayor ciudad griega y la más hermosa de todas ellas"
Lo primero que se encuentra tras entrar, es el anfiteatro, que es de época romana, que solo se puede ver desde arriba.
Luego hay una bifurcación a elegir entre el teatro y la zona de la Latomía (Cantera) del Paraíso. Nosotros elegimos el teatro que es impresionante, que a diferencia de otros que habíamos visto, es todo excavado en la roca aprovechando la inclinación de la colina Temenite. Enorme, con sus originales 42 filas de asientos. También podía imaginarse aquí representándose la tragedia de Esquilo “Los Persas” o a Platón explicando su “República” (como se ve tengo mucha imaginación). En su época tampoco faltaba la vista panorámica esta vez al mar, pero hoy tapada por un parque que lo rodea.
En la parte de arriba está la llamada cueva de Ninfeo, fuente alimentada por el acueducto Galermi construido alrededor del año 480 a. C., que trae las aguas del río Anapo desde la antigua ciudad de Pantalica.
El frescor del agua y la sombra de la gruta nos hizo estar un buen rato descansando del sol de justicia que nos acompañaba.
Después regresamos hacia donde estaba la bifurcación para tomar la ruta de la Latomía. Afortunadamente esta parte está en unos jardines por lo que llegar hasta ella no se hizo tan pesado como podría pensarse por el calor. Desde la distancia se divisa la abertura que tiene una forma característica y una gran acústica de tal manera que el Tirano Dionisio la usó de prisión y podía oir fácilmente lo que los presos tramaban. Debido a esto el pintor Caravaggio, que llegó a estar por estos pagos después de su expulsión de Malta, la llamó “il Orecchio Di Dionisio” (la oreja de Dionisio). Ya se ve que yo no soy solo el que tiene imaginación.
Realmente se oían los ecos de todos los que estábamos allí, especialmente los chiquillos que disfrutaban pegando gritos. La altura es, dicen, de 23 metros y su profundidad de 65 m. No importaba el ruido pues allí se estaba bien fresquito.
Finalizada la visita, a eso de las once, decidimos pegar el tirón hacia Catania, con la incertidumbre si podríamos entrar en la habitación del hotel pues el check-in era a partir de las dos. Cogimos pues la autopista, que aunque tiene en el trayecto algunas cabinas de pago cerradas, es gratuita en esta parte. Al acercarse a Catania era difícil percibir el Etna entre la cortina que producía el “sirocco” o “scirocco” y que nos tenía a todos sufriendo estas altas temperaturas. No teníamos muchas esperanzas en este aspecto pues Catania suele sufrir en verano las más altas temperaturas de Sicilia junto a Agrigento. Llegamos finalmente al Villa Romeo, muy cercano a la estación de trenes. Hace esquina con el espléndido Paseo 6 de Abril. Enfrente en medio del paseo hay una enorme fuente que representa el rapto de Perséfone por Hades. Aunque es de principios del siglo pasado recuerda sin tapujos, la representación que del mismo hecho hizo Bernini y que se encuentra en la Galería Borghese de Roma, pero sin llegar a su maravillosa perfección. La elección del mito que representa no es casual porque está muy ligado a la isla.
Perdonad que me pare un poco y lo cuente: Parece ser que Perséfone (Proserpina para los romanos), de gran belleza, estaba descansando y recogiendo flores en el Lago Pergusa cerca de Enna, en el centro de Sicilia, donde residía su madre, Démeter (la Ceres romana, diosa de la agricultura y fertilidad, que dio nombre a los cereales). Afrodita (Venus), para divertirse (¡Menuda gracia tenía la diosa...!), pidió a su hijo Eros (Cupido) que disparase una flecha a Hades (Plutón), dios del inframundo. Enamorado, Hades, no se le ocurrió otra cosa (parece que de ligar no sabía mucho) que salir del Etna montado en cuatro caballos negros y secuestrar a Perséfone. Pero eso sí, muy educado él, la hizo su esposa. Y se la llevó a sus posesiones (como se ve la Mitología presenta a ejemplos de que la violencia de género es muy antigua).
Démeter, estaba preocupada por la desaparición de su única hija y se lo tomó muy mal y dejó de producir frutas y verduras, y empezó a vagar por toda Sicilia buscándola. En su peregrinación perdió su hoz en Trapani (de dónde surgieron sus salinas), y Sicilia entera estaba quedándose convertida en un desierto. Entonces Zeus (Júpiter), padre de Perséfone y hermano de Hades (entre dioses todo queda en familia), y que en principio no le había parecido mal el casorio, mandó a Hermes (Mercurio) para que mediara en el asunto. Y obligaron a Hades a un acuerdo en que su mujer estuviera con él seis meses del año y otros seis meses con su madre (¡Ay, las suegras…!). Eso sí, Hades, antes dio de comer seis pepitas de granada a Perséfone para asegurar su fidelidad, pues si comías algo en el Inframundo tenías que regresar a él. Y así se explican las estaciones del año, cuando la madre está con su hija corresponde a la Primavera y el Verano, la diosa de la agricultura está contenta, todo florece y crecen los cultivos y los otros seis meses (uno por cada semilla que comió) son el Otoño y el Invierno cuando está sin su hija, todo se marchita. ¿No les gusta?
Bueno, retomemos el relato. Llegamos al hotel y afortunadamente no hubo problemas para entrar en las habitaciones pese a la hora. Vaciamos y dejamos el coche en el garaje del hotel, reservado previamente, pues no es muy grande y exactamente como en Taormina tuvimos que dejar las llaves en recepción.
El aspecto por fuera del Hotel Villa Romeo no tiene nada que ver con su interior, con su aspecto antiguo y elegante como ya comentamos en el hotel de Taormina. En este caso recordaba los camarotes de primera del Titanic. Y nos dispusimos ir a comer, por lo que nos echamos en brazos de la canícula de Catania.
Si hay una ciudad que puede decir que ha renacido de sus cenizas esa es Catania. Fue destruida por las erupciones del Etna ya en época romana varias veces, pero en el siglo 17, en 1669 una gran erupción llegó a la ciudad y por si fuera poco, el gran terremoto de 1693, del que ya hemos hablado la volvió a destruir. Es evidente que estos antecedentes tienen que influir en el carácter de sus habitantes que aprovecharon la piedra negra volcánica para reconstruir sus edificios lo que le da ese aspecto tan característico y convertirla en la pujante segunda población de Sicilia.
Así tomamos rumbo al centro caminando por Via Antonino de Sangiuliano, larga y recta. Domingo, mediodía y con todo el calor del mundo éramos dueños de la calle, todo estaba cerrado. En la plazuela de Antonino Galdolfo nos encontramos una fuente que tenía el agua fresca ¡Maravilla! Por lo que pudimos saciar nuestra sed, seguimos hasta doblar en un callejón llamado Vía Casa de Mutilato y nos encontramos con la Piazza Vicenzo Bellini donde está en Teatro Bellini,
dedicado al insigne compositor operístico nacido en Catania y enterrado en la catedral, autor de la ópera “Norma” y su no menos famosa aria “Casta Diva” que podemos oír aquí cantada por la maravillosa Maria Callas.
Abandonamos la Plaza y volvimos a la calle inicial subiendo unas aceras en escalera hasta que nos encontramos con la calle Crociferi que tomamos. En esta calle es donde hay en pocos metros cuatro iglesias: San Giuliano, San Francisco de Borja, San Benedetto y San Francisco de Asís (algunas de ellas con la fachada en restauración). Muy cerca de esta última están el museo Belliniano, los restos romanos (un teatro y un odeón) y la casa natal de Giovanni Verga, nacido y muerto aquí. Escritor famoso, sobre todo por su relato que dio origen a la ópera “Cavalleria Rusticana” que se desarrolla en la Sicilia del siglo 19, con música de Pietro Mascagni, cuyo maravilloso Intermezzo sirvió de banda sonora de la escena final de “El Padrino III” que ya mencionamos cuando vimos el Teatro Massimo en Palermo. Si vuelven a ese día podrán oirlo.
Doblamos por la Via Vittorio Emanuele (no podía faltar) y desembocamos en la Piazza Duomo. ¡Cielos que visión ésta!
Esta plaza es una de las visiones que quedan en la memoria después de contemplarla;el Duomo, dedicado a la patrona Santa Agueda (Ágata en italiano) reconstruida tras el terremoto, por tanto al estilo barroco, a la derecha está el Palazzo dei Chierichi (Palacio de los Crérigos) con ese color negruzco característico de la piedra lávica, a su izquierda se ve la cúpula blanca de la Badia (Abadía) di Sant´Agata y a la izquierda la “Fontana dell´Elefante” y detrás el “Palazzo dell´Elefante”, que es el Ayuntamiento que en la foto solo se ve un poco. Fuera de la foto, en la misma plaza a un lado del Palacio de los Clérigos está la “Fontana dell´Amanano”, llamada así por alimentarla el río Amenano que desemboca en el golfo de Catania pero que hoy en día es prácticamente subterráneo cubierto por la erupción del Etna de 1669.
El elefante de piedra de lava, de época romana que sostiene un pequeño obelisco es el “u Liotru”, que es como lo llaman los cataneses, evocando un monumento parecido que hay en la Piazza della Minerva, junto al Panteón, en Roma, con algunas diferencias: en el caso de Roma el elefante, de Bernini, es de mármol blanco y el obelisco es realmente egipcio y en Catania además, está sobre una fuente.
Según cuentan, en el siglo octavo había un nigromante, de nombre Heliodoro, que era capaz de darle vida al elefante y cabalgar sobre él. El nombre deformado del mago terminó por servir para llamar al elefante. Por otro lado parece que en época prehistórica hubo elefantes enanos en la isla como parece deducirse por elefantes encontrados y hoy expuestos en el Museo Arqueológico de Siracusa. Sea por lo que sea hoy es el símbolo de Catania.
En cuanto a la patrona de la ciudad, Santa Ágata, fue una mártir de le época romana nacida en la ciudad y a la que su velo salvó a la ciudad de un río de lava. En los primeros días de febrero es cuando sale en procesión y se venden unos dulces llamados “minni di Sant´Agata” con forma de senos de mujer con una cereza en lo alto para “recordar” el cruel martirio de la Santa, a la que fue privada de ellos.
Tras maravillarnos con el conjunto nos propusimos comer y para que íbamos a movernos de allí. Así nos sentamos en la terraza del Caffé del Duomo. Se notaba que era domingo y mediodía de un caluroso día pues a mi parecer la mayoría éramos forasteros y no tuvimos ni que esperar para encontrar mesa. Yo pedí unos “penne alla boscaiola” riquísimos y nuestra correspondiente “birra Moretti” grande. Comimos perfectamente con un servicio “a la siciliana” magnífico. Quiero decir con esto que los camareros en todos los sitios que estuvimos nos parecieron de una gran amabilidad y eficiencia.
Tras esto nos metimos por la Via Etnea (la larga y comercial calle de Catania), la Piazza dell´Universitá, también magnífica, vimos la Basilica della Collegiata, de barroco siciliano hasta volver a la Piazza Vicenzo Bellini pues habíamos visto allí una gelatería, la Comis Ice Café. No sabemos porque no nos dejaron pedir si no nos sentábamos en la pequeña terraza que posee (quizás para poder cobrar más), pero lo cierto que en la terraza hacía un calor terrorífico y era casi imposible disfrutar del helado, así que pagamos y salimos rápido. Nos metimos ahora por el Via degli Invalidi di Guerra (paralela a esta es la de los “Mutilato” de antes. ¡Hay que ver que nombres…!) retomamos la Via Antonino de Sangiuliano, que seguía solitaria, si no más hasta desembocar en la avenida del hotel. Cuando traspasamos su umbral su fresco interior nos pareció delicioso y nos dispusimos a disfrutar de él hasta la tarde.
A eso de las siete volvimos a repetir el mismo recorrido y aquello parecía otra ciudad, los restaurantes abiertos, las tiendas con mucha gente paseando, las terrazas concurridas. Tras el calor la gente se dedicaba a hacer lo que llaman “passeggiata” (el paseo). La iluminación de los monumentos es espectacular. Por un callejón pegado al Duomo se atraviesa un arco que forma la Puerta Uzeda que une la Catedral con el Palacio de los Clérigos, que es también Museo Diocesano y unos metros más allá se atraviesa la llamada Puerta de Carlos V por ser la única de las antiguas murallas construidas en ese periodo y que durante la erupción de 1669 fue cerrada para interrumpir el camino de la lava. Cruzada la misma se llega a la Vía Cardenal Dusmet que da a un pequeño parque llamado Villa Pacini en ese momento muy concurrido con gente buscando el frescor del verde. Por allí hay numerosos quioscos de bebidas y comidas rápidas. Pasado el parque nos encontramos con el puerto.
Nos compramos unos arancini para cenar. Uno es una “bomba” alimenticia suficiente y regresamos para el hotel ahora disfrutando de la animación callejera del domingo por la tarde. ¡Vaya cambio, como el día y la noche (nunca mejor dicho)! Y a descansar.