12 de septiembre 2010
Partimos rumbo a Poli después de desayunar en un café típicamente africano en el que sólo sirven guiso de carne, pan y café. Es domingo y está hasta los topes. Paramos a comprar algo de fruta y provisiones para el trekking por los Alantikas en el mercado de Ngaounderé, agua, alguna conserva de atún y pan. De camino pasamos por el pueblo de Dang a visitar su mercado, pero tuvimos problemas con un par de tipos que se decían policías, y pretendían sacar algún dinero extra haciéndonos pagar un supuesto permiso de fotografía. Abdul se enfadó muchísimo y casi llegan a las manos, así que optamos por marcharnos ante la atónita mirada de los mercaderes.
A partir del pueblo de Gouna nos despedimos del asfalto y tomamos la pista hacia Poli que sale a mano derecha. Comienzan a verse poblados con las chozas redondeadas construidas de adobe y el techo de paja, es el territorio de la etnia dupá. Los tejados de los dupá se diferencian por ser redondeados y abombados, a diferencia de los de los mafa que los construyen terminados en pico inclinado ligeramente a la derecha.
Poblado Mafa ,en Flickr
Poblado Mafa , en Flickr
Esta es la manera que tienen para comunicar a los suyos que ahí vive alguien de su misma etnia y serán bien recibidos. El paisaje es espectacular, un verdor que sólo lo he visto en esta tierra lo inunda todo. De pronto los poblados desaparecen para dejar paso a la reserva de Faro que inexplicablemente se puede atravesar sin más, con el único trámite de enseñar los pasaportes a los gendarmes del puesto policial de Voko. El río Faro, afluente de Benoué da nombre a este parque en el que todavía es posible ver algún antílope, búfalo o león aunque la fauna del lugar ha sido diezmada por los cazadores furtivos nigerianos. Comienza a llover y el agua nos obliga a intentar descubrir a los animales a través del vaho del cristal, el lugar es absolutamente salvaje.
El paisaje cambia, ante nosotros se alza la cadena montañosa que enlaza los montes Ginga, Poli, Mango y Alantika. Nos adentramos en territorio Dowayo, pueblo que sigue practicando sus ancestrales ritos animistas, a pesar de las recientes influencias del cristianismo. Conjuntos de chozas que no llegan a formar un pueblo compacto se suceden a lo largo de la pista. Muchas de ellas tienen agujas clavadas en el techo, método que utilizan para mantener alejados a los malos espíritus que atacan a los niños. Otra forma que utilizan para protegerse contra los demonios es la de abandonar la casa si algo malo sucede en ella, motivo por el cual vemos muchas chozas medio derruidas. Entre los pueblos animistas cinco personas tienen especial influencia en la tribu, el jefe del poblado, el jefe religioso, el jefe herrero, el brujo y la comadrona. Unas nubes amenazadoras permanecen ancladas en lo alto de la montaña, no puedo evitar recordar un pasaje del famoso libro de Nigel Barley “ el antropólogo inocente” en el que habla del brujo de la lluvia, sin duda este debe ser su hogar.
Panorámica tierra Dowayo. , en flick
Llegamos a Poli, capital del departamento de Faro, que no es más que un conjunto de casas dispuestas alrededor de un espacio abierto a modo de plaza, en el que varias mujeres Peul han dispuesto sus puestos de leche y yogur, a la sombra de un gran árbol. Nos hospedamos en el único albergue disponible en el pueblo, que contra todo pronóstico dispone de aire acondicionado, el único lujo con el que cuenta la habitación. Además una especie de ducha-wc con cubos de agua hace de baño. Después de comer parte de las reservas de atún de que disponíamos, puesto que es domingo y los dos restaurantes del pueblo están cerrados, nos vamos a visitar alguno de los campamentos Mbororo nómadas que hay a lo largo de la pista que une Poli con Fignolé.
Veinte minutos después de pista infernal desde Poli, dejamos el coche y nos adentramos caminando en la brousse, como dicen por aquí, para denominar extensiones cubiertas de hierba y vegetación impenetrable. Alrededor de una hora después llegamos al primer campamento, formado por varias chozas en forma de iglú, en un claro en medio de un sembrado de maíz que cultivan los Dowayo.
Niñas , en Flickr
A los Mbororo o Peul nómadas, no les gusta trabajar la tierra, se limitan a pagar tributos a los propietarios de la tierra donde pastan sus animales y vender sus productos lácteos en el mercado. Permanecen en este lugar durante la estación lluviosa, abandonándolo después a la búsqueda de pastos para su ganado. El entorno es idílico, un valle rodeado de montañas de un verde espectacular.
Vista desde los poblados nómadas Mbororo , en Flickr
Los Mbororo nómadas siguen practicando todavía hoy la escarificación en rostro, brazos y torso como símbolo de belleza y pertenencia a un clan concreto. Hacen pequeños cortes en la piel con una cuchilla y aplican pigmentos en la herida para crear distintos diseños dependiendo del clan al que pertenecen. Estos diseños coinciden con los que realizan en las calabazas pirografiadas que utilizan como recipiente para todo. Al igual que sus parientes sedentarios de Manengouba destacan por su belleza y el cuidado que ponen en su aspecto físico. No suelen mezclarse con otras razas para no perder su pureza de sangre y sus inconfundibles características físicas.
Joven madre , en Flickr
Mujer , en Flickr
Niña Mbororo , en Flickr
Niña Mbororo , en Flickr
Apenas vimos hombres en los distintos campamentos que visitamos, estos se encargan del cuidado del rebaño, saliendo temprano con su arco y regresando al anochecer. Las mujeres se quedan en la casa cuidando de los pequeños, haciendo la comida y tejiendo. Además se encargan de ordeñar las vacas, preparar el queso y el yogur y venderlos en los distintos mercados semanales.
Labores , en Flickr
Tamizando el maiz , en Flickr
Cocinando , en Flickr
Hora de comer... , en Flickr
Llama la atención la limpieza que rodea las distintas chozas, el suelo de tierra se barre diariamente dando un aspecto impoluto al campamento. Una vez pasado el primer momento de timidez se acercan para ser retratadas por nuestras cámaras, así que aprovechamos hasta que la falta de luz nos recuerda que aún tenemos que volver caminando hasta el coche.
Poblado Mbororo , en Flickr
Mujer Mbororo , en Flickr
Joven , en Flickr
Nos despedimos y llegamos a Poli con el tiempo justo para una ducha antes de cenar. Tomamos una tortilla, único plato en el menú, en una improvisada mesa en la calle, a la luz de una vela, rodeados por los vecinos de Poli, que no suelen ver muchos turistas por aquí, toda una experiencia. El pueblo está muy animado por la noche, grupos de gente reunida en la calle alrededor de alguna bombilla alimentada por generador, nos miran con curiosidad. Dimos varias vueltas en busca de algún sitio donde tomar un refresco, pero finalmente nos dimos por vencidos y regresamos al albergue. Montones de ranas, de un tamaño considerable, perfectamente camufladas entre las piedras que lo rodean, saltan ante nuestros pies . Después del susto del primer momento, avanzamos con cuidado hasta nuestra habitación. Colocamos la mosquitera, aunque no parece ser muy necesaria, y nos metemos en nuestros sacos, puesto que el estado de las sábanas no ofrece demasiada confianza.
Partimos rumbo a Poli después de desayunar en un café típicamente africano en el que sólo sirven guiso de carne, pan y café. Es domingo y está hasta los topes. Paramos a comprar algo de fruta y provisiones para el trekking por los Alantikas en el mercado de Ngaounderé, agua, alguna conserva de atún y pan. De camino pasamos por el pueblo de Dang a visitar su mercado, pero tuvimos problemas con un par de tipos que se decían policías, y pretendían sacar algún dinero extra haciéndonos pagar un supuesto permiso de fotografía. Abdul se enfadó muchísimo y casi llegan a las manos, así que optamos por marcharnos ante la atónita mirada de los mercaderes.
A partir del pueblo de Gouna nos despedimos del asfalto y tomamos la pista hacia Poli que sale a mano derecha. Comienzan a verse poblados con las chozas redondeadas construidas de adobe y el techo de paja, es el territorio de la etnia dupá. Los tejados de los dupá se diferencian por ser redondeados y abombados, a diferencia de los de los mafa que los construyen terminados en pico inclinado ligeramente a la derecha.
Poblado Mafa ,en Flickr
Poblado Mafa , en Flickr
Esta es la manera que tienen para comunicar a los suyos que ahí vive alguien de su misma etnia y serán bien recibidos. El paisaje es espectacular, un verdor que sólo lo he visto en esta tierra lo inunda todo. De pronto los poblados desaparecen para dejar paso a la reserva de Faro que inexplicablemente se puede atravesar sin más, con el único trámite de enseñar los pasaportes a los gendarmes del puesto policial de Voko. El río Faro, afluente de Benoué da nombre a este parque en el que todavía es posible ver algún antílope, búfalo o león aunque la fauna del lugar ha sido diezmada por los cazadores furtivos nigerianos. Comienza a llover y el agua nos obliga a intentar descubrir a los animales a través del vaho del cristal, el lugar es absolutamente salvaje.
El paisaje cambia, ante nosotros se alza la cadena montañosa que enlaza los montes Ginga, Poli, Mango y Alantika. Nos adentramos en territorio Dowayo, pueblo que sigue practicando sus ancestrales ritos animistas, a pesar de las recientes influencias del cristianismo. Conjuntos de chozas que no llegan a formar un pueblo compacto se suceden a lo largo de la pista. Muchas de ellas tienen agujas clavadas en el techo, método que utilizan para mantener alejados a los malos espíritus que atacan a los niños. Otra forma que utilizan para protegerse contra los demonios es la de abandonar la casa si algo malo sucede en ella, motivo por el cual vemos muchas chozas medio derruidas. Entre los pueblos animistas cinco personas tienen especial influencia en la tribu, el jefe del poblado, el jefe religioso, el jefe herrero, el brujo y la comadrona. Unas nubes amenazadoras permanecen ancladas en lo alto de la montaña, no puedo evitar recordar un pasaje del famoso libro de Nigel Barley “ el antropólogo inocente” en el que habla del brujo de la lluvia, sin duda este debe ser su hogar.
Panorámica tierra Dowayo. , en flick
Llegamos a Poli, capital del departamento de Faro, que no es más que un conjunto de casas dispuestas alrededor de un espacio abierto a modo de plaza, en el que varias mujeres Peul han dispuesto sus puestos de leche y yogur, a la sombra de un gran árbol. Nos hospedamos en el único albergue disponible en el pueblo, que contra todo pronóstico dispone de aire acondicionado, el único lujo con el que cuenta la habitación. Además una especie de ducha-wc con cubos de agua hace de baño. Después de comer parte de las reservas de atún de que disponíamos, puesto que es domingo y los dos restaurantes del pueblo están cerrados, nos vamos a visitar alguno de los campamentos Mbororo nómadas que hay a lo largo de la pista que une Poli con Fignolé.
Veinte minutos después de pista infernal desde Poli, dejamos el coche y nos adentramos caminando en la brousse, como dicen por aquí, para denominar extensiones cubiertas de hierba y vegetación impenetrable. Alrededor de una hora después llegamos al primer campamento, formado por varias chozas en forma de iglú, en un claro en medio de un sembrado de maíz que cultivan los Dowayo.
Niñas , en Flickr
A los Mbororo o Peul nómadas, no les gusta trabajar la tierra, se limitan a pagar tributos a los propietarios de la tierra donde pastan sus animales y vender sus productos lácteos en el mercado. Permanecen en este lugar durante la estación lluviosa, abandonándolo después a la búsqueda de pastos para su ganado. El entorno es idílico, un valle rodeado de montañas de un verde espectacular.
Vista desde los poblados nómadas Mbororo , en Flickr
Los Mbororo nómadas siguen practicando todavía hoy la escarificación en rostro, brazos y torso como símbolo de belleza y pertenencia a un clan concreto. Hacen pequeños cortes en la piel con una cuchilla y aplican pigmentos en la herida para crear distintos diseños dependiendo del clan al que pertenecen. Estos diseños coinciden con los que realizan en las calabazas pirografiadas que utilizan como recipiente para todo. Al igual que sus parientes sedentarios de Manengouba destacan por su belleza y el cuidado que ponen en su aspecto físico. No suelen mezclarse con otras razas para no perder su pureza de sangre y sus inconfundibles características físicas.
Joven madre , en Flickr
Mujer , en Flickr
Niña Mbororo , en Flickr
Niña Mbororo , en Flickr
Apenas vimos hombres en los distintos campamentos que visitamos, estos se encargan del cuidado del rebaño, saliendo temprano con su arco y regresando al anochecer. Las mujeres se quedan en la casa cuidando de los pequeños, haciendo la comida y tejiendo. Además se encargan de ordeñar las vacas, preparar el queso y el yogur y venderlos en los distintos mercados semanales.
Labores , en Flickr
Tamizando el maiz , en Flickr
Cocinando , en Flickr
Hora de comer... , en Flickr
Llama la atención la limpieza que rodea las distintas chozas, el suelo de tierra se barre diariamente dando un aspecto impoluto al campamento. Una vez pasado el primer momento de timidez se acercan para ser retratadas por nuestras cámaras, así que aprovechamos hasta que la falta de luz nos recuerda que aún tenemos que volver caminando hasta el coche.
Poblado Mbororo , en Flickr
Mujer Mbororo , en Flickr
Joven , en Flickr
Nos despedimos y llegamos a Poli con el tiempo justo para una ducha antes de cenar. Tomamos una tortilla, único plato en el menú, en una improvisada mesa en la calle, a la luz de una vela, rodeados por los vecinos de Poli, que no suelen ver muchos turistas por aquí, toda una experiencia. El pueblo está muy animado por la noche, grupos de gente reunida en la calle alrededor de alguna bombilla alimentada por generador, nos miran con curiosidad. Dimos varias vueltas en busca de algún sitio donde tomar un refresco, pero finalmente nos dimos por vencidos y regresamos al albergue. Montones de ranas, de un tamaño considerable, perfectamente camufladas entre las piedras que lo rodean, saltan ante nuestros pies . Después del susto del primer momento, avanzamos con cuidado hasta nuestra habitación. Colocamos la mosquitera, aunque no parece ser muy necesaria, y nos metemos en nuestros sacos, puesto que el estado de las sábanas no ofrece demasiada confianza.