26 de septiembre 2010
Nos levantamos antes del amanecer, hoy tenemos un largo día por delante hasta llegar a nuestro destino final en este viaje, Kribi. Recogemos nuestras tiendas y aperos y a nuestro pesar nos despedimos de nuestros anfitriones: “ yoco…yoco”. La experiencia vivida en este apartado lugar de la selva camerunesa nos acompañará durante mucho tiempo después de haber abandonado este impresionante país, no tengo palabras, es simplemente única e irrepetible. Un último vistazo antes de partir, me llevo la imagen de las chozas apenas distinguibles entre la vegetación, el murmullo de las gentes del poblado, mil sensaciones y todo lo que no consigo expresar con palabras.
Hacemos una parada técnica en casa de Mama Rose para recoger las bolsas de viaje y darnos una ducha rápida antes de partir. Se vienen con nosotros dos nietos de Mama Rose hasta Yaoundé. El más pequeño va delante con Abdul, de pie, agarrado al salpicadero todo el trayecto sin una mínima protesta. ¡Qué diferentes de nosotros!
Paramos en Yaoundé el tiempo justo para dejar a nuestros improvisados compañeros de viaje, comer y cambiar algo de dinero. Llegamos a nuestro destino pasadas las siete de la tarde agotados. El murmullo de las olas nos da la bienvenida al Tara Plage, situado en la mismísima orilla del océano Atlántico. Nos despedimos de Enmanuel, nuestro conductor, que continúa hacia Doula, ha sido un compañero de viaje excelente, siempre atento a cualquier necesidad, le deseamos suerte.
Nuestra habitación es amplia, con aire acondicionado y agua caliente. De noche el océano Atlántico ruge amenazador a nuestra puerta, situada a no más de cinco metros del rompiente de las olas. El lugar se sale, no se me ocurre un paraje mejor para descansar y relajarse unos días antes de volver a casa.
Bajamos al pueblo a cenar en un taxi que encontramos de milagro gracias a los contactos de Abdul. En esta época no hay mucho movimiento de viajeros, apenas vimos cuatro o cinco alrededor de las cataratas Lobé, por lo que moverte desde el Tara al pueblo no es tarea fácil. Nos dimos un homenaje a base de pizza y helado antes de regresar a nuestro pequeño paraíso al lado del mar.
27 de septiembre 2010
A la luz del día el lugar es idílico, solo vegetación, arena y océano hasta que alcanza la vista, parece que estemos en una isla perdida. Las nubes cubren el cielo y sobre el mar, montones de pescadores en sus piraguas navegan entre la neblina matutina. El océano parece aquí más grande e imponente, las olas rompen con fuerza y sus aguas toman un color entre marrón y verdoso bajo el cielo nublado.
Paraíso , en Flickr
Recorremos unos pocos kilómetros por la playa hacia las cataratas Lobé, donde el río del mismo nombre muere en el Atlántico formando un salto de agua. Por el camino vemos algún que otro pescador que nos ofrece camarones. Es imprescindible tomar un plato de esta especie de gamba de agua dulce con patatas fritas, en alguno de los numerosos restaurantes que rodean las cataratas. El río viene cargado de agua haciendo que el salto sea aún más espectacular. Después las aguas se remansan en un pequeño lago que desemboca en el mar. Varios pescadores de camarones desafían la corriente para colocar sus trampas hechas de juncos en los saltos de agua. Paseamos, hacemos fotos, todo con mucha calma.
Cataratas Lobé , en Flickr
Al borde , en Flickr
Concertamos con un restaurante el precio de quince mil CFA por un plato de ochenta camarones y patatas fritas, cocinado en una salsa de tomate buenísima. Comemos mirando al mar, rodeados de piraguas varadas en la arena, mientras el sol se va abriendo paso entre las nubes.
Kribi , en Flickr
Pescador , en Flickr
Playa , en Flickr
Por la noche una vez más bajamos al pueblo a riesgo de quedar atascados en el camino, lleno de barro por la lluvia de la tarde. Apenas hay nadie a pesar de ser considerada una ciudad turística. Tomamos nuestra última cena en este país en el restaurante “La marmita de Mile” y regresamos al albergue.
Nos levantamos antes del amanecer, hoy tenemos un largo día por delante hasta llegar a nuestro destino final en este viaje, Kribi. Recogemos nuestras tiendas y aperos y a nuestro pesar nos despedimos de nuestros anfitriones: “ yoco…yoco”. La experiencia vivida en este apartado lugar de la selva camerunesa nos acompañará durante mucho tiempo después de haber abandonado este impresionante país, no tengo palabras, es simplemente única e irrepetible. Un último vistazo antes de partir, me llevo la imagen de las chozas apenas distinguibles entre la vegetación, el murmullo de las gentes del poblado, mil sensaciones y todo lo que no consigo expresar con palabras.
Hacemos una parada técnica en casa de Mama Rose para recoger las bolsas de viaje y darnos una ducha rápida antes de partir. Se vienen con nosotros dos nietos de Mama Rose hasta Yaoundé. El más pequeño va delante con Abdul, de pie, agarrado al salpicadero todo el trayecto sin una mínima protesta. ¡Qué diferentes de nosotros!
Paramos en Yaoundé el tiempo justo para dejar a nuestros improvisados compañeros de viaje, comer y cambiar algo de dinero. Llegamos a nuestro destino pasadas las siete de la tarde agotados. El murmullo de las olas nos da la bienvenida al Tara Plage, situado en la mismísima orilla del océano Atlántico. Nos despedimos de Enmanuel, nuestro conductor, que continúa hacia Doula, ha sido un compañero de viaje excelente, siempre atento a cualquier necesidad, le deseamos suerte.
Nuestra habitación es amplia, con aire acondicionado y agua caliente. De noche el océano Atlántico ruge amenazador a nuestra puerta, situada a no más de cinco metros del rompiente de las olas. El lugar se sale, no se me ocurre un paraje mejor para descansar y relajarse unos días antes de volver a casa.
Bajamos al pueblo a cenar en un taxi que encontramos de milagro gracias a los contactos de Abdul. En esta época no hay mucho movimiento de viajeros, apenas vimos cuatro o cinco alrededor de las cataratas Lobé, por lo que moverte desde el Tara al pueblo no es tarea fácil. Nos dimos un homenaje a base de pizza y helado antes de regresar a nuestro pequeño paraíso al lado del mar.
27 de septiembre 2010
A la luz del día el lugar es idílico, solo vegetación, arena y océano hasta que alcanza la vista, parece que estemos en una isla perdida. Las nubes cubren el cielo y sobre el mar, montones de pescadores en sus piraguas navegan entre la neblina matutina. El océano parece aquí más grande e imponente, las olas rompen con fuerza y sus aguas toman un color entre marrón y verdoso bajo el cielo nublado.
Paraíso , en Flickr
Recorremos unos pocos kilómetros por la playa hacia las cataratas Lobé, donde el río del mismo nombre muere en el Atlántico formando un salto de agua. Por el camino vemos algún que otro pescador que nos ofrece camarones. Es imprescindible tomar un plato de esta especie de gamba de agua dulce con patatas fritas, en alguno de los numerosos restaurantes que rodean las cataratas. El río viene cargado de agua haciendo que el salto sea aún más espectacular. Después las aguas se remansan en un pequeño lago que desemboca en el mar. Varios pescadores de camarones desafían la corriente para colocar sus trampas hechas de juncos en los saltos de agua. Paseamos, hacemos fotos, todo con mucha calma.
Cataratas Lobé , en Flickr
Al borde , en Flickr
Concertamos con un restaurante el precio de quince mil CFA por un plato de ochenta camarones y patatas fritas, cocinado en una salsa de tomate buenísima. Comemos mirando al mar, rodeados de piraguas varadas en la arena, mientras el sol se va abriendo paso entre las nubes.
Kribi , en Flickr
Pescador , en Flickr
Playa , en Flickr
Por la noche una vez más bajamos al pueblo a riesgo de quedar atascados en el camino, lleno de barro por la lluvia de la tarde. Apenas hay nadie a pesar de ser considerada una ciudad turística. Tomamos nuestra última cena en este país en el restaurante “La marmita de Mile” y regresamos al albergue.