Nos levantamos temprano y tomamos un taxi hasta la terminal de autobuses. Mi pierna me dolía, pero menos, así que parecía que iba a mejor . Compré los billetes para ir a las cataratas mientras mi marido compraba la comida en el supermercado. La empresa que va a las cataratas es El Práctico, el billete ida y vuelta cuesta 20 pesos y sale cada 20 minutos. Antes de las 9 estábamos en la entrada del parque. Aquí hay que pagar en efectivo y la entrada cuesta 100 pesos. A la Isla de San Martín no se podía acceder porque había mucha agua. Por lo visto lleva así desde enero.
De todas las actividades que se ofrecen en el parque, decidimos que queríamos hacer la aventura náutica, que consiste en un gomón que te lleva muy cerquita de las cataratas, y el paseo ecológico, un recorrido en balsa por la parte tranquila del río, para disfrutar de la selva. No sabíamos si nos iba a dar tiempo, ya que yo tenía que andar despacito, y además queríamos disfrutar de todo tranquilamente, sin prisas. Pero como íbamos a volver al día siguiente (nuestro vuelo salía por la tarde), intentaríamos cuadrarlo todo.
Fuimos al puesto de venta e información de Iguazú Jungle, la empresa que ofrece estas actividades. Si comprabas las dos excursiones juntas te costaba 160 pesos, lo que llaman el “pasaporte cataratas”, ahorrándote 15 pesos por cabeza. Pero el dinero en efectivo no nos llegaba para pagar las dos (tocaba sacar dinero), así que nos aconsejaron ir a la oficina central, que está cerca del faro que hay en la estación cataratas. Allí es el único sitio donde se puede pagar con tarjeta.
Así que allá nos fuimos. Nos montamos en el tren ecológico hasta la primera parada, que es la estación cataratas. Compramos las actividades y planificamos nuestro itinerario. Primero haríamos el circuito inferior y la aventura náutica, luego el circuito superior y, si nos daba tiempo, el circuito Garganta del Diablo.
El circuito inferior es el más exigente físicamente, ya que tiene muchas escaleras y es el más largo. Yo fui bajando las escaleras poco a poco, con mucho cuidado, además los escalones son muy irregulares. Primero nos encontramos el salto Dos Hermanas, que son dos saltos juntos. Seguimos avanzando hasta llegar al salto Bosetti, que no es de los más grandes, pero sí uno de los que se ven más de cerca. De hecho, hay un mirador, donde te pones empapado, aquí no pudimos sacar fotos. Era impresionante estar tan cerca, con la bruma mojándote, sintiendo la fuerza del agua .
De ahí bajamos dirección el embarcadero de donde sale la aventura náutica, y por el camino íbamos viendo una perspectiva de las cataratas, de los saltos Bosetti, Adán y Eva, y el San Martín, uno de los más grandes.
Por fin llegamos al embarcadero. Lo primero que hacen es darte un saco de plástico impermeable para que guardes tus pertenencias, a excepción de la cámara de fotos. Había gente que se llevaba un chubasquero, pero nosotros pensamos que lo mejor era ir directamente en bañador y biquini, ya que nos íbamos a mojar totalmente. Y chanclas, porque al barco tienes que entrar calzado. Primero te llevan rodeando la Isla San Martín, donde tienes una panorámica de la Garganta del Diablo. Aquí puedes hacer fotos. Luego vuelves otra vez a la zona del embarcadero, hasta que llega el momento en que te dicen “Guarden sus cámaras de fotos en las bolsas”. ¡Llegaba el momento de mojarnos! Primero te llevan al salto San Martín, parece que estuvieras debajo, te cae toda el agua encima; nosotros intentábamos mirar pero era imposible con el agua cayendo (los del chubasquero se mojaron igual). Nos podíamos haber llevado unas gafas de nadar, pero no caímos. Cuando estás con toda la adrenalina a tope te preguntan: ¡¿Otra vez?! ¡¡Por supuesto!! Y te llevan al salto Dos Mosqueteros, y otra vez a mojarse . Desde fuera parece que te acercas poco, pero desde dentro parece que estuvieras dentro. Sabes que no, que si estuvieras dentro te hundías fijo. Fue superdivertido, recomendable 100%.
Nos bajamos del barco, y seguimos caminando en bañador hasta que nos secamos un poco. Con el calor que hacía no nos importaba. Cuando nos secamos, nos vestimos y nos echamos de nuevo protector solar y repelente de mosquitos y nos paramos a comer los bocadillos que habíamos llevado. En esto que un coatí quería llevarse la bolsa en la que estaban mis chanclas (se ve que le olía a comida), ¡el muy sinvergüenza! Por cierto, está todo lleno de carteles que te prohíben alimentar a los coatís, pero la gente se lo salta a la torera , y es que es malo para ellos, nuestra comida no les conviene.
Volvimos por el mismo camino, en lugar de hacer el circuito inferior completo. La razón, obviamente, mi rodilla, y es que la parte que quedaba era muy dura, con muchas escaleras, y “solo” había dos saltos pequeños. Tuvimos que sacrificar cosas, pero dadas las circunstancias no lo hicimos nada mal, mejor de lo que yo me temía. Después hicimos el circuito superior. Este es más corto, unos 1200 m, y sin escaleras. Desde aquí se ven los saltos desde arriba, y hay una perspectiva muy buena de las cataratas, y de la selva que las rodea. Lo mejor es que el día estaba soleado y se veían muchos arcoíris. A cada paso que dabas en el camino la perspectiva de los saltos nos sorprendía, hicimos muchísimas fotos .
Estábamos agotados, pero queríamos aprovechar el tiempo, así que regresamos a la estación cataratas para tomar el tren hasta la estación Garganta del Diablo, para hacer el paseo ecológico y, si nos daba tiempo, ver la Garganta del Diablo. El último tren hacia Garganta del diablo sale a las 4 de la tarde. Hicimos la cola (lo del tren es un poco rollo) y llegamos sobre las 4. Íbamos a hacer el paseo ecológico, pero el chico de Jungle nos aconsejó ir primero a Garganta del Diablo, ya que por la tarde hay menos gente, y además está más bonita, por la luz. ¡Qué buen consejo! Se llega por unas pasarelas que atraviesan el río Iguazú, de 1100 m de longitud. ¡Qué río más ancho! Por el camino paramos a merendar y a descansar. Cuando nos acercamos vamos viendo la bruma, y escuchando el ruido. Por fin llegamos, vemos un agujero que se traga toda el agua, con una fuerza increíble, nos acercamos más y, ahí está . La Garganta del Diablo, ¡¡guau!! Es indescriptible, de verdad. En este diario he hablado de cosas muy impresionantes, los glaciares, los cerros de colores, pero nada comparado con esto. Es lo más espectacular que he visto en mi vida. Estábamos embobados mirando, haciendo fotos, vídeos,… Y encima con un arcoíris bellísimo, que como la bruma bajaba y subía, iba apareciendo, desapareciendo y cambiando de forma.
Nos quedamos allí hasta que, a las 5, nos avisaron de que iban a cerrar el sendero y nos teníamos que ir. Le dijimos hasta mañana y volvimos para coger el último tren hasta la estación central, que sale a las 5 y media. A la salida pedimos que nos sellaran la entrada, así nos costaría la mitad al día siguiente. Estábamos superfelices, ¡qué día más bonito pasamos! Cuando llegamos al hostel teníamos tanto calor que pedimos una cerveza y nos metimos en la piscina, ¡menudo lujo! De las mejores cervezas que me he tomado nunca .
Por la noche salimos a cenar. Íbamos a ir al Quincho del Tío Querido, restaurante muy recomendado en el foro, pero no habíamos reservado y no había mesa. Así que allí cerca, en la calle que baja de la terminal, entramos en el Restaurante Wok Terra. No era lo que buscábamos, pero yo podía andar ya mucho más y tenía buena pinta. Y eso era lo único bueno que tenía, la pinta. Nos amargó la noche, jamás me habían tratado así de mal en un restaurante, incluso nos insultaron . Resulta que pedimos una cerveza, una entrada y dos platos principales. La cerveza y la entrada llegaron enseguida, pero pasó el tiempo y el resto de la comida no llegaba. Se sentó al rato otra pareja, pidió su comida y la nuestra seguía sin venir. Pasada una hora desde que nos sentamos, le llega la comida a la otra pareja, y ya nos levantamos a preguntar, y les dijimos que si la comida no estaba hecha, pues que nos íbamos. Y entonces es cuando sale la dueña de la cocina y nos dice de todo menos bonitos . Nosotros, que pensábamos quedarnos si la comida estaba hecha, decidimos irnos al ver los malos modos de la tía . Pagamos lo que habíamos tomado y salimos de allí de mala leche. En los restaurantes argentinos nos habían tratado superbién, lástima que en nuestra penúltima noche nos encontráramos a esta energúmena, que nos dejó tan mal sabor de boca.
Aunque se nos había quitado el apetito, teníamos que cenar. Entramos en Pizza Parrilla Color, en la calle de la terminal. Oye, que trato tan diferente. Pedimos surubí a la parrilla y raviolis al pesto. Los camareros muy amables y la comida buena, aunque no para tirar cohetes. Por lo menos pudimos alegrarnos un poco la noche.