He oído decir que Oslo es una ciudad fea. A mi no me pareció fea, quizás su parte céntrica no tiene lugares de especial belleza. No sé cómo explicarlo, bajo mi punto de vista carece de estética para el encuadre fotográfico, es como si los ojos no captaran estampas bonitas de la ciudad, pero no es fea. Nos alojamos en el hotel Radisson Sas Scandic, muy bien situado, cerca del centro y del puerto. Estuvimos día y medio en la capital y nos cundió bastante.
En una oficina de turismo compramos la tarjeta Oslo Pass, que permite visitar los museos y utilizar todos los transportes públicos (ferris incluidos) sin pagar ninguna cantidad adicional. Cogimos la de 24 horas, cuyo precio actual (febrero 2013) es de 230 coronas noruegas, unos 30 euros. El desembolso nos mereció muchísimo la pena, claro que depende de lo que cada uno piense moverse y quiera visitar.
Fuimos en barco a Bygdoy, la isla de los museos. Visitamos el Kon-Tiki Museet (con sus barcas de madera y papiro), el Frammusseet (dedicado a las expediciones de Nansen y Amundsen), el Norsk Sjofartsmuseum (historia náutica noruega) y, sobre todo, el Museo Vikingo, con tres barcos auténticos, que merece mucho la pena ver:
En una oficina de turismo compramos la tarjeta Oslo Pass, que permite visitar los museos y utilizar todos los transportes públicos (ferris incluidos) sin pagar ninguna cantidad adicional. Cogimos la de 24 horas, cuyo precio actual (febrero 2013) es de 230 coronas noruegas, unos 30 euros. El desembolso nos mereció muchísimo la pena, claro que depende de lo que cada uno piense moverse y quiera visitar.
Fuimos en barco a Bygdoy, la isla de los museos. Visitamos el Kon-Tiki Museet (con sus barcas de madera y papiro), el Frammusseet (dedicado a las expediciones de Nansen y Amundsen), el Norsk Sjofartsmuseum (historia náutica noruega) y, sobre todo, el Museo Vikingo, con tres barcos auténticos, que merece mucho la pena ver:
Barco vikingo:
Los museos están muy cerca entre sí y los incluye la tarjeta turística, además, no se tarda demasiado en verlos porque lo más interesante son los barcos y los objetos náuticos. Aprovechamos para comer en el bufet de uno de ellos un menú turístico a precio razonable.
Lo que sí recomiendo sin dudar es el Norsk Folkemuseum, el museo popular de Noruega, al aire libre y que reúne más de 150 edificios de todo el país y que ilustra la vida tradicional de los valles, fiordos y comunidades pesqueras a lo largo de los siglos. Se ven casas, almacenes, talleres, granjas, iglesias… y las actividades propias de cada uno de ellos, con personas con trajes típicos haciendo las tareas. Me pareció muy interesante; además, el entorno es realmente bonito y los edificios son auténticos, traídos de todo el país, como por ejemplo esta preciosa iglesia escandinava de Gol:
Lo que sí recomiendo sin dudar es el Norsk Folkemuseum, el museo popular de Noruega, al aire libre y que reúne más de 150 edificios de todo el país y que ilustra la vida tradicional de los valles, fiordos y comunidades pesqueras a lo largo de los siglos. Se ven casas, almacenes, talleres, granjas, iglesias… y las actividades propias de cada uno de ellos, con personas con trajes típicos haciendo las tareas. Me pareció muy interesante; además, el entorno es realmente bonito y los edificios son auténticos, traídos de todo el país, como por ejemplo esta preciosa iglesia escandinava de Gol:
Por la tarde, cogimos el metro para ir hasta el famoso trampolín de saltos de esquí de Holmenkolle. La gente es muy amable y en cuanto te parabas dos minutos en la estación a consultar algún plano, se te acercaban ofreciéndose para orientarte; nos pasó varias veces y ni siquiera necesitábamos ayuda. Cuesta un poco habituarse porque hay líneas diferentes que pasan por el mismo andén, lo que no sucede en Madrid. Una vez cogido el truquillo, sin problema. Además, parte del trayecto es a cielo abierto, con lo cual se contemplan zonas de la ciudad y alrededores que no verías de otro modo. Unos minutos de caminata desde donde deja el metro y ya estábamos contemplando el trampolín.
También visitamos el museo del esquí y subimos a la rampa y a la torre (hay que pagar), desde donde hay unas estupendas vistas de Oslo y su fiordo.
En el metro de nuevo, fuimos hasta el lugar más emblemático de Oslo, el Parque Vigeland en el Frognerpark, algo que realmente no hay que perderse de ninguna manera en esta ciudad. Una recomendación: a ser posible, no vayáis por la mañana porque está súper-masificado. Acuden las excursiones de los cruceros y apenas te puedes mover. Nosotros lo intentamos a primera hora y al ver el panorama preferimos salir pitando de allí e ir a Bygdoy, dejando el parque para última hora de la tarde. Todo un acierto. Cuando volvimos había muy poca gente y lo vimos tranquilamente, lo que se agradece mucho para llegar a comprender su verdadero significado, que va mucho más allá de un conjunto de estatuas que adornan un bonito parque. Además, al atardecer, esa mágica luz nórdica de verano le da un encanto muy especial.
En este parque se encuentran 212 esculturas de Gustav Vigeland, que representan a la humanidad en todas sus edades, manifestaciones y formas. Merece la pena pararse a contemplar con calma cada grupo escultórico, en los que se aprecia como pasa la vida y el efecto de los años en las personas, desde la niñez a la vejez, desde el nacimiento a la muerte, del amor en todas sus manifestaciones a la amistad, de la nada a la eternidad. Te puede gustar más o menos, pero te hace reflexionar. Pongo una muestra de lo que más me gustó:
El Monolito: tiene 17 metros de altura y está formado por 121 figuras humanas que se sustentan unas en otras; a su alrededor, 36 grupos escultóricos de figuras que representan etapas de la vida y relaciones humanas:
El Monolito: tiene 17 metros de altura y está formado por 121 figuras humanas que se sustentan unas en otras; a su alrededor, 36 grupos escultóricos de figuras que representan etapas de la vida y relaciones humanas:
La Fuente: con gigantes sustentando la enorme pila.
Aquí la fuente y al fondo el monolito y la puesta de sol de Oslo, total nada, jeje:
Aquí la fuente y al fondo el monolito y la puesta de sol de Oslo, total nada, jeje:
La Paternidad, el hombre con sus hijos, el Niño con su pataleta correspondiente; y dos jóvenes enamorados:
Cuando se hizo de noche (se nota que, al estar más al sur, en Oslo la luz se va antes), fuimos a cenar cerca del Aker Brygge, el Puerto, en la terraza de un restaurante italiano, donde tomamos ensalada y pasta. Nos costó 90 euros, pero había que celebrar lo bien que había salido todo, la belleza de los lugares visitados y que el paraguas seguía en la maleta tal cual llegó. Increíble, pero cierto. Lo negativo: en Oslo la cámara ya apenas funcionaba, estábamos a su merced, unas veces se encendía y otras no, hasta que... feneció. Por eso, entre las que perdí y las que no pude hacer, tengo muy pocas fotos de la capital. Menos mal que aunque a tirones funcionó casi hasta el final del viaje.
La última mañana estuvimos paseando por el centro hasta que vino el autobús para llevarnos al aeropuerto. La anécdota fue que tuvimos un accidente apenas a unos metros del hotel, cuando una furgoneta enganchó un retrovisor del autocar. No fue nada realmente, pero nos retuvo más de media hora y al final casi perdemos el avión, jeje. El vuelo, directo hasta Madrid, fue uno de los más cómodos que he hecho nunca: apenas 40 personas, cada una con una fila de asientos para estirarse a gusto, relajarse y recordar los maravillosos paisajes que dejábamos atrás. Además, me vino muy bien para mi maltrecha pierna.
Sin duda había sido uno de nuestros viajes más bonitos, y la conclusión estaba clara: tendríamos que volver cuanto antes para conocer el resto: Laponia y Cabo Norte con su sol de medianoche. Pero eso lo dejo para otro diario: Noruega II.
La última mañana estuvimos paseando por el centro hasta que vino el autobús para llevarnos al aeropuerto. La anécdota fue que tuvimos un accidente apenas a unos metros del hotel, cuando una furgoneta enganchó un retrovisor del autocar. No fue nada realmente, pero nos retuvo más de media hora y al final casi perdemos el avión, jeje. El vuelo, directo hasta Madrid, fue uno de los más cómodos que he hecho nunca: apenas 40 personas, cada una con una fila de asientos para estirarse a gusto, relajarse y recordar los maravillosos paisajes que dejábamos atrás. Además, me vino muy bien para mi maltrecha pierna.
Sin duda había sido uno de nuestros viajes más bonitos, y la conclusión estaba clara: tendríamos que volver cuanto antes para conocer el resto: Laponia y Cabo Norte con su sol de medianoche. Pero eso lo dejo para otro diario: Noruega II.