ANDENES Y EXCURSIÓN PARA VER BALLENAS.
Si anoche mostré la vista desde nuestra habitación, el día nos trae esta nueva perspectiva. Los picos parecen un serrucho, un paisaje casi más propio de las Lofoten que de las Vesteralen.
Después de desayunar, fuimos a tomar el barco que nos llevó a avistar ballenas. Es frecuente que no se sepa si las excursiones saldrán hasta casi el mismo momento de zarpar, dependiendo de cómo esté el tiempo y el mar. Incluso puede darse el caso de que los barcos se vuelvan a medio camino si la cosa se pone fea. Nos dijeron que la semana anterior no había habido salidas debido al mal tiempo. Tuvimos suerte y aunque había muchas nubes, el mar estaba en relativa calma. La excursión es muy cara, pero se presenta como algo imprescindible y terminas cediendo, ¿cómo te lo vas a perder? Nosotros no lo sabíamos por anticipado, pero si el alojamiento es en Andenes, se puede intentar reservar la excursión directamente y posiblemente saldría más barato. Hasta que te asignan barco hay tiempo para visitar un museo sobre las ballenas. También hay una tienda, donde se puede comprar forros polares muy bonitos y ropa deportiva a precios razonables. Nos tocó un barco rápido, lo cual supuso una ventaja porque ahorra bastantes minutos para llegar mar adentro, al lugar por donde se supone pasan las ballenas. Aseguran que estas excursiones no perjudican a los cetáceos, al contrario, parte de sus beneficios se aprovechan para su protección. Espero que sea cierto y no se perjudique a los animales.
Vista del puerto de Andenes y del faro desde el barco que nos llevó a ver las ballenas:
Nos habían advertido que las ballenas se ven o no se ven, y si aparecen, puede ser una o varias. Te devuelven parte del importe de la cara excursión si no se ven ballenas… no sé yo. El objetivo para los fotógrafos dicen que es captar la cola de la ballena cuando se zambulle en el agua. Una vez que se llega a las zonas en que se supone que están, los barcos dan vueltas en su busca, avisándose unos a otros. Cada cual pilla el mejor sitio que puede, aunque no hay garantías de nada porque nunca se sabe por donde aparecerá la ballena (cachalote, en realidad), si aparece. Es importante permanecer en silencio para no asustarlas y así nos lo requieren, incluso se apagan los motores de los barcos. Antes del primer avistamiento se masca cierta emoción entre los excursionistas, hasta que, al fin, aparece la enorme silueta en el agua y la gente corre hacia ese lado para captar el objetivo anhelado: la cola de la ballena. El barco da vueltas para que todos lo vean, pero el momento en que la ballena se alza y se sumerge es el que es... En fin, hay que tomárselo con calma. La verdad, resulta emocionante, sobre todo la primera vez que la ves; pero, claro, sólo se percibe la gigantesca silueta en movimiento y estruendo que produce al zambullirse, que nadie espere ver al cachalote levitando sobre el agua, jeje: lo digo porque hubo quien se sintió decepcionado, no sé qué se imaginaban ver. La experiencia estuvo bien pero tampoco fue de lo que más me gustó del viaje.
Pasamos el resto de la mañana en Andenes. No es que haya demasiado que hacer allí, pero tiene bonitos paisajes junto al mar. Compramos fiambre y pan en un supermercado, nos hicimos unos bocadillos y nos aposentamos cerca del agua. Abundaban las nubes, pero salía el sol a ratos y los reflejos sobre las escarpadas paredes de roca daban una aspecto misterioso y sugerente al panorama.
Después de comer, tomamos un ferry hasta la isla de Senja, la segunda más grande de Noruega. Fue una travesía larga, creo recordar que de un par de horas, durante la cual merendamos trozos de tarta y café y contemplamos el panorama charlando con los compañeros de viaje. La escarpada costa acechaba entre nubes negras y apareció el arco iris.
El final de la tormenta que no llegamos a ver produjo una extraña mezcolanza de luces y sombras que reflejó en las formas rocosas colores sorprendentes, como magnéticos; ni yo misma me creía haber hecho fotos como éstas:
Llegada al puerto en Senja, creo que se llama como el fiordo, Gryllefjord.
Siguiendo la carretera 86, se rodea todo el fiordo, es muy pequeño, y se asciende un montículo, que proporciona unas vistas soberbias.
Los colores parecen imposibles; la belleza del lugar, sorprendente.
En fin, no sé cómo calificar la ruta que hicimos atravesando la isla de Senja, sólo puedo decir que para mi fue una de las más espectaculares del viaje. El cielo estaba sembrado de nubes blancas, negras y marrones, pero la luz se filtraba entre ellas ofreciendo unos colores fantasmagóricos, verdes y malvas, que otorgaban al paisaje un aspecto sobrenatural. El guía me comentó que era una tarde con una luz muy especial, pero que hay a quien no le gusta y prefiere que el sol dé más nitidez a las formas del paisaje. A mi me encantó, era algo diferente.
Paramos en un parque temático sobre los Troll. A esas horas había muy poca gente y no se ofrecía ningún espectáculo, pero era gratis y fue gracioso de ver.
Seguimos viaje hacia Tromso viendo paisajes increíbles, sé que me repito mucho y puedo parecer algo pesada, pero la luz no cejaba en su empeño de traspasar las nubes y los colores que aparecían reflejados en las aguas eran inexplicables. Lo que más me llamó la atención es que apenas éramos dos o tres personas las que contemplábamos todo aquello, el resto de nuestros compañeros de viaje iban placenteramente dormidos en sus asientos. Yo, por mi parte, no paraba de hacer fotos con la boca abierta Por una vez, di gracias de mi incapacidad para dormir en vehículos en movimiento, jeje. En fin, quizás sea que yo miro las cosas con unos ojos diferentes y estos paisajes me llaman especialmente la atención, no sé.
TROMSO.
Tromso se encuentra a 300 Km. al norte del Círculo Polar Ártico y es la ciudad más grande de la zona polar de Escandinavia, tiene unos 60.000 habitantes. El centro está en una isla, en donde hubo en tiempos una aldea vikinga. A principios del Siglo XIX se convirtió en un importante puerto para el tráfico marítimo del océano Ártico, y desde aquí emprendieron Nansen y Amundsen sus expediciones al Polo.
Llegamos a Tromso pasadas las once de la “no” noche y nuestro guía nos propuso una experiencia que en principio nos pareció un tanto mosqueante: ir directos al mirador y no dejarlo para por la mañana. Evidentemente, el sol no se pone, pero la intensidad de la luz baja, además, hay nubes… y subir a un mirador, a 1.000 m. de altura a esas horas… ¿veríamos algo? Hummm… No nos ocultó que era una forma de ganar tiempo para el día siguiente, pero también nos aseguró que no nos defraudaría el panorama, que miradores de día podíamos verlos a docenas, pero con esa luz, se convierte en una experiencia diferente; y que si de todas formas no nos gustaba, volveríamos por la mañana. Así que aceptamos.
Este es el puente de Tromso:
Vista de la ciudad desde la carretera:
Primero vimos la Ishavskatedralen, la Catedral del Océano Ártico, también conocida como la iglesia de Tromsdalen, consagrada en 1965. Fue diseñada por Jan Inge Hoving, construida en hormigón y la cubierta parece simbolizar la aurora boreal iluminando los oscuros meses de invierno. Destaca su gigantesca y colorida vidriera triangular de 23 metros de altura.
Subimos en el teleférico al mirador y nos encontramos con una vista impactante de Tromso, los picos nevados al fondo y el sol intentando en vano ponerse en el horizonte. Aquí os dejo unas cuantas fotos del experimento:
Supongo que la visión de día será extraordinaria, pero en absoluto nos arrepentimos de haber subido a media noche.