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14º día: Langkawi
El barco de la compañía Forra Group sale a las 10h30' y el billete cuesta unos 700 Baht; puede cambiar algo porque en Lipe hay muchos revendedores que negocian sobre su comisión.
Son barcos rápidos y Langkawi no está lejos, en realidad se puede vislumbrar desde Lipe. El barco atraca en un puerto llamado Awana y cuando desembarcamos no hay nadie, incluso la cancela está cerrada. Es muy típico de los malayos realizar infraestructuras que a la postre no tienen mucho uso, lo hacen sobre todo por gastar y así alguien se beneficia del presupuesto (¿os suena? xD). En Awana puede atracar cómodamente un crucero y sin embargo no hay servicio de aduana; cuando por fin nos dejan pasar a suelo de la Federación de Malaysia nos esperan dos furgonetas para llevarnos al puesto de entrada oficial. Las oficinas de inmigración son otro impresionante complejo prácticamente vacío; nos hacen entrar de dos en dos a una oficina mientras el resto espera en la antesala, aún así el trámite dura pocos minutos, nos hacen una foto digital y enseguida nos pegan en los pasaportes el sello de entrada con permiso de estancia por 90 días.
Cuando volvemos a salir al exterior se revela la finalidad de las furgonetas que nos han traído: se ofrecen para llevarnos a nuestros hoteles, naturalmente previo pago; nosotros vamos muy lejos y en dirección opuesta al resto; pagamos 200 Baht cada uno. Una pasta, pero más barato que un taxi como pronto comprobaremos.
Los viajeros con bajo presupuesto que llegan a Langkawi se instalan en Pantai Cenang o en la capital, Kuah, y allí alquilan pequeñas motocicletas para recorrer la isla. Nosotros vamos en plan pijo y hemos reservado bungalow en un resort situado en una playa aislada, Teluk Burau. Cuando nos registramos en el Mutiara Burau Bay Resort* nadie se molesta en acompañarnos hasta la cabaña y nos perdemos porque es un verdadero laberinto. El hotel (54€ sin desayunos) ocupa las dos vertientes de un promontorio con playas a ambos lados, zona de baño acotada y una piscina de diseño; los bungalows están en alturas escalonadas, rodeados de vegetación en la que se mueven ruidosamente los graciosos monos de Langkawi, una especie de langur de pelo muy negro con anteojos blancos (semnopithecus obscurus).
Después de instalarnos, cuidando de cerrar bien la puerta del bungalow (por la veranda acechan toda clase de bichos), nos relajamos mirando al mar y a los adinerados turistas y luego salimos a cenar. El lugar está bastante aislado pero justo al lado hay un mercado nocturno para la gente que disfruta de la parte pública de la playa. Probamos algún plato típico malayo pero la cocina no es para echar cohetes. A falta de cervezas baratas volvemos a nuestra veranda selvática y nos preparamos cócteles con licor tailandés.
* Acabo de comprobar que este hotel de la cadena Mutiara ya no está abierto
15º día: Langkawi
Desayunamos laksa (una sopa de fideos al curry, más bien picante) y café helado en el mercadillo. Aquí se alquilan motos y coches, pero por desgracia no nos hemos traído el carnet de conducir; en todo caso no teníamos intención de ir en moto, nos parece demasiado peligroso.
Malasia es una economía en pleno crecimiento, se nota que hay poder adquisitivo y los precios seguramente han subido mucho en los últimos años; sobre todo en Langkawi, una isla con vocación de atraer "turismo de calidad" aunque sea nacional. En el hotel se alojan muchos malayos y turistas asiáticos en general, aunque tampoco faltan europeos, sobre todo rusos.
Nuestro principal objetivo en la isla es ir a la gran zona de manglares del río Kilim. En la agencia de viajes del hotel ofrecen esa excursión por 400 Ringgit por persona (unos 100€). Como hemos leído que se puede hacer más barato llegando a la zona por tu cuenta y negociando, decidimos intentarlo. Junto al parking del hotel hay una gran estación de taxis; los precios del viaje a las distintas zonas de la isla están expuestos y no son negociables. Observo que son muchas las regiones turísticas del SE de Asia en las que transportistas y prestadores de servicios turísticos en general coinciden en esta práctica: asociarse y empujar sus precios al alza, repartiendose el trabajo según demanda. Esto, que en principio es bueno porque evita que la necesidad de algunos hunda los precios, también puede tener el efecto perverso de deprimir la demanda, haciendo que todos ingresen menos. Me vienen estas cosas a la memoria porque los taxistas de mi ciudad están sufriendo en carnes propias su obstinación de largos años exigiendo al Ayuntamiento subidas de tarifas.
Pero en fin, el caso es que salimos en taxi hacia la larga y bonita playa de Tanjung Rhu. Al final de la carretera, pasado el último de los grandes resorts exclusivos, llegamos al embarcadero. Hay montones de turistas y las barcas salen llenas continuamente, por eso los precios oficiales no son nada competitivos. Al cabo de un rato el taxista se pone de acuerdo con un barquero y nos ofrece un precio conjunto de... 350 Ringgit cada uno por 4 horas de barca (es el precio "oficial" por solo 2 horas) y el taxi. O sea que ahorramos cuatro perras y sacamos la ventaja de ir solos en la barca, pero perdemos la comida que suele ir incluída en los paquetes.
Embarcamos y lo primero que hace el barquero es salir río abajo hasta llegar a mar abierto. A varias millas frente a la desembocadura hay unos islotes, nos acercamos hasta ellos y el barquero para el motor frente a una cala minúscula de aguas transparentes; al instante llega una nube de graciosos peces que se han habituado a que les echen comida.
Cuando nos hemos distraído un rato con ellos ponemos proa al río y comenzamos a remontarlo. Pronto llegamos a unos meandros que sobrevuelan las famosas águilas que dan nombre a la isla. Hay una controversia sobre si es bueno darles comida o no, ante la duda nosotros nos abstenemos. Seguimos remontando el río, que se hace cada vez más estrecho, y podemos ver que los manglares son realmente muy extensos. Entre los mangles acechan los monos, que no dudan en arrojarse al agua y nadar hasta la barca, subiendo a bordo con toda tranquilidad si creen que les vamos a dar algo. El río también pasa por dos túneles naturales: la Cueva del Cocodrilo y la de los Murciélagos.
Llegamos a la parte "habitada" de los manglares, un par de aldeas flotantes, de frágiles cabañas levantadas sobre pilotes. Una de ellas es en realidad una granja de peces; los empleados se encargan de enseñar a los visitantes las distintas especies; muchas son rarísimas y nos cuesta creer que tengan alguna utilidad comercial. Lo más gracioso son unos peces que cazan insectos escupiendo un chorro de agua; para demostrarlo el chico se saca un chicle de la boca y lo pega en una rendija entre dos tablas de la pasarela que cubre la jaula: inmediatamente llega el chorro de agua que hace saltar el chicle en el aire
La 'fish farm y sus extraños cultivos marinos
Como ya hay poco más que ver decidimos comer en el chiringuito de la aldea, también flotante, claro. Es cocina malaya sencilla y asequible, [i]nasi goreng, tortillas, ensaladas y poco más. El barquero nos devuelve al punto de partida despacio, disfrutando del paseo. Aunque cara, la excursión no ha estado mal; pensamos que quizá hubiera sido más rentable hacerla en kayak, pero cuando llegamos no vimos ninguno así que ni siquiera nos lo pudimos plantear.
Al volver al parking nos encontramos con el que el taxista se ha ido, dejando un chico muy joven esperándonos. Le decimos que en lugar de llevarnos de vuelta a Teluk Burau nos deje en la Cascada del Durián, una de las famosas. No es una zona de baño especialmente cómoda, hay que acercarse escalando y plantar la toalla en un terreno muy irregular. La gente se baña vestida, como buenos musulmanes, y según toda probabilidad los hombres pululan por allí con la esperanza de ver chicas extranjeras en bikini.
Una de las razones por las que escogimos alojarnos en Teluk Burau es que está al lado del teleférico (Cable car) que sube al monte Machinchang, una de las atracciones más famosas de la isla. Nos acercamos hasta allí caminando en 15 minutos; el acceso al teleférico está tranquilo pero al ser un poco tarde lo dejamos para el día siguiente (nos arrepentiremos), en lugar de eso recorremos a fondo el área circundante, que es un gran centro comercial al aire libre llamado Oriental Village. Hay tiendas de todo tipo, y rebuscando un poco acabamos comprando bañadores y pareos buenos y no muy caros. Ah, y también hacemos un hallazgo valioso: una tienda duty free que vende alcohol, lo ideal para aprovisionarnos de cerveza Tiger y enfriarla en nuestra nevera xD
Tras una sesión de chapuzones con glamour en la piscina nos disponemos a salir para cenar. A un par de kilómetros del hotel hay un puerto deportivo con un centro comercial (infrautilizado, como muchos otros en Malasia) que alberga algunos restaurantes muy publicitados. Decidimos ir a pie para ahorrarnos el taxi; la noche está bastante oscura pero por suerte no hay mucho tráfico y llegamos sin novedad. A primera vista los lugares están desiertos, tenemos que dar toda la vuelta hasta salir a la dársena de la Marina para ver algo de actividad. Los dos famosos restaurantes están abiertos y... vacíos xD. El único local que está casi lleno es uno que se llama Mare Blu, y allí que nos sentamos, en una agradable terraza montada casi casi sobre el agua. La carta incluye especialidades mediterráneas y también brasileñas; tras pensarnoslo un rato nos decidimos por una parrillada de marisco y un litro de cerveza de barril para los dos. Resulta ser una buena elección; el marisco es fresco y está cocinado en su punto y aderezado con verduritas y una salsa deliciosa. Eso sí, la broma nos sale por unos 45€.
Volvemos por donde hemos venido y disfrutamos de otro rato de glamour en el hotel, donde por cierto están colocando ya un enorme árbol de Navidad.
16º día: Langkawi
Intentamos madrugar para subir al Gunung Machinchang sin esperar demasiado, pero es inútil. A las 9h ya hay una fila considerable, y eso es sólo para comprar el billete; embarcar en el teleférico también es un proceso lento. Tras una hora larga nos dan billete para las 12h30' a cambio de 30 Ringgit cada uno (los nativos pagan la mitad).
El teleférico o Cable car al parecer lleva bastante tiempo funcionando, pero en 2004 los ingenieros malayos sorprendieron al mundo añadiendo otro elemento para mejorar las vistas: el Sky Bridge, una pasarela curvada, apoyada en un único pilar, que salva un profundo barranco entre dos alturas de la montaña. Pero recientemente hubo accidentes y han decidido cerrarla al público, de modo que solo se puede ver desde la estación superior del teleférico, que está más alta.
Cuando nos llega el turno entramos a hacer fila de nuevo en la larga pasarela, amenizada con pantallas de vídeo que difunden una secuencia de película que se filmó en el Sky Bridge; concretamente es una cinta de acción india, protagonizada por el omnipresente actor Sharukh Khan. En un momento determinado los empleados nos cuelan y ya subimos rápido; la subida es espectacular... y justo cuando llegamos arriba estalla un aguacero descomunal, tan intenso que muchos de los que desembarcan se vuelven a meter inmediatamente en las cabinas que bajan. Nosotros nos cubrimos con ropa, fulares y paraguas y aguantamos hasta que la lluvia cede un poco. Al cabo de una hora ya ha parado y se empieza a ver el cielo, de modo que nos aventuramos a salir por las plataformas y hacer fotos. Las vistas son magníficas, no solo sobre la montaña cubierta de selva sino que también se ve una parte de la costa oeste de la isla. Fotografiamos también el famoso puente, aunque desde aquí no nos parece demasiado impactante.
Al salir ya nos quedan pocas horas de estar en Langkawi. Cerca del teleférico se encuentran las famosas Cascadas de los 7 Pozos, pero al parecer la carretera no llega hasta la zona de baños y hay que subir una montonada de escaleras, así que preferimos coger un taxi para que nos lleve a otras no menos famosas: las Cascadas Temurun. Estas son bastante espectaculares y pasamos un buen rato refrescándonos.
Al salir damos un paseo por la carretera; transitan más monos que coches y no encontramos ningún hotel o tienda susceptible de albergar un taxi. Cuando nos decidimos a hacer auto-stop tenemos suerte, pronto un señor contratista que vuelve de hacer algún trabajo nos lleva de vuelta a Teluk Burau; de hecho se pasa de largo hasta Pantai Kok y cuando se lo decimos no tiene inconveniente en dar media vuelta y acercarnos al hotel. Los malayos tendrán sus cosas, pero en general son muy amables y en esta isla el estilo de vida es relajado.
Nos cambiamos en los vestuarios de la piscina del hotel y ya nos toca despedirnos del lujo asiático. Salimos a la estación de taxis para comprobar con sorpresa que está totalmente vacía, no hay ni un solo coche y todo el mundo se ha esfumado. Por suerte el hotel dispone de una flamante furgoneta y enseguida nos proponen llevarnos al aeropuerto por la misma tarifa oficial de los taxis.
Volamos con Malaysia Airlines y llegamos sin novedad al inmenso KLIA. Como se sabe, este aeropuerto está donde Cristo perdió la sandalia y a esas horas la única forma normal de ir a la ciudad son los taxis que aceptan cupones de viaje; la fila para comprarlos es considerable y mientras esperamos vamos leyendo las condiciones de la tarifa y nos tememos que habrá que pagar un suplemento de 30 Ringgit porque vamos a llegar pasada la medianoche. Sin embargo nos cobran sólo los 73 Ringgit anunciados; al llegar al Hotel Quality City Center (poco más de 30€ sin desayuno) estamos rendidos y no necesitamos nada más que dormir.
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de hecho, ahora estoy ahí). Templos quizá no pero Melaka o Penang pueden molar culturalmente, e islas Pulsu Kapas para viajar sola genial, o Tioman, Perhentian, como no!!!! Puedes combinar con una escapada a Angkor Wat para quitarte el gusanillo de templos. Animo, que lo pases genial!
