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De Ejecutivo a Trotamundos.

De Ejecutivo a Trotamundos. ✏️ Blogs de Sub Continente Indio Sub Continente Indio

Aventuras, amores, viajes y tragedias en París, Marruecos, Calcuta, Katmandú y Himalaya de Nepal e India.
Autor: Poegea  Fecha creación:  Puntos: 5 (7 Votos)
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Encuentro en el Nanda Devi

Encuentro en el Nanda Devi


Localización: Sub Continente Indio Sub Continente Indio Fecha creación: 06/01/2017 03:01 Puntos: 5 (1 Votos)
De Ejecutivo a Trotamundos. - Blogs de Sub Continente Indio - Encuentro en el Nanda Devi (1)

Había cuatro grandes aves, parecían buitres, allá arriba haciendo círculos bajo un cielo donde unos blancos cirrostratos destacaban sobre el azul. “Habrá algún animal muerto”, pensé, y, a continuación, “va a volver a nevar, ¡mierda!” Eran sobre las tres de la tarde. Llevábamos caminando toda la mañana y habíamos parado hacía ya un par de horas pues la nieve se había puesto blanda y nos hundíamos un palmo en ella. Aprovechamos para repartirnos entre los dos el arroz y las chapatis que nos habían sobrado de la noche anterior y una lata de atún. Queríamos llegar todavía con luz lo más cerca posible del puerto, para poder cruzarlo al día siguiente antes de que se volviera impracticable a causa de la nieve y se esfumasen nuestras esperanzas de salir de allí.

Era finales de Octubre de 1978 y nos encontrábamos en pleno Himalaya indio, en medio de las gargantas del Rishi Ganga −un afluente del Ganges que desagua parte de los glaciares de esta zona−, al pie de las paredes casi inexpugnables que encierran el llamado Santuario del Nanda Devi presidido por el pico de este nombre, el cual, con sus 7.817 metros, es el pico más alto dentro de India, uno de los más bellos, más aislados y el más cargado de leyendas. Una montaña sublime con su cima como una lanza apoyada en su hombro y dispuesta a hendir el cielo o como la vela de un navío hecho para surcar el espacio. Todas las rutas para alcanzar su cumbre, sean por una de sus caras o de sus aristas, son largas, empinadas y abruptas: roca, nieve y hielo. Se necesitan días, semanas, desde su base para alcanzarla. Pocos lo han hecho.

Su nombre significa Diosa de la Felicidad, una de las acepciones de Párvati la esposa de Shiva. Hasta 1934 nadie había encontrado la llave para penetrar dicho santuario −en el sentido de lugar de refugio y protección− y el pico no fue coronado hasta dos años más tarde. Se convirtió a la sazón y hasta el ascenso del Annapurna en 1950 en el pico más alto hollado por el hombre. Desde entonces menos de una docena de escaladores habían alcanzado su cima y casi otros tantos habían muerto al intentarlo. El santuario, a su vez, se halla encerrado en otro gran círculo de montañas y picos afilados de más de 7.000 metros −el llamado santuario exterior− y al que se puede acceder por un par de collados sucesivos de 4.500 metros de altura y practicables según si tienen o no nieve y la cantidad de esta que acumulan.
Llevaba yo varios meses haciendo trekkings en solitario o acompañado de un porteador, cuando necesitaba llevar una tienda de campaña y comida −si no había pueblos o cabañas de pastores donde dormir−, por algunos de los valles y montañas de la Gran Cadena y acercándome, todo lo que mi experiencia y escaso equipamiento me permitían, a sus principales picos: Everest, Cho Oyu, Annapurna, Kangchenjunga, etc., y a alguna de sus regiones más aisladas. Si no fuera tan optimista −debido, sin duda, a que hasta entonces mis aventuras habían salido muy bien−, no me habría atrevido a embarcarme en esta que ahora me ocupaba: llegar hasta el borde superior del citado santuario, echar una ojeada a su interior y fotografiar la bella montaña y su entorno a mi antojo.

De Ejecutivo a Trotamundos. - Blogs de Sub Continente Indio - Encuentro en el Nanda Devi (2)

No había garantías de que consiguiera mis propósitos pues se trataba de una marcha por terrenos totalmente deshabitados, fuera de las rutas de trekkings habituales y donde, asimismo, eran muy escasas las expediciones de montaña. Porque, sin duda, el Nanda Devi era muy bello y la zona paradisíaca, pero exigía una larga y complicada marcha de aproximación para los porteadores. Además, como no era un “ocho mil”, amén de más difícil de escalar que varios de estos, ¿qué interés podía tener su “conquista” en estos tiempos de marcas y récords donde parece que solo los picos de más de ocho mil metros, con el Everest a la cabeza, importan?
Había leído los relatos de los primeros exploradores/montañeros que habían recorrido estos parajes en el primer tercio del siglo XX: Tom Longstaff, Frank Smythe, Eric Shipton y Tillman. Unos personajes consagrados al descubrimiento de estas tierras remotas sin pensar en triunfos ni glorias, por el solo placer de sentir la libertad del explorador montañero, y me había prendado del aire bohemio y romántico que desprendían sus narraciones.

−Francisco, la nieve ya se pone dura; podríamos seguir –dijo Pemba, de pie, a mi lado.

Era mi guía y porteador. Lo había encontrado en Josimath, el pueblo/mercado que abastecía a toda la zona y que es también la base de peregrinación a los cuatro templos que marcan las fuentes sagradas del Ganges. Pemba era un bhotia, una etnia tibetana que, al igual que los, más conocidos, sherpas, llegaron de Tíbet hace varios cientos de años y se instalaron en las vertientes meridionales del Himalaya. Mientras los sherpas ocupan la región del Everest, los pueblos bhotias, más numerosos, se extienden por todo el oeste del Nepal y por buena parte del Himalaya indio. Desde que me lo recomendó el dueño del hotelucho donde me alojaba, me inspiró total confianza. Mediana estatura, cuerpo sólido pero con los movimientos ágiles de una cabra montesa y el aire alerta de un felino. Vestía con buena ropa de montaña, pantalones y anorak ya muy usados, una o dos tallas mayores a la suya, que debía de haber recibido, al igual que las botas, de algún miembro de una expedición al terminar esta, Sonreía siempre al hablar y sus ojos ligeramente rasgados eran sinceros y cordiales. En un par de semanas habíamos forjado una relación fraternal.

De Ejecutivo a Trotamundos. - Blogs de Sub Continente Indio - Encuentro en el Nanda Devi (3)

Sus palabras me sacaron de mis abstracciones. Los buitres en el cielo continuaban con sus círculos. Eran ya una veintena y habían descendido un tanto. Sin esperar más, me levanté de la roca que me había servido de asiento, nos echamos las mochilas a la espalda y retomamos la marcha. Habíamos andado solo unas decenas de pasos cuando una mancha roja, unos cien metros más arriba, en la misma ladera en dirección a la cumbre afilada del Dunagiri, nos llamó la atención. Fue mi compañero, con su experiencia de decenas de expediciones, quien la vio primero.

−Allí hay un hombre.
−No puede ser, será una lona o una tienda –le respondí.

Pero no me contestó y se encaminó en dirección a ella. Cuando llegamos, nos encontramos con un hombre arrebujado contra una roca en posición fetal. Nos arrodillamos junto a él y Pemba lo movió un poco para quitarle la nieve y verle la cara.

−Mira, Francisco, apenas respira.
Era grande, rubio e iba bien equipado con un anorak de plumas rojo y pantalón y botas de escalada. Observé que no llevaba gafas, aunque había conservado su gorro.
−Debe de llevar varios días sin comer –dije al ver su rostro demacrado− y, a lo mejor, se ha quedado ciego.
−Y otras tantas noches a la intemperie –añadió Pemba.

Empezamos a frotarle el cuerpo. Lo incorporamos, le acercamos el termo con el té a la boca e intentamos darle de beber. No había forma. Parecía como si tuviera la mandíbula congelada y no pudiese abrir la boca. Insistimos dándole masajes suaves por la cara y el pecho.

De Ejecutivo a Trotamundos. - Blogs de Sub Continente Indio - Encuentro en el Nanda Devi (4)

−Es uno de los dos americanos del Dunagiri, ¿no crees?
−Quién puede ser si no –me contestó.
Al cabo de unos diez minutos conseguimos que separase los labios y, muy despacio, fuimos dándole de beber. Tardó en reaccionar y cuando, al fin, entreabrió los ojos, su mirada era opaca, vacía.
−Se está muriendo −dijo Pemba−. No podemos cargar con él.

A pesar de su rostro azulado, sus labios morados, sus cejas y barba heladas, el hombre parecía joven. Tendría padres, quizás mujer e hijos, amigos. Su imagen ahí, a unos centímetros de mis ojos, se transformó en la de José Ignacio, mi inseparable compañero de bachillerato muerto en nuestros brazos, a los dieciséis años, en una excursión del colegio tras habernos bañado en un embalse después de comer. Sentí todas su bonhomía y fraternidad en el recuerdo. Ahora tenía delante otro hombre moribundo. Era, además, una nueva tragedia en la montaña de las que tanto había leído y oído hablar. Descarnada e impasible. A la emoción del recuerdo se unió la angustia de la incertidumbre. Se me saltaron unas lágrimas. Pemba se había levantado y separado un par de metros.

−Tenemos que intentarlo. No podemos abandonarlo. Plantemos la tienda y mañana veremos –le supliqué.

No me contestó pero empezó a preparar una plataforma sobre la nieve. Yo seguí frotando a Jack. Acababa de bautizarlo así. Cuando la tienda estuvo montada, lo metimos en ella. Mientras Pemba preparaba más té y una sopa comencé a desnudarlo. Había perdido un guante y los dedos de su mano derecha presentaban signos claros de congelación. Los de sus pies, sin embargo, no tenían mal aspecto. Los froté hasta que entraron en calor y luego seguí con sus manos, sus brazos y su espalda. Con tanto ejercicio y en un espacio tan pequeño el que tenía calor ahora era yo. Pareció que se lo transmitía y empezó a balbucear. No entendí lo que decía. Lo enfundamos en mi saco de dormir y le dimos más té, un par de aspirinas, vitaminas y sopa. Se quedó dormido o inconsciente. Difícil de saber.

−Y el otro americano, ¿andará por aquí? −le dije a Pemba.
−Lo he pensado, pero no creo. Este lleva pinta de andar perdido varios días. Voy a subir hasta esa cresta a ver si veo algo.
Me quedé cavilando: “pues si nuestra situación era ya difícil...”. Al cabo de una hora volvió Pemba.
−No he visto nada. Irían separados. O el otro se habrá despeñado.

Con esta reflexión, nos dispusimos a preparar nuestra cena y a organizarnos para pasar la noche. Para tener espacio y poder estar los tres tumbados en el interior de la tienda colocamos varias de nuestras pertenencias en el exterior bajo la protección del doble techo. A continuación, hube de salirme fuera mientras mi compañero cocía el habitual arroz con lentejas en el infiernillo de gas. Allí, frente a las montañas que había venido a conocer, mientras las últimas luces del día se enseñoreaban de las cumbres y el fondo de las gargantas se llenaba de sombras, pensé de qué manera tan imprevisible habían cambiado mis circunstancias. Cómo la buena estrella, que hasta entonces me había acompañado en mis andanzas, había cambiado justo desde la mañana anterior.
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Encuentro en el Nanda Devi II

Encuentro en el Nanda Devi II


Localización: Sub Continente Indio Sub Continente Indio Fecha creación: 09/01/2017 11:46 Puntos: 0 (0 Votos)
De Ejecutivo a Trotamundos. - Blogs de Sub Continente Indio - Encuentro en el Nanda Devi II (1)

La mañana anterior había comenzado con las palabras habituales de Pemba
−Morning tea, sahib.

Su sonido me llegó a través de unas nubes algodonosas sobre las que descansaba rodeado de apsaras semidesnudas que danzaban frente a un Shiva orgulloso y satisfecho, mientras por sus largos cabellos fluían las aguas del Ganges descendidas en tromba desde el cielo sobre su cabeza, ofrecida por el mismo, según la leyenda védica, para proteger la Tierra. Nos encontrábamos a solo unas decenas de kilómetros de las fuentes del río sagrado y yo había estado, unos días antes, caminando entre templos con frescos de escenas idílicas en sus paredes e imágenes de dioses abrazados a sus parejas de pechos prominentes y labios sensuales.

−Francisco, buenos días, su té −insistió Pemba, fiel a la tradición, todavía conservada en esta zona del Himalaya, del té matutino de la India británica.

Ahora sí, me despedí de las bellas sacerdotisas y abrí los ojos. Las nubes blancas se convirtieron en el techo tiznado por el humo de anteriores huéspedes de la cueva donde habíamos pasado la noche; y el altar de Shiva, en la entrada a la misma. Alguien había escrito en una de las paredes: Best five stars in the whole trip; y otro: Putain de merde de cave. “Típico, el relajado humor de un gentleman inglés y la afición a la protesta consustancial con el carácter francés”, me dije.

−Está nevando mucho –me advirtió Pemba.
Por el irregular marco de la cueva se veían caer sin desmayo los copos blancos.
−Deberíamos irnos cuanto antes −añadió.
−¿Y no sería mejor esperar a ver si escampa? −refunfuñé.
−Si sigue nevando así y no llegamos pronto al Duranshi pass –dudó un momento− igual ya no podemos salir de aquí en todo el invierno.
Me incorporé de un golpe, medio cuerpo fuera del saco de dormir, y le miré sorprendido.
−¿Quieres decir que tenemos que volver a toda marcha al puerto que cruzamos el otro día? ¡Pero si los monzones acabaron hace tiempo!
−Sí, por eso. Esto ya no es una cola del monzón, sino las primeras nieves del invierno que deben de venir adelantadas. Y quién sabe si van a durar solo hoy o una semana –me dijo Pemba con un tono más de excusa que de apremio.

Ante el panorama que me presentaba, desayunamos a toda prisa los cereales con leche en polvo diluida, recogimos rápidamente nuestros enseres, nos cargamos las mochilas y sobre las siete emprendimos la marcha. No para internarnos por las gargantas del río, hasta cuya puerta habíamos llegado un par de días antes y subir por las paredes que nos llevarían hasta el borde del Santuario según mis primitivos planes, sino de regreso sobre nuestros pasos camino de ese Duranshi pass y las peligrosas gargantas de Satkula que habíamos atravesado en nuestro itinerario de venida.

Mientras marchábamos rodeados por la nieve recordé el bucólico escenario de días anteriores. Desde el último puerto habíamos descendido más de mil metros hasta praderas enmarcadas por abetos y abedules, y salpicadas de gencianas, amapolas diminutas, campanillas, lirios e iris salvajes que declinaban todo el espectro del color. Corolas y pétalos, pistilos y bulbos vibrantes de insectos cantaban la gran fornicación clorofílica mientras las libélulas se perseguían en su juego amoroso y los abejorros zumbaban indecisos. Habíamos visto águilas doradas dominadoras de los cielos, bharales o carneros azules del Himalaya con sus grandes cuernos retorcidos recortados sobre las rocas y faisanes imperiales correteando delante de nosotros, apenas asustados de nuestra presencia. Bajo aquel cielo estratosférico, por donde vagaban algunos cúmulos blancos, cada paso era una degustación de todas esas visiones y esencias mientras las ventanas de la nariz absorbían todas las fragancias y convertían la marcha en una sinfonía voluptuosa.

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Me había entusiasmado tomando fotos de las flores y de las águilas en un momento de su planeo. Había esperado pacientemente a que los carneros levantaran la cabeza para retratarlos orgullosos y dominadores, y me había frustrado por solo poder fotografiar la parte trasera de los faisanes mientras corrían a ocultarse.
Pero hoy el escenario era otro. De un gris amenazador. Acompañando nuestros pasos tronaba el río alisando las rocas y levantando espumas con su corriente impetuosa, cubierta por la barrera sombría de un cielo negruzco que ocultaba los picos y tornaba los árboles en fantasmas. De una manera inevitable pensé en cómo la precaria senda de la parte alta del paso “volaba” durante varios trechos, cientos de metros en total, por encima de los precipicios sin fondo visible de las Satkula o Siete Gargantas. Recordé que en nuestra marcha de venida tuvimos que detenernos justo al comienzo de uno de los voladizos para dejar pasar a un grupo de una veintena de porteadores que ya habían iniciado su travesía.

De Ejecutivo a Trotamundos. - Blogs de Sub Continente Indio - Encuentro en el Nanda Devi II (3)

Los veíamos acercarse hacia nosotros en fila, uno tras otro, pegados a la pared con sus cestos o mochilones a la espalda; el paso lento, el torso inclinado hacia adelante por el peso y la mirada fija en el suelo en busca del sitio seguro para el pie. Llegó el sirdar hasta nosotros y Pemba se puso a hablar con él. Yo, mientras tanto, hacía algunas fotos a los porteadores y al Nanda Devi, que asomaba por encima de otras montañas al fondo del paisaje.

De repente, algo inopinado. Ruido de piedras. Una de las últimas figuras se despega de la pared. ¿Es una roca, dos? No. Es un porteador y su cesto; uno separado del otro. Un grito. Otro. Caen. Chocan contra el suelo en pendiente de ochenta grados. El cesto explota y hace saltar cacerolas y bultos. El hombre rebota con un ruido sordo. Silencio. Sigue cayendo. Desaparece.

Los gritos de sus compañeros llenan la garganta. Lo llaman una y otra vez pero nadie responde. Discuten entre ellos. Pemba me explica lo que dicen. Alguien, su hermano, quiere bajar a buscar al pobre hombre despeñado. Reclama una cuerda. El sirdar se lamenta con más gritos. No hay cuerdas. No tienen. Nosotros tampoco. No podemos ayudarles. Siguen los gritos de llamada sin respuesta. Uno tras otro llegan hasta la cresta donde nos encontramos. Descargan sus bultos. Algunos siguen discutiendo; otros permanecen en silencio. Deciden que dos de ellos irán corriendo hasta Lata, el pueblo de donde partimos, para traer cuerdas e intentar rescatar a su compañero. No creen, sin embargo, que esté vivo.

El sirdar cuenta a Pemba y este me transmite. Venían de una expedición fallida para escalar el Dunagiri (7,066 metros) –el cual se erguía allí, a nuestra izquierda, a unas jornadas de marcha− y las cuerdas se las habían llevado desde el campo base los sahibs para su escalada. Pero los dos norteamericanos no habían vuelto. Estuvieron esperándolos varios días y luego fueron en su busca. Solo habían encontrado la mochila de uno de ellos despeñada al pie de la pared. Habían emprendido el regreso convencidos de que la montaña se había cobrado dos nuevas víctimas.

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Con estos recuerdos, las prisas de Pemba y su inicial cara de preocupación aquella mañana comencé a considerar mientras caminaba sobre la nieve el berenjenal en que me hallaba, seguramente superior a mi experiencia. Pero seguimos, ahora ya ascendiendo sin pausas. Habíamos empleado seis días desde Lata, último pueblo habitado de la zona, para llegar a la cueva situada en la garganta del río, a medio camino entre el último collado y el borde del santuario interior. Habíamos cruzado las gargantas y el puerto la tarde del tercer día pero habíamos plantado la tienda al poco tiempo. Así que necesitaríamos al menos cuatro días para alcanzar de nuevo el puerto, si no cinco, teniendo en cuenta que la mayor parte del trayecto era de subida y caminando sobre la nieve. Si seguía nevando con esta intensidad, no había duda de que nos íbamos a perder y si llegábamos hasta el dichoso puerto, este estaría impracticable.


Dicen que los días nublados se recapacita más y mejor que los soleados. Sin duda, ese era mi caso en aquellos momentos. A punto de cumplir los cuarenta, empecé a reflexionar sobre mi vida pasada y en todo lo que todavía quería vivir. Pensé en mi madre y su desconsuelo si no llegase a regresar; en mi padre que nunca había entendido el abandono de mi carrera profesional, tantos años de estudios y de esfuerzos hasta ser un directivo en una gran empresa, para arrojarlos por la borda. En Úrsula: ¿se daría cuenta ahora de que, realmente, sí me amaba más que nada y quería vivir conmigo aún a costa de dejar Munich? ¿Y yo, todavía lo deseaba? Seis años de relaciones y sin futuro aparente. Encuentros y desencuentros. Idilios, éxtasis y frigideces. Un noviazgo en dientes de sierra, más bien de serrucho, agudos picos y profundas entalladuras. Aunque tanto andar, tanto desandar y siempre terminábamos juntos. Pero cuando volviera lo más probable es que me dijese, “Francisco, eres tú quien se marchó”. Era cierto. La verdad pura y simple para ella; más relativa para mí.

¿Y Monique? Mi dulce, frágil amor de última hora. Tan idealista y tan necesitada de afecto. Me dolió haberla abandonado en Katmandú hacía poco más de un mes. Pero tenía que hacerlo. Y la dejé solo por un par de días y en buena compañía, a salvo de las tentaciones de los drogatas que pululaban por Freak Street y los antros de Thamel, a la espera de su vuelo a París. Dentro de poco nos encontraríamos allí.

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La marcha requería toda mi atención y procuré dejar de lado los recuerdos. El sendero ascendía muy empinado desde la garganta a través de las praderas, ahora cubiertas de nieve y de rocas que debíamos ir sorteando, y flanqueado por arbustos de rododendros y abetos gigantes. Antes, hubimos de cruzar el sagrado Rishi Ganga por un tronco resbaladizo tendido entre las dos orillas. Debajo rugía la corriente. “Un baño en sus aguas turbulentas quizás me libraría de todas mis angustias”, pensé. Entre el escenario, el temor al futuro inmediato y los dioses, buenos y malos que por allí acechaban, no había duda de que yo mismo me estaba cuestionando mis convicciones tan racionales. Pemba atravesó el río con facilidad aunque colocando los pies con cuidado sobre el precario puente. Yo, sin ningún pudor, lo hice a gatas, a ratos abrazado al tronco, y después de que el buen Pemba volviera para recoger mi mochila tras haber depositado en la otra orilla el bulto con la tienda y las provisiones que portaba.

Al cabo de unas cinco horas, paramos a comer un poco: el arroz que había quedado de la noche anterior, una lata de sardinas y chocolate. Poco después de reemprender la marcha cesó de nevar, salió el sol, iluminó los bosques y las cimas, nos calentó el cuerpo, alimentó nuestras esperanzas y hasta avivó nuestros pasos. Justo antes de que llegara la noche plantamos la tienda, hicimos el habitual arroz con lentejas, el té con galletas, nos enfundamos en los sacos y nos pusimos a esperar a la mañana siguiente.

El día empezó nevando. A la altura que nos encontrábamos, unos 3.700 metros, la nieve tenía ya unos treinta centímetros de espesor, pero como todavía estaba dura por el frío de la mañana, avanzamos a buen ritmo. Sin embargo, a medida que subía la temperatura y crecía el espesor de la capa, nuestras botas se hundían más y más a cada paso y la marcha se hizo más lenta. Sobre las doce salió el sol, la nieve se puso muy blanda y decidimos descansar y comer un poco. Calculamos que estábamos casi a mitad de camino del puerto y si caminábamos hasta la noche, las cosas no se torcían y al día siguiente no nevaba, podríamos llegar a la caída de esa misma tarde. Fue entonces, al reanudar la marcha, cuando encontramos a Jack.
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Encuentro en el Nanda Devi III

Encuentro en el Nanda Devi III


Localización: Sub Continente Indio Sub Continente Indio Fecha creación: 10/01/2017 13:26 Puntos: 0 (0 Votos)
De Ejecutivo a Trotamundos. - Blogs de Sub Continente Indio - Encuentro en el Nanda Devi III (1)

Desde niño me había gustado caminar por o entre las montañas. Al andar uno se ve a sí mismo y al mundo de manera más clara. Se tiene la impresión de purificar la mente y el espíritu. Quizás porque el cerebro está mejor irrigado. No buscaba las montañas para vencerlas, sino para sumergirme en su inabarcable inmensidad, para aprender a conjugar el deseo de realizar algo diferente y el sobreponerme a las dificultades; sentir la humildad ante su supremacía y orgullo de su proximidad y belleza, gozar del sentimiento de evasión y libertad que proporcionan. Y, por encima de todo, deleitarme con la pureza del aire que las rodea, de las maravillas del paisaje, de sus bosques y los animales que los pueblan, de los ríos y los diálogos de amor entre la luz y el agua, y de los encuentros con los habitantes de sus valles o de sus alturas. Porque, como había leído en alguno de aquellos relatos, “las montañas tocan el alma, son adictivas, te colman de recompensas, pero nos hacen conscientes de nuestra temporalidad y de lo frágil de nuestra existencia”.

De Ejecutivo a Trotamundos. - Blogs de Sub Continente Indio - Encuentro en el Nanda Devi III (2)

Y ahí, junto a mí, tenía la prueba; de nuevo en mis brazos un hombre a punto de morir. Era un desconocido pero me sentía cerca de él; podía haberme pasado a mí o quizás me sucedería en un futuro próximo mientras intentaba salir de la situación en que me había metido. Cada dos o tres horas, durante toda la tarde y por la noche, le estuvimos alimentando muy poco a poco, turnándonos entre nosotros para descansar. Cuando faltaban un par de horas para el amanecer, las más críticas para su estado, el hombre seguía respirando aunque algo agitado. Si se despertaba por sí solo, estaría en proceso de su recuperación, me dije. Quizás me estaba haciendo ilusiones. No tenía yo mucha experiencia en situaciones similares. Pemba, al otro lado, dormía hecho un rebullo. Ahora sí parecía un niño grande o un oso.

Con las primeras luces Jack pareció algo recobrado. Abrió los ojos y preguntó algo, pero no le entendimos. Estuvo unos minutos murmurando y volvió a quedarse adormilado. Si no había muerto durante la noche, debería poder salvarse. No estaba en condiciones de dar un paso pero tampoco podíamos dejarlo solo. Salí fuera con el fin de dejar espacio a Pemba para preparar el desayuno. Cuando me lo ofreció, le dije:

−¿Por qué no te vas hasta el pueblo, ligero y sin nada que cargar excepto algo de comida? Puedes llegar en dos o tres días y vuelves con varios hombres a buscarnos.
−Podríamos hacer eso, de acuerdo –me contestó.

Pero noté que me miraba con ciertas reservas y quería decirme algo. Sin embargo, preparó sus cosas. Al salir de la tienda para ya emprender el camino le di un abrazo de despedida. Venció entonces su prudencia habitual.

−¿Eres consciente de lo que haces? ¿Del peligro al que te expones? –me dijo−. Si no podemos atravesar los puertos al regresar a buscaros, daremos media vuelta y nos iremos a casa. Tú, en cambio, te quedarás aquí –añadió muy serio.

De Ejecutivo a Trotamundos. - Blogs de Sub Continente Indio - Encuentro en el Nanda Devi III (3)

Sentí un golpe en la boca del estómago. Asentí con la cabeza mientras las dudas, el miedo y la emoción me podían. Miré hacia arriba, a las montañas y al cielo. El día había amanecido claro. Apenas había nubes y los buitres habían desaparecido. “Tienes razón, me asustas, pero mi conciencia o un sentido del bien, cosas que hasta ahora no sabía si tenía, me dicen que no puedo abandonar a un hombre en este estado”, pensé, “al menos por el momento”. Y me avergoncé de este último pensamiento egoísta, pero en mi interior sabía que era una posibilidad.

−Confío en ti, Pemba. Harás lo imposible, lo sé, por venir a buscarnos. Te recompensaré, os recompensaré. Lo que me pidas.

Le di otro abrazo a pesar de que, como todos los orientales, no era muy dado a las efusiones, pero ya se había acostumbrado a las mías y las toleraba. Se echó la mochila a la espalda, esbozó su franca sonrisa habitual, dio media vuelta y enfiló ladera arriba. Le seguí con la vista. “Te esperaré, amigo. Sé que eres un valiente y no nos dejarás aquí”. Llegó a una cresta y antes de desaparecer se volvió. Elevó los brazos al cielo en señal de saludo, juntó las palmas de las manos y levantó la cabeza, la mirada hacia lo alto. Le entendí. Se encomendaba, nos encomendaba a sus dioses. Le imité. También alcé mis brazos, las manos juntas. “¿A qué dios dirigirme?”
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comment_icon  Últimos comentarios al diario De Ejecutivo a Trotamundos.
Total comentarios: 10  Visualizar todos los comentarios
Madrizmemata  madrizmemata  19/01/2017 22:43
Enhorabuena y a seguir cumpliendo sueños y metas!!!!!
Aaamazonia  Aaamazonia  11/02/2017 21:47
Comentario sobre la etapa: Everest. Trekking por Gokyo
Precioso relato, Francisco. He buscado el libro en amazon, leido los comentarios y ya lo he comprado. Esperando su llegada.
Aaamazonia  Aaamazonia  11/02/2017 21:49
Comentario sobre la etapa: Everest. Trekking por Gokyo II
Y ahora incluso escena nocturna con una sherpani. Too much. Essperando más etapas de tu viaje. venga ya.
Aaamazonia  Aaamazonia  11/02/2017 21:53
Comentario sobre la etapa: Calcuta y Monique
Muy bien descrita Calcuta. Y Monique. Intriga pendiente. ¿Que pasa con ella y con el americano????
Aaamazonia  Aaamazonia  25/03/2017 22:14
Leí el libro y me gustó mucho. He visto que se ha publicado en digital en amazon con un nuevo título: De ejecutivo a trotamundos. Y solo por 0.99 €.
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