Viaje a Praga, Salzburgo, Viena y Budapest ✏️ Blogs de Europa Este

Bien, empecemos pues. Mi novia, Elena, y yo, Miguel, hicimos este pasado verano un viaje que nos llevó por Praga, Salzburgo, Viena y Budapest. Estuvimos once días, y nos gastamos algo más de 900 euros cada uno, transporte y alojamiento incluido. Aunque parezca un dineral a simple vista, si a esta cifra le descontamos el billete de avión y el billete de Interrail, es mucho menos de lo que aparenta. Además, nos llevamos todo el año currando para poder pegarnos el tour, y decidimos ir en 'plan bien', no derrochando, pero sí con ciertas comodidades, como hoteles en el centro de las ciudades y varios homenajes gastronómicos. El vuelo que cogimos fue desde Málaga a Praga (Ruzyne), sin escalas, con una duración de tres horas aproximadamente. Nos costó el billete i/v cien euros a cada uno, creo que bastante barato, pero a cambio tuvimos que 'dormir' dos noches en sendos aeopuertos. Gajes del oficio, que se suele decir.

Una vez en el aeropuerto de Praga, para ir hasta la ciudad cogimos el autobús 119, que pasa por el aeropuerto cada 4 ó 5 minutos, por lo que no hay problemas de esperar un largo rato. Es el medio más económico, y ciertamente recomendable. Se tardan unos veinte minutos en llegar a la primera parada de Metro, en la línea verde (Dejvická), y de ahí ya te puedes mover sin problemas. Compramos un billete de 45 minutos de viaje, menos de 1 euro, por lo que tuvimos para subir al autobús y al Metro. Hay otros medios de transporte para hacer este trayecto, como el Cedaz (si vais varias personas se puede estudiar, si no es mucho más recomendable el autobús) o el taxi (a no ser que no tengáis más remedio, porque el aeropuerto está bastante lejos y os pueden meter una clavada). Moverse por Praga es bastante fácil y cómodo, ya que existen varios medios de transporte que circulan por la ciudad: Metro, autobús, tranvía,... Aunque lo recomendable, sobre todo cuando hablamos del centro, es ir dando un paseo.

Nos alojamos en el hotel Archibald (www.hotelsby.es/praga/archibald), en la calle Zitna, paralela a la Plaza de Wenceslao. El hotel es bastante recomendable: limpio, habitaciones amplias y céntrico. Tenía desayuno buffet completito, incluído en el precio. La distancia del alojamiento al centro nos permitía acudir a todos los sitios andando (en unos 15 minutos te plantas en la plaza del Ayuntamiento), lo que también sirve para ver los preciosos edificios de la ciudad. La Plaza de Wenceslao es una zona muy concurrida, con numerosos bares, pubs y sitios donde comer, donde se da cita la gente joven, sobre todo por la noche. Allí está situado el Museo Nacional y una estatua del santo que le da nombre a la Plaza (la foto de aquí abajo).


Metiéndonos ya de lleno en lo que es la ciudad, he de decir que me gustó mucho, aunque me esperaba más de lo que realmente era. Y creo que la culpa la tuve yo, por haberme hecho una idea preconcebida de las historias que te cuenta la gente que ha estado allí. Para empezar, no es un sitio tan sumamente barato. Solamente con el cambio de moneda ya te pegan un sangrazo del copón (el día que llegamos, que era domingo, cambiamos 100 euros en coronas checas, y echando las cuentas nos dimos cuenta de que el tío de la oficina de cambio se había quedado con una comisión de casi 30 euros. Brutal), con lo que pierdes una parte del dinero con el que contabas.

Por el centro, los precios para comer y tomar un aperitivo son prácticamente iguales que en España, céntimo arriba o céntimo abajo. Eso sí, en cuanto te sales un poco del anillo histórico de la ciudad, sí es cierto que los precios bajan un poco, y resulta más económico. Por 15 ó 20 euros puedes tomar una cena para dos bastante copiosa, y con dos cervezas para cada uno. Lo bueno que tiene Praga es que la gran mayoría de los bares y restaurantes tiene fuera la carta con los precios, por lo que puedes elegir el sitio haciéndote un poco la idea de lo que te vas a gastar. La comida de Praga, y me imagino que en general la de República Checa, está compuesta mayoritariamente por carnes. Los platos siempre los acompañan de las célebres Knedlíky, unas rodajas de pan o de patata, depende del sitio, y del chucrout (col fermentada), también muy bueno. El chucrout lo hay de varias colores y sabores, así como diversas intensidades. Las dos veces que comimos en locales disfrutamos mucho, ya que los camareros eran atentos y hacían un esfuerzo por entenderte. Y en lo que respecta a la cerveza, un 10. La Budejóvicke y la Urquell ya las había bebido aquí, pero en botella, no de barril, y estaban realmente buenas. Además, me hizo gracia que siempre te pusieran un posavasos cuando te pedías la bebida. Un recuerdo más que te puedes llevar, jejejeje. Otra cosa que recomiendo, aunque no tengo ni idea de cómo se llaman, eran una especie de hojaldres recubiertos de azúcar que hacían en puestos de la calle, recién hechos y calentitos. Estaban riquísimos.


En lo que respecta a monumentos, entorno y turismo propiamente dicho, Praga es chulísima. Aun así, y como ya comenté antes, me esperaba un poco más, pero esto no quita que fuera precioso. Las calles del centro cuentan con casas antiguas, de arquitectura antigua, preciosas. En día y medio vimos todo lo que es obligatorio ver en Praga, así que, según mi experiencia, tampoco hacen falta cuatro días para visitar la ciudad. Visitamos la Torre de la Pólvora (por fuera impresiona, por dentro ya no), la Casa Municipal, la plaza del Ayuntamiento viejo con el reloj (a mí tampoco me pareció para tanto) y con la Iglesia de Tyn, el barrio judío con la Sinagoga Vieja, el puente de Carlos (impresionante) y el barrio del Castillo con la Catedral de san Vito (brutal) y la calleja del Oro. En la mayoría de los atractivos turísticos te cobran la entrada, como es normal, pero tampoco suelen colarse demasiado. Si no recuerdo mal, la entrada a todo el complejo del castillo costaba alrededor de diez euros, pero merece la pena. Además, si llevas carnet de estudiante te hacen un suculento descuento. Eso sí, si podéis dar un paseo por estos edificios por la noche, cuando están iluminados, no os arrepentiréis.

Nota de mi experiencia en Praga: 8.

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Después de dos días en Praga, y con buen sabor de boca, nuestra siguiente parada en el viaje era Salzburgo, la ciudad natal de Mozart. El trayecto desde Praga estaba estimado en algo más de cuatro horas, con dos cambios de tren obligados. Me gustaría destacar el lamentable estado de conservación de la estación de tren (en la parada de Metro Hlavní nádrazí), con diversos trayectos internacionales. Es una pena que el último recuerdo que te lleves de la fantástica Praga es una oscura y penosa estación de tren más propia de la Segunda Guerra Mundial que del siglo XXI. Para mi consuelo queda que estaban haciendo obras, así que esperemos que pronto mejoren un poco la situación.

Salimos de Praga por la mañana, sobre las 11. A medio camino entre Praga y Salzburgo se encuentra la ciudad de Linz, y, ya que contábamos con un billete de Interrail, decidimos pararnos a dar un paseo para conocerla, puesto que teníamos tiempo de sobra. Tras comer unos bocatas en un parque (Volkspark), estuvimos paseando por el centro de Linz alrededor de unas dos horas, tiempo suficiente para admirar sus perfectos edificios de las calles comerciales. Muy bonito todo. Además, me llamó mucho la atención por ser una ciudad bastante limpia y cuidada, con los jardines perfectamente decorados y tratados. Vimos la catedral (muy bonita, aunque al lado estaban construyendo un edificio que rompía todo el entorno), la plaza principal (foto de abajo) y el Danubio. En definitiva, una ciudad bonita para ver, que con una tarde tenéis de sobra. Luego estuve mirando información, y he visto que será ciudad europea de la cultura para el 2009, así que ya hay más motivos para visitarla.


De Linz a Salzburgo había unos 45 minutos en tren (menuda diferencia entre los trenes de Austria y los de la República Checa, jejeje). En la misma estación pedimos unos mapas de la ciudad, y nos obsequiaron con una serie de folletos sobre conciertos, musicales y demás eventos bastante copiosa. Hasta el hotel fuimos en autobús, cuyo billete nos costó 2 euros (sí, 2 euros por un autobús urbano. Luego se quejan de que en Sevilla cuesta 1,10...). En Salzburgo nos alojamos en el Star Inn Hotel (de.venere.com/ ...r_inn.html), ubicado en HildmannPlatz, en el centrísimo centro de la ciudad. Es lo mejor que tenía el hotel, ya que tardabas poco más de dos minutos a pie en llegar hasta la catedral, la plaza para subir a la fortaleza o la calle comercial más importante de la ciudad. Las habitaciones eran estupendas, e incluso tenían una terracita con butacas bastante chula. El segundo día hizo buen tiempo, y almorzamos allí sentados en la terraza. El precio de la habitación era bastante asequible teniendo en cuenta su situación en la ciudad, y aunque no incluía desayuno, lo podías pedir por 10 euros más cada persona, algo que no hicimos, evidentemente. Os lo recomiendo encarecidamente. Salimos muy contentos de aquel hotel.

En lo referente a la ciudad, me pongo de rodillas. Todo precioso, parecía una ciudad medieval, limpísima, y la gente un encanto. A todos los que le preguntamos algo nos respondieron con una sonrisa en la boca. Y es que así da gusto. Los monumentos estaban chulísimos: la catedral era muy bonita por fuera, y por dentro tenía unos frescos en el crucero impresionantes, te podías quedar un buen rato mirando hacia arriba; la Abadía y el cementerio de San Pedro, muy coqueto, con un par de patios que te daban incluso tranquilidad, jejeje; los jardines del Palacio Mirabell, curradísimos y muy bonitos, incluso para sentarse un rato a descansar; y la fortaleza de Hohensalzburg, a la que había que subir a través de un funicular (creo que también se podía subir andando, pero el pateo es curioso). La entrada, con el funicular incluido, costaba 10 euros, pero sólo por disfrutar de la vista aérea de la ciudad creo que merece la pena, con esos tejados azules llamativos. Dentro del castillo hay varias exposiciones sobre batallas desde hace varios siglos.


Y bueno, como era de esperar, tenían que sacar partido de su ciudadano más ilustre: el señor Mozart. Todo en esta ciudad está orientado a vender la figura del compositor, desde conciertos hasta bombones rellenos de pistacho. Al lado de la catedral hay una plaza con una estatua suya, debajo de la cual está grabada una inscripción que declara a la ciudad Patrimonio de la Humanidad (y con razón). También existe como reclamo turístico la casa donde vivió y la casa donde nació (ya sabéis, con tal de sacar talegos...). Nosotros sólo entramos a una de ellas, situada en la plaza con el original nombre de Mozart Platz: la entrada costaba 7 euros, pero te daban un audífono de éstos que te iba explicando los instrumentos y las salas de la casa, y al final te ponían un pequeño vídeo sobre Mozart. ¿Merece la pena? Bueno, ya que estás allí, pues vale, pero tampoco es nada del otro mundo. El precio me parece algo abusivo.

Y una vez llegados a este punto, qué mejor materia para hablar que de la gastronómica, jejeje. El día que llegamos a Salzburgo preguntamos en la estación dónde había un Biergarten, y nos señalaron una zona al lado del río, un poco apartada del centro. El nombre ahora mismo no lo recuerdo, pero si alguien está interesado, le puedo conseguir la información. Desde el hotel, llegamos a este bar/restaurante dando un paseo por la orilla del río (chulísimo el paseo), a unos 20 minutos andando. Era un sitio al aire libre, con varias mesas para dos o tres personas y también mesas largas con bancos, y servían comida de la zona. Aquella noche pagamos 25 euros entre los dos, con un buen plato y dos jarras de cerveza para cada uno. A mí me encantó el sitio, así que os lo recomiendo. Aquí tenéis una foto, a ver qué os parece.


En definitiva, para mí Salzburgo fue la ciudad que más me gustó de todas las que vimos. Las razones ya las comenté anteriormente, pero me quedo sobre todo con la belleza de sus céntricas cuando estaban iluminadas por la noche. Chulísimo.

Nota de mi experiencia en Salzburgo: 10.

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Después de una gran estancia en Salzburgo, la siguiente parada de nuestro viaje era la capital austríaca, Viena. Aquí me di cuenta de lo malo que es llevar una idea preconcebida, así que a partir de ahora espero no volver a hacerlo. Algunos decían que era una ciudad impresionante, con una gran vitalidad, con monumentos flipantes; otros argumentaban todo lo contrario, que era una ciudad incapaz de ofrecer cosas nuevas a los turistas, y que solamente vivía de lo que había sido en un pasado no muy lejano. Lamentablemente para mis expectativas, y según mi opinión, he de decir que esta última opinión era la que más se acerca a lo que vimos allí. Viena es una capital con un pasado enorme, lleno de altibajos (con todo lo que ello conlleva), e intentan sacar el máximo partido a estos asuntos. La emperatriz Sisí está onmipresente en cualquier sitio al que acudas, y al final se vuelve hasta cansino.

Bueno, desde Salzburgo hasta Viena hay unas tres horas de viaje en tren, ya que pega un buen rodeo, por lo que creo que en coche se tardará bastante menos. Cuando llegamos a Viena estaba cayendo la del tigre, llovía bastante y eso influyó notablemente en nuestra percepción de la ciudad. Aquí nos alojamos en el hotel Kaiser Franz Joseph (www.hotelclub.net/ ...Vienna.htm), que estaba bastante alejado del centro. El hotel en sí no estaba mal, aunque las habitaciones dejaban un poco que desear (los colchones se hundían y el baño era mejorable). Cuando entrabas parecía aquello el Ritz, con un hall impresionante, pero luego iba decayendo poco a poco. De este hotel no salimos demasiado contentos, por varias razones: el precio (lo considero un poco elevado para su ubicación dentro de la ciudad), la distancia del centro (para llegar al Ayuntamiento tenías que coger un tranvía y un metro, alrededor de media hora de trayecto) y su situación en una zona que a las 7 de la tarde estaba muerta (no había ni siquiera un sitio para cenar, únicamente un McDonald's). Por estos motivos no lo recomiendo, seguro que hay otros alojamientos más baratos y situados en mejores zonas de Viena.

En lo referente a la visita propiamente dicha, reitero que quedó bastante deslumbrada por el mal tiempo que nos hizo durante los dos días que estuvimos en Viena, sobre todo el día que llegamos. Recuerdo que éramos casi los únicos que estábamos por la calle, con los chubasqueros puestos y muy calados, jejeje. Una de las cosas buenas que tiene la ciudad es que la mayoría de las cosas interesantes para ver están bastante cerca unas de otras. El Ayuntamiento de Viena es impresionante, sin duda lo mejor de la ciudad para mí. Su fachada obliga a llevarte un rato mirándola, con diversas esculturas en lo alto de lo más chulo. Justo enfrente del ayuntamiento se encuentra el Teatro de la Corte, menos impresionante pero también digno de ver. A unos pasos de esta zona también está ubicada la Corte de Justicia, un edificio bastante grande, y el Parlamento austríaco, realmente imprescindible en una visita a Viena. La estatua que está delante de la entrada principal es sencillamente magnífica, y cuando está iluminada impresiona aún más. Y a unos dos minutos andando nos topamos con una especie de plaza ajardinada muy grande, a cuyos lados se encuentran diversos museos. Como no íbamos sobrados de tiempo no entramos a verlos, así no puedo decir si merecen o no la pena.


Una vez que vimos todos estos edificios, bastante chulos en mi opinión, nos dirigimos hasta el centro de la ciudad, paseando por las céntricas calles repletas la mayoría de tiendas caras, bares y restaurantes. Las casas y edificios de estas calles estaban bastante bien cuidados, y nos gustaron mucho. Eso sí, la cosa cambió cuando llegamos a la Catedral de San Esteban. Estoy seguro de que habrá quienes no compartan mi opinión, pero no me gustó nada en absoluto, ni por fuera ni por dentro. Considero que no guarda ninguna relación con el entorno, y que mata toda la belleza de los edificios que le rodean. Tiene la fachada negra, lo que evidencia la mala conservación a la que ha sido sometida. No sé, me esperaba mucho más, y me decepcionó.

Lo que no nos decepcionó en absoluto fueron los pasteles que comimos en una cafetería/pastelería situada enfrente de la catedral, que sirvió para quitarnos el mal trago, jejeje. Allí probamos el dulce típico de Viena, la Sachertorte, que es una tarta de chocolate, cubierta por otra capa de chocolate más negro y un poco de mermelada en el centro. Yo no soy nada goloso, y he de decir que me gustó muchísimo. Me quedé realmente sorprendido. Eso sí, al ser el postre típico de la ciudad se aprovechan de los turistas, así que comparad precios antes de comerla o comprarla como regalo, porque puede haber diferencias importantes. También probamos la Apfelstrudel, una tarta de manzana que también estaba buena, aunque no tanto como la anterior.


Después de la dulce parada, seguimos paseando por el centro de Viena, todavía bajo una intensa lluvia, y aprovechamos para visitar (por fuera) el edifico de la Ópera y la Iglesia de San Carlos Borromeo, ésta última ya un poco más alejada del centro, aunque se puede ir andando perfectamente. El último lugar que visitamos este día el edificio de la Secesión, un museo de arte moderno al que tampoco entramos. Solamente lo vimos por fuera.

El segundo día ya hizo mejor tiempo, y menos mal, porque el día anterior pillamos una mojada bastante curiosa. Como los palacios imperiales cerraban a una hora muy temprana, dejamos las visitas para el segundo día, después de haber visto el primero la mayoría de los reclamos turísticos de Viena. El primero que vimos fue el Palacio de Schönbrunn, que era la residencia de verano de los emperadores. Aquí se puede llegar en Metro perfectamente, se llega pronto. Como ya comenté anteriormente, Viena es una ciudad que vive casi únicamente del legado que dejó Sisí y la 'leyenda' que gira a su alrededor, por lo que intenta explotar su figura al máximo, y al final acabas cansado de tanto palacio y emperatriz. La entrada me pareció un abuso, ya que pagamos casi 10 euros por entrar a ver SÓLO (sí, solamente) una parte interior del Palacio, puesto que si querías ver todas las estancias tenías que pagar más, y no estábamos dispuestos a dejarnos más dinero todavía. Entiendo que los vieneses tengan que sacar dinero del turismo, pero que te cobren ese dineral por ver el interior de un palacio me parece incluso una falta de respeto. También tienen bonos para hacer un tour por el Palacio de Schönbrunn, el palacio Hofburg y un museo de muebles palaciegos, pero ya salía por un ojo de la cara, así que como que pasamos un poco del tema. Al que le guste llevarse todo el día viendo habitaciones hiperdecoradas donde la Corte se pegaba la vida padre le puede valer este bono, pero si sólo quieres hacerte una idea de cómo era todo aquello te basta y te sobra con el primero que he comentado......

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