Es fácil imaginar que, por el hecho de pertenecer a Portugal, Madeira presente unos precios ajustados. Temo que esto no sea así y además se combine, por regla general, con falta de profesionalidad, siendo además corrientes las prácticas de picaresca
Si algo no puede negarse de Madeira es el extraordinario paisaje y el clima de eterna primavera que ofrece la isla, su vegetación exhuberante y su magnífica flora. Si algo hay
que reconocer con amargura es lo difícil que resulta disfrutar este entorno: Por resumirlo
en un par de frases, juntemos la calidad de servicios esperables en un Portugal de algunos
años atrás con unos precios por encima de cualquier ciudad de España; mezclémoslo con una
tendencia a la picaresca que se hizo famosa en Roma y tendremos una aproximación aceptable.
Si alguien imagina que, por pertenecer a Portugal, encontrará en Madeira precios asequibles,
es mejor que cambie de idea antes de elegir definitivamente su destino -porque además, me
temo, que lo que sí encontrará es el mal servicio y la monotonía gastronómica que dieron a
Portugal su fama entre los viajeros-.
Puede parecer una descripción destructiva, pero aun cuando en cada uno de mis viajes ha
habido experiencias negativas, casi siempre el balance general ha merecido la pena. En este
caso, tras una semana en Madeira, puedo decir que, por primera vez, hubiera preferido volver
uno o dos días antes... y la razón es muy sencilla: en ningún lugar había encontrado peor
relación calidad / precio. Puede argumentarse que tanto en el Mediterráneo Sur como en
Próximo Oriente es fácil encontrar malos servicios, pero nunca había pagado tan caro un mal
servicio o, dicho en un lenguaje coloquial: nunca había tenido tanta sensación de que me
estuvieran intentando "tomar el pelo" -incluyendo a la Roma de hace 25 años-.
Para quien le interese el tema, puedo dar algunos detalles:
El problema de todos los días es la gastronomía: en nuestro hotel (cuatro estrellas), el
desayuno estaba formado por un buffet suficientemente amplio, pero de una calidad no más
allá de lo imprescindible y -ante todo, y este es el sello de Madeira- absolutamente
monótono. En toda la semana no cambió la composición más que en unos casos sustituír los
huevos fritos por huevos revueltos y algunos detalles en las frutas. Por desgracia, no se
trataba de habernos equivocado de hotel, ya que los compañeros ocasionales de viaje se
quejaban de lo mismo (y, lo que es peor: los que contrataron media pensión, nos comentaban
que con la cena era el mismo cantar).
El problema viene cuando la comida o cena hay que pagarla en un restaurante: sólo han de
esperarse cuatro especialidades: espada con plátano (no pez espada) -un sabroso pescado de
sabor parecido a la merluza, servido con plátano frito-, filete de atún, "espetada" -una
especie de brocheta de vaca- y... en todo caso, cerdo, pollo o pulpo de una u otra forma más
o menos básica (gallegos: olviden el "pulpo a feira"; esta isla les hará sentir verdadera
"morriña") todo ello servido "a la portuguesa", (en una fuente a modo de las utilizadas aquí
para servir platos combinados, que incluye, además de lo pedido, patatas fritas -o arroz-,
verduras al vapor y ensalada). Esto tiene la ventaja de que sólo es necesario pedir un plato
y, si se desea, entrante o postre; para comerse dos platos es necesario un muy buen apetito.
Lo mejor de los restaurantes (en la zona del Lido) es el local, que sí suele estar a la
altura del precio, siendo prácticamente todos los locales recientes y bien decorados.
Un "Menú Turístico", ofrecido por muchos de los restaurantes, permite comer por 12 / 13.5
euros, pero no incluye la bebida y en muchos casos tampoco el pan (siempre con mantequilla),
que viene a costar entre 2.5 y 5 euros-. El vino es caro, costando el de la casa a partir de
15 euros, mientras que una cerveza (a medias entre la caña y la jarra) cuesta unos 2.5, y
una jarra 3.5. (el precio que vinimos pagando cada noche por una cena para 2 con vino se
movió entre 35 y 45 euros por persona -llegando a 60 en un caso especial-). Pero, además -
salvo contadas excepciones- el servicio es pésimo dado el precio: cuando no es lento, es
realmente descuidado y la falta de profesionalidad de cocineros y camareros se hace patente
casi desde el principio -punto en el que también coincidían los otros turistas que conocimos
durante las excursiones-.
Pero lo peor llega cuando no es extraño ver que, estando el IVA incluído (lo cual no consta
en ninguna parte), puede que intenten cobrarlo de nuevo o, sobre todo yendo en un grupo,
aparezcan en la cuenta platos no servidos (en mi hotel quisieron cobrarme un mojito que
jamás me tomé -pero, de haber tenido media docena de consumiciones, seguramente habría
"colado"-). Sólo encontramos el anuncio del Libro de Reclamaciones en una tienda de flores y
en una zapatería; en ningún caso en establecimientos de hostelería, restauración,
alimentación o recuerdos. Estos toques de picaresca no son nada extraños y mucha gente se
queja de ellos: abunda el "precio para turista" distinto del propio para cliente local, que
se introduce de una u otra forma. Dos locales en la misma zona nos cobraron las mismas
consumiciones con una diferencia de precios casi del doble... siendo el de mejor aspecto y
situación el más barato.
Por otra parte, visitar la isla resulta complicado: No existe un transporte colectivo
interurbano operativo y el alquiler de coches viene limitado, además de por el precio -
aparentemente correcto: unos 35 euros / día, peeeero... hay que añadir un complemento de
seguro todo riesgo, que hará subir el precio hasta unos 50 euros / día, o bien decantarse
por una franquicia en caso de accidente que sobrepasa los 1000 euros- (cosa que se comprende
poco después, viendo el estado de las carreteras, no ya muy torturadas, sino con el firme en
verdadero mal estado). Bien... no puede hacerse como en Canarias: usar la "guagua" para ir
de un punto a otro; un taxi nos costará ni más ni menos lo que el taxista quiera, o sea que
queda una sola salida: los tours organizados, que suelen realizarse en un microbús (de entre
8 y 12 plazas) -en el que el conductor es también el guía- y que por unos 35 euros nos dará
una vuelta por una zona determinada, a lo largo de unas 8 horas (la isla mide 57 x 22 km,
pero es muy montañosa, con carreteras muy torturadas y túneles sólo en la parte Este). Hay
una opción para comer que supone 12 euros adicionales (por nuestra parte no la tomamos
nunca) y el trayecto para una docena de veces, siempre donde hay una tienda de "souvenirs" y
un paisaje de más o menos interés -¡cómo no!-
Poniéndonos sobre el mapa de uno de los principales proveedores ("Sunrise" -cito este porque
el trazado es idéntico en todos, aunque el precio puede variar de uno a otro) las rutas,
siempre con origen y final en Funchal, pueden reconocerse (según el color del trazado con el
que se representan sobre el mapa) como:
-"Ruta azul" -la más recomendable de las 3 que hice- Origen en Funchal (centro / sur), costa
sur hasta Ribeira Brava y desvío hacia el Norte (atravesando los puntos más altos de la
isla), desvío al extremo Noroeste de la isla -con parada en Porto Moniz, donde por fin tuve
una experiencia gastronómica positiva- y recorrido por la costa Norte hasta Sao Vicente,
para bajar de nuevo por el centro y recorrer de vuelta el camino de ida hasta Funchal.
Satisfactoria.
-"Ruta verde": cubriendo el perímetro de la mitad Este de la isla; salvo una visita a un
centro vulcanológico -que, al parecer, recuerda mucho al de Lanzarote "Timanfaya", aunque en
"versión resumida", que incluye una visita por algunas galerías volcánicas de la parte
Norte. Descontando este punto, el resto es bastante tedioso: carretera a lo largo de la
costa y 10 paradas para hacer fotos y comprar "souvenirs". Ruta ciertamente prescindible.
-"Ruta Amarilla": responde a lo que en un tebeo llamarían "verdadero tongazo": recorrido por
el interior de la parte Este, debiera incluír la visita a los bosques de laurisilvas que hay
en esa zona (semejantes a los de Tenerife y La Gomera), pero mientras en estas dos últimas
islas se recorre el interior del bosque y se muestran los magníficos ejemplares de distintas
plantas, aquí los muestran desde la carretera, sin parar ni permitir una mejor observación
que en cualquier otro punto del camino. Preguntado el conductor sobre este punto, nos
contestó que si deseábamos verlos con detalle, contratásemos una excursión a pie (que se
llaman "levadas", donde pagando 23 / 35 euros, podremos dar un paseo andando de 5.5 / 13 km
(eso sí: te llevan hasta el principio y te recogen al final). Esta ruta incluye la visita a
Santana, donde se muestran lo que teóricamente son las casas típicas de Madeira (muy
similares a una barraca valenciana); basta una mirada atenta para ver que las cuatro que se
muestran son reproducciones muy recientes a tamaño natural. Salvo una que pretende tener el
mobiliario original -aunque carezca de cocina- el resto contienen tiendas. Un dato a tener
en cuenta: la "Ruta Verde" también pasa por Santana, pero no para allí, de forma que quien
quiera visitarla debe contratar la amarilla.
Por lo demás, el aeropuerto ha mejorado muchísimo y ya no es "el temido" aeropuerto de
Madeira (por cierto: una cerveza es más barata que en Funchal: 1.8 euros), pero -resumiendo-
no está en mi ánimo volver a viajar a Madeira, al menos hasta que me conste que han
aprendido a algo más que ordeñar despiadadamente al turista.