Teníamos muchas ganas de llegar a Salvador de Bahía. Ahora sabemos por qué llaman a Brasil el país de los contrastes. Salvador fue la primera capital del país, ahora es la más africana de sus ciudades y el color de piel de sus habitantes es una prueba de ello. Sus antepasados fueron esclavos traídos de África por los colonos portugueses. Ahora el orgullo de su raza es evidente en la ciudad.
Dicen que si Rio de Janeiro es el corazón, Salvador es el alma de Brasil. Las calles del Pelourinho (centro histórico) tienen algo peculiar, una extraña sensación te envuelve cuando caminas por ellas. No sabemos si son sus raíces africanas, la religiosidad mezclada con el esoterismo o las huellas de la esclavitud, pero todo esto junto con el colorido de los edificios coloniales hace que o te encante Salvador o te cree desasosiego; a nosotros un poquito más de lo segundo.
Hoy día, el “Pelo” está declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO pero eso no quita que en cada esquina se den situaciones que te crean inseguridad. Durante el día los policías patrullan el barrio y las calles principales cuentan con cámaras de videovigilancia que velan por la seguridad ciudadana. Aún así, desde el primer día nos recomendaron no salir a la calle con muchas cosas de valor o, como mínimo, no mostrarlas. Y es que el centro histórico tiene el mayor número de pillos por metro cuadrado. Si eres “gringo” tienes un plus de 1 BRL en todo. Ayer mismo, al pedir un acarajé (plato típico de Bahía) nos cobraron 5 BRL cuando el hombre que teníamos delante pagó 4.
Tuvimos suerte, llegamos un martes que es el día más festivo de la ciudad. Aquí lo llaman “martes bendito” y es el día grande para los afro-brasileños. Al lado de nuestro hostel, en la “escalera do Carmo” se celebra un concierto y fue alucinante ver el ritmo que tienen en la sangre. Pero la noche no acaba aquí, la fiesta sigue por las calles del Pelourinho con ritmos que salen de todas partes. Salvador destaca por su música, su gente y su gastronomía y todo esto se junta el martes por la noche. Lo más increíble es que pueden tirarse bailando hasta las 5 o 6 de la mañana y al día siguiente tienen que ir a trabajar sin apenas haber dormido. Nosotros en cambio nos retiramos pronto, llevábamos más de 24 horas sin dormir entre buses y aeropuertos y nuestros cuerpos ya no estaban para fiestas.
Tres días seguidos de lluvia y sin pronóstico soleado han hecho variar un poco nuestros planes. No hemos podido disfrutar ni de un solo paseo sin llegar empapados al hostal.
Al segundo día de estar en Salvador, viendo que las cosas no mejoraban, decidimos ir hasta Praia do Forte junto con una estadounidense y un inglés con los que compartíamos dormitorio en el hostel. Praia do Forte (un pueblo costero cercano a Salvador) es donde está ubicado el Projeto Tamar, un centro que procura por la supervivencia de 5 especies de tortugas marinas (en total existen 7 especies en el mundo) El sitio fue caro para lo que es (16 BRL por persona), casi no puedes ver a las tortugas, están en piscinas artificiales y si tienes suerte las ves cuando salen a respirar. Eso sí, hay tortugas enormes. El resto del día lo pasamos entre buses y taxis. Al final, la elección no fue tan mala. El día 2 celebran el día de los muertos y estaba todo cerrado en Salvador, así que no hubiéramos podido hacer nada de nada.
El gobierno de Lula da Silva desarrolló un plan para sacar a los niños adictos al crack de las calles del Pelourinho creando escuelas en las que realizan diversos tipos de manualidades y reciben una educación. La artesanía de estos niños es la que después intentan vender a los turistas en cada esquina de la Cidade Alta; el problema es que si dejas que te coloquen uno de los collares o pulseras ya estás obligado a pagarles, así que tienes que andarte con ojo. Es muy triste ver a niños persiguiéndote en busca de algo de dinero y que los mismos habitantes te digan que no les des nada, ni comida, porque después lo utilizan para comprar crack.
En definitiva, es una ciudad que vale la pena visitarla pero no para quedarte mucho tiempo en ella.
Dicen que si Rio de Janeiro es el corazón, Salvador es el alma de Brasil. Las calles del Pelourinho (centro histórico) tienen algo peculiar, una extraña sensación te envuelve cuando caminas por ellas. No sabemos si son sus raíces africanas, la religiosidad mezclada con el esoterismo o las huellas de la esclavitud, pero todo esto junto con el colorido de los edificios coloniales hace que o te encante Salvador o te cree desasosiego; a nosotros un poquito más de lo segundo.
Hoy día, el “Pelo” está declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO pero eso no quita que en cada esquina se den situaciones que te crean inseguridad. Durante el día los policías patrullan el barrio y las calles principales cuentan con cámaras de videovigilancia que velan por la seguridad ciudadana. Aún así, desde el primer día nos recomendaron no salir a la calle con muchas cosas de valor o, como mínimo, no mostrarlas. Y es que el centro histórico tiene el mayor número de pillos por metro cuadrado. Si eres “gringo” tienes un plus de 1 BRL en todo. Ayer mismo, al pedir un acarajé (plato típico de Bahía) nos cobraron 5 BRL cuando el hombre que teníamos delante pagó 4.
Tuvimos suerte, llegamos un martes que es el día más festivo de la ciudad. Aquí lo llaman “martes bendito” y es el día grande para los afro-brasileños. Al lado de nuestro hostel, en la “escalera do Carmo” se celebra un concierto y fue alucinante ver el ritmo que tienen en la sangre. Pero la noche no acaba aquí, la fiesta sigue por las calles del Pelourinho con ritmos que salen de todas partes. Salvador destaca por su música, su gente y su gastronomía y todo esto se junta el martes por la noche. Lo más increíble es que pueden tirarse bailando hasta las 5 o 6 de la mañana y al día siguiente tienen que ir a trabajar sin apenas haber dormido. Nosotros en cambio nos retiramos pronto, llevábamos más de 24 horas sin dormir entre buses y aeropuertos y nuestros cuerpos ya no estaban para fiestas.
Tres días seguidos de lluvia y sin pronóstico soleado han hecho variar un poco nuestros planes. No hemos podido disfrutar ni de un solo paseo sin llegar empapados al hostal.
Al segundo día de estar en Salvador, viendo que las cosas no mejoraban, decidimos ir hasta Praia do Forte junto con una estadounidense y un inglés con los que compartíamos dormitorio en el hostel. Praia do Forte (un pueblo costero cercano a Salvador) es donde está ubicado el Projeto Tamar, un centro que procura por la supervivencia de 5 especies de tortugas marinas (en total existen 7 especies en el mundo) El sitio fue caro para lo que es (16 BRL por persona), casi no puedes ver a las tortugas, están en piscinas artificiales y si tienes suerte las ves cuando salen a respirar. Eso sí, hay tortugas enormes. El resto del día lo pasamos entre buses y taxis. Al final, la elección no fue tan mala. El día 2 celebran el día de los muertos y estaba todo cerrado en Salvador, así que no hubiéramos podido hacer nada de nada.
El gobierno de Lula da Silva desarrolló un plan para sacar a los niños adictos al crack de las calles del Pelourinho creando escuelas en las que realizan diversos tipos de manualidades y reciben una educación. La artesanía de estos niños es la que después intentan vender a los turistas en cada esquina de la Cidade Alta; el problema es que si dejas que te coloquen uno de los collares o pulseras ya estás obligado a pagarles, así que tienes que andarte con ojo. Es muy triste ver a niños persiguiéndote en busca de algo de dinero y que los mismos habitantes te digan que no les des nada, ni comida, porque después lo utilizan para comprar crack.
En definitiva, es una ciudad que vale la pena visitarla pero no para quedarte mucho tiempo en ella.