Día 9. Recorrido: 187 Km. aproximadamente.
Este no era el recorrido programado, hubo que modificarlo sobre la marcha por imprevistos. El castillo de Javier es famoso por ser donde nació en 1506 San Francisco Javier, misionero, principalmente en el oriente y Japón, y religioso, impulsor junto con San Ignacio de Loyola de la Compañía de Jesús. Recibe una gran afluencia de peregrinos en un día del mes de marzo en lo que se conoce como “Javierada”. En realidad, todo el lugar está dedicado al santo y su obra. El castillo es muy llamativo desde el exterior, con su puente levadizo sobre el foso; está muy reconstruido y tiene una iglesia anexa que llama bastante la atención.
A primera hora entramos a verlo y si bien tiene una exposición muy interesante sobre la vida y obra del santo, así como pinturas y otras obras de arte, confieso que me gustó más por fuera que por dentro. El interior me pareció demasiado “funcional” y me decepcionó un poco, por ejemplo, que no dejen subir a las torres, ni asomarte a las almenas. En fin, que después de meterme por todos los recovecos en el de Olite, éste me dejó un poco fría. Es mi opinión, naturalmente.
Por lo demás, bellos paisajes alrededor, como en toda Navarra.
Después fuimos a SOS DEL REY CATÓLICO, que pese a estar a 21 Km. de Javier, ya no es una villa navarra sino aragonesa. Su mayor fama y su “apellido” le viene porque allí nació Fernando el Católico en 1452. Y fue porque su madre, la reina Juana Enríquez, que se encontraba en Sangüesa a punto de dar a luz, quiso que el heredero naciese en Aragón y se trasladó al primer pueblo aragonés, que era entonces “Sos” a secas. Está situado en un alto y ya gusta incluso antes de conocer sus calles, por la perspectiva que se obtiene desde la misma carretera.
Antes de entrar al casco antiguo, hay que dejar el coche donde se pueda. Era domingo y estaba muy concurrido con turistas que deseaban comer en alguno de sus restaurantes. El estado de conservación de sus casas de piedra es extraordinario y los pendones y gallardetes que las adornan, así como la presencia de artesanos, músicos y vendedores ataviados con trajes de época, acentúa la sensación de encontrarte en el medievo. Realmente precioso el pueblo, uno de los “imprescindibles” de la zona.
Como he dicho había muchísima gente por la zona del Castillo, en la Plaza del Ayuntamiento, la muralla, la lonja… Sin embargo, alejándose un poco, hacia la zona de la Judería o Barrio Alto, encontrabas calles encantadoras, absolutamente solitarias, algo inconcebible teniendo en cuenta la algarabía existente a unas decenas de metros; allí era posible abstraerse del tiempo actual y retroceder cinco siglos. Aconsejo de verdad salir de las zonas más concurridas y perderse por estas preciosas callejuelas.
Después pasamos por Sangüesa, pues no quería estar tan cerca y quedarme sin ver el famoso pórtico románico de la Iglesia de Santa María la Real, declarada monumento nacional en 1889. Realmente impresionante el retablo en piedra y su simbología del bien y del mal. Al interior no pudimos acceder porque las visitas son guiadas y hay que pedir la llave no supe donde, el caso es que con el calor tan terrible que hacía, nos limitamos a ver la portada y a dar un corto paseo por la calle Mayor, contemplando los palacios góticos y la galería porticada renacentista sobre la que se levanta el Ayuntamiento, así como los balcones y aleros de maderas bellamente tallados.
De allí fuimos a la FOZ DE LUMBIER, cuyo enorme tajo se aprecia incluso desde la autopista.
Teníamos pensado hacer una ruta a pie que iba no solo por la parte baja de la hoz (el recorrido más habitual) sino también por la cresta de la Trinidad, visitando los curiosos puentes de roca que hace la montaña, pero ese día Navarra entera se hallaba en alerta por calor extremo (39 grados) y en la caseta de información nos lo desaconsejaron completamente. Así que comimos unos bocadillos junto a una fuente y nos limitamos a hacer la excursión normal por el desfiladero, de unos 4 Km., atravesando dos túneles. Incluso con este recorte, el recorrido está muy bien y ofrece vistas preciosas, en compañía de los buitres que sobrevuelan constantemente sobre tu cabeza. Sin duda, otro de los lugares imprescindibles en Navarra.
Llegamos hasta el Puente del Diablo, añadiendo un pequeñísimo toque aventurero, y nos volvimos por donde habíamos venido, con un calor abrasador. Hasta los buitres hacían un descanso para darse un baño:
De regreso al coche nos dirigimos hacia la Foz de Arbayún, suponía un pequeño desvío de unos 12 Km., pero realmente mereció la pena: desde el mirador de Iso se ve la hoz entera y es espectacular.
Y también lo es la parte posterior del mirador, hacia el valle del Roncal.
Continuamos hacia el Monasterio de Leyre, situado en un alto. El panorama que se contempla desde el mirador que hay junto al Monasterio es espléndido, con el embalse de Yesa al fondo, a la izquierda. Aquí también teníamos pensado hacer la ruta que asciende hasta Arangoiti, pero fue imposible a causa del calor. Hicimos la visita guiada obligatoria al Monasterio de una hora de duración que, realmente, no me gustó demasiado porque lo único que te enseñan de particular es la cripta, que semeja un bosque de columnas desiguales con capiteles decorados con elementos geométricos todos diferentes. La cripta es interesante, pero no me pareció que tanto como para estar allí media hora escuchando explicaciones. Después te enseñan la iglesia y la portada, pero para eso no hace falta una visita guiada; en fin, quizás fuese el calor, pero me supo a poco.
Finalmente, bordeando el embalse de Yesa, emprendimos camino hacia Loarre.
Sé que incluir Loarre en este recorrido no tiene ninguna lógica, pero vi un reportaje sobre el castillo cuando estaba preparando el viaje y se me metió en la cabeza verlo. Eran 100 kilómetros de ida y casi otros tantos de vuelta, pero estando tan cerca (y también tan lejos), me rendí a mi propio capricho. El camino es muy pintoresco: nada más abandonar tierras navarras se deja la autovía y la carretera ofrece algunas fantásticas vistas con el cordal de los Pirineos al fondo; también pasamos por los fotogénicos Mayos de Riglos, que ya conocíamos de otra vez. Llegamos ya de noche a Loarre, donde teníamos alojamiento reservado en El Callejón de Andrese, un encantador hostal rural, con cuatro habitaciones. La dueña ha restaurado la casa de piedra con vigas de madera, dejándola como un auténtico museo, reuniendo muebles, objetos, telas… No había nadie más alojado esa noche y la dueña tampoco vive allí, así que estuvimos solos, disfrutando entre otras cosas de la visión de las estrellas en la maravillosa terraza. Muy recomendable. No suelo poner fotos de los alojamientos, pero voy a hacerlo en este caso como reconocimiento al cariño y al trabajo de su dueña para tener la casa así de bonita:
En un pueblo tan pequeño, a las 22:30 ya no pudimos cenar en ninguna parte, así que nos tuvimos que conformar con tomar un refresco y dos bizcochos en un bar.