Reconozco que estaba equivocada respecto a Madeira. Nunca tuve demasiado interés por esta isla, pensando que sería una especie de hermana menor de las Canarias. Mi opinión cambió completamente al ver un reportaje fotográfico en una conocida revista de viajes. Las fotos del majestuoso comienzo de la ruta del Pico Arieeiro, la de la cascada del Velo de la Novia y la del final de la levada de las 25 Fontes me atrajeron sin remedio y decidí ir allí algún día. La posibilidad de hacer senderismo era un extra añadido. Mi marido, al ver las fotos, estuvo completamente de acuerdo conmigo, lo cual no siempre sucede.
Este fue uno de los paisajes que vi en aquel reportaje. La foto ya está hecha por mi.
Madeira tiene un clima muy agradable, parecido al de las islas Canarias, o eso dicen, templado y húmedo, por lo cual se puede visitar en cualquier época del año, pero el momento propicio se presentó cuando supe que el 19 de junio iba a ser festivo, lo cual me permitía preparar una semanita de vacaciones en una época que me encanta porque ya hace buen tiempo, los paisajes están aún bastante verdes y no hay afluencias masivas de visitantes; además, los días son muy largos y el tiempo cunde mucho.
Una semana parecía suficiente para visitar la isla (luego se me hizo muy corto). Miré webs de viajes, consulté hoteles y al final me decidí por una propuesta de “muchoviaje”, eligiendo hotel y vuelos a precio bastante aceptable. Por los comentarios que leí, una zona recomendable para alojarse es Estrada Monumental/Lido, entre 1 y 2,5 Km. del centro de Funchal, donde se encuentran la mayor parte de los hoteles. Escogí uno de los hoteles de la cadena Pestana, el Promenade, por las buenas críticas que tiene. Es un hotel de cuatro estrellas, casi nuevo, de unas 100 habitaciones, con piscinas, jardines, spa, etc. Hay mucho alojamiento para elegir por la zona, se trata de mirar precios y situación, pero tampoco es bueno dejarse impresionar por los hoteles, a la hora de la verdad, en una isla tan preciosa como Madeira sería un pecado pasarse las horas muertas en el hotel. En mi caso, por 500 euros por persona, conseguí habitación superior vista mar y vuelos. La oferta es muy amplia y se puede conseguir vuelo y alojamiento desde 350 euros por persona siempre que no sea temporada extra. Sí que aconsejo tener cuidado con la ubicación del hotel porque las cuestas a veces son agotadoras. Por fortuna, el Promenade tiene la recepción en el piso 5, en la calle principal que lleva al centro de Funchal, y en el piso 0 también cuenta con salida directa al mar (que no playa).
Del 1 de julio al 15 de septiembre operan vuelos directos entre España y Madeira, pero fuera de esas fechas hay que hacer escala. Escogí vuelos de la compañía aérea portuguesa TAP, Madrid/Lisboa/Funchal, una opción con escalas cortas, que permitía aprovechar bien el día de llegada y el día de salida. Salimos a las 9:50 hora española, en Lisboa hicimos una escala de apenas 40 minutos, y estábamos en Funchal sobre las 14:00. Los vuelos salieron con muy poquito retraso y nos dieron un bocadillo y una bebida en ambos, la atención de TAP bastante correcta.
Las vacaciones en Madeira comienzan nada más vislumbrar la isla desde el aire. Las vistas ya anuncian parte de lo que vas a ver, con la península de Sao Lorenço mostrándose como hito inconfundible para quien haya planificado un poco los recorridos.
Una semana parecía suficiente para visitar la isla (luego se me hizo muy corto). Miré webs de viajes, consulté hoteles y al final me decidí por una propuesta de “muchoviaje”, eligiendo hotel y vuelos a precio bastante aceptable. Por los comentarios que leí, una zona recomendable para alojarse es Estrada Monumental/Lido, entre 1 y 2,5 Km. del centro de Funchal, donde se encuentran la mayor parte de los hoteles. Escogí uno de los hoteles de la cadena Pestana, el Promenade, por las buenas críticas que tiene. Es un hotel de cuatro estrellas, casi nuevo, de unas 100 habitaciones, con piscinas, jardines, spa, etc. Hay mucho alojamiento para elegir por la zona, se trata de mirar precios y situación, pero tampoco es bueno dejarse impresionar por los hoteles, a la hora de la verdad, en una isla tan preciosa como Madeira sería un pecado pasarse las horas muertas en el hotel. En mi caso, por 500 euros por persona, conseguí habitación superior vista mar y vuelos. La oferta es muy amplia y se puede conseguir vuelo y alojamiento desde 350 euros por persona siempre que no sea temporada extra. Sí que aconsejo tener cuidado con la ubicación del hotel porque las cuestas a veces son agotadoras. Por fortuna, el Promenade tiene la recepción en el piso 5, en la calle principal que lleva al centro de Funchal, y en el piso 0 también cuenta con salida directa al mar (que no playa).
Del 1 de julio al 15 de septiembre operan vuelos directos entre España y Madeira, pero fuera de esas fechas hay que hacer escala. Escogí vuelos de la compañía aérea portuguesa TAP, Madrid/Lisboa/Funchal, una opción con escalas cortas, que permitía aprovechar bien el día de llegada y el día de salida. Salimos a las 9:50 hora española, en Lisboa hicimos una escala de apenas 40 minutos, y estábamos en Funchal sobre las 14:00. Los vuelos salieron con muy poquito retraso y nos dieron un bocadillo y una bebida en ambos, la atención de TAP bastante correcta.
Las vacaciones en Madeira comienzan nada más vislumbrar la isla desde el aire. Las vistas ya anuncian parte de lo que vas a ver, con la península de Sao Lorenço mostrándose como hito inconfundible para quien haya planificado un poco los recorridos.
A continuación, un momento estelar: el aterrizaje en el aeropuerto de Funchal, que en realidad está en Santa Cruz. Este aeropuerto estaba considerado como uno de los más peligrosos del mundo hasta que hace unos pocos años se amplió la pista en dos kilómetros sobre terreno ganado al mar, en realidad un puente bajo el que pasa la autopista. El avión enfiló la pista en sentido contrario al habitual, se bamboleó cual atracción de feria y cuando iba a tomar tierra levantó el vuelo nuevamente a toda mecha: aterrizaje abortado por culpa del viento. Las vacaciones comenzaban entretenidas, una vuelta frente a la zona sur de la isla que nos permitió apreciar a vista de pájaro las excelencias del aeropuerto y zonas aledañas, incluidos los picos más altos. Cuando se preparó para aterrizar nuevamente, volvió a bambolearse y no pude por menos que pensar “aquí no vuelvo más”. Por fortuna, esta vez fue la buena y el avión se posó en tierra con mucho movimiento pero sin frenazos bruscos. Por fin habíamos llegado a Madeira.
Después de recoger las maletas, buscamos el autobús que va a los hoteles. No estaba y, al parecer, iba a tardar bastante (los domingos hay uno a la hora). No teníamos ganas de esperar y se estaba haciendo tarde para comer, así que cogimos un taxi. Era domingo y tenía un suplemento por día festivo. El aeropuerto está en Santa Cruz y teníamos más de 30 Km. hasta nuestro hotel. Llegamos en unos 20 minutos por la autopista. Con taxímetro puesto, nos costó 45 euros, lo normal según el simulacro que había hecho en la página web de turismo de Madeira. Por el camino, ya nos llamó la atención el verde intenso del paisaje, el azul profundo del mar, las flores, la cantidad de casas, en su mayoría de color blanco que salpican las laderas de las montañas; y el abrupto paisaje que se divisa desde la misma costa. Funchal es una ciudad muy extendida, de animada imagen a la brillante luz del sol de aquel día.
Al hacer el check-in en el hotel, el amable recepcionista, en un buen castellano, nos comentó que teníamos un up grade a suite (¡vaya por Dios!). Tras entregarnos unos folletos con información y publicidad del hotel, nos llevaron las maletas a una suite impresionante, de unos 40 m2. Pero… la terraza daba a una calle lateral, por donde suben y bajan los coches, y sin vistas al mar. ¡Pues muy bien! No se trataba de la vista al mar, que no nos resulta imprescindible, pero al ser dos personas no tenemos necesidad de tanto espacio y, sobre todo, eso no era lo que habíamos contratado. Fuimos a quejarnos convenientemente (enseñé la copia de la reserva que siempre hay que llevar) y, de inmediato, nos resolvieron el “malentendido”, compensándonos con otro up grade: una suite en el piso séptimo, con unas preciosas vistas al mar.
Tenía un cuarto de baño inmenso, habitación con bañera exenta delante de la cama (?), bicicleta estática y televisión; caja fuerte; salón comedor con otra televisión y nevera; y también dos terrazas con mesa, silla y tumbonas. En fin, nosotros habíamos contratado simplemente una habitación con vistas al mar, pero no era cuestión de volver a protestar, así que decidimos “apañarnos”.
Una vez instalados, salimos a toda prisa con idea de encontrar un lugar para comer. Eran más de las 3 y aunque había muchos restaurantes en los alrededores, ya estaban de recogida. La zona es típicamente turística y los menús van en consonancia, si bien tampoco parecía excesivamente caro. Encontramos un sitio abierto y pedimos ensaladas y pescado. Cuando llegó la comida, comprendimos nuestra equivocación: los platos de pescado tenían su propia guarnición de ensalada y verduras, con lo cual nos sobraron las ensaladas. Moraleja que nunca aprendemos: hay que ser precavido la primera vez, y según pongan, luego pedir más o no. Probamos nuestro primer bolo de caco (pan caliente con mantequilla y ajo; es cierto que en algunos sitios está mejor que en otro, pero en todos, está riquísimo).
Terminada la comida, fuimos a dar un paseo, bajando la calle del hotel hasta el mar, unos cincuenta metros. De paso, fuimos mirando las zonas de aparcamiento para ver dónde podríamos dejar el coche cuando nos lo trajeran. Vimos zonas de pago desde las 08:00 a las 20:00. Nos podría valer ya que dejaríamos el coche por la noche, pero no nos hacía gracia la idea de salir a recoger el coche antes de las 08:00 cada día. Por fortuna, descubrimos una zona de aparcamiento bastante grande completamente gratuita, al lado del hotel. ¡Estupendo!.
Llegamos hasta el mar. Hay lugares acondicionados para el baño, pero sin playa. Son escaleras para bajar al agua y zonas con tumbonas, instaladas por los hoteles, algunas de acceso exclusivo para clientes y otras públicas. El sol brillaba, hacía calor y había gente en el agua. Sin embargo, las olas batían con fuerza y no parecía un lugar muy apropiado para tomar un baño tranquilo. Definitivamente, Madeira no resulta el mejor destino para un turismo de sol y playa.
Una vez instalados, salimos a toda prisa con idea de encontrar un lugar para comer. Eran más de las 3 y aunque había muchos restaurantes en los alrededores, ya estaban de recogida. La zona es típicamente turística y los menús van en consonancia, si bien tampoco parecía excesivamente caro. Encontramos un sitio abierto y pedimos ensaladas y pescado. Cuando llegó la comida, comprendimos nuestra equivocación: los platos de pescado tenían su propia guarnición de ensalada y verduras, con lo cual nos sobraron las ensaladas. Moraleja que nunca aprendemos: hay que ser precavido la primera vez, y según pongan, luego pedir más o no. Probamos nuestro primer bolo de caco (pan caliente con mantequilla y ajo; es cierto que en algunos sitios está mejor que en otro, pero en todos, está riquísimo).
Terminada la comida, fuimos a dar un paseo, bajando la calle del hotel hasta el mar, unos cincuenta metros. De paso, fuimos mirando las zonas de aparcamiento para ver dónde podríamos dejar el coche cuando nos lo trajeran. Vimos zonas de pago desde las 08:00 a las 20:00. Nos podría valer ya que dejaríamos el coche por la noche, pero no nos hacía gracia la idea de salir a recoger el coche antes de las 08:00 cada día. Por fortuna, descubrimos una zona de aparcamiento bastante grande completamente gratuita, al lado del hotel. ¡Estupendo!.
Llegamos hasta el mar. Hay lugares acondicionados para el baño, pero sin playa. Son escaleras para bajar al agua y zonas con tumbonas, instaladas por los hoteles, algunas de acceso exclusivo para clientes y otras públicas. El sol brillaba, hacía calor y había gente en el agua. Sin embargo, las olas batían con fuerza y no parecía un lugar muy apropiado para tomar un baño tranquilo. Definitivamente, Madeira no resulta el mejor destino para un turismo de sol y playa.
Caminamos en dirección contraria a Funchal, hacia Playa Formosa. Hay un paseo marítimo majo, aunque con constantes subidas y bajadas, como es propio de la isla; también se puede visitar un bonito parque junto al hotel. La línea costera resulta atractiva, pero se encuentra casi totalmente edificada. Están haciendo más piscinas junto a los acantilados, incluso una especie de parque acuático. Es una zona de turismo un tanto masificado, aunque casi mejor que ocupen esta zona de la isla y no que la copen toda con complejos hoteleros. Llegamos a un mirador y distinguimos la inconfundible y bella silueta del Cabo Girao. Sin embargo, un par de horribles construcciones de cemento sobre las mismas piedras de la playa Formosa estropean cualquier perspectiva.
A media tarde, fuimos a Funchal. Queríamos coger el autobús (el 1 o el 2) que paran al lado del hotel. Se nos escapó uno y al ser domingo la frecuencia es menor por lo que nos cansamos de esperar al siguiente y decidimos ir caminando. Se tarda aproximadamente una hora hasta el centro de Funchal. El camino es por una calle con comercios, restaurantes, agencias, hoteles… la típica avenida turística de todas las zonas playeras. Pasamos junto a otro de los hoteles Pestana, en cuya entrada se encuentra la famosa escultura de la emperatriz Isabel de Austria (Sisí), que pasó algún tiempo en Madeira.
Aparecieron nubes y el calor se apaciguó. Por el camino vimos el Parque de Santa Catarina. Muy agradable, con un estanque con cisnes y una fuente (que no funciona), tiene una arboleda muy bonita, con flores y plantas tropicales, y buenas vistas sobre el puerto de Funchal. Sin embargo, el puerto está en obras y las grúas estropean el panorama.
Tras bajar una pronunciada cuesta, llegamos a una de las calles más importantes de Funchal, la avenida Arriaga con el Jardín Municipal, la biblioteca, las bodegas Blandy’s, etc. Empezamos a ver las típicas aceras con piedra negra y blanca, haciendo dibujos geométricos, que le dan un aire entre romántico y señorial a la ciudad (pero prohibidos los tacones).
A esa hora no había ya demasiada gente por las calles, lo cual nos sorprendió. Se puede pasear tranquilamente y resulta muy agradable. Vimos por fuera la Catedral que estaba cerrada y, bajando hasta el puerto, nos encontramos con el castillo de Sao Lorenço. Eran las20:00 y pudimos presenciar un pequeño desfile que se realiza a diario para arriar la bandera portuguesa.
Llegamos a la rua 5 de Octubro y a la 31 de Janeiro, que en realidad es la misma calle dividida por la Ribeira de Santa Luzia.
Bajando por la rua del Dr. Fernao Ornelas se sale justamente al famoso Mercado dos Lavradores, que estaba cerrado. Enseguida llegamos a la rua de Santa María, donde pudimos ver las famosas puertas pintadas. Debía ser fiesta porque la calle estaba engalanada con guirnaldas de colores y bombillas.
Hay muchas terrazas de restaurantes situadas a ambos lados de la estrecha callejuela, mejor ojear las diferentes cartas y los precios antes de decidirse. Fue la única zona de ambiente nocturno que vimos. En una calle lateral, cenamos una espetada de marisco con guarnición (si no sois de mucho comer, basta una para dos personas), dos sopas (de pescado y vegetal) y el imprescindible bolo de caco. Para beber, cerveza de la marca local, Coral. Estaba todo muy bueno. Creo que pagamos unos 25 euros. Regresamos ya de noche, la ciudad estaba casi vacía, a excepción de la zona de ambiente mencionada. Quisimos coger el autobús, pero no pasaba ninguno. Así que nueva caminata hasta el hotel.
Con estas vistas de la piscina del hotel iluminada terminó nuestro primer día en Madeira.