En este caso no hay duda: en todas las listas de pueblos más bonitos de España siempre aparece Albarracín, que tiene el título ganado con todo merecimiento. ¿Pueblo? Si resulta que es ciudad nada menos que desde 1300…
Lo cierto es que entre unas cosas y otras no lo conocíamos y este verano, aprovechando que habíamos planificado una pequeña escapada por el noreste, decidimos pasar primero por la provincia de Teruel y así aprobar esa imperdonable asignatura pendiente.
Hay varias formas de llegar a Albarracín saliendo desde Madrid, siendo la más corta la que nosotros escogimos, es decir: A-3 (autovía de Valencia) hasta Tarancón, desde allí la A-40 hasta Cuenca, luego la CM-2105 hasta la salida de Huélamo, después la CM-2106 y a continuación la CUV-9161 hasta el límite con la provincia de Teruel en que pasa a denominarse A-1704. Allí se sigue en dirección a Frías de Albarracín para pasado Calomarde tomar, a la derecha, la A-1532 que en unos pocos kilómetros nos llevó ya a nuestro destino final. Esto que parece muy complicado contándolo así, es más sencillo viendo el mapa o dejando que te guíe el navegador.
Resumiendo: 276 kilómetros, que se pueden hacer en tres horas y media, aproximadamente. Hasta Cuenca (los primeros 166 kilómetros, una hora y tres cuartos) se circula de manera muy cómoda por autovía, pero en adelante la cosa cambia pues se trata de carreteras más estrechas y viradas que atraviesan la Serranía de Cuenca y que no permiten demasiadas alegrías, aunque en general tienen buen firme y el paisaje es muy bonito, y coincide en buena parte con la ruta que lleva al inicio del Nacimiento del río Cuervo.
Ruta desde Madrid según Google-Maps
VENTANO DEL DIABLO (CUENCA).
A unos 25 kilómetros después de pasar Cuenca, circulando por la CM-2105 y una vez superada la localidad de Villalba de la Sierra, llegamos a una zona donde la carretera hace una acusada lazada para salvar los Cortados de Villalba. Estábamos en el Valle del Cambrón y antes de trazar la revuelta detuvimos el coche en un apartado porque vimos unas ruinas de lo que parecía ser un monasterio. Luego he sabido que se trata del antiguo Convento de los Carmelitas Descalzos de San Joaquín, que data de 1732 y se encuentra en una finca particular. Al parecer está en marcha un proceso de rehabilitación de los edificios.
Un kilómetro después llegamos hasta un aparcamiento con panales informativos, en el que vale mucho la pena detenerse: se trata del lugar conocido como el Ventano del Diablo, un fantástico mirador natural sobre el río Júcar y el profundo cañón que ha labrado el agua en su discurrir de milenios.
Si el paisaje que se divisa ya es bonito de por sí, resulta todavía más espectacular contemplarlo desde el “ventano”, una peña hueca y abovedaba en forma de cráneo que se asoma a las aguas que serpentean trazando una línea color azul turquesa a una altura de vértigo. Según la leyenda, fue el diablo quien lo construyó para obrar sus malas artes sobre pobres incautos a los que atraía con engaños para luego arrojar al vacío a quienes tuviesen la mala ocurrencia de asomarse a ver el panorama. Vamos, justamente lo que hicimos nosotros al igual que otros visitantes con los que coincidimos (pocos, eso sí). Menos mal que del diablo… ni rastro.
Es un paraje muy interesante también por su rica vegetación, donde en los rincones más umbríos subsisten tilos, avellanos y acebos, y su variada fauna entre la que destaca el mirlo acuático, el águila real y el buitre leonado. Igualmente se pueden realizar varias excursiones y rutas a pie por la zona. Si se pasa cerca y no se conoce es una parada obligatoria que no lleva más de diez minutos.
EMBALSE DE LA TOBA.
Unos kilómetros más adelante nos detuvimos a orillas del Embalse de la Toba para echar un vistazo. El día estaba un tanto nublado y para ser mediados de agosto no hacía nada de calor.
A poco de pasar el límite entre las provincias de Cuenca y Teruel vimos un letrero que señalaba “el nacimiento del río Tajo”. La verdad es que nos dimos cuenta un poco tarde, cuando ya habíamos superado el desvío. No volvimos atrás porque yo había leído que no merece mucho la pena pues es poco más que un charco en la tierra, pero luego lamentamos no haber parado pues está apenas a doscientos metros de la carretera y por entretenernos diez minutos no hubiésemos perdido nada. Pasamos por Frías de Albarracín y Calomarde, donde vimos una cascada e hicimos una pequeña ruta senderista (esto lo cuento en la etapa siguiente). El cielo se estaba poniendo negro y el paisaje lucía bastante tenebroso. Sin embargo, todo quedó en un retumbar de truenos kejanos, no llegó a llover y al final de tarde incluso salió un tímido sol.
Al fondo, Frías de Albarracín.
De camino hacia Albarracin, recibí una llamada telefónica de la encargada del hotel donde nos alojaríamos las siguientes dos noches para darnos instrucciones. De acuerdo con lo que nos dijo, dejamos el vehículo en un aparcamiento que está cerca de una de las entradas al pueblo, el Portal de Molina, y desde allí fuimos caminando hasta el hotel, unos diez minutos más o menos; eso sí, casi todo cuesta arriba. Y es que íbamos a estar allá en lo alto, aunque no en todo lo alto, porque creo que todavía hay alojamientos situados más arriba.
Al principio nos hicimos un poco de lío entre las callejuelas, pero cuando aprendimos a orientarnos nos dimos cuenta de que Albarracín es más pequeño de lo que parece en un principio. De todas formas, desde el primer momento el pueblo nos pareció precioso aunque ya había poca luz.
Nuestro hotel era el Al-Banu-Racín (Albanuracín para abreviar) y se encuentra ubicado junto a la Iglesia parroquial de Santa María y Santiago. Se trata de antigua casona de ocho habitaciones, rehabilitada, confortable y decorada en estilo moderno con un toque rústico. Pero lo mejor de todo eran las fabulosas vistas que ofrecen las habitaciones (la que teníamos desde la nuestra era de escándalo) y la terraza donde se sirven los desayunos. Nos costó 138 euros las dos noches (sin desayuno), lo cual no estuvo mal teniendo en cuenta que en el centro de Albarracín no hay demasiada oferta y en agosto las tarifas se disparan al mismo ritmo que aparecen los turistas. A nosotros nos daba igual, pero las personas de movilidad reducida quizás encontrarían algún problemilla para llegar allí. Nos entregaron un mapa (pongo una foto) con los sitios para visitar y en el que se indicaban también varias excursiones por la Serranía que nos gustaron enseguida. Teníamos pensado ir a Teruel capital al día siguiente, pero la intención después se quedó en proyecto al ver todo lo que ofrecía la sierra.
Las impresionantes vistas de Albarracín al atardecer que teníamos desde la habitación.
Entre unas cosas y otras, se había hecho de noche y había llegado la hora de cenar. Nos aconsejaron varios restaurantes (como el conocido Rincón del Chorro), pero estaban llenos y tampoco queríamos platos demasiado pesados, así que fuimos a un sitio del que nos gustó el aspecto y que se podían pedir medias raciones (qué rico el cuenco de sopita que nos pusieron de entrante sin pedirlo, y es que la noche estaba bastante fresca). Creo que era el Bodegón, pero tampoco estoy segura, lo que sí recuerdo es la bandeja combinada de jamón, embutidos de Teruel y varios quesos. ¡Qué bueno estaba todo!
Foto del mapa turístico que nos dieron en el hotel.
Después de cenar, dimos el correspondiente paseo nocturno por el casco viejo, que en líneas generales está muy cuidado y con una iluminación bastante acertada, lo que resalta el gran encanto de sus casas rojizas.
Pongo algunas fotos de lo que vimos esa noche. Era todo tan bonito que me ha resultado muy difícil elegir entre la enorme cantidad de imágenes que tomé.
Y, por fin, la vista de noche desde nuestra habitación. Sé que me repito un montón, pero era tan bonito...
La mañana siguiente nos regaló un sol espléndido y otra vista espectacular desde nuestra ventana: no me cansaba de verlo.
Después de desayunar en la Plaza Mayor, salimos de excursión por los alrededores. Ese día lo pasamos completo fuera de Albarracín, recorriendo su sierra, que depara unos paisajes de fuertes contrastes, pero muy bellos. El relato de esta jornada y de la tarde anterior lo podéis ver en la etapa siguiente de este diario, de la que pongo el enlace a continuación:
ALBARRACÍN Y SU SERRANÍA (TERUEL). 2ª PARTE. EXCURSIONES POR LA SIERRA.
ALBARRACÍN Y SU SERRANÍA (TERUEL). 2ª PARTE. EXCURSIONES POR LA SIERRA.
Ya de regreso, a última hora de la tarde, dimos otro paseo por el casco histórico de Albarracín y encontramos estampas diferentes de un lugar que no dejaba de sorprendernos. La luz escasa le daba otro aire, más recio y misterioso, pero igualmente atractivo. Estábamos bastante cansados porque el día había sido intenso, pero costaba trabajo irse a dormir con estos panoramas.
Y la inevitable postal desde la ventana de nuestra habitación.
Nuestra segunda mañana en Albarracín amaneció con un sol espléndido. El tiempo había mejorado, con lo que el ambiente volvía a ser veraniego pero muy agradable: calorcito sin agobios, lo ideal. Desayunamos en la Plaza Mayor nuevamente y después seguimos con nuestra visita del casco histórico.
Casas colgadas.
Es posible realizar visitas guiadas. La más conocida es la que ofrece el Andador, que por cuatro euros muestra lo más importante del pueblo, el interior de una casa típica y ofrece una degustación de productos típicos que luego se pueden adquirir. Lo estuve consultando, pero al final decidí no apuntarme por dos motivos: el primero, que al ser agosto los grupos eran muy numerosos, y eso no me gusta nada; y el segundo, que no incluye la entrada a la Catedral, que se encuentra en proceso de restauración y a la que solo se puede acceder con la visita guiada de la Fundación de Santa María, que está en el Palacio Episcopal.
Antes de empezar, un poquito de historia.
Los alrededores de Albarracín estuvieron poblados desde la Prehistoria, prueba de lo cual son las numerosas pinturas rupestres que existen en cuevas de la zona como las de Cocinilla del Obispo, Prado del Navazo (con el famoso “torico”), Olivanas y Camino del Arrastradero. En su mayoría representas animales y escenas de caza con arqueros. La época romana guarda un auténtico tesoro que no es demasiado conocido: un viaducto excavado en buena parte en la roca entre Albarracín y Cella, que abastecía de agua a esta ciudad. El viaducto se puede recorrer a tramos, constituyendo una ruta a pie bastante interesante y peculiar. Hay un Centro de Interpretación junto a la carretera que va de Albarracín a Cella, donde lo explican todo. Fue una lástima, pero nos enteramos tarde de esta posibilidad. Lo tenemos apuntado para un futuro. De la época visigoda apenas se conoce nada, salvo que en este lugar existía una población llamada Santa María de Levante o de Oriente, según las versiones.
Sin embargo, el auge de Albarracín data de la época de la dominación musulmana, en concreto del periodo andalusí en el siglo XI, cuando se convirtió en un destacado centro militar bereber y, más tarde, en capital del taifato independiente de la dinastía de los Abn Razin o al-Banu Razin, de donde deriva su nombre actual. De esta época se conservan dos magníficas edificaciones: la torre del Andador y el castillo donde estaba ubicada la alcazaba real.
La Torre del Andador coronando la muralla.
En el siglo XII pasó a manos cristianas (por cesión no por conquista), en la persona del caballero navarro Pedro Ruiz de Azagra. Su familia mantuvo durante décadas el señorío de la población, que constituyó obispado propio, y le otorgó un fuero, que estuvo vigente hasta que Felipe II lo suprimió en 1585. Con el apoyo del Reino de Navarra consiguió mantener cierta independencia de los Reinos de Castilla y Aragón entre 1170 y 1285, año en que fue conquistada por el rey aragonés Pedro III. Su hijo Pedro IV la incorporó al Reino y Juan II le concedió el título de ciudad en 1300. Tuvo bastante prosperidad económica a partir del siglo XV y especialmente en el XVIII, fecha de la que datan sus construcciones más destacadas. El siglo XIX y la Guerra contra los franceses trajeron a la ciudad un profundo declive cultural y económico del que se está recuperando en las últimas décadas.
Actualmente, cuenta con unos 1.000 habitantes, muchos de los cuales viven del turismo ya que su hermoso casco histórico se ha conservado casi intacto: es Conjunto Histórico-Artístico, Monumento Nacional desde 1961 y está en trámite su declaración como Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO (resulta increíble que no lo sea ya).
El casco viejo se encuentra encaramado en un cerro, rodeado casi completamente por el río Guadalaviar, con la Sierra de Albarracín al norte y los Montes Universales al sur, en un entorno agreste y muy bello, en el que tienen su nacimiento los ríos Guadalaviar, Tajo, Júcar, Cabriel y Jiloca. Está situado a una altitud de 1.170 metros y tiene un clima duro, muy frío en invierno, cuando son muy frecuentes las heladas y la nieve.
Nuestra visita de Albarracín.
Desde el primer momento, Albarracín me conquistó. Las vistas que se contemplan al llegar, desde cualquiera de sus improvisados miradores, son de las que dejan sin habla. Pero eso no es todo, ni mucho menos. Hay lugares que sobresalen por su imagen escénica, pero Albarracín tiene bastante más: sus casas y sus calles son una auténtica maravilla para los amantes de la arquitectura popular.
Es preferible ir en día laborable o fuera de temporada de máxima afluencia turística; y, a ser posible, pasar al menos una noche allí para conocer su versión más tranquila, tanto nocturna como mañanera y saborear así su auténtico encanto.
Los fines de semana de la primavera y en verano Albarracín se llena de gente y puede llegar a ser complicado encontrar mesa libre en los restaurantes, así que resulta conveniente reservar nada más llegar. Dejar el coche también puede ser un problema, aunque hay varios aparcamientos, algunos bastante grandes, como el que está a la salida del túnel, a la orilla del río y junto al Parque Municipal, desde el que el acceso al centro es sencillo. Si está completo, habrá que recurrir a otro que hay a la salida de la población, frente a la gasolinera. Desde el aparcamiento del túnel se contempla una buena vista de las casas que se asoman a la carretera, colgadas sobre el risco que las sostiene.
Este es el túnel de la carretera, que atraviesa el cerro donde se asienta el pueblo. El aparcamiento está según miramos, a la izquierda.
Por aquí también hay restaurantes y tiendas, donde se pueden comprar productos típicos de la zona (en especial, el jamón, los embutidos y un tipo especial de pasta -la espelta, de grano de trigo salvaje, que está realmente buena). También junto al puente que cruza el río se encuentra la Oficina de Turismo Municipal.
El casco histórico está compuesto de calles empinadas y tan estrechas que a menudo los tejados se tocan prácticamente, impidiendo casi que penetren los rayos del sol. En su mayor parte son casas modestas, construidas con entramado de madera y yeso rojizo (aljez), que otorga a la población un color muy característico, entre rojo y marrón. Ejemplos destacados de esta arquitectura son las casas de la Brigadiera, la de la Julianeta, la del Chorro y la de la calle Azagra.
De ellas, la Casa de la Julianeta (junto al Portal de Molina) resulta sumamente especial, un emblema de Albarracín, la imagen más fotografiada y que aparece en todos las guías y folletos turísticos. De yeso y madera, presenta sorprendentes irregularidades con pequeños espacios sobrepuestos conectados a través de escaleras. Muy bonita y de lo más peculiar.
Tampoco faltan casonas blasonadas o antiguos palacios de construcción más elegante y elaborada como el Palacio de los Sánchez Monterde, en la calle de la Catedral; el de los Daoíz Espejo y el de los Navarro de Arzuriaga, en la calle Azagra.
Pese a las inevitables cuestas, algunas ciertamente muy empinadas, es una delicia recorrer tranquilamente las callejuelas, fijándose en los detalles, contemplando balcones, vigas, puertas y aleros, descubriendo rincones escondidos realmente encantadores, que concluyen en miradores improvisados que se asoman al río ofreciendo panoramas impresionantes del caserío rojo y las murallas que trepan por la montaña. Callejear sin rumbo es un placer en Albarracín y, en mi opinión, la mejor forma de disfrutar de su belleza.
Pero, lógicamente, también hay sitios con nombre propio e historia que deben verse. De acuerdo con los folletos turísticos, los lugares concretos que no hay que perderse son los siguientes:
La Plaza Mayor conserva el diseño irregular que tenía en el siglo XI. Está presidida por la Casa Consistorial, edificio con soportales del siglo XVI, que cuenta con balcones de madera y un corredor con trabajada barandilla de forja. Tiene el escudo de Albarracín en la fachada. De la plaza salen hasta seis calles, algunas muy tortuosas, que dan acceso prácticamente a toda la población, es su punto central y presenta un bello aspecto medieval.
Entorno de la Plaza Mayor.
Las vistas son excelentes asomándose al mirador que forma una de las alas de soportales del ayuntamiento, desde donde se ve también en un buen plano de la Casa de la Enseñanza, con sus fachadas rojas y bonitas balconadas corridas de madera.
El castillofue alcázar andalusí en el siglo XI, conserva las fortificaciones y recientemente ha sido acondicionado para la visita. En el interior se puede ver un campo arqueológico medieval.
Así se ve el castillo desde el paseo fluvial.
Hay dos puertas de entrada a la ciudad junto a las torres defensivas, que se conocen con los nombres del Portal de Molina y el Portal del Agua.
Portal del Agua a la izquierda, Portal de Molina en el centro y a la derecha.
La Catedral de San Salvador es del siglo XIII, de estilo gótico, aunque fue reconstruida en 1532. En su interior tiene un retablo renacentista dedicado a San Pedro y cuenta con una valiosa colección de tapices flamencos del siglo XVI. Está en restauración y solamente se puede visitar reservando una visita guiada con la Fundación de Santa María, que tiene su sede en el Palacio Episcopal, lujoso edificio con portada barroca, donde se encuentra el Museo Diocesano.
Catedral de San Salvador.
Palacio Arzobispal.
Si se va hasta el final de la Calle de la Catedral y se continúa por la de San Juan se llega hasta el Museo Municipal , un antiguo Hospital del siglo XVIII, que se utilizó de cárcel después de la Guerra Civil. Muy cerca están la Ermita de San Juan, del siglo XVII y la Iglesia de Santa María, de estilo gótico tardío, que fue levantada por mozárabes y reconstruida en el siglo XVI.
Ermita de San Juan, lateral del Castillo, Museo (antiguo hospital) e Iglesia de Santa María.
Finalmente, nos encontramos con la Torre de Doña Blanca, que data del siglo XIII y actualmente es un centro de exposiciones y mirador. Esta antigua torre de vigilancia, de forma cuadrada y 18 metros de altura, debe su nombre a una desdichada infanta aragonesa. Cuenta la leyenda que Blanca, hermana del rey de Aragón, tuvo que huir de la corte por el odio que le tenía su cuñada, la esposa del rey, celosa de su belleza y sus virtudes. Con una lujosa comitiva, llegó a Albarracín y fue acogida por la familia de los Azagra, señores de la ciudad, que le procuraron alojamiento en la torre. Sin embargo, nadie la volvió nunca a ver. Su comitiva esperó en vano su presencia y, al final, partió sin ella. Se dice que la muchacha murió en la torre de melancolía y que en las noches de luna llena todavía se ve su sombra, envuelta en etéreas vestimentas, bajando a bañarse al río Guadalaviar.
Torre de Doña Blanca y vista de Albarracín desde sus inmediaciones.
Las murallas formaban parte del complejo defensivo de la ciudad. De origen árabe, sus tramos más antiguos datan del año 1000, aunque la mayor parte de las que se conservan son de época cristiana. Llegó a contar con tres fortalezas: la de Doña Blanca, la del Señorío y la del Andador. Conserva dos torres musulmanas, la del Andador (siglo X) y la de la Engarrada. La vista de la muralla en alto abrazando la población resulta impresionante desde cualquier perspectiva, y existen muchas y variadas, solo hay que buscarlas entre las callejuelas, lo que resulta un grato entretenimiento.
Si se tiene el ánimo suficiente, hay que conquistarlas y llegar hasta lo más alto, a la Torre del Andador. Tampoco es demasiado difícil, no exageremos, pero sí requiere un pequeño esfuerzo… cuesta arriba. La primera parte va por un asequible sendero empedrado, que va empeorando su estado según se asciende. El tramo final es bastante irregular y pedregoso, y hay que ir con un poco de cuidado para no resbalar y caerse porque las piedras están erosionadas, así que mejor llevar un calzado apropiado. Arriba, antes de llegar a la Torre del Andador, hay un hueco abierto en la muralla, desde la que se ve el paisaje al otro lado, pero las mejores vistas son las del propio Albarracín que luce magnífico desde allí.
Ya casi en la Torre del Andador (la roja de fondo).
Vistas desde lo alto de la muralla.
Vistas desde lo alto de la muralla.
Zona posterior.
Bajando/subiendo de/a la muralla.
La Iglesia de Santiago, del siglo XVI y estilo gótico tardío, se encuentra de camino hacia la muralla, al lado del hotel donde estuvimos alojados.
Un recorrido que recomiendo no perderse es el llamado Paseo Fluvial, a orillas del río Guadalaviar, que bordea a modo de foso el antiguo caserío, colgado de las rocas. Está dividido en tramos y se puede abandonar en varios puntos, accediendo a la población. Si se hace completo, la longitud es de 1,6 Km y puede llevar unos cuarenta minutos contando tiempo para deleitarse con el bonito paisaje y hacer fotos.
Se camina siguiendo el curso del río, la primera parte en plano elevado, sobre él, lo que permite contemplar estampas preciosas de Albarracín y sus murallas. Después, desciende a la vera del Guadalaviar, cuyas aguas nos acompañan un buen rato, convirtiendo el paseo en un remanso de paz y tranquilidad. Unas pasarelas ancladas a la roca ponen un pelín de pimienta y aire aventurero a la sencilla caminata.
Pasarelas en el Paseo Fluvial.
Antiguo molino.
Antiguo molino.
Aunque se puede salir de la ruta antes, es muy recomendable llegar hasta el final, pasado un antiguo molino. Desde aquí se llega a unas escaleras que llevan al caserío por la Puerta del Agua. Las estampas del pueblo, con las casas de tonos rosas, rojas y marrones colgadas sobre las rocas, son preciosas. Los amantes de la fotografía seguramente pasarán un buen rato aquí. En realidad, no hace falta hacer el camino fluvial para llegar a esta zona, pues está a solo tres minutos de la Catedral, caminando por el interior del pueblo; pero subir desde el río tiene un encanto muy especial.
Puerta del Agua y alrededores.
Y así acabó nuestra estancia en Albarracín y su serranía. Fueron dos días (una tarde, un día entero y una mañana) muy intensos, en los que se nos quedaron muchas cosas por ver, y eso que renunciamos a visitar Teruel capital para darle más tiempo al recorrido por la sierra. Y en absoluto nos arrepentimos: recomiendo hacer alguna de estas excursiones, hay paisajes sorprendentes, preciosas cascadas, pueblos pintorescos y un señor castillo que merece la pena conocer.
El resto de nuestra visita, con las excursiones por la serranía, está en la siguiente etapa.