Nuestro último día completo, pensamos en hacer alguna excursión, pero no nos apetecía estar el día entero fuera, así que optamos por una actividad de medio día por libre. De entre las opciones elegimos ir a Akumal, ya que nos hacía mucha ilusión ver tortugas.
La playa de Akumal es el lugar donde muchas tortugas van a alimentarse. Actualmente (septiembre 2017) la zona para poder nadar está acotada, para dejar zonas libres de bañistas y no agobiar a las tortugas. Hasta ese mes se podía nadar en las zonas restringidas mediante tours guiados, pero en septiembre lo prohibieron.
Nuestro hotel estaba muy cerca de Akumal, así que fuimos en van, en un corto trayecto que nos costó 20 pesos por persona. Caminamos unos 10 minutos hasta la playa. Por el camino había muchos puestos de excursiones vacíos, seguramente era donde vendían los tours antes de que los prohibiesen. También nos ofrecieron chalecos, diciéndonos que era obligatorio su uso para nadar en Akumal. Pero nosotros preferimos llegar hasta la playa primero y ver cómo estaba la situación. Allí hablamos con un empleado, creo que era de la institución que controla la protección de las tortugas en Akumal. Nos dijo que podíamos nadar sin problemas, sin necesidad de chaleco, hasta la zona limitada por las boyas. Así que no os engañen, el chaleco no es obligatorio.
Caminamos unos metros hacia la derecha, hasta la zona de playa de los hoteles. Dejamos nuestras cosas junto a una palmera y nos fuimos al agua.
Vimos bastantes peces, algunos muy parecidos a los que habíamos visto en la playa del hotel. Nadamos un poco más y fuimos a la zona de corales. Tiene un fondo marino muy bonito, muy parecido al que habíamos disfrutado días atrás.
Disfrutamos mucho el snorkel, pero no habíamos visto tortugas y yo estaba un poco disgustada. Volvimos a la zona donde teníamos nuestras cosas, y ya casi llegando, allí estaba. Fue muy emocionante. Nos pasamos un buen rato viendo comer a la tortuga y sus salidas a respirar, era relajante e hipnótico. A una distancia discreta, para no molestar. Por supuesto, está prohibido tocarlas o acosarlas. Hasta que llegó más gente, y la tortuga se marchó, pobrecita.
Cuando todavía nos estábamos reponiendo de la emoción, metí la cabeza de nuevo al agua, y había allí una raya látigo bastante grande. Era muy curioso ver cómo se echaba arena por lo alto, y a un pez siempre encima de la raya, según se movía. Me recordó a la película de Buscando a Nemo. Otro buen ratito que pasamos observando a la raya.
Ya estábamos a punto de salir, cuando un chico nos dijo que había otra tortuga. Me acerqué y la vi, pero varias personas se estaban sumergiendo para acercarse a ella y la pobre tortuga salió huyendo. Son ese tipo de prácticas por las que restringen el nado con las tortugas en Akumal.
Llevábamos más de tres horas en el agua y estábamos cansados, así que dimos por finalizada la sesión de snorkel. Nos secamos, recogimos nuestras cosas y nos fuimos. La playa de Akumal es muy bonita, y además tiene una fauna marina muy diversa. Creo que merece la pena la visita.
Llegamos al hotel a tiempo para comer en el buffet. Después fuimos a hacer una de las actividades que ofrecía el hotel y que nos apetecía, que es un paseo en bici por las instalaciones del resort. Fue muy entretenido. Vimos dos cenotes, en los que no se permite el baño, pero que son bonitos.
Además, un vivero de plantas autóctonas, donde nos explicaron el uso medicinal de algunas de ellas, algunas leyendas del bosque y algunos árboles curiosos que crecían allí. Como en chechén y el chacá, dos árboles que siempre crecen juntos, y mientas que el chechén es venenoso, ya que produce quemaduras en la piel, el chacá produce el antídoto para curar las quemaduras del chechén. Por supuesto, hay una leyenda maya sobre estos dos árboles:
“Cuentan que existió un rey maya llamado Chechén, que cometió terribles excesos con su pueblo. Al parecer, este malvado monarca tenía atemorizados a todos sus súbditos, a los que perseguía, acosaba, maltrataba e, incluso llegó a matar, sólo por el placer de mantenerlos sometidos y aterrorizados. La situación llegó a ser tan caótica que un buen día, el pueblo se sublevó y se levantó en armas contra su malévolo monarca. Chechén fue perseguido, acorralado y finalmente matado en el fragor de la revuelta, pero antes de morir juró que regresaría a vengarse de todos. Se le sepultó en mitad de la selva dejando su cuerpo alejado del pueblo. Meses después, sobre su tumba comenzaron a brotar las primeras hojas de una planta no conocida hasta entonces. Continuó creciendo hasta convertirse en un árbol oscuro, recio y con veneno en sus venas que muy pronto empezó a extenderse como una plaga por toda la selva. Todo aquel indígena maya que entraba en contacto con su savia dañina padecía los males de aquel veneno. El rey había conseguido mantener su maldad sobre la faz de la tierra incluso después de su muerte, manteniendo atemorizado a su pueblo. Ese árbol fue bautizado con el nombre de chechén.
Un tiempo después, una bellísima princesa maya con fama de bondadosa y muy querida por el pueblo, llamada Chacá, desgraciadamente enfermo de gravedad y al cabo de un tiempo murió siendo joven y sus súbditos desolados decidieron enterrar su cuerpo junto a la tumba del temido Chechén para que su bondad alejara al fantasma del malvado monarca. Pronto surgió de la tierra otro pequeño árbol, esta vez, con cualidades curativas. Era el chacá, que también se extendería por la selva en la misma proporción que el chechén y, hoy en día casualidad o no, detrás de un chechén siempre hay un chacá.”
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Completamos la tarde con un paseo por el río lento y un cóctel en la barra húmeda. Teníamos un buen recuerdo del día anterior, pero a esa hora en la barra húmeda había muchos turistas ya un poco ebrios, por lo que no nos gustó el ambiente. Así que nos fuimos a la piscina de burbujas, mucho más tranquila.
Esa noche teníamos reserva en el restaurante japonés. Fue una sorpresa, nos gustó mucho. Se trata de una mesa para 12 personas, con una cocina en medio, así que la comida se hace en el momento y en vivo. Además, es un espectáculo, en el que el cocinero hace música con los cuchillos, se le corea, incluso tratamos de atrapar con la boca bolas de arroz que nos lanzaba. Y por si fuera poco, además de divertido, la comida estaba muy rica. La cena consta de unos entrantes, que te vas comiendo mientras se cocina el plato principal, que consiste en distintos tipos de carne o pescado a elegir cocinado al estilo japonés, con arroz frito como acompañamiento. Y un postre que también estaba bastante rico.