Llega febrero y con él un puente de 4 días en educación que al no ser festivos nacionales nos permiten tener la Comunidad de Madrid abierta, así que empiezan los planes para huir de la capital. El plan original, Andorra (las posibilidades eran pocas en esas fechas la verdad) cae en el mismo momento en que nos ofrecen test de antígenos gratuitos en nuestro área de salud básica.
Ya de someternos a la prueba del palito, aprovecharla.
Los astros se alinean y justo Iberia abre una estupenda oferta para canjear avios por vuelos, y como tenemos miles acumulados del año anterior, conseguimos por el módico precio de 110 euros 3 billetes ida y vuelta de sábado a martes a Tenerife. Ni en los tiempos de vuelos tirados de Ryanair recuerdo haber volado por semejante precio.
Así que pensado y hecho, con los antígenos en nuestra mano, y los vuelos reservados solo disponemos de 24h antes de la salida para preparar algo de maleta rápida, coger un coche de alquiler y empezar a disfrutar.
No conocemos nada de la isla, y algo montado con tan poca antelación no nos permitió ni buscar información ni organizar el viaje, así que por segunda vez desde que comenzó el covid nos vamos a la aventura.
Elegimos autoreisen para alquilar el coche, y por 60 euros los 4 días nos movimos por la isla (no fue ninguna maravilla de coche la verdad, pero oye, cumplió su función).
Y por último, el hotel. Tenemos claro que vamos a descansar y deseamos que nos hagan hasta la cama, y hacemos nuestra aquella escena de Pretty Woman: queremos que nos hagan mucho la pelota...jajaja.
Nos vamos al Riu Buenavista con un todo incluido, en Playa Paraíso.
Bueno pues ahora sí, consultamos previsión del tiempo, y unos bañadores y algo de ropa de verano rescatada del fondo del canapé y nos vamos a la playa mientras media España espera el temporal Karim.
Hasta los horarios de los vuelos fueron los ideales, y a las 7 de la mañana salíamos rumbo a Tenerife Norte. Un vuelo tranquilo y sin un asiento libre, todo hay que decirlo.
Recogemos el coche en el parking del aeropuerto y en poco más de una hora estamos en el Riu. Ante semejante madrugón como nos hemos pegado y como solo queremos una vida de relax, decidimos pasar la mañana disfrutando de las instalaciones del hotel, del maravilloso sol y de poder estar en bikini un 17 de febrero.
El hotel debo decir que fue sensacional, había poca gente, mucho turismo insular y franceses sobre todo, pero poco más. Excelentes las opciones para comer y cenar, ya que estaba abierto el restaurante italiano y el buffet general y para 4 días fueron más que suficientes. También un 10 para el equipo de animación.
5 piscinas, 2 de ellas climatizadas, varios bares abiertos 24h que sirven snacks y bebidas de todo tipo, zona infantil y deportiva y animación por las noches hicieron que pareciese que nos habíamos ido dos semanas enteras de vacaciones, qué maravilla!!
La tarde la dedicamos a pasear por las
playas de LOS CRISTIANOS Y LAS AMÉRICAS, con una visión desoladora de lo que debía ser otros años por las mismas fechas....todos los hoteles estaban cerrados y poquísima gente en las playas.
Era carnaval, pero nada era igual, seguía haciendo calor, pero todo era diferente. Cuesta creer que se puedan ver estas playas desiertas.
Aún así, a mi me encantó encontrar aquello sin masificaciones de gente.
Desde allí vimos nuestro primer atardecer tinerfeño y ya la isla nos ganó el corazón en solo unas horas.
El único dato negativo que encuentro a viajar a las islas en estas fechas es que anochece casi tan pronto como en la península, y se pierden unas horas valiosísimas por las tardes, porque con esas temperaturas lo que menos apetece es volver al hotel.
Cena en el buffet, unas copas en la terracita, paseo por el hotel, porque fuera hay toque de queda, y a la cama, mañana habrá que moverse un poco no? queremos que nos hagan la pelota pero habrá que visitar algo...
Hugo tiene ganas de animales, así que nos vamos a
MONKEY PARK, un centro de recuperación animal y de protección de especies en peligro de extinción.
Está en Arona, cerquita de nuestro hotel, y la entrada fueron 10 euros cada adulto y 5 los niños, a parte un bote de comida para los animales por 3 euros más. La verdad que fue el dinero mejor empleado, disfrutamos muchísimo de la visita, sobre todo el pequeño de la familia.
En el mapa que te proporcionan junto con las entradas indica qué animales encontrarás en cada una de las zonas del parque.
Como fuimos a primera hora de la mañana, en cuanto abrieron, los animales debían tener hambre y todos se acercaban a por la comida que habíamos comprado.
Hay cobayas, monos, lemures, iguanas, tortugas, guacamayos,...
Cuando terminamos la visita el calor apretaba mucho, así que nos vamos a la
PLAYA DE LAS GALLETAS, que está al lado, y como ya sabéis, deseamos playa, calor y sol.
Es el típico pueblo de pescadores, pequeño y acogedor. Su playa siempre tiene al fondo pequeños barcos y en la parte opuesta una lonja donde poder comprar pescado fresco.
Volvimos a comer al hotel y a relajarnos en las hamacas hasta que bajó un poco el calor, y decidimos visitar la zona norte de Tenerife, y uno de los must de la isla:
ICOD DE LOS VINOS, con su archiconocido Drago Milenario y el Mariposario. Por la tarde el temporal Karim haría su aparición en la isla, así que iríamos viendo sobre la marcha qué rumbo tomábamos.
Cuenta la leyenda que los dragones, al morir, se convertían en dragos, árboles milenarios y símbolo de canarias. Este en concreto alcanza los 17 metros y casi 20 de diámetro (casi nada!) y cuenta con más de 300 ramas, así que no podía faltar en nuestra cámara la famosa foto:
Visitamos también el museo del Drago que está justo al lado y es gratuito, y al salir empezó la lluvia, momento que aprovechamos para visitar el Mariposario del Drago.
No era el mejor momento, si lo hacéis con el día despejado y sol el espectáculo es impresionante, pero nosotros tuvimos que conformarnos con una pequeña parte del mariposario en acción. Dicen que en los momentos más álgidos del día se pueden llegar a contemplar más de 800 especies de mariposas de diferentes partes del planeta.
Además te cuentan el proceso de apareamiento, nacimiento y metamorfosis, toda una experiencia.
Cuando salimos la lluvia nos dio una tregua, y decidimos acercarnos a
GARACHICO, para ver sus piscinas naturales en medio de la lava. Pero el viento y la llovizna nos ofrecieron una visión que nada tenía que ver con las idílicas imágenes que aparecen en google. Nos fastidió este Karim...
El regreso al hotel estuvo envuelto en una fuerte lluvia, y en tramos incluso pasamos miedo, no se veía la carretera y hubo un tramo de la zona del Parque Nacional del Teide cerrada al tráfico, lo que hizo que nuestra vuelta se demorase más de lo previsto
Por suerte Karim solo duró unas horas, y mientras barría la península nosotros amanecíamos con un bonito día de sol y calor.
Debido al temporal, el acceso al Teide estaba cerrado, así que decidimos que prescindiríamos de la visita en esta ocasión y seguiríamos disfrutando de sus playas, tan codiciadas cuando se vive en Madrid.
Desayunamos pronto y nos vamos hacia la
COSTA DEL SILENCIO. Es una zona de acantilados, playas y piscinas naturales con un paseo precioso por el que caminar admirando la inmensidad del océano.
A media mañana cuando el calor ya apretaba nos dirigimos hacia
ÉL MÉDANO, una playa ideal para la práctica de deportes acuático, y que combina a la perfección lugares para la familia, para deportistas, para parejas...
El viento aquí no cesa, de ahí la cantidad de deportes que se pueden realizar, pero estarás resguardado por la propia orografía de la playa. Hugo pasó un buen rato jugando con su arena oscura, y nosotros tomando el sol contemplando al fondo la famosa Montaña Roja. Estábamos encantados.
Volvimos al hotel a picar algo y tomar un poco el sol. Los chicos son abducidos por los animadores que les proponen un partido de volley playa a clientes contra trabajadores, y allá que se van. Mientras yo disfruté de mi hamaca, el sol canario y un mojito.
Cuando el partido dio por finalizado, nos fuimos a ver atardecer a la zona del
ACANTILADO DE LOS GIGANTES.
Ponemos el navegador al Puerto de Santiago y aparcamos en una calle que encontramos muy cerquita de donde comienza el sendero para llegar a los miradores.
El acantilado de los Gigantes, antes se llamaba la Muralla del Infierno, y es que su geografía volcánica y el color de sus rocas parecían indicar que allí comenzaba el fin del mundo. En algunos puntos del acantilado se alcanzan los 600 metros de altura, una pasada.
El sendero que lleva a los miradores ya merece la pena de por sí, pero si además encuentras un día donde el mar está agitado por el paso de un temporal como nos pasó a nosotros, entonces ya es espectacular. Bajamos hasta abajo del todo, el acceso estaba cerrado al público pero todo el mundo pasaba a contemplar semejante espectáculo. Nosotros nos quedamos en la parte alta, pero hubo auténticos inconscientes que incluso se metieron en el mar a experimentar la fuerza de las olas, de locos vamos.
Allí nos quedamos embelesados, completamente embrujados mirando las olas y el atardecer hasta que se hizo de noche por completo. Dimos un paseo por los alrededores y volvimos a nuestro hotel para cenar y tomar las últimas copas del viaje.