ETIOPIA NORTE: ABISINIA. IGLESIAS RUPESTRES. NILO. CIUDADES IMPERIALES ✏️ Blogs de EtiopiaNorte de Etiopía: de Addis Abeba a Lalibela. Abisinia. Iglesias rupestres, nilo azul, ciudades imperiales, montañas.Autor: Chungking Fecha creación: ⭐ Puntos: 4.8 (20 Votos) Índice del Diario: ETIOPIA NORTE: ABISINIA. IGLESIAS RUPESTRES. NILO. CIUDADES IMPERIALES
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Etapas 4 a 6, total 9
CATARATAS DEL NILO AZUL A 32 kms al sureste del Lago Tana, se encuentran las cataratas del Nilo Azul, o de Tis Abay, que da igual la traducción que le den según las fuentes, porque todas parecen sacadas de una película de indios, “agua humeante”, “humo de fuego”, “humo de agua”... El curso del Nilo Azul a partir de este punto, parece que se haya olvidado algo; de repente gira al oeste en una amplia curva, para volver al norte hacia Sudán, donde unirá sus aguas con su hermano el Blanco. Durante la mitad de los 800 kms del recorrido, las aguas del río se dedican a esculpir sus históricamente enigmáticas gargantas, reconocidas por su inaccesibilidad, sus paredes imposibles y sus rápidos, sus forajidos y cocodrilos, y ... por las vidas que se ha cobrado a lo largo de la historia, de un puñado de los aventureros que han intentado navegarlas. Las cataratas, antes de la construcción de la hidroeléctrica en el 2002, formaban una fantástica cortina de agua de 400 metros de ancho, que ofrecía un espectacular salto de 45 metros. Tras la puesta en marcha de la central, un 85% del caudal se desvía para producir energía eléctrica. Si se suma este hecho, a una visión durante la estación seca, de octubre a principios de junio, al espectáculo natural se le podría catalogar generosamente de modesto, comparativamente hablando con el pasado. LA EXCURSIÓN A LAS CATARATAS A pesar de la caña que le meto durante un buen rato a mi calzado, con el secador de pelo que me ha prestado la doble A, Anabel/Arnau, las zapatillas siguen húmedas, lo que inconscientemente me lleva a cometer el error de emprender la excursión en chanclas. Para llegar hasta las cataratas, se ha de coger en Bahir Dar la Tiss Abay Road, una bacheada y pedregosa carretera sin asfaltar, paralela al río, espléndida para disfrutar del entorno rural, caminantes con sus bastones a la espalda, chozas, campesinos arando, escolares, reses, vegetación, pero que convierte en una hora de traqueteo, los 30 kms hasta Tiss Isat, el poblado donde se aparca el vehículo o hay que apearse del bus público que va desde Bahir Dar, para coger el camino. Poco antes del final de la carretera, un sendero desciende hacia un pequeño recodo del río, donde un bote te cruza a la otra orilla por unos cuantos birs. Realmente, no es necesario contratar ningún guía para este recorrido, a pesar de que nada más bajar del vehículo, te cae un alud de vendedores, niños, guias, pseudoguías, curiosos, etc., que resulta aplastante. Desde la carretera hasta el bote, sin chanclas por terreno embarrado, -prefiero pensar que era barro-, se llega en un cuarto de hora. El cruce de una orilla a otra es insignificante, porque no da tiempo a subir y se desembarca. El paseo posterior entre los campos, hasta las cataratas, apenas lleva 30-45 minutos. A nuestra pregunta de qué tal?, un guiri de vuelta de los saltos, nos responde que, “suficientes”, lo que tal como está la cascada cuando llegamos, lo catalogaría de acertado. Al final del gustoso sendero, se abre el espacio, para dejar ver una gran extensión de fértiles campos de cultivo, y un horizonte de montañas a lo lejos, y a la derecha, por algún hueco entre la vegetación, los saltos. Siguiendo por el sendero, bordeando el muro verde que tapa las cascadas, se llega a la lengua de tierra que queda frontal a la caida, y que deja a su espalda un puente suspendido que cruza la brecha de uno de los arroyos que afluyen al Nilo. Hay turistas, pero no en cantidades molestas. Mis compañeros bajan a los pies de la caida, para inmortalizarse recortados contra el salto, pero yo me siento un rato a ver como se pierde el río, y tras quedar con el guía en el embarcadero, yo y mis chanclas, emprendemos camino de vuelta, lo que disfrutamos tanto o más que las mismísimas cataratas, puesto que, aunque todos los niños que aparecen me recitan el “give me pen”, “give me book”, “give me something”, resulta placentero ir cruzándose con las gentes que regresan de llenar de agua sus bidones amarillos, con los pastores y su ganado, con los campesinos, ... Rechazando una oferta del barquero para aprovechar una salida del bote, mato el tiempo de espera charlando con un chaval en el embarcadero, hasta que aparecen mis compañeros, cruzamos, y ya con un atardecer de luz preciosa, nos desviamos a medio camino, hacia un prado verde que hace las veces de campo de fútbol, de pasto para ganado, y de centro de reunión de la juventud de Tiss Isat. Se vuelven a desplegar reflectores, trípodes, y flashes; Víctor, Johan y Rita, son rodeados por futbolistas y curiosos; Anabel y Arnau por niños, y yo en esta ocasión, por ovejas y escuadrillas de mosquitos. De vuelta al hotel, doble ducha, cena, y cuatro de nosotros nos vamos de farmacias, a investigar sobre medicamentos, y métodos de donación, ya que Víctor dispone de fondos que ha recaudado entre sus compañeros de trabajo. De la larga charla con los farmaceúticos de dos farmacias de la misma avenida, como no sacamos nada en claro, excepto la sospecha de que solo pretenden hacer negocio con la venta de las medicinas, regresamos al hotel embadurnados en repelente antimosquitos, y damos el día por finiquitado. PESCADORES LAGO TANA-IGLESIA Hoy sábado, 3 de Mayo, no tenemos prisa. Según itinerario, haremos noche en Gondar, pero como el recorrido de 180 kms por una buena carretera que rodea el Lago Tana por el Este, sólo llevará un par de horas de asfalto, se decidió en la asamblea de ayer, aprovechar el tiempo que nos deja el corto traslado, para visitar por la mañana el puerto de pescadores al que saludamos durante la excursión en bote del dia anterior. El GPS funciona, y en poco tiempo desde el hotel, aparecemos en una camino de tierra en Bahir Dar, que nos lleva a un mercado y puerto de pescadores a la orilla del lago. Aparcada la furgoneta al costado de una tapia, y simplemente siguiendo el intenso reguero oloroso de pescado que flota en el aire, llegamos a unos porches de maderos, junto a una orilla de barcas de pesca amarradas, un poco más allá, la flota de pelicanos que cohabita con los pescadores, algunas naves, canoas de papiro secándose al aire, y unos pequeños astilleros artesanales, donde se ve a los operarios soldando o reparando cascos o realizando tareas de mantenimiento. A la gente parece que no le hace gracia nuestra presencia, y al cabo de unos minutos un hombre sentado en una silla, se levanta y nos dice que nos vayamos de allí, lo cual hacemos, hasta que unos pasos más adelante, entablamos conversación con un hombre que se identifica como párroco, que nos cuenta que todos esos terrenos, hangares, barcas, campos, árboles, escuelas, y cielo, pertenecen a la iglesia, y son prestadas para que la gente pueda vivir dignamente, y que sin ningún problema nos acompaña a enseñarnos las posesiones. Volvemos por donde hemos venido sin obstáculo alguno, hasta acabar en la iglesia madre, donde tras conocer a una maestra del lugar, que da clases a huérfanos de la zona, se desmelena solicitando encantada que les hagamos a ella, a feligreses y niños, interminables sesiones de fotos de frente y de perfil, bajo los árboles, contra la fachada de la iglesia, uno por uno y luego juntos, con el pulgar arriba y abajo, en cuclillas, hasta acabar en unas rocas junto al lago, donde la gente toma el sol, se baña, lava la ropa, charla, o simplemente descansa. Es quizás la única ocasión, en la que percibí un atisbo de cansancio, tras oir por enésima vez, “otra más”. Muy a pesar del guía, aprovechando la confianza entablada con la maestra y tras hablar con ella para que lo canalizara, se decidió que las escuelas de esa iglesia, eran un buen sitio para donar material escolar y camisetas, ayuda mucho más directa, menos problemática, y exenta de burocracia y de posibles problemas con la ley. Para ello, como decía antes, muy a pesar del guía, la maestra y un compañero suyo, se montan con nosotros en la furgoneta, y nos vamos de compras al mercado a por un centenar de camisetas y varios lotes de material escolar para su escuela. El mercado de Bahir Dar me encantó. Aunque era insoportable aguantar el sol abrasador a esas horas del mediodía, el mercado resultaba denso y algo agobiante pero bullicioso, colorido, un poco canalla, intenso y tórrido, y bastante dificultoso de transitar por las calles de entre sus puestos. En el primer sitio al que fuimos, una pequeña tienda de camisetas en un pasadizo de un lateral cerrado del mercado, mientras la maestra y mis compañeros, hablaban con un tendero y miraban las camisetas que colgaban, el que luego resultó ser el dueño, estaba tranquilamente sentado un poco más atrás, con un buen manojo de hojas de qat delante suyo, listas para masticar. Tras descubrirle el tinglado del qat, una planta anfetamínica de la península arábiga, que en el Yemen por ejemplo, consume la mayor parte de la población, ocupa la tercera parte de su tierra cultivable, y está dejando sin agua al país, se rió mirándome con cara de, -mira el cabrón de guiri este, que parecía tonto-. Luego tras ser reclamado, fue el que llevó la voz cantante en una negociación sin prácticamente regateo, que no llegó a buen puerto, por el precio excesivo que pedía por las camisetas. Más tarde, en una de las casetas del mercado al aire libre, y tras una fatigosa negociación, se compró el lote de prendas, y ya fuera del mercado, en una librería-papelería de la calle, unos cuantos paquetes de libretas y bolígrafos, que ya de regreso a los terrenos de la iglesia, fueron donaron oficialmente a los maestros, para su reparto a los niños. BAHIR DAR-GONDAR Hidratados con unos refrescos, pero sin comer, dejamos Bahir Dar rumbo a Gondar, al norte del lago Tana. El viaje transcurre por bonitos paisajes, y solo realizamos una parada para estirar las piernas, en medio de la nada. En medio de la nada, observando en la lejanía, vemos primero un punto que se mueve veloz; un punto que que se planta delante nuestro en un minuto; y luego otro, y otro, y otro, en medio de la nada. Apariciones enanas, que de repente te observan inmóviles con curiosidad, y que te provocan un vuelco en el corazón. GONDAR Tercera ciudad del país con unos 200 mil habitantes, fundada en 1635 por un tipo llamado Fasilides, Gondar es famosa por su castillo, su clima sano y su situación estratégica, y por haber sido la sede de los emperadores de Etiopía en los siglos XVII y XVIII. Nuestra entrada a la ciudad la hacemos entre un conjunto de bloques uniformes de aspecto comunista que descolocan, seguidos de un montón de edificios anárquicos y esqueletos en construcción. Nos dirigimos al castillo, pero a la hora que llegamos está cerrado, y solo podemos dar un rodeo por las vallas que lo circundan, y por las calles adyacentes. A pesar de la tranquilidad africana de la estampa de un enorme árbol en una plaza, donde se cobijan varios lugareños sentados bajo su sombra, la zona es ruidosa y con mucho tráfico, y la gente no transmite una especial amabilidad. Para llegar al hotel, la furgoneta asciende a uno de los cerros que dominan la ciudad. El hotel es fantástico, y nos recibe la música festiva y el ambiente alegre de una boda que se está celebrando en sus jardines, al lado de la piscina, desde la cual las vistas son espectaculares. Las montañas a la izquierda, con el rótulo luminoso con el nombre del establecimiento, frente a nosotros en la distancia, el famosísimo castillo de Gondar en un pequeño promontorio, y a la derecha, las ciudad que se extiende y se pierde. La boda es algo europeizada pero tremendamente festiva, y las quizás, doscientas o trescientas personas invitadas, beben y rien, mientras un pequeño grupo baila al son del conjunto que está tocando en el escenario la pegadiza “Sora”, la animada música etiope. En una carpa lateral frente a un círculos de globos, la pareja de novios preside la celebración, y observa también el tradicional baile que les están brindando los jóvenes, con los brazos en jarra, y descoyuntándose los hombros con el típico meneo de estos que se realiza bailando la “Sora”. La cerveza no para de correr, y nosotros nos apuntamos al jolgorio y a las vistas, hasta la hora de cenar en el mismo restaurante del hotel. La cena, verdaderamente rica. Recomendable 100%. Sobre el hotel Goha, decir que está situado en un cerro y por lo tanto apartado de la ciudad; las instalaciones, servicio, y vistas, son excelentes. Las habitaciones, suficientes, pero con una decoración pseudo étnica algo hortera y unos mandos del agua de la ducha, mal regulados, con el consiguiente peligro de congelación o quemaduras. Decir también que aquí con los anófeles, el mosquito de la malaria, en teoría no debe haber problema, puesto que Gondar es una ciudad asentada a mas de 2000 metros de altura, altitud ya bastante por encima de los 1500 metros, intolerables para el mosquito. Etapas 4 a 6, total 9
Continuamos hacia el norte, saliendo a primera hora hacia Debarq, a 100 kms de Gondar, donde pernoctaremos. Desde esta pequeña población de 25000 habitantes, situada a 2800 m de altitud, es de donde parten las excursiones a las Simien Mountains, ya que aquí se encuentran las oficinas del Parque Nacional, donde se realizan todos los trámites necesarios para la visita: registro, pago, escolta, o se contrata al equipo humano y material que haga falta para hacer los trekkings. Como no son extrañas los timos por parte de alguno de los guias que rondan por allí, no está de más echar un vistazo a las tarifas oficiales establecidas, disponibles en las mismas oficinas, en las que se especifican todos los precios, desde la tarifa de acampada, hasta la de cocineros, mulas, escolta, palanquín, patinete, etcétera. Llegamos pronto, y nos vamos directamente al puesto del parque nacional. Allí en el recinto de la entrada del bungalow que hace las veces de oficina, dos grupos armados, separados y diferenciados, esperan pacientemente sentados con sus fusiles. Unos, más alejados de la cabaña, los sin bata, están reunidos sentados en el tronco de un árbol, con ropa de calle. Los otros, pegados a las oficinas, los con bata, permanecen cerca de la puerta, paramilitarmente uniformados. La burocracia es rápida, unos datos y una firma en un listado de registro, pago de la entrada, unos 4 euros, sin contar al personal humano, y listos. Montamos con el guía, y con los sobacos de un escolta, que nos obligan a batir el record mundial de contención de respiración en furgoneta. Pasamos por el hotel casi con el vehículo en marcha, con una mano lanzando los equipajes por las ventanillas, a las habitaciones, y con la otra, como ciclistas, recogiendo unas bolsas de picnic con unas hamburguesas, agua, y plátanos, y reintentamos batir nuestro propio record de aguantar la respiración. MONTAÑAS SIMIEN Compuesto por una sucesión de mesetas separadas por profundos valles, y por varios picos que se elevan por encima de los 4000 m, el Parque Nacional de las Simien, Patrimonio de la Humanidad desde 1978, engloba las más grande y espectacular cordillera de Etiopía. En ella, el monte Dashen con 4553 metros de altitud, es el pico más alto del país, y el cuarto de todo el continente. La fauna que resiste, es una de las atracciones del parque, ya que además de sus tres endémicos y famosos inquilinos, el rarísimo lobo etiope, la cabra ibex de Abisinia, y el babuino gelada, pululan antílopes, como el pequeño saltarrocas o Klippspringer, dicen las lenguas que algún leopardo, hienas, o una colección de rapaces. Tristemente el parque, menos de 20 años después de haber sido nombrado, fue incorporado a la lista de Patrimonio mundial en peligro, lo cual tampoco nunca ha alterado mucho al gobierno etiope. El cultivo, la apertura de rutas, la erosión del suelo, los incendios, la ganadería, además de la inacción de las autoridades, han menguado dramática y drásticamente las especies endémicas, y ha degradado enormemente el parque, hasta haber conseguido alterar un 80% de su superficie, ocupada a día de hoy por actividades agrícolas y ganaderas. EL PASEO RELAMPAGO POR LAS SIMIEN Según averiguamos, los fotogénicos escoltas armados con fusiles, que acompañan a los turistas en las Simien, son fruto, imagino que al igual que en otros PN o Reservas, de acuerdos con las tribus del lugar, con el objetivo, primero de proporcionarles trabajo, y segundo de concienciarlos, con el incentivo del beneficio que obtienen, de no matar a los animales de sus territorios. Por este motivo, los escoltas suelen ser los jefes de las aldeas, los jefes tribales, y los sobacos. Tras una hora de viaje por 40 kms de trayecto, y poco después de haber pasado, ya en las mismas montañas, un control con barrera de permisos, y el autoproclamado “hotel más alto de África”, el Simien Lodge, la furgoneta una vez dentro del área del parque, estaciona en un punto indefinido de la carretera, momento en el que un camión con la caja abarrotada de gente, pasa delante nuestro envolviéndonos en una polvareda. A propósito de los camiones, es bueno saber que una vez dentro del parque, no hay autobuses, y los camioneros tienen totalmente prohibido recoger a los senderistas, bajo pena de una fuerte multa. Comenzamos el paseo descendiendo la ladera, hacia territorio de los babuinos geladas que se distinguen perfectamente un poco más abajo. Los bichos, sin inquietarse por la presencia humana, siguen a su rollo, e incluso los machos de pelambrera al viento y pecho rojo, permiten el acercamiento sin inmutarse, siempre claro está, que uno no intente traspasar la línea que su misma posición marca, detrás de la cual se despiojan, juegan, se alimentan, o [autoeditado], sus familias. La caminata continua, excepto para Víctor, que con el jodido honor de ser la primera víctima de su estómago, ha de regresar al vehículo, con la cara descompuesta por las diarreas. Los demás continuamos, rezando un padrenuestro para que no ser el siguiente, y bordeando un circo de acantilados con un horizonte inmenso a lo lejos. Espectacular, y más aún, si uno se imagina el infierno amarillo de azufre de la depresión de los Afar o desierto de Danakhil, uno de los lugares más inhóspitos del planeta, al final de todas esas cadenas montañosas que se escalonan sinfín hasta perderse de vista. Mientras, enfrente nuestro, las rapaces planean entre las paredes abruptas del acantilado del circo, aprovechándose de las corrientes de aire. El paseo es suave y sin cuestas, y al cabo de unas horas, nos sentamos a nutrirnos bajo un árbol, con la visión del esplendoroso paisaje. Evito comer el picadillo sospechoso, al que llaman hamburguesa, metiéndola bajo una piedra, aunque la hubieran hecho desaparecer mejor los cuervos de metro y medio que daban saltazos a nuestro lado, y tras el rato de reposo, con ganas de más, hacemos otra hora de caminata, hasta un punto de encuentro con la furgoneta que iba rodando por la carretera en paralelo a nuestro itinerario. En el camino, saludos a aldeanos y pastores, liados en sus mantas a modo de chal, señal inequívoca del duro clima de las montañas, y al final tertulia y negociación con un par de grupos de aldeanos más numerosos, que vendían objetos de artesanía, e iban consensuando el regateo a gritos, puesto que estaban a metros de distancia. La conclusión de mi visita, es que uno se queda con la sensación de que si se va a las Simien, un paseo de unas cuantas horas como el nuestro, es insuficiente; puesto que se queda absolutamente corto, dado lo maravilloso de lo poco visto, y de lo mucho intuido. Creo que su fama de ser uno de los más espectaculares y bellos lugares de toda África, para realizar recorridos de trekking, debe ser bien merecida. Regresamos al hotel Sona en Debarq, para certificar que el trasto del calentador no funciona, y salimos de paseo por el pueblo, que es una galaxia de tierra, chapa, rocas, harapos, polvo, y niños. A la salida, pero a discreta distancia de la puerta del hotel, nos espera Emmanuel, un espabilado e inteligente chaval de 13 años que nos ha adoptado, vendedor de chicles de banana y naranja, y que nos fichó mentalmente al llegar: 6 forasteros, cuatro hombres y dos mujeres; uno no me ha dicho un no tajante al tantearle; otro que llevaba camiseta roja, no ha salido a pasear; Harrnau es el que va con un gran teleobjetivo, ... Le decimos que queremos tomar algo, y nos sorprende llevándonos a un extraño recinto de altas tapias, con un patio destartalado con mesas y sillas que se caen a pedazos, hierbajos, y presidido por una planta baja en la que al lado de una foto naif de un emperador etiope, hay una puerta abierta con el interior en total oscuridad; a la izquierda un pasillo de tierra lleva a una nave donde atruenan los goles de un partido de fútbol de la liga inglesa y donde no cabe un alfiler; y a la derecha en el mismo patio, unas casetas-chabolas adosadas, tapadas con cortinas, hacen las veces de privados para encuentros sexuales. Mientras estamos tomando algo, el partido acaba, y un reguero interminable de espectadores desfila hacia la puerta de salida del complejo de “ocio”, por donde nostros también salimos al cabo de un rato, seguidos de Emmanuel que no cede un ápice, aunque siempre inteligentemente correcto. En la calle, gente que dice que no, gente que no dice nada pero sonrie, pequeños que se acercan, locos que deliran, y pastores que pastorean a los niños con amenazantes bastonazos al aire que nunca golpean, para que se alejen de los extranjeros. Montones de maquinaria, obras, andamios de madera, excavadoras, toneladas de tierra y piedras, y una espesa selva de construcciones de paja, adobe, chapa y plástico. Matamos el dia en la terraza del hotel, con una nueva sorpresa casi mayor que la del garito de Emmanuel, una pizza a la piedra excelente, unos buenos spaguettis, y mi arroz de ph neutro. El día lo acabamos comprándole unos cds por 50 birs, a un mantero ambulante que se pasa por el restaurante. Etapas 4 a 6, total 9
Hasta aquí hemos subido. Ya más al Norte está Axum, a 260 kms de Debarq, y un poco más allá rodando 60 kms extras, la frontera de Eritrea. Nosotros vamos a Lalibela, así que hemos de tomar dirección sur, desandando ruta hasta Gondar, y desde allí, a mitad de camino a Bahir Dar, otra vez por los alrededores del Lago Tana, coger la carretera que se desvía al Este. Salimos a las 8 de la mañana, y nuestro chófer, nos da una lección de conducción por Etiopía. Rodando por la línea central de la carretera, y a golpe de pito y volantazos, se tiene más margen para poder eludir a los burros, perros, vacas, cabras, coleopteros, buitres, estatuas, y a los miembros de las interminables filas de miles de caminantes y rebaños que se trasladan de un lugar a otro por los márgenes de las carreteras, que se quedan parados o se paran en medio del asfalto, o cruzan de repente de un lado a otro, y que forman una imagen indisoluble, propia, indivisible e inseparable de este país. Hacemos una de nuestras paradas de descanso, frente al mercado de un pueblo on the road, y estiramos un poco las piernas, creando una auténtica expectación entre los aldeanos y asistentes al mercado de la población. Nos detenemos atraidos por el fragor de una disputada partida de futbolín, y Víctor se anima a echar una partida, convirtiendo inmediatamente el juego en la final de un mundial de fútbol, por la melé de espectadores que se apiñan jaleando alrededor de la mesa. Tras un paseo por el mercado, de incuestionable acento rural, seguimos ruta hasta coger la carretera que se desvia hacia el Este, enfilando a Lalibela, en la que tras unos pocos kilómetros, el paisaje y el clima cambian radicalmente, al atravesarse los bosques protegidos de Alem Saga. Saltada dicha área, alcanzamos en 20 minutos la población de Debre Tabor, punto de repostaje nutricional, que como ya es habitual, hacemos en un hotel de la misma carretera. Antes de partir, una vuelta para bajar la comida, durante la que podemos comprobar las condiciones de trabajo en las obras, en las que mujeres, hombres y niños, sierran maderos, colocan piedras, echan hormigón en algún encofrado, o suben y bajan escaleras de maderos como hormigas, cargando con sacos, tochos, o capazos, mientras un capataz les azuza con una fusta. Poco antes de llegar a Gashena, desde donde se coge la carretera de tierra para hacer el último tramo de 62 kms hasta Lalibela, al iniciar un pequeño ascenso en curva de la carretera, Yohanes el guía nos comunica que vamos a parar un momento, porque quiere hacer una donación en una iglesia. Como ya comenté, es un hecho habitual entre los etiopes que viajan por las carreteras del país, sean camioneros, viajantes, autobuseros, o pasajeros, el lanzar desde el vehículo, o detenerse a dejar donativos en las innumerables iglesias que pueblan los márgenes de todas las rutas. La iglesia, de iguales llamativos colores que todas las demás, también al igual que todas, es aprovechada por campesinos de la zona, para acercarse a vender sus productos a los pasajeros o conductores de los vehículos que se van deteniendo, o por personas que necesitan trasladarse a otro lugar. Como siempre también, la gente se multiplica de repente con nuestra presencia, no se si porque pasaban por allí como cada día, porque aparecían de no se sabe donde tras habernos visto parar con una vista de halcón, o por haberlo intuido por un sexto sentido. En esta ocasión, iban llegando un buen puñado de aldeanos, que tras dejar en tierra las largas vargas a las que llevaban atadas las gallinas por las patas, se sentaban bajo un árbol a la entrada del recinto religioso, y se ponían a charlar con los campesinos del punto de venta. Los monjes, al margen, se mantenían a la entrada de las puertas de la iglesia. Tras pedir el permiso correspondiente a través del guía Yohaness, estos aceptan las fotos, y nos dedicamos durante un buen rato a la sesión fotográfica, a rondar por los alrededores, o a visitar el recinto eclesiástico. Al acabar, de nuevo salta el mal rollo por la discrepancia entre el guía y el grupo, por la cantidad “donada”, lo que deriva por enésima vez, en un evidente semblante malhumorado de nuestro anfitrión etíope. En Gashena, donde como dije se toma la carretera de tierra para hacer en dos horas los 60 kms de distancia hasta Lalibela, hacemos parada planificada, para tomar un café tradicional en uno de los varios chiringuito-cabañas que existen en la población, donde se realiza esta ceremonia profundamente arraigada en Etiopía. La ceremonia, que realizan siempre las mujeres, inundando de aroma el espacio, se inicia con el tueste de los granos de café en un hornillo especial de carbón. Una vez tostados, se muestra el tueste a los invitados, antes de meterlos en un mortero donde son molidos a mano. El café, propiamente dicho, se realiza en una “jabeba”, la cafetera tradicional etiope, donde además del grano molido, se introducen según el gusto, diversas especias aromáticas como clavo, cardamomo, jengibre, o canela. Cuando alcanza el punto de ebullición, se aparta la “jabeba” del fuego, y se deja sobre una mesita baja para decantar, antes de servirlo en unas pequeñas tazas llamadas “sini”. En el ritual en los hogares o en las celebraciones etiopes, se sirve comenzando por los invitados de mayor a menor edad, y se acompaña de pan, y muchas veces de un cuenco de ... palomitas. Tras una primera ronda, le siguen otras dos, y en todas ellas, cada invitado endulza o sala, -echarle sal al café es popular en algunas comunidades etiopes-, el café a su gusto. Sentados en dos banquitos enanos en la cabaña, y mientras un par de niños curiosean a traves de los plásticos del lateral del chiringuito, sorbemos los cafés que, dirigido a todos los cafeteros, he de decir que era realmente exquisito. El camino es de tierra pero magnífico, hasta poco después de un puente, en el que se encuentra el camino al aeropuerto de Lalibela, y la carretera pasa a ser asfaltada, ya a 10 kms de la ciudad. A la entrada, un impacto, un estruendo, y la luna entera de la ventanilla lateral trasera izquierda de la furgoneta, estalla en pedazos. Lo más importante es que solo está herido el vehículo. El conductor para y bajamos, en el mismo momento en el que un harapiento recoge del suelo un gran pedrusco, y se acuclilla sobre una montaña de rocas, mascullando para sí solo. Todo le señala, puesto que hay niños pero están demasiado lejos, y la sospecha se confirma tras hablar con un par de personas que nos informan de la “demencia” del individuo. Paramos a dar parte a la policía, y llegamos a las 7 y pico de la tarde al hotel con vistas, Roha. Nos reparamos, ducha y cena, pasando de la “Injera”, y tomando una buena sopa de vegetales y un steak. Poco más, Víctor y Johan se van a parlamentar con el Dr. Herman, y los demás, zzzzzzz. Etapas 4 a 6, total 9
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