BRETAÑA, NORMANDÍA Y LOIRA (sin coche) ✏️ Blogs de Francia

Salimos a las 8 de la mañana para ir a Étretat pero por algún motivo que desconozco tardamos un poco más de la cuenta.
Para llegar a nuestro destino tuvimos que atravesar el larguísimo puente de Normandía, majestuosa obra de ingeniería que comunica la Alta y la Baja Normandía. Cuando se completó, en 1995, era el puente atirantado más largo del mundo, con 2141 metros (fue pronto superado). El puente pasa sobre el río Sena y tiene unas luces para aviso a los aviones. Por cierto, atravesarlo significa pagar una especie de peaje (y no es barato).
Por motivos técnicos tuvimos que hacer una parada técnica en Le Havre, ciudad que fue duramente bombardeada en la Segunda Guerra Mundial. Fue reconstruida en los años 90 del siglo pasado y en 2005 la UNESCO la incluyó en la lista de Patrimonio de la Humanidad como “ejemplo excepcional de la arquitectura de urbanismo posterior a la guerra” y su uso del hormigón. Yo lo poco que vi no lo encontré muy bonito pero fuimos sólo de pasada.
Le Havre significaría más o menos “el puerto” y eso es lo que era cuando se construyó a instancias del rey Francisco I de Francia. Ya desde época de los romanos esa zona se usaba para el tráfico fluvial pero no fue hasta el siglo XVI cuando el gran rey renacentista tuvo la idea de construir un puerto (y con él, claro, una ciudad). Actualmente todo lo que le falta de belleza constructiva (a mi parecer) lo tiene de desarrollo en varios sectores económicos muy importantes: construcción mecánica, petroquímica, transporte marítimo y logística.
Arquitectónicamente, además de las obras del reconstructor de la ciudad, Auguste Perret, podemos ver el Volcán (por su forma), un curioso espacio diseñado por Niemeyer que tiene un teatro, una sala de conciertos y un cine. Muy cerca está la iglesia (no puedo llamarla bonita) de Saint Joseph, con su altísima torre de 110 metros (iniciada por Perret y terminada por un arquitecto de su estudio). Mucho más arriba están los Jardines colgantes (los vimos anunciados por todas partes pero no subimos a verlos), que están en todo lo alto de la ciudad, en una antigua fortaleza militar. Sí visitamos la playa, llena de piedras y casetas de colores que animaban un poco un día gris y un tanto desapacible.
Étretat es una bonita localidad costera que ya era famosa en el siglo XIX entre la gente acomodada. Allí se instalaron Eugène Boudin, Camille Corot, Monet, Courbet o Matisse. La playa se convirtió en una de las más famosas de Francia en la segunda mitad del siglo XIX y sirvió de inspiración para muchos artistas.


Lo más famoso es su impresionante acantilado, formado por varias partes:
* Acantilado de abajo (Falaise d’Aval): se puede subir a la cúspide a 85 metros de altura por un sendero y una escalera. A finales del siglo XIX una curiosa torre dominaba el acantilado. Era un fuerte que fue dinamitado en 1911.
* Puerta de abajo: Es la joya de Étretat. Suele considerarse una de las maravillas del mundo. Es un arco calcáreo. Maupassant lo comparó con un elefante que hunde su trompa en el mar.
* La Aguja: Se alza un poco más atrás. Desde donde mejor se aprecia es desde el Acantilado de arriba. Alcanza los 70 metros de altura pero no está hueca. El mar y el tiempo han creado este obelisco.
* Hoyo del hombre: Se trata de una gruta escondida a los pies del acantilado de abajo. Se puede llegar con marea baja. Recibió su nombre a finales del siglo XVIII cuando se encontró allí a un náufrago vivo.
* Manneporte: a la izquierda del acantilado de Abajo. Es un arco impresionante. Se dice que un barco velero podría atravesarlo.
* Acantilado de arriba (Falaise d’Amont): arriba hay un calvario, una capilla y una flecha blanca que apunta al cielo, monumento dedicado a dos aviadores que quisieron atravesar el Atlántico norte en 1927 y que fueron vistos aquí por última vez.
* Aguja de Belval: a mano derecha del acantilado de arriba.
El coche o el autobús tienes que dejarlo en el aparcamiento establecido a tal efecto y que queda a unos 15 minutos caminando de la playa. Muy cerca encontramos, le Clos Arsène Lupin, el lugar donde el autor de las historias del famoso ladrón situó varias de sus aventuras y que hoy es museo.
En el pueblo (ese día había mercadillo y había mucha gente) vemos un mercado cubierto, que hoy tiene tiendecitas de recuerdos. Un poco más allá vemos la Mansión de la salamandra, construida en 1912. Se trata de una copia (pero invertida) de la casa de Plantefor de Lisieux, que fue demolida en 1899. Además de la salamandra que le da nombre, podemos ver otras figuras talladas como son un mono comiendo fruta de un manzano o un caballero montado en un águila.
El guía local nos dio algunas explicaciones en el paseo marítimo y después nos dejaron tiempo libre para poder disfrutar de las vistas. Aprovechamos para subir al Acantilado de abajo, el que yo recomendaría si se tiene poco tiempo. La subida es pronunciada pero puede hacerse. Desde allí se puede fotografiar a la perfección la Puerta de abajo y la Aguja y caminando un poco por encima del acantilado es posible ver con todo detalle la hermosa Manneporte.


Desde la subida también se ve el Acantilado de arriba al otro lado de la playa de guijarros, con el detalle de la capilla y el monumento a los aviadores perdidos. Igualmente se domina todo el pueblo.
A la bajada nos sorprendió una fuerte lluvia que hizo que llegáramos al aparcamiento empapados.
Para finalizar con Étretat sólo decir que también pasamos ante la Guillette, la casa donde vivió el escritor Guy de Maupassant y donde, según el guía, recibía la visita de muchas señoras de alcurnia.
Después de haber visto los preciosos acantilados volvemos a retroceder sobre nuestros pasos (1 hora de trayecto) para ir a Honfleur, donde comeremos.
En el pasado fue un puerto de primer orden donde llegaban mercancías y pasajeros. Ya desde época galorromana la ciudad fue desarrollándose hasta acabar siendo uno de los puertos más importantes del ducado de Normandía. Al principio de la Guerra de los Cien años empezó a destacarse como el punto desde el que salían marineros que viajaban a Terranova para pescar bacalao o navegantes hacia el Nuevo mundo.
Hoy en día el puerto ha ido desapareciendo debido a los sedimentos aportados por el río y ha perdido su importancia a favor del puente de Normandía.

Lo más interesante está en sus alrededores, por ejemplo en los muelles de Ste. Catherine y St. Etienne, con la iglesia del mismo nombre, donde podemos ver barcos de recreo y mansiones de piedra de los siglos XVII y XVIII. Estas vistas inspiraron a muchos pintores del siglo XIX. Una buena muestra de esos cuadros puede verse en el Museo Municipal Eugène Boudin, con obras de ese pintor o de Monet, entre otros.
El único vestigio que queda de las fortificaciones que rodeaban la ciudad es la Lieutenance, residencia del gobernador y puerta de la ciudad y que está frente el Avant Port, que alberga la flota pesquera de Honfleur y los cruceros.


Al oeste del Avant Port encontramos el Jardín de las Personalidades, donde se honra a algunos vecinos ilustres. Cada uno de ellos tiene un minijardín en forma de barco.
Otro de los museos de Honfleur es el de les Maisons Satie, dedicado al compositor Erik Satie en la casa donde nació, en una antigua calle del puerto. También hay un museo dedicado a la marina y artes populares, situado en una preciosa y antigua casa con entramado de madera. También podemos ver casas de entramado por ejemplo en la calle de las antiguas carnicerías.
Pero el edificio más destacable de la ciudad es la Iglesia de Sta. Catherine, al este del puerto, subiendo un poco. Se trata de una iglesia construida en madera en el siglo XVI ante la escasez de piedra. Tiene un techo abovedado que parece el casco de un barco al revés. La nave de la izquierda es la más antigua (siglo XV). El campanario de la iglesia data del siglo XV. Fue construido separado por motivos estructurales (para que el tejado de la iglesia no tuviera que soportar el peso y la vibración de las campanas) y por seguridad (una torre más alta tenía más posibilidades de atraer a los rayos).


En la plaza del mismo nombre los sábados por la mañana se celebra un tradicional mercado.
Otra edificación destacada (aunque actualmente en obras) es el almacén de sal (1670), en la rue de la Ville, que permitía almacenar hasta 10.000 toneladas de sal.
Honfleur, además de bonitas casas, está lleno de tiendas y restaurantes donde principalmente ofrecen pescado y marisco. Por suerte para mí conseguí encontrar uno donde, por 14,90 euros, comí terrina de champagne y pollo a la normanda con helado de postre.
Después de la visita a Honfleur continuamos hacia una sidrería biológica. Allí pudimos degustar tres de sus productos, sidra (semiseca y muy buena), Pommeau y Calvados después de que nos explicaran cómo se producen. Tanto Bretaña como Normandía elaboran sidra desde el siglo XIV y se considera como la bebida nacional. Ni siquiera el rey Francisco I se pudo resistir a ella porque cuentan que cuando llegó a Cherbourg en 1532 pidió que le llevaran barriles de aquella bebida a sus aposentos. No es extraño que se elabore sidra en aquellas tierras porque se ven manzanos por todos lados. El Calvados, por su parte, no es más que brandy de sidra. En cuanto al Pommeau, surgió en los años 70 del siglo pasado y es una mezcla de Calvados y zumo de manzana. A nosotros personalmente lo que más nos gustó fue la sidra semiseca aunque también compramos un zumo artesanal (buenísimo) hecho con manzana y pera.

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Éste es el día en que el resto de compañeros del viaje organizado regresan a España y nosotros empezamos el viaje completamente solos.
Dejamos, igual que ellos, Caen pero para cambiar de zona y dirigimos a Tours. El trayecto, muy cómodo, en tren, dura 3 horas. Sale a las 9 de la mañana y llega a las 11.53 horas. En Internet, en la página snfc voyages, pueden encontrarse billetes por unos 30 euros.
En el siglo I d.C. el emperador Augusto, por razones estratégicas, fundó una ciudad cerca de un pequeño poblado de turones (pueblo galo de la zona). Hasta el siglo IV no se erigieron las murallas. Por aquellos tiempos se empezó a implantar el cristianismo en la región de manos de san Gaciano.
Con el episcopado de san Martín (371 a 397) la diócesis se dividió en 6 parroquias y se destruyeron los templos paganos. Después de la muerte del santo en Candes, ambas ciudades se disputaron sus restos aunque ganó Tours. Sobre sus restos se erigió la primera basílica en el siglo V.
En el siglo VI, Clovis, casado con santa Clotilde, creyendo que había vencido al visigodo Alarico gracias a san Martín, acudió a honrarle a su santuario, empezando las peregrinaciones.
Los siglos VII y VIII fueron los de esplendor de la ciudad aunque por allí pasaron musulmanes y normandos, saqueando lo que pudieron.
Con el siglo XII la región de Tours se integró a Francia. Los dos antiguos asentamientos se unieron en una única ciudad. Fue capital del reino en 1461, con Luis XI, pero a su muerte la capitalidad pasó a Amboise. Sin embargo la prosperidad de la ciudad no decayó hasta el siglo XVII.
Fue muy gravemente destruida en 1940 pero afortunadamente se consiguió reconstruir.
Nos alojamos en un aparthotel, Adagio Access, muy cercano a la estación de trenes (muy bonito edificio, por cierto). Apenas si tenemos que caminar 8 minutos para llegar.
Dejamos las maletas en el hotel y como es la hora de comer en Francia buscamos un buffet libre que había visto en Internet. Se llama Indochine y está muy cerca de la estación de trenes, por el lado contrario de la calle del hotel. Cuando entramos vimos que estaba todo oscuro y no había nadie. No obstante avanzamos y encontramos una escalera que lleva al piso inferior. Allí sí estaba repleto. La comida, con tintes chinos, vietnamitas, japoneses y tailandeses, está francamente buena. Nos costó 13,95 euros por ser un día laborable (los festivos es más caro, 19,95 euros).
Una vez saciados volvimos a la estación y compramos los billetes de tren para ir a Saumur.
Las máquinas de venta de TER (bien especificado) son bastante intuitivas. Sólo tienes que seguir las instrucciones de la pantalla. Cogimos un tren a las 14 horas y llegamos a las 14:42 horas. Nos costó aproximadamente 25 euros ida y vuelta a cada uno.
La estación de Saumur está un poco apartada del casco antiguo. Es necesario caminar unos 30 minutos y cruzar dos puentes sobre el Loira para llegar.


La ciudad de Saumur es conocida por ser el escenario de una de las novelas de Balzac, Eugenia Grandet. Pero si la gente acude a ella es, principalmente, para ver su bonito castillo.
Primero pasamos por el teatro y luego por el bonito ayuntamiento. La fachada gótico flamígera que da al río es un añadido del siglo XIX pero es bonita. La interior también es preciosa. Antes estaba integrado en las murallas.
Seguimos avanzando e internándonos en el pueblo hasta que alcanzamos la plaza donde está la Iglesia de Saint Pierre. La fachada es neoclásica, con frontones y columnas, muy sobria. Pero no tiene nada qué ver con lo que vamos a encontrar en el interior, arquitectura románica y gótica. Esa diferencia se debe a que en el siglo XVII recibió un rayo y la fachada tuvo que reconstruirse. En muchas guías dicen que dentro podemos ver obras de Rubens o Murillo. No es verdad. Lo que vemos en la iglesia son las copias que un artista hizo de obras de Rubens o Murillo.



Todos los alrededores de la plaza están llenos de casas muy bonitas, algunas de ellas de entramado de madera, aunque algunas resulta complicado verlas bien por la cantidad de mesas y sombrillas de restaurantes que hay.

Desde la iglesia se toma una calle que, en ascenso (no demasiado) lleva hasta la escuela de equitación, de gran fama, fundada por Luis XV y un parque desde el que se accede al castillo.

El castillo de Saumur (7 euros) fue construido en el siglo X por Thibault le Tricheur, conde de Blois, para protegerse de los normandos. En 1026 pasó a manos de Fulco Nerra, conde de Anjou, que lo legó a sus herederos, los Plantagenet. En 1067 fue destruido y posteriormente reconstruido por Enrique II de Inglaterra en estilo gótico. En 1200 fue incorporado a los dominios reales por Felipe Augusto de Francia y con posterioridad fue cambiando de manos hasta que Enrique IV se lo cedió a Duplessis-Mornay. En 1621 se convirtió en cuartel militar y después, con Luis IV y hasta Napoléon, fue prisión. Ya en el siglo XX la ciudad de Saumur lo compró e instaló allí un museo de artes decorativas (principalmente cerámica) y el Museo del caballo (ambos se pueden visitar con la entrada). Es Patrimonio de la Humanidad, junto a otros castillos del Loira. Como curiosidad decir que el castillo aparece representado en un célebre libro llamado Las muy ricas horas del duque de Berry tal y como era en 1410. Desde el castillo la vista es excepcional.
El edificio, con sus torres octogonales acabadas con ese tejadillo que parece un gorrito, se asemeja a un castillo de cuento de hadas.


Nada más entrar nos encontramos con un pozo, que abasteció al castillo desde el siglo XIII hasta el siglo XIX. Al lado encontramos los lavabos y pegados a la entrada de estos la escalera de honor, que conduce al castillo pero también a un sótano donde se almacenaban víveres. Alcanzamos la primera planta. En el ala norte (hacia el lado del río), encontramos la que fue la primera construcción encargada por Luis I de Anjou en 1368 para albergar sus apartamentos. Tenía un vestidor (en la torre), la habitación de retiro, la habitación de paramento y la capilla. Fue él el que mandó hacer un castillo con unas salas de techos altísimos (nada menos que 8 metros) con chimeneas, ventanas con parteluces, azulejos, etc. Entre el ala del Loira (ésta) y la que da a los viñedos encontramos un oratorio, reordenado por el rey Renato, nieto del anterior, en 1454. En la clave de bóveda mandó esculpir, según parece, lazos de amor para su esposa, Juana de Laval.
El ala este era la destinada a la duquesa. Tiene dos habitaciones (una estancia de retiro y otra en el entresuelo). En todas esas salas podemos ver ahora un museo con distintas piezas (cerámica, escultura, tapices…).
También se puede acceder a la sala que era la habitación del rey Renato y en principio se podría subir al Belvedere para tener buenas vistas pero estaba cerrado por obras en la fachada del ala sur.
De nuevo en la planta del patio, podemos acceder a la sala del vestuario, donde el alguacil impartía justicia.
Sobre el año 950 el conde Thibault hizo construir en esta zona una abadía benedictina para proteger las reliquias de san Florencio, el evangelizador de Anjou. De esa abadía prácticamente no queda nada.

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Después de desayunar fuimos a la estación para comprar los billetes del TER para ir a Bloisque sale a las 8.03 horas (esa misma línea pasa por Amboise y Chaumont-sur-Loire, que visitaremos otros días). El billete cuesta algo más de 20 euros ida y vuelta por persona y la estación de Blois-Chambord te deja a unos 10 minutos caminando del castillo. Para llegar sólo es necesario seguir una gran avenida, la del Dr. Jean Laigret, y subir.
La entrada normal al castillo, sin combinarla con nada más, cuesta 10,50 euros (si además quieres audioguía vale 4 euros más pero no es necesario porque te facilitan un folleto en español).
El castillo medieval de los condes de Blois pasó a ser la residencia del rey Luis XII. A principios de los años 1500, el rey empezó una reconstrucción del castillo y la creación de un jardín renacentista (hoy desaparecido a causa de la construcción de la avenida Víctor Hugo en 1890).


Cuando Francisco I de Francia ascendió al trono, su mujer Claudia de Francia amuebló el castillo con la intención de dejar el castillo de Amboise e instalar la corte en Blois. Francisco I inició la construcción de una nueva ala para convertirla en una de las más importantes bibliotecas de la época. Tras la muerte de su mujer en 1524, Francisco I abandonó el castillo de Blois para residir en el castillo de Fontainebleau, adonde envió la impresionante colección de libros y fundó la Biblioteca nacional.
Enrique III huyó de París cuando empezaron las Guerras de religión, se refugió en Blois y convocó a los Estados Generales en 1576 y 1588. Fue en este año cuando Enrique III hizo asesinar al duque de Guisa. Después el castillo fue ocupado por Enrique IV de Francia y, tras su fallecimiento, pasó a ser el lugar en el que estuvo exiliada María de Médicis.
En 1626, Luis XIII regaló el castillo de Blois a su hermano Gastón de Orléans como obsequio de matrimonio. En 1635 François Mansart recibió el encargo de ampliar el castillo con un ala nueva, pero en 1638 los problemas financieros provocaron la suspensión del proyecto y Gastón se vio obligado a ocupar el ala Franciso I. Tras la muerte de Gastón en 1660 el castillo fue abandonado.
Tras un abandono de 130 años, durante la Revolución francesa los revolucionarios se dedicaron a hacer desaparecer cualquier vestigio del castillo, se llevaron los muebles, las estatuas y otros accesorios. El edificio quedó en tan mal estado que estuvo a punto de ser demolido, pero su transformación en cuartel le salvó de su desaparición.
En 1841, bajo el reinado de Luis Felipe, el castillo fue clasificado como monumento histórico gracias a la acción de Prosper Mérimée. El castillo fue restaurado y transformado en museo. Las restauraciones continúan y el castillo es, actualmente, propiedad de la ciudad de Blois.
El castillo tiene tres alas, que corresponden a tres períodos constructivos distintos: Luis XII, Francisco I y Gastón de Orléans.
Ala Luis XII
Este ala está construida en ladrillo y piedra. La entrada está coronada por una estatua ecuestre del soberano francamente bonita. Esta ala es de estilo gótico como lo atestiguan las molduras, los tribulados y los pináculos de los tragaluces. Se pueden encontrar, también, algunos elementos de estilo renacentista, como un pequeño candelabro. Luis XII no mandó construir el castillo de Blois sino remodelar el que ya existía. Es por eso que cabe destacar que hay elementos anteriores ya que en el siglo IX los condes de Blois construyeron una fortaleza que será el origen del castillo que ahora vemos. De esa época se conservan una parte de las murallas, la torre de Foix y la Sala de los Estados generales por la que pasamos varias veces. Esa sala (en realidad todo el castillo) fue sometida a una gran restauración y las pinturas que vemos no son originales sino como el restaurador Félix Duban pensaba que debía ser el castillo ideal. Allí vemos pantallas táctiles que nos enseñan la evolución del castillo.


La sala de los Estados generales fue construida por el conde Thibault VI en 1214 y son en realidad dos naves cubiertas por un revestimiento de madera y separadas por una fila de seis columnas. Fue usada como sala de justicia por los condes de Blois y acogió en 1576 y en 1588 los Estados Generales convocados por Enrique III. De ahí su nombre.
La decoración de la sala, con el techo y las paredes pintados y un trono en el que te puedes sentar para hacer una foto, es tan llamativa como falsa pero también es bonita.
Desde allí se accede a otras salas donde podemos ver esculturas originales así como maquetas y demás documentos informativos.
Subiendo por una escalera desde la sala 4 se accede a la siguiente ala, la de Francisco I.
Ala Francisco I
En el ala Francisco I, la arquitectura y la ornamentación son de estilo italiano. El elemento central es la monumental escalera que recuerda mucho a la de Chambord. Adornada con delicadas esculturas, se ilumina por medio de grandes ventanales que dan al patio de castillo. Detrás del ala se encuentra la fachada de las Logias, caracterizada por una serie de estancias sin comunicación.
El aspecto actual, igual que pasaba con el ala de los Estados generales, no es el original sino el que el restaurador pensaba que debía tener un aposento del siglo XVI.
En esas salas se han alojado Francisco I, Catalina de Médicis, María de Escocia, Francisco II, Enrique III y Gastón de Orléans. Entre 1788 y 1845 fue cuartel
La primera de las salas es la del rey, donde éste celebraba las audiencias. Tiene dos preciosas chimeneas (la decoración de éstas sí que es original en parte). Por todos lados vemos símbolos de los reyes (como la salamandra de Francisco I o el armiño de Bretaña, emblema de Ana de Bretaña, esposa de Carlos VIII y luego de Luis XII, con cuya hija, Claudia, se casó Francisco.
La sala de los Valois tiene los bustos de los reyes que han vivido en el castillo de Blois y está construida apoyándose en la pared medieval.
Seguidamente llegamos a la Galería de la reina, lugar de paseo interior, que se abre a la fachada de las logias. Desde allí se podían contemplar los jardines. El suelo llama especialmente la atención porque es de barro cocido esmaltado de color blanco, azul y amarillo. No es el original sino que fue creado por Félix Duban en el siglo XIX según un modelo del siglo XV. En esa larga sala podemos ver retratos de pensadores y reyes así como un instrumento musical (¿un clavicordio?). Pasamos al guardarropa (o lo que se supone que lo era) para alcanzar la habitación de la reina, con una preciosa cama con cortinajes verdes. En esa estancia murió Catalina de Médicis en 1589. Toda la sala está decorada con el monograma de Enrique II y Catalina, una H y dos C entrelazadas, una del derecho y otra del revés. Ese monograma era un dardo envenenado porque al presentar las letras dispuestas de ese modo lo que al final vemos son dos D, la inicial de su amante, Diana de Poitiers.
En esa misma sala llama también la atención el cuadro que Lavinia Fontana pintó sobre Antonietta Gonsalvus. ¿Y qué tiene de especial esta joven?. Pues que padecía de hipertricosis o, lo que es lo mismo, el síndrome del hombre lobo. Lo que vemos en el retrato es una muchacha lobo con un precioso vestido de corte. Después de la habitación vemos el oratorio, con vidrieras del siglo XIX y un tríptico del duelo de Catalina de Médicis. La última sala de ese ala es el “studiolo”, único gabinete real del Renacimiento que se ha conservado en Francia con recubrimientos de madera originales.
En ese punto se tiene que retroceder para tomar una escalera y subir al segundo piso. Allí encontraremos todo lo relativo a la estancia de Enrique III en el castillo.
En primer lugar está la habitación del rey, donde dice la tradición que murió el duque de Guisa. Un retrato del rey nos recibe junto a la cama. La siguiente sala, el Gabinete de las guerras de religión, evoca el mismo tema del asesinato. El 23 de diciembre de 1588 el rey de Francia, Enrique III, mandó matar al famoso duque. ¿Y por qué lo hizo?. Enrique I de Guisa era el líder de la Liga católica, organización fundamentalista religiosa que controlaba la mitad de Francia y que se enfrentaba a los hugonotes protestantes, también muy poderosos. En medio estaba el rey, que recelaba del duque porque pensaba que quería arrebatarle el trono. Para colmo el monarca había decidido que su sucesor fuera Enrique de Navarra (el futuro Enrique IV), que era protestante. De ese modo el rey intentaba alcanzar la paz después de 30 años de guerra civil. Pero la Liga católica se opuso de un modo tan tajante que Enrique III tuvo que huir de París y dar marcha atrás en sus planes de paz. Y eso el rey no podía permitirlo.
“Exiliado” como estaba en el castillo de Blois convocó al duque con la excusa de celebrar los Estados generales. Y allí fue asesinado. Todos esos acontecimientos se reflejan en una serie de cuadros expuestos en la sala del Consejo. Pero el rey no sobreviviría mucho tiempo ya que el 2 de agosto del año siguiente un monje católico le asesinó a cuchilladas. Después de él quien subió al trono fue precisamente Enrique de Navarra, como dije protestante pero que, para ser rey, abrazó el catolicismo con la frase “París bien vale una misa”.
Seguidamente encontramos el Gabinete del protocolo, donde se nos explica que Enrique III fue el primero en instaurar un código de comportamiento de los nobles que llegaría a su culminación con Luis XIV.
El castillo cuenta además con un interesante Museo de Bellas artes en los aposentos acondicionados para Luis XII y Ana de Bretaña, personajes de los que oímos hablar muchísimo en este viaje.
Ala Gastón de Orleans
La realización del ala Gastón de Orleans fue confiada a François Mansart. Esta ala ocupa el fondo el patio, frente al ala Luis XII. La antesala tiene tres tramos en los que se puede distinguir la superposición de los órdenes dórico, jónico y corintio. Actualmente se utiliza para las exposiciones temporales. Cuando visitamos el castillo había una sobre el personaje que lleva su nombre y que analiza la controvertida figura del hermano de Luis XIII.


Otros edificios a destacar son la Capilla de Saint-Calais, del siglo XVI, en la que destacan las vidrieras de Max Ingrand (1957) y la Torre de Foix, vestigio de las fortificaciones del siglo XIII.
Aprovechamos que era mediodía para comer en la cafetería del castillo. Pedimos un bocadillo (grande), una quiche vegetal con ensalada verde, otras dos ensaladas grandes, dos bebidas y dos postres muy buenos, todo por 24 euros.
Hasta que llegó la hora de marcharnos a Tours estuvimos paseando por el pueblo de Blois, encantador. Vimos la iglesia de san Nicolás, que pertenecía a la antigua abadía de Saint Laumer. Fue construida en los siglos XII y XIII pero tiene vidrieras actuales.
Otra de las iglesias que vimos fue la de san Vicente así como unos jardines enfrente del castillo que no son tan grandes como lo fueron en su día.
Cogimos un TER para regresar a Tours. Llegamos a las 13.57, con un poco de retraso, y tuvimos el tiempo justo para comprar los billetes del autobús para ir a Loches (33 euros los dos ida y vuelta). Como son autobuses TER, pertenecientes a la misma compañía del tren, se compran en las mismas máquinas que los billetes del tren. Los autobuses salen desde la Gare routière que está delante de la estación de tren. Tardamos una hora en llegar y nos deja a unos 5 minutos caminando.
Loches, a la que tengo cierto cariño porque aparece en alguna de mis novelas, se mencionó por primera vez en el siglo VI cuando se habla de la fundación de un priorato por parte del ermitaño Ursus (Saint Ours). Hacia el año 900 aparecería la ciudad y durante más de 3 siglos los condes de Anjou la dominaron, convirtiéndola en una fortaleza inexpugnable. Sin embargo en 1205 la ciudad acabó siendo capturada por Felipe Augusto. Se pierde al cabo de poco pero Luis IX, san Luis, la recuperó, pasando a ser ciudad real desde entonces y hasta la Revolución francesa.
En primer lugar vemos alzarse la Torre de san Antonio, campanario y atalaya renacentista, que anunciaba los acontecimientos religiosos de la antigua parroquia de Saint Ours.
Ascendimos por la calle del Chateau y pasamos por delante de la Cancillería y la casa del Centauro. Son dos palacetes del siglo XVI. El primero es de 1551 y alberga una exposición permanente (gratis) sobre la historia de la ciudad. Entramos a verla. El segundo, al lado, tiene esculpida (está en alto por lo que se tiene que buscar bien) una imagen de Hércules atravesando con una flecua (de hierro) al centauro Nessus, que había raptado a su esposa Déjanira.
La Puerta real, del siglo XIII, es la única entrada a la ciudadela real. Se readaptó en el siglo XV y tenía todas las defensas posibles (puente levadizo, foso, matacanes, terraza de cañones, etc). En el siglo XVI se transformó en prisión y en el siglo XVII se rellenó el foso. Una losa recuerda a Juana de Arco, patrona de Francia.
No tardamos en llegar a la antigua Colegiata de Nuestra señora, actual iglesia de Saint Ours. Fue fundada en el siglo X pero se construyó otra con posterioridad, entre los siglos XI y XII. Estaba en un barrio canónico. Tiene excepcionales muestras arquitectónicas, como un precioso pórtico interior, bellamente esculpido y aún con restos de policromía, y dos cúpulas piramidales que cubren la nave. El hecho de que hubiera una boda no nos echó para atrás y entramos a visitarla, principalmente porque dentro se encuentra el sepulcro de Agnès Sorel, favorita del rey Carlos VII, la primera de las favoritas oficiales de un rey de Francia. La tumba, de alabastro, presenta a la dama con las manos juntas como para ir a rezar y parece tal cual como si se tratara el sepulcro de una reina. Al fin y al cabo prácticamente lo fue en vida.
No tardamos en llegar a la Ciudadela real (cuesta 8,50 e incluye la ciudadela y el donjon).
La ciudad medieval de Loches está construida sobre un promontorio rocoso, en un lugar estratégico de primer orden. Está protegida por una muralla triple y el extremo sur queda reforzado por una torre del homenaje (el donjon). A finales del siglo IV ya existía un castillo en ese lugar. En el año 742 Carlomán y Pipino el Breve destruyeron la fortaleza de su enemigo, el duque de Aquitania. En el siglo IX Carlos el Calvo hizo acondicionar la fortaleza y Loches acabó convirtiéndose en la ciudad más importante de la región sur de la Turena. En el siglo XIV se construyó una torre que lleva el nombre de Agnès Sorel y la parte central de la residencia real, de carácter defensivo puesto que es la época de la Guerra de los Treinta años.


Se recomienda empezar la visita en la terraza, desde la que se obtienen imponentes vistas. Una vez dentro del edificio encontramos primero la sala de Carlos VII, usada como antecámara y donde el rey recibía a sus huéspedes. La sala siguiente es la llamada de Juana de Arco ya que aquí fue donde, en junio de 1429, la doncella se encontró por primera vez con el delfín después de haber vencido en Orléans y le convenció para partir hacia Reims para ser coronado. A continuación está la sala de Agnès Sorel porque allí fue donde estuvo la tumba de la dama, que murió a los 30 años por un flujo en el vientre, desde 1962 hasta 2005, antes de ser trasladada a la iglesia como fue su última voluntad.
Las últimas salas de la ciudadela hacen referencia a Carlos VIII y a Ana de Bretaña, su esposa. En el gabinete de ésta podemos ver las inscripciones que hicieron los presos cuando fue usada como cárcel y también vemos, anexo, su oratorio. Desde allí se puede acceder al jardín.
La visita se hace un poco compleja ya que el folleto que nos dan en español está alterado por una exposición. Así que nada está donde debería. De todo modo, aunque dispersos, podrán verse sendos retratos de Carlos VII (copia del original del Louvre) y de Agnès Sorel representada como la virgen. También vemos el que quizás sea el cuadro más famoso de la dama, vestida de negro y con un pecho al descubierto.
Visitada la ciudadela nos vamos a la otra parte del castillo, la Torre del homenaje, construida por Foulques Nerra, conde de Anjou, entre 1013 y 1035 y una de las torres del homenaje más antiguas conservadas en Europa. Se usó para construirla la piedra caliza y mide 36 metros sobre planta cuadrangular (realmente impactan sus dimensiones). Ha perdido el tejado pero aún se pueden ver las chimeneas superpuestas. Es posible, mediante escaleras y pasarelas puestas a tal efecto, subir hasta lo más alto y la vista, mirando hacia abajo, impresiona más que mirar hacia los alrededores.


El pabellón de entrada está edificado en la base del donjon y en época medieval era la entrada de la fortaleza. En este castillete, que tenía un puente levadizo, estuvo “alojado” Felipe de Comines, cronista de Luis XI, en una jaula de madera y hierro inmensa como la que me metí. No me imagino ocho meses allí dentro aunque dicen que era confortable (dentro de lo que cabe). Lo que sí que es verdad es que el hombre no tenía que estar agachado porque es muy alta y también podía caminar un poco. Tenía hasta una letrina. Además se los explican varias técnicas de castigo y se nos dice que la tortura se usaba mucho menos de lo que pensamos.
La torre de Luis es una gran torre cilíndrica del siglo XV que estaba destinada a sustituir a la torre del homenaje románica. Tiene tres plantas habitables con todo su confort (chimeneas, letrinas) y un sótano donde encontramos el calabozo llamado del Cardenal Balue, amplia sala cilíndrica con cúpula donde se supone que estuvo encerrado este personaje, ministro de Luis XI que fue acusado de traición porque parece ser que conspiraba con Carlos el Temerario contra el rey. La verdad es seguramente la estancia sea una bodega o un molino y que el cardenal estuviera en una de las salas más altas de la torre.
También encontramos la sala de la tortura, donde supuestamente se sometía a los acusados a diferentes torturas para obtener su confesión. Más arriba, en la sala de la maqueta, vemos las distintas etapas de construcción del edificio. Subiendo otro piso encontramos la sala de los grafitos, testimonios de los presos o soldados que ha habido en Loches a lo largo de los siglos. Es realmente impresionante ver algunos de esos relieves. Y subiendo un poco más estamos en la terraza, destinada a recibir las bombardas, culebrinas y otras piezas de artillería. Desde allí podemos ver la ciudad y alrededores así como el donjon en todo su esplendor.
Al salir (bajando de nuevo las escaleras) nos encontramos con el patio y el martelet, obra del siglo XV. Se trata de una torre de 27 metros, la mayoría de los cuales están hacia abajo, y que servía para encarcelar a presos políticos. El más importante de esos presos fue Ludovico Sforza, llamado el Moro, duque de Milán, que fue apresado en 1500 por Luis XII y que permaneció 4 años encerrado aunque en condiciones inmejorables. Tenía una celda amueblada, decorada con bellas pinturas (se conservan en parte), letrinas, podía recibir visitas, pasear por el patio…
No contaban con tantas comodidades los obispos Antoine de Chabannes y Jacques Hurault, que fueron encarcelados en 1523 por conspirar contra Francisco I.
Mucho más abajo, a 20 metros por debajo del suelo actual, encontramos los subterráneos, galería excavada en el siglo XI para extraer toba usada para hacer la torre del homenaje y que quizás sirviera para huir en caso de peligro.

Otras de las edificaciones que podemos visitar son la residencia del gobernador, del siglo XIV, donde ahora está la tienda; la muralla, del siglo XII; las torres almenadas también del siglo XII, los fosos secos y la barbacana. Por último destacar el jardín medieval, inspirado en dibujos de libros miniados.
Volvimos a descender y nos detenemos en el Ayuntamiento, construido en 1519 a instancias de Francisco I. Tiene estilo renacentista y unos tragaluces con la figura de la salamandra, emblema del rey. En el blasón de Loches vemos tres flores de lis. Pegada al ayuntamiento está la Puerta Picois, segunda puerta de la ciudad baja. Tiene un nicho de estilo renacentista donde vemos una imagen de la Virgen del Corazón, que protege a los viajeros y cuyo original está en la Galería de san Antonio.
Otra de las puertas de defensa, la más reciente en el tiempo, es la llamada de los Cordeliers (del siglo XV). Finalmente vale la pena destacar también el bonito y bien cuidado jardín público.

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