Budapest, Viena, Praga, Berlín y Ámsterdam por libre (marzo/abril 2018) ✏️ Blogs de EuropaRecorrido por algunas capitales europeas entre marzo y abril 2018.Autor: Paulis87 Fecha creación: ⭐ Puntos: 5 (4 Votos) Índice del Diario: Budapest, Viena, Praga, Berlín y Ámsterdam por libre (marzo/abril 2018)
01: Introducción y preparativos
02: Viaje
03: BUDAPEST: llegada
04: BUDAPEST: Buda (parte 1), Café Gerbaud y paseo en barco
05: BUDAPEST: Café New York, Parlamento, Basílica, Av. Andrassy y Parque Városliget
06: BUDAPEST: Mercado Central, Monte Gellert, Gran Sinagoga y Buda (parte 2)
07: VIENA: Llegada, Ópera, Cripta, Demel, Biblioteca Nacional y Museos
08: VIENA: Palacios Schönbrunn y Belvedere, Café Sacher y Karlskirche
09: VIENA: Café Central, Palacio Hofburg, Catedral, Hundertwasser y Prater
10: BRATISLAVA y VIENA (Ringstrasse, Casa de Mozart)
11: PRAGA: Llegada, Free Tour, Isla Kampa
12: PRAGA: Castillo, Malá Strana, Havelská y Plaza de Wenceslao
13: PRAGA: Barrio Judío, Casa Municipal, Sinagoga de Jerusalén y Klementinum
14: PRAGA: Vyšehrad, Jardines Vrtba y Monte Petřín
15: BERLÍN: Llegada, Tiergarten, Columna de la Victoria e Iglesia memorial
16: BERLÍN: Free Tour, Tour Tercer Reich, Hackeschen Höfe y Dead Chickens Alley
17: BERLÍN: Reichstag, Museos Pérgamo y Nuevo, Torre de la TV e East Side Gallery
18: BERLÍN: Tour Unterwelten, Topografía del Terror, Catedral y Sony Center
19: BERLÍN: Tour Sachsenhausen y Memorial del Muro
20: ÁMSTERDAM: Llegada y Free Tour
21: ÁMSTERDAM: Keukenhof, Begijnhof, Mercado de las Flores y tour Barrio Rojo
22: ÁMSTERDAM: Edam, Volendam, Marken, Museumplein, Vondelpark y Leidseplein
23: ÁMSTERDAM: Zaanse Schans, Basílica de San Nicolás, Casa de Anna Frank y Jordaan
24: ÁMSTERDAM: Paseo en Barco, Heineken Experience, Magere Brug
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Etapas 7 a 9, total 24
Jueves 29 de marzo de 2018: Ópera + Cripta de los Capuchinos + Demel + Biblioteca Nacional Austríaca + Museos Globo, Esperanto y Papiro + MUMOK
Nos levantamos y bajamos a desayunar. A las 8:30 am hicimos el check-out y caminamos media cuadra hasta la estación de metro, donde tomamos la línea M4 con destino a Keleti. Una vez llegamos a la estación de trenes, nos acercamos a unas máquinas amarillas para imprimir los billetes que habíamos comprado por Internet, porque era la única forma de obtenerlos en papel. Para eso, introdujimos el código numérico que habíamos recibido por correo electrónico al momento de la compra y automáticamente se imprimió el billete (éramos dos personas, pero se imprimió un solo boleto). Como habíamos leído un caso en el que algunas personas habían tenido problemas con su billete (los revisores les habían dicho que era una reserva y no los pasajes, pese a que los habían comprado con tarjeta y enseñado el cargo en el resumen de la cuenta, con lo cual se tuvieron que bajar del tren), fuimos a la Oficina de Billetes Internacionales para corroborar que nuestros pasajes estuvieran bien, y por suerte lo estaban. Compramos una botella de agua grande (350 HUF) en un quiosco y cambiamos los 9000 HUF que nos habían sobrado en una de las tres casas de cambio que había en la estación, carca de los andenes. El cambio fue a razón de 320,85 HUF por euro. El tren Railjet 62 salía a las 9:40 am; nosotros subimos veinte minutos antes, lo que nos garantizó tener lugar en el portaequipajes para dejar nuestras dos valijas/maletas (justo en el medio). Si hubiésemos subido muy sobre la hora, tal vez no hubiéramos tenido lugar donde ponerlas, porque el portaequipajes se llenó enseguida. El tema de andar con equipaje de gran tamaño en los trenes era algo preocupante, por lo menos para mí, porque, en general, la gente viajaba con equipaje pequeño y fácil de transportar (que cabía perfectamente en los estantes que estaban arriba de cada asiento), y yo no sabía si iba a haber espacio suficiente para bultos más grandes. Los asientos en segunda eran muy cómodos, y el wi-fi funcionaba bastante bien. Como habíamos comprado el billete con anticipación, arriba del asiento había una pantalla que marcaba el tramo reservado (en nuestro caso, "Budapest - Wien Hbf"). En otras pantallas alcanzamos a leer "reservas de último minuto". Al poco tiempo de partir el tren, pasaron unos revisores a controlar los billetes. Antes de llegar a Viena, la policía austríaca hizo el control de los pasaportes. Luego de un viaje de 2:41 hs, llegamos a Viena a las 12:21 pm, tal como estaba estipulado. La estación central, Wien Hauptbahnhof, era enorme y tenía varios niveles, además de distintas entradas. Si bien nuestro hotel estaba pegado a la estación, tardamos unos veinte minutos hasta que al fin pudimos ubicarnos y salir por la puerta correspondiente. El hecho de que el Star Inn Hotel Premium Wien Hauptbahnhof estuviera al lado de la estación central de trenes nos resultó muy práctico porque ahorramos mucho tiempo en traslados entre ciudades, ya que veníamos desde Budapest, íbamos a ir un día a Bratislava y luego viajábamos a Praga. Además, había una estación de metro (U1) y una parada de tranvía (D) con el que se podía llegar al centro en 10/15 minutos. Si bien el horario para el check-in era a partir de las 15:00 pm, pudimos acceder a la habitación ni bien llegamos, unos minutos antes de las 13:00 pm. Solo tuvimos que pagar el impuesto local (8 EUR), que no estaba incluido en la tarifa, y mostrar la tarjeta de crédito con la cual habíamos hecho la reserva del alojamiento. De camino al ascensor, vimos un cuartito en el que se podía guardar provisoriamente el equipaje. La habitación que nos tocó era amplia; tenía televisor, un armario, una caja de seguridad, un frigobar con una botella de agua gasificada de cortesía para el primer día, un escritorio con una silla y un baño que nos pareció curioso porque el inodoro/retrete estaba en una habitación pequeña y separada del resto. No contratamos desayuno. Dejamos nuestras cosas y salimos, bien abrigados, para empezar el recorrido del día. Lo primero que teníamos que hacer era recoger la Vienna Pass de 3 días (98,10 EUR por persona; el precio incluía un descuento del 10% debido a una oferta online) y la Travel Card de 72 horas (17,10 EUR por persona) que habíamos comprado por Internet semanas antes del viaje. Ambas se retiraban en el Centro de Atención al Cliente Vienna Pass, ubicado en el pasaje subterráneo Opernpassage, al lado de la salida que llevaba a la Ópera. Para llegar hasta allí, hicimos una caminata de media hora, en la cual pasamos por la Parroquia de Santa Isabel y la Iglesia de San Carlos Borromeo (Karlskirche), ubicada en Karlsplatz. Nos costó encontrar el lugar porque pasaba un poco desapercibido, pero al fin dimos con él. Con la Vienna Pass nos entregaron una guía en alemán, francés y español que detallaba todas las atracciones que se podían visitar. También le agregaron la fecha y nos hicieron firmar al dorso de la tarjeta. La Vienna Pass ofrece entrada gratuita a más de 60 atracciones turísticas de Viena (con acceso rápido en algunas, es decir, sin hacer filas) y el uso ilimitado de los autobuses Hop-on Hop-off, que nosotros no utilizamos. Es cuestión de hacer números a ver si conviene comprarla; a nosotros nos salió a cuenta. La Travel Card permite viajar de forma ilimitada en toda la red de transporte público (metro, autobuses, tranvías y trenes urbanos) dentro de Viena. Se valida una sola vez, al subir al primer medio de transporte, y a partir de ese momento empiezan a contar las 24, 48 o 72 horas, según el caso. La primera parada del día era la Ópera, en la que había una visita guiada a las 15:00 pm. Cuando nos acercamos a la puerta por donde había que entrar para comprar las entradas, la encontramos cerrada, porque todavía faltaban más de treinta minutos para el horario de la visita. Aprovechamos para dar unas vueltas por la cuadra y al ratito volvimos. Para ese entonces, en el interior del edificio había un montón de gente, algunos haciendo la fila para sacar las entradas (9 EUR), otros sacándose fotos con dos trajes que estaban puestos en el vestíbulo para tal fin, y otros esperando a que se hiciera la hora. El recorrido guiado se hacía en distintos idiomas, así que la gente, por indicación del personal de la Ópera, se iba acomodando cerca de las banderas con las que se identificaba el idioma correspondiente. Al grupo de español lo dividieron en dos porque era el más concurrido. La visita duró 40 minutos y fue muy interesante. Incluía el vestíbulo, la escalera principal, la parte de atrás del escenario, el auditorio y algunas salas. Estaba permitido hacer fotos, incluso con flash. Recomendamos mirar la página oficial de la Ópera (o, si están por la zona, darse una vuelta) para conocer los horarios de las visitas, porque si bien hay horarios estipulados, pueden variar. A continuación, nos dirigimos a la Cripta Imperial o Cripta de los Capuchinos, lugar principal de sepultura de los Habsburgo austríacos, entre ellos, el emperador Francisco José I y la Emperatriz Sissi. La entrada costaba 7,50 EUR, pero nosotros teníamos acceso gratuito con la Vienna Pass. Simplemente la presentamos en la taquilla y la escanearon con un lector de código de barras. Al ingresar, nos entregaron un folleto en el que aparecían los nombres de todos los miembros de la realeza austríaca que descansaban allí y sus ubicaciones en los distintos espacios. Muchos sarcófagos llamaban la atención, tanto por su tamaño como por la cantidad de detalles que contenían. Otros, sin embargo, eran más austeros. También había algunos féretros muy pequeños, indicio de niños que sufrieron muertes prematuras. La visita nos llevó menos de una hora y la realidad es que nos hubiera resultado más enriquecedora si hubiésemos tenido un mínimo conocimiento de los personajes que allí se encontraban. Lamentablemente, no había carteles informativos y los pocos que vimos en el recinto estaban en alemán. A las 16:30 pm fuimos a merendar a la pastelería Demel. Esperamos cerca de media hora para conseguir una mesa porque había bastante gente. Mientras estábamos en la fila, podíamos ver al personal amasando a través de un ventanal enorme que había adentro del lugar. La atención fue buena y cordial, y los precios, lógicamente, elevados. Las tortas no estaban en la carta, había que ir a elegirlas a un mostrador donde estaban exhibidas junto con la lista de precios. Por 40 euros (incluida la propina), merendamos dos cafés especiales (con licor), tres porciones de torta (Sacher, strudel y nougat) y un jugo de naranja (caro en relación a la escasa cantidad). La torta Sacher y el strudel nos gustaron, pero probamos mejores. Le habíamos preguntado a la persona que atendía el mostrador qué nos recomendaba y nos sugirió la torta nougat, que resultó la mejor elección de las tres. No está mal darse un gusto en uno de los lugares clásicos de Viena como lo es Demel, pero nos pareció que estaba un poco sobrevalorado. Para degustar la torta Sacher, por ejemplo, sugerimos hacerlo en la confitería del mismo nombre. Nuestro siguiente destino era la Biblioteca Nacional de Austria, que teníamos incluida en la Vienna Pass (la entrada regular costaba 8 EUR y ofrecían audioguías, pero solo en alemán). Hicimos esta visita y las siguientes ya pasada la tarde porque el horario de cierre de estas atracciones los días jueves era a las 21:00 pm, lo que nos garantizó aprovechar el día al máximo. La Sala Principal de la biblioteca nos deslumbró; no en vano es considerada una de las más bellas del mundo: de estilo gótico y con una iluminación tenue, estaba decorada con estatuas y columnas de mármol, globos terráqueos, frescos en el techo y estanterías de madera inmensas que contenían miles de libros. A lo largo de la sala había paneles informativos en inglés y en alemán. Salimos pasadas las 18:00 pm, llovizna mediante, y nos dedicamos a visitar las otras colecciones que formaban parte de la Biblioteca: los museos Globo, Esperanto y Papiro. Existe una entrada combinada (4 EUR) para ver los tres museos; nosotros los teníamos incluidos en la Vienna Pass. Los museos Globo y Esperanto estaban en un mismo edificio, a metros del Café Central. Los recorrimos en media hora, ya que, si bien eran curiosos, no nos detuvimos demasiado a leer todas las explicaciones, que estaban en inglés. Museo del Globo Terráqueo Museo del Esperanto Para llegar al Museo del Papiro tuvimos que entrar al complejo de Hofburg. Lo llamativo es que la mayoría de las explicaciones estaba en alemán y, al igual que en los dos museos anteriores, no repartieron ningún folleto. Solamente vimos la exposición permanente, porque la temporal estaba cerrada; tal vez no estaba incluida en la Vienna Pass o a la hora en que estábamos (casi las 19:00 pm) ya no se permitía el acceso. Salimos del complejo por la parte de atrás y aparecimos frente a la Maria-Theresien Platz, plaza púbica de Viena, flanqueada por dos edificios simétricos: el Museo de Historia Natural y el Museo de Historia del Arte. En el centro se alzaba un monumento a María Teresa de Austria. Atravesamos la plaza hacia Museumsquartier, un complejo que alberga numerosas instituciones dedicadas al arte y a la cultura y que es considerado uno de los más grandes del mundo. El último destino cultural del día era el MUMOK (Museo de Arte Moderno), también incluido en la Vienna Pass (entrada regular: 12 EUR). Al entrar había una tienda y un guardarropas, donde dejamos la mochila para empezar la visita. Las exposiciones se distribuían en varias plantas, y en algunas salas pudimos rescatar folletería en inglés. El museo nos gustó, pero no hubiese entrado en nuestro itinerario si hubiéramos tenido que pagar la entrada. A las 21:00 pm fuimos a cenar a 7 Stern Braeu, a cinco minutos a pie de Museumsquartier. El lugar era amplio y al rato se empezó a llenar de gente. La carta estaba en inglés, pero había fotos de algunos platos. Los precios eran acordes a la calidad, la comida era rica y las porciones, abundantes. Fabricaban su propia cerveza y había distintas opciones para elegir. De entrada pedimos salchichas, de plato principal un costillar de cerdo con papas y un schnitzel con papas fritas, y para tomar una gaseosa y dos cervezas. En total, con propina, pagamos 48 euros. Si bien no estaba ubicado en una zona muy turística, nos pareció una opción interesante para probar comida local y tomar una rica cerveza. Para volver al hotel tomamos la línea U2 de metro desde Museumsquartier hasta Karlsplatz, y luego combinamos con la línea U1 hasta Hauptbahnhof. Recién en ese momento usamos la Travel Card, que introdujimos en una de las máquinas ubicadas a la entrada de la estación para validarla. Por ende, en nuestro caso, el periodo de vigencia de la tarjeta iba a ser hasta el domingo a la noche. Así terminaba nuestro primer día en Viena. Etapas 7 a 9, total 24
Viernes 30 de marzo de 2018: Palacio Schönbrunn (glorieta, zoo, laberinto, orangerie, jardines privados) + Karlskirche + Café Sacher + Palacio Belvedere
El día empezó un poco más temprano que lo habitual: a las 7:45 am salimos del hotel con destino al Palacio Schönbrunn, residencia de verano de los Habsburgo. Para llegar, fuimos a la Estación Central para tomar la línea de metro U1 hasta Karlsplatz y luego combinar con la línea U4 hasta la estación Schönbrunn. Desde ese punto, solo había que caminar un par de metros para encontrar la entrada al complejo. Llegamos alrededor de las 8:30 am y ya había gente, sobre todo, grupos. Nada más entrar, nos dirigimos a un edificio ubicado a mano izquierda para sacar las entradas. Si bien las teníamos cubiertas con la Vienna Pass, igualmente tuvimos que ir al mostrador para que nos dieran una entrada con la hora impresa (en nuestro caso, 8:40 am). La Vienna Pass incluía el Grand Tour (recorrido por 40 salas, 50 minutos de duración, audioguía en español), la Glorieta, el Laberinto, la Orangerie y los Jardines Privados. La entrada que abarcaba todas estas atracciones costaba 24 EUR. Antes de dirigirnos a la Puerta A para empezar el recorrido, dejamos las mochilas en el guardarropas, sin costo. Sugerimos que lleven sus propios auriculares para usar la audioguía, como lo hicimos nosotros, porque el aparato nos resultó un poco incómodo al cabo de un tiempo (había que usarlo como un teléfono celular, pegado a la oreja). El tour fue muy interesante y no se nos hizo largo en absoluto. Pasamos por 40 salas, entre ellas, los dormitorios de Sissi y Francisco José I, el comedor y la Gran Galería, donde se realizaban bailes y distintas celebraciones. En un determinado punto, tras haber visitado 22 salas, el recorrido terminaba para aquellos que habían elegido el “Imperial Tour”, y seguía para los que tenían el “Grand Tour”. Estaba prohibido sacar fotos y filmar en el interior. Salimos del palacio y paseamos por los inmensos jardines, que no estaban del todo florecidos, así que lamentablemente no pudimos contemplarlos en su máximo esplendor. Fuimos caminando hasta la Glorieta a paso lento, porque había tramos del camino en subida y algo empinados. Con la Vienna Pass teníamos el acceso gratuito a la parte superior; de lo contrario, había que pagar 3,80 EUR. Mostramos nuestras tarjetas en la taquilla que estaba justo en frente y nos dieron las entradas, que pasamos por los molinetes para subir. Tal como había leído en el foro, es cierto que las vistas desde la parte superior no diferían mucho de las de abajo; por lo cual no vale la pena pagar ese adicional (a menos que tengan la Vienna Pass o que sean aficionados a la fotografía, porque es cierto que el paisaje se veía mejor a mayor altura). Aprovechamos que teníamos incluida la entrada al Jardín Zoológico (18,50 EUR) con la Vienna Pass y lo visitamos. Accedimos desde el mismo recinto del palacio, y no fue necesario sacar entradas, pasamos directamente por los molinetes escaneando las tarjetas. El lugar era enorme, limpio y tenía muchos espacios verdes. Los animales se veían bien cuidados y, en la mayoría de los casos, se los podía observar de cerca. Si bien había muchas especies, los protagonistas eran los osos panda. Además, había instalaciones que recreaban distintos hábitats. Fuimos pensando que la visita nos iba llevar tan solo un rato, pero estuvimos una hora y media sin darnos cuenta y hasta daba para más, porque no habíamos llegado a ver todo. Lo recomendamos, sobre todo si van con niños y tienen tiempo (aunque sin niños se disfruta igual ). A continuación, pasamos por el Laberinto (5,50 EUR), otra de las atracciones incluidas en la Vienna Pass. Nos resultó muy divertido, pese a no haber podido encontrar la salida ;P Desde la plataforma elevada (a la que llegamos mediante un atajo), pudimos ver, a lo lejos, un laberinto con espejos, pero no fuimos. Ya había pasado el mediodía cuando visitamos la Orangerie (3,80 EUR) y los Jardines privados (3,80 EUR). A esa altura del día se notaba la multitud que deambulaba por todos lados, por eso es recomendable ir lo más temprano posible. Cada uno de estos lugares tenía sus propios molinetes de acceso, por los que pasamos las Vienna Pass para ingresar. El primero fue el jardín de la Orangerie, no muy encantador salvo por algunas plantas que estaban en una especie de cobertizo. Luego fuimos a los Jardines privados, donde se podía subir a una plataforma elevada para tener una visión panorámica del entorno. Aunque técnicamente estábamos en primavera, la época todavía no era propicia para que florecieran ambos jardines, así que no los encontramos muy atractivos. A menos que tengan un ticket que los incluya, sugerimos pasarlos de largo y no pagar un adicional por verlos. A la entrada del recinto de Schönbrunn había un mercado de Pascua muy animado, con distintos puestos de venta de artesanías y comidas, donde hicimos una parada para comer algo antes de irnos. Almorzamos dos platos de käsespätzle (spaetzles de queso) con cebolla frita y dos bebidas por 20 EUR. Era tanta la gente en el mercado que nos resultó imposible acercarnos a las mesas y sillas que había, así que nos sentamos en una fuente cercana. Todo lo que hicimos en el complejo de Schönbrunn, incluido el almuerzo, nos llevó seis horas (desde las 8:30 am hasta las 14:30 pm). Fue el palacio que más nos gustó de los que conocimos y consideramos que es una visita imperdible si están de paso en Viena. Volvimos en metro (U4) hasta Karlsplatz, con intención de visitar la Iglesia de San Carlos Borromeo (Karlskirche). Al llegar a la taquilla, nos dijeron que hacía pocos minutos había empezado una misa y no se podía subir al mirador, así que dimos media vuelta y nos fuimos, volveríamos más tarde. Decidimos ir a merendar al Café Sacher Eck, ubicado detrás de la Ópera. En realidad, pensábamos que era la famosa confitería del hotel Sacher porque había fila para entrar (tuvimos media hora de espera), pero luego nos enteramos de que era un anexo que abrió en 2017. Suponemos que no sería muy diferente de la confitería original, porque la decoración era preciosa y el ambiente, muy cálido. Había una tienda donde se podía comprar todo tipo de dulces; claro que la estrella era la torta Sacher. La atención fue cordial, los precios eran elevados y las porciones, acordes. Merendamos dos chocolates calientes y dos porciones de torta con crema (strudel y Sacher) por 30 euros, incluida la propina. Después de haber probado las mismas tortas en la pastelería Demel, podemos afirmar que las de Sacher son mucho mejores, sobre todo la que lleva su nombre. Después de la merienda, volvimos a la Iglesia de San Carlos Borromeo, edificio construido en honor a San Carlos Borromeo, un héroe en la lucha contra la peste. La fachada, con las enormes columnas, era espectacular. Con la entrada (8 EUR) nos dieron un folleto en español. Primero visitamos el Tesoro, una pequeña sala en la que se exhibían algunos objetos, y luego entramos a la iglesia. El interior era muy bonito, con mucho detalle, pero quedaba algo opacado por la enorme estructura de andamios construida dentro para poder acceder a un mirador panorámico. Una parte de los frescos que decoraban la cúpula estaba en obras, y en la entrada habían colocado un cartel con la imagen de la pintura que se estaba restaurando. Esperamos un rato para poder subir por el ascensor, porque solo tenía capacidad para cinco personas. Una vez arriba, tras haber subido algunos escalones, vimos de cerca la decoración de la cúpula y, a través de una ventana, una panorámica de Karlsplatz y parte de la ciudad. No era la mejor vista, pero la visita valió la pena. En el camino al Palacio Belvedere, al que llegamos minutos antes de las 18:00 pm, pasamos por el Monumento a los Héroes del Ejército Rojo, alzado en memoria de los soldados soviéticos que murieron en la Batalla de Viena, durante la Segunda Guerra Mundial. Así como habíamos hecho el día anterior con algunas atracciones, organizamos la visita a este palacio en función de su horario de cierre, que los días viernes era hasta las 21:00 pm (lo que nos habían reconfirmado vía mail cuando consultamos por los horarios en Semana Santa). Ingresamos al recinto por una entrada ubicada en la calle Prinz Eugen, que nos dejó cerca del Alto Belvedere, uno de los dos palacios barrocos que formaban el complejo. A esa altura del día, el frío y el viento eran intensos. Visitamos el Alto Belvedere, que teníamos incluido en la Vienna Pass (la entrada costaba 15 EUR). Dejamos la mochila en el guardarropas (sin costo), conseguimos un folleto con un plano y empezamos el recorrido, que nos llevó menos de una hora. En la planta baja había salas prácticamente vacías, porque estaban en remodelación. Luego vimos dos plantas más. En el interior estaba permitido hacer fotos. El atractivo de este palacio era el famoso cuadro El beso, de Gustav Klimt. Paseamos por los jardines, que eran muy pintorescos, pero, por la época, apenas tenían flores e incluso las fuentes no tenían agua, así que el paisaje distaba mucho del que habíamos visto en fotos. Eran las 19:30 pm cuando nos acercamos al Bajo Belvedere, que también teníamos incluido en la Vienna Pass (la entrada regular costaba 13 EUR). Curiosamente, el lugar estaba desierto y a oscuras. A un costado, una señora asomada a una ventana le decía a un grupo de turistas que el palacio ya estaba cerrado… hasta habían cerrado la otra puerta de acceso al complejo, la que desembocaba en la calle del restaurante Salm Braeu, uno de los recomendados en el foro, al que íbamos a ir luego. Debido a esto, para salir del recinto tuvimos que hacer el camino de vuelta atravesando los jardines hasta llegar a la misma puerta por la que habíamos entrado a la zona del Alto Belvedere. La noche ya había empezado a caer. Imposible saber si nos perdimos mucho o poco con la visita fallida al Bajo Belvedere; el Alto Belvedere nos gustó, pero no hubiéramos entrado de no ser por la Vienna Pass. Consideramos que este complejo es lo más prescindible si tienen pocos días en Viena y tienen que descartar visitas. Por este imprevisto, llegamos al restaurante Salm Braeu a las 20:00 pm, y estaba lleno. Teníamos reserva para las 21:00 pm, pero por suerte no tuvimos que esperar mucho para que nos asignaran una mesa. La atención fue cordial y tenían carta en español. Los precios eran elevados, la comida era sabrosa y las porciones, abundantes. Ofrecían cerveza artesanal. De entrada pedimos una porción de goulash y salchichas y los dos platos principales que probamos fueron cordon bleu de pollo relleno con jamón y queso y guarnición de ensalada de papas y una porción de codillo con col a la cerveza y albóndigas de pan. Con dos bebidas (una de ellas, cerveza) y la propina pagamos 60 euros. Comimos muy bien y nos pareció una opción más que recomendable, sobre todo porque está de paso si visitan Belvedere. Para volver al hotel tomamos el tranvía D, que nos dejó al lado de la estación de trenes. Etapas 7 a 9, total 24
Sábado 31 de marzo de 2018: Café Central + Palacio Hofburg + Plaza Am Hof + Judenplatz + Iglesia de San Pedro + Catedral de San Esteban + Museo Hundertwasser + Hundertwasser House + Prater
Nos levantamos y a las 8:30 am salimos del hotel en dirección al Café Central. Para llegar, tomamos el tranvía D hasta Rathausplatz/Burgtheater y caminamos unas cuadras. Como era temprano, nos asignaron una mesa enseguida. Al rato empezó a entrar más gente y tuvieron que esperar en la puerta hasta que los atendieran, pero la fila avanzaba rápido. La decoración era increíble, hacía que uno se transportara a otra época. Los mozos apenas hablaban inglés y su atención fue cordial. El servicio fue eficiente, los precios eran elevados y las porciones, abundantes. Pedimos dos desayunos, “Vitales” (café, jugo de naranja, pan, manteca, miel, yogur con cereales, vegetales crudos con dip de queso crema y ensalada de frutas) y “Altenberg” (café, jugo de naranja, variedad de panes, manteca, mermelada, huevos revueltos, jamón y queso y ensalada de frutas), que, con propina, nos costaron 35 EUR. Valió la pena haber conocido este lugar histórico. Al salir, siguiendo la misma calle del Café Central, entramos a un local de souvenirs llamado “The Vienna Store”, que nos había llamado la atención. Tenía productos originales y otros no tanto, aunque los precios eran más caros que en otros sitios. No compramos nada, nos limitamos a mirar. Pasadas las 10:00 am llegamos al Palacio Hofburg, antigua residencia de los Habsburgo y actual residencia del presidente de Austria. Justo adelante estaba la Michaelerplatz, una plaza majestuosa en la que se podían observar ruinas romanas en un foso ubicado en el centro. En los alrededores estaba lleno de carruajes con caballos que aportaban un aire imperial al ambiente. No nos acercamos para averiguar cuánto costaría un viaje, imaginamos que no sería nada económico. A ambos lados de la puerta monumental que daba acceso al complejo sobresalían dos fuentes: una representaba el poder imperial sobre la tierra (izquierda) y la otra simbolizaba el poder imperial sobre el mar (derecha). La entrada a Hofburg costaba 13,90 EUR y abarcaba la Platería de la Corte, los Aposentos Imperiales y el Museo Sisi. Nosotros la teníamos incluida en la Vienna Pass, así que nos ubicamos en una determinada fila e ingresamos sin demoras. Dejamos la mochila en un guardarropas (sin costo) y retiramos la audioguía en español para empezar la visita. El aparato era igual al del Palacio Schönbrunn, por lo que nuevamente recomendamos que lleven sus propios auriculares para mayor comodidad. La audioguía tenía una duración total de 115 minutos y comprendía los tres sitios visitables. Curiosamente, no entregaban material impreso junto con la audioguía. Se podía elegir una de las dos opciones pero no ambas. Solo se podían sacar fotos en la Platería de la Corte, en las demás estaba prohibido. La visita empezaba por esta sección, y consistía en varias salas donde se exhibían numerosos objetos de porcelana o cerámica, cubiertos de oro o plata, cristalería, centros de mesa y mantelería. Confieso que aquí no escuchamos toda la audioguía, sino que nos concentramos en lo que nos parecía más interesante. De lo contrario, hubiese sido muy denso. Seguimos por los Aposentos Imperiales, donde pasamos por varias habitaciones que utilizaron Sisi y Francisco José I, incluidos sus dormitorios. Las salas estaban decoradas con muebles de época, tapices y lujosas arañas. Luego pasamos al Museo Sisi, donde se relataba la historia de la emperatriz y vimos distintos objetos en exposición, tales como vestidos, elementos de higiene personal, botiquín de viaje, joyas, etc. Durante la visita pasamos por la tienda, de camino obligatorio cuando se hacía el recorrido. Allí compramos una botella de agua y un imán que no vimos en ningún otro lado, a un precio promedio (4,90 EUR). Recorrer todo nos llevó dos horas. Nos gustó lo que vimos, aunque el Palacio nos resultó más atractivo por fuera que por dentro. Para la hora en que llegamos había muchísima gente; hubiera sido preferible ir más temprano para ver todo más tranquilos. Salimos al patio interior In der Burg, en el que había un gran monumento dedicado al emperador Francisco José I. A continuación, fuimos caminando hasta la Plaza Am Hof, donde se celebraba un Mercado de Pascua. Muy cerca de la anterior se encontraba la Judenplatz, donde se alzaban, por un lado, un monumento conmemorativo a los judíos austríacos asesinados durante el Holocausto y, por el otro, una estatua del poeta alemán Lessing. En la plaza también estaba el Museo Judenplatz, al que no fuimos. Eran las 13:15 pm cuando visitamos la Iglesia de San Pedro (Peterskirche), cuya entrada era gratuita. El interior era muy bonito, con una decoración ostentosa en la que resaltaba el color dorado. Nuestro camino siguió por la calle peatonal Graben, llena de tiendas de marca, en la que vimos la Columna de la Peste, un monumento dedicado a la Santísima Trinidad. La calle nos condujo a la Stephansplatz, que estaba bastante concurrida. En el centro, la imponente Catedral de San Esteban (Stephansdom). Antes de visitarla, recorrimos los alrededores de la plaza en busca de souvenirs. Entramos a un local a mitad de cuadra en la calle Jasomirgottstrabe (la que desembocaba justo en la entrada principal de la Catedral) donde vimos los mejores precios de varios artículos que compramos (imanes, tazas, vasos de cerveza, monumentos en miniatura). En una de las aristas de la plaza nos llamó la atención un local inmenso llamado “World of Souvenirs”, que tenía dos plantas, ideal para hacer regalos de toda índole. Era un poco más caro que otros lugares, pero había mucho surtido de productos (por ejemplo, los imanes costaban 5 EUR y tenían buenas terminaciones). Después de las compras, fuimos a la Catedral de San Esteban. La entrada era gratuita, pero había que pagar para acceder a determinados lugares, por ejemplo, el Tesoro (5,50 EUR), las Catacumbas (6 EUR), la Torre Sur (5 EUR) y la Torre Norte (6 EUR). El interior, mezcla de estilos gótico y barroco, era precioso, y cada detalle decorativo era digno de verse. Estaba permitido sacar fotos. La Vienna Pass solo nos incluía el Tesoro, pero no era de nuestro interés, así que no lo visitamos. De todas las opciones de pago, elegimos el ascenso a la Torre Norte, a la que llegamos por medio de un ascensor (después de esperar un rato haciendo fila, porque la capacidad del ascensor era de tres personas) y desde donde pudimos contemplar unas lindas vistas de la zona y del llamativo techo de la Catedral, decorado con azulejos de colores que formaban el escudo de Austria. Además, en dicha torre se podía ver la Campana Pummerin, la segunda campana colgante de iglesia más grande de Europa. Después de haber pasado media hora en la Catedral, pasamos por el Reloj Anker, ubicado en Hoher Markt, la plaza más antigua de Viena. Habíamos leído que todos los días, a las doce del mediodía, doce personajes característicos de la ciudad, incorporados en el reloj, desfilaban al compás de una música. Lamentablemente no pudimos presenciar ese espectáculo, pero nos conformamos con haber visto el famoso reloj. El siguiente destino era el Museo Hundertwasser (12 EUR), cuya entrada teníamos incluida en la Vienna Pass. Para llegar hasta allí teníamos que tomar el tranvía 1 desde Schwedenplatz U hasta Radetzkyplatz y caminar unos metros. De camino al tranvía, vimos por fuera la Iglesia de los Jesuitas (Jesuitenkirche), situada en la Dr.-Ignaz-Seipel-Platz, también conocida como la Iglesia de la Universidad, por estar situada al lado del edificio de la antigua universidad. A las 16:00 pm estábamos frente a la fachada del Museo Hundertwasser, que era una obra de arte en sí misma. Una vez adentro, fuimos a la taquilla para retirar el ticket de entrada. Se podía contratar una audioguía (en alemán y en inglés) por 3 EUR, pero no lo hicimos. La exposición permanente, distribuida en las dos primeras plantas, mostraba las obras del artista vienés Friedensreich Hundertwasser, muy coloridas y originales, y era el único lugar donde no se permitía hacer fotos. En las dos plantas siguientes había una exposición temporal de la fotógrafa finlandesa Elina Brotherus. El Museo tenía una tienda donde se vendían objetos relacionados con el artista, pero eran caros. En el patio interior, muy pintoresco, había un restaurante. La visita nos llevó una hora y nos pareció muy interesante. Sin embargo, posiblemente no la hubiésemos incluido en nuestro itinerario de no haber tenido la Vienna Pass. A tan solo cinco minutos a pie se encontraba la Hundertwasser House, un complejo residencial diseñado por este artista, lleno de colores, curvas y árboles, que solamente se podía ver por fuera. Frente a estas casas había un centro comercial llamado Hundertwasser Village, del mismo estilo que la anterior, con muchas tiendas de souvenirs y lugares para comer o tomar algo. Si bien estos edificios están alejados del circuito turístico y tradicional de Viena, vale la pena acercarse a ellos para descubrir su arquitectura tan peculiar. Para terminar de amortizar la Vienna Pass, cuya validez se acababa este día, nos dirigimos al Prater, el segundo parque de atracciones más antiguo del mundo después del Bakken, en Dinamarca. Tomamos el tranvía 1 desde Hetzgasse (a escasos metros de donde estábamos) y, en vez de bajar en Prater Hauptallee, la que más nos acercaba al parque, nos bajamos una parada antes por error. Como consecuencia, caminamos un poco más de lo debido, pero tampoco fue tan grave. La entrada al Prater era gratuita. El parque era inmenso y había bastante gente. La idea era subir a la Noria, la atracción más emblemática de Viena. La entrada costaba 10 EUR, pero la teníamos incluida en la Vienna Pass. Cuando llegamos a la zona de la taquilla, había gente haciendo fila; nosotros pasamos por un costado mostrando la tarjeta y llegamos a una antesala donde había una exposición de cabinas que ilustraban distintas épocas de la historia de la ciudad. Aprovechamos para ir al baño y nos acomodamos en la fila para esperar nuestro turno para subir. La vuelta completa tardó unos 20 minutos y nos permitió apreciar las distintas vistas de la ciudad. En la parte de arriba de la cabina había un mapa que indicaba los puntos de interés que iban apareciendo a lo lejos. Como pudimos comprobar en vivo y en directo, existía la posibilidad de disfrutar de una cena romántica en una de las cabinas de la noria que se reservaba para tal fin. No quisimos ni imaginar cuánto costaría eso. Estábamos decididos a emprender el regreso cuando vimos que frente a la Noria se encontraba el museo de cera Madame Tussauds (23 EUR), también incluido en la Vienna Pass. Nunca formó parte de nuestro plan, pero nos pareció entretenido para terminar las visitas del día. Había personajes de todo tipo, muchos desconocidos para nosotros porque formaban parte del mundo austríaco. Y estaban los conocidos: Se podía interactuar con algunos de ellos, para eso había lugares donde sentarse y elementos tales como pelucas que se podían usar para una sesión de fotos divertida. Como era de esperarse, no faltaban la emperatriz Sissi y al emperador Francisco José I: A las 19:30 pm salimos del parque en dirección al Metro U2 (estación Messe-Prater) para volver al centro. Nos bajamos en la estación Rathaus y fuimos directamente a cenar al restaurante Centimeter I, donde teníamos reserva para las 20:00 pm. Cuando entramos, nos llamó la atención que el sector no fumadores estuviera ubicado en una planta distinta al de fumadores. Era la primera vez que veíamos esa división en un restaurante y nos pareció muy acertada. La carta estaba en alemán, pero nos trajeron una aparte con fotos de los platos y descripciones en inglés. La atención fue buena, el ambiente era tranquilo (había más locales que turistas), los precios eran accesibles y las porciones eran ENORMES. Nos tentamos y pedimos el famoso metro de comida con cinco especialidades vienesas (salchichas con rábano y mostaza, una especie de guiso de lentejas con panceta, goulash, papas con morcilla, Schnitzel con papas fritas y Spätzle con huevo), del que no comían 2 personas, sino 3 o 4. En total, con dos bebidas (una de ellas, cerveza) y propina, pagamos 43 EUR. La comida era muy rica, pero si son solo dos personas y piden ese plato, por más que tengan mucha hambre, les va a sobrar (de todos modos, lo que quedaba se podía pedir para llevar; nosotros no teníamos donde guardar la comida así que la dejamos). Nos pareció un lugar recomendable en relación precio-calidad. Cuando salimos del restaurante estaba lloviznando. No pudimos usar el tranvía D para volver al hotel porque la línea estaba en obras y no pasaba por la zona en la que estábamos. Por lo tanto, tomamos el metro U2 hasta Karlplatz y combinamos con la línea U1 hasta la estación central. Etapas 7 a 9, total 24
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