Capitales del Báltico en Costa Mágica 2018 ✏️ Blogs de Baltico y Fiordos

Aquí contratamos la excursión de SHOREX.RU de dos días por 115€/persona. La salida del barco de ese día es la más pesada, ya nos lo habían advertido en el diario di bordo. Eso hay que vivirlo, en la aduana, tipo Gestapo te miraban de arriba abajo para comprobar el visado, como cuales delincuentes. Ya pasada la aduana nos esperaba nuestra peculiar furgoneta, éramos dieciocho pasajeros y un bebé con un guía local y el conductor. Nuestra sorpresa fue mayúscula cuando vimos que los cristales tenían pegatinas (mosquiteras) por fuera de color azul de un congreso pasado, vamos, lo ideal para hacer un tour panorámico de la ciudad. Menos mal que quedó compensado con un guía estupendísimo, Alexander, y con el humor de los compañeros de viaje gaditanos que supieron sacarle la gracia.
Vimos con la excursión la fortaleza de San Pedro y San Pablo, la Iglesia de San Isaac y la famosísima Iglesia de la Sangre Derramada, a la cual pudimos acceder y Alexander nos contó toda su historia. Nos llevó a comer a un restaurante muy coqueto y nada turístico donde tomamos la cerveza más barata de todo el báltico (2€) y nos dieron de postre una tarta de miel típica de San Petersburgo que estaba riquísima pero no sabía a miel, café y todo nos dieron.

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A las cuatro de la tarde fuimos al Hermitage que a pesar del rato de espera por la cola que había, mereció la pena, Alexander nos enseñó varias salas, entre las que estaba la de Rembrandt y la de los pintores españoles.

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Cuando salimos nos esperaba un barquito para hacer una excursión por el rio HeBa (Nevá), quizá este paseo hubiese sobrado. Regreso al barco a cenar (botella de moet&chandon incluida pues era nuestras bodas de plata).
A las 23:00 (paso por la aduana incluida) nos recogieron en otro microbús (este era normal) para hacer la panorámica nocturna por la calle Nevsky haciendo tiempo para ir a ver el espectáculo de los puentes elevados, para no perdérselo. A las dos de la mañana de regreso al barco, una auténtica paliza pero mereció la pena.
Al día siguiente pasamos de nuevo la aduana, esta vez un poquito más rápido, y nos volvemos a encontrar con nuestra furgoneta con mosquiteras, nuestro enfado fue monumental aunque entendíamos perfectamente que Alexander no tenía culpa, era de su jefe BARBA ROJA. Este segundo día nos llevó al famoso metro de San Petersburgo, recorriendo tres estaciones, a cada cual más bonita.

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El resto lo dedicamos a recorrer los jardines de Peter Hoff, nos hizo otro espléndido día, por lo que todavía lucieron más esos maravillosos jardines. Después de comer y para rematar la excursión, Alexander con toda la paciencia del mundo nos quería llevar a ver más monumentos pero como éramos un grupo pequeño, nos dio la posibilidad de hacer unas compras. Nos trajimos una botella de vodka beluga pero no pudimos comprar caviar porque necesitaba conservarse en frío y estábamos por lo menos a 27 grados. A las cuatro de la tarde regresamos al barco.

Siempre al regresar nos gustaba tomarnos una cerveza en nuestra “particular barra” del puente 11, prácticamente solos disfrutando de unas vistas espectaculares. Otra cosa que nos gusta es ver como sale el barco del puerto, ayudado por ese barquito piloto tan pequeño que lleva al práctico, aunque eso se ve mejor desde la cubierta 3. Por cierto, ese día nos tomó la delantera un crucero de Viking que hizo demorarnos en la salida una hora.

Cuál fue nuestra sorpresa tras descansar un rato que cuando salimos a la cubierta de estribor antes de cenar, nos encontramos que navegando con la costa casi pegada al barco había una base naval militar con barcos de guerra y una ciudad al fondo, nos dejó desorientados, no sabíamos dónde estábamos, hasta que la curiosidad nos llevó a preguntar a un oficial del barco de andaba por ahí y nos dijo que era la auténtica puerta del báltico. De verdad que fue muy sorprendente.

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A las nueve y cuarto cena en el restaurante Portofino y como siempre muy buena y con mucha variedad.
Después de una noche de navegación en la que pudimos hacer miles de fotos de la puesta del sol a las 22:30h y del amanecer a las 3:30h, prácticamente no había noche, el cielo estaba siempre iluminado, nos estaba indicando que no quedaba nada para las famosas noches blancas de San Petersburgo (del 8 al 14 de junio).

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A las nueve de la mañana ya estábamos preparados para aventurarnos en la tan desea ciudad medieval de Tallin.
No tenía ninguna dificultad, salir del arco u dirigirse en cinco minutos a la puerta de entrada de la ciudad, fue un dicho y hecho. Entramos por la calle Pikk, ya teníamos decidido dirigirnos hacia Tompea, tomar unas fotos panorámicas para luego ir bajando hacia la plaza del Ayuntamiento y recorrer sus callejuelas, teníamos ya pensado tomarnos unas cervezas en el famoso Olde Hansa, un lugar ambientado totalmente en la edad media, su especialidad es una cerveza de miel que estaba realmente buena, también pedimos algo de comer y así probar la comida típica de la zona, la verdad es que nos gustó. El plato llevaba arenque crudo, caviar de salmón, salmón ahumado y marinado, acompañado de unas patatas con salsa, todo por el módico precio de 23,10€.

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Recorriendo las callejuelas encontramos una tiendecita tipo colmado donde compramos unos caramelos y unas golosinas de Tallin y un salchichón de reno que todavía no hemos catado. La verdad es que tenían cosas curiosas para salir de los típicos souvenirs, allí pagamos con euros.
Recorrimos las murallas por la famosa calle Laboratorium, donde nos invitaron a entrar en una iglesia muy pequeña pero con mucho encanto.

Ya llegaba la hora de regresar, dejamos esa coqueta ciudad y nos dirigimos al barco andando y sin ningún problema, pues como ya he dicho el barco atraca a tiro de ancla.

Emprendemos nuestra última navegación, rumbo a Estocolmo que nos va a deparar muchas sorpresas.

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Emprendemos la navegación sabiendo que nos íbamos a encontrar pequeñas islas y lenguas de tierra que harían que el amanecer y el atardecer nos harían disfrutar de una vista impresionante. El atardecer ya lo habíamos vividos en la primara etapa, nos quedaba vivir el amanecer. Así que siendo un poco previsores encargamos el desayuno en el camarote, para poder disfrutarlo tranquilamente desde el balcón. Fue todo un acierto.

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A eso de las cuatro de la mañana el sol ya entraba en el camarote y al salir al balcón ya estaba ese maravilloso paisaje a nuestra vista con una luz espectacular. Este regreso de Tallin a Estocolmo es algo que no hay que perderse, aunque halla que pegarse un buen madrugón.

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Llegamos a Estocolmo con las pilas recargadas gracias a un desayuno que nos sirvieron puntualmente a las 8:00 de la mañana, siempre con la previsión de haberlo pedido la noche anterior.
El desayuno: elegimos café con leche, zumo de naranja natural, huevos mollet y tostadas con mantequilla y mermelada, todo un lujo de desayuno por el módico precio de cinco euros por persona, que bien lo merecen.
Desembarcamos a las nueve de la mañana, como siempre con una salida muy bien organizada desde el barco. Teníamos todo el día por delante para disfrutar de esta ciudad, que nos ha sorprendido como la ciudad más alegra y más perfecta que hemos conocido, tanto las calles como sus habitantes, guapísimos y guapísimas y perfectísimos como cual barbie y kent.
Otra vez nos decidimos por el bus lanzadera de la naviera, no nos queríamos complicar con la aplicación del autobús urbano pensando que no íbamos a saber hacerlo, ERROR, lo usamos luego para coger el metro y fue sencillísimo. El shuttle bus nos dejó con puntualidad en la ópera, cerca del ayuntamiento, que era lo primero que queríamos ver. Ya en el ayuntamiento sacamos las entradas para subir a la torre (8€) y así dejamos guardado el turno, porque a los cinco minutos ya no había hueco para las doce; mientras fuimos al ayuntamiento e hicimos una visita guiada en inglés por todas las salas por el módico precio de 20€. No había visitas en español hasta el verano.
Tuvimos un rato de relax entra la torre y el ayuntamiento para sacar fotos y entrar en la cafetería donde tienen un bufett con muy buena pinta. Nosotros tomamos una botella de agua, una cerveza y un dulce con sabor a canela que estaba buenísimo, todo ello por 127SEK.
Después del ayuntamiento nos tocaba ir al metro, siguiendo la orilla del río hasta la estación de Rädhusef, justo antes de entrar y con la aplicación SL ya vinculada con la Visa, compramos dos billetes por 88.00KR. En el momento que lo compras te aparece un código QR con una cuenta atrás de 75 minutos, que es lo que te dura el billete. Sin salir del metro recorrimos tres estaciones muy pintorescas y curiosas imitando unas cuevas, Rädhuset, Fridhemsplan y T-Central.

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En la T-Central cogimos transbordo a la línea 2 hacia Östermalmstog para visitar el famoso mercado Saluhallen, un edificio antiguo pero con la mala suerte que estaba cerrado y en obras. Justo en la plaza había montado uno provisional de madera con una terraza muy agradable y con los puestos que había en el mercado anterior. No nos pudimos resistir y en uno de esos puestos, el Tysta Mari, nos las arreglamos y pedimos dos típicos platos de salmón (Lax) y dos cervezas, todo buenísimo y al módico precio de 506SEK. Mereció la pena pues realmente saben hacer el salmón muy bien estos suecos.

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Al terminar la comida bajamos andando a Hamngatan buscando el número 18 donde están las famosas galerías NK, en un edificio que también merece la penar echar un vistazo. Seguimos recorriendo la zona hasta Södermalm bordeando Gamla Stan, la verdad el paseo fue un poco excesivo pero era el único día que íbamos a estar en Estocolmo y queríamos ver todas las zonas con nuestros propios ojos.
En Södermalm visitamos una iglesia situada en una zona poco turística pero con mucho encanto, la iglesia de Katarina Kyrka, rodeada de jardines y parques con algún quiosco para tomar algún refrigerio que no fuese cerveza. Es todo zona que no admite plástico, es decir, no se admite pago con tarjeta.

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Fuimos regresando hacia Gamla Stan que ya la habíamos visto de noche el primer día pero ahora queríamos verlo de día. Antes de cruzar el puente que nos llevaría a Gamla Stan cogimos una calle que nos sorprendió por la cantidad de gente por la calle, bicicletas y terrazas, además con unas tiendas estupendas y normalitas de precio donde hicimos buena cuenta de los regalos que teníamos pendiente, la calle se llama Götgatan, muy recomendable conocer también este ambiente.
Terminamos el paseo donde empezamos, en la ópera donde cogimos el autobús que nos estaba esperando para llevarnos al barco. Eran las 18:30 cuando lo cogimos porque a partir de esa hora nos dijeron que iban a ser menos frecuentes y el último era a las 20:00h. Sentarnos en el bus y dirigirnos hacia el barco sin ningún percance fue un alivio aún sabiendo que ese día no se iba a mover y no corríamos el riesgo de perderlo.
Ahora nos tocaba descanso, cena, copita y apurar al máximo las últimas horas del viaje, se nota que todos pensaban lo mismo, nadie se quería acostar, al final fuimos cerrando todos los salones, primero el Gran Bar Salento, luego el Piano Bar, la Sala Espoleto, el bar Capri y a dormir.
Con las maletas ya hechas para desembarcar al día siguiente, solo nos quedaba disfrutar de la última mañana en Estocolmo, así que decidimos ser valientes y salir del barco mientras embarcaban los nuevos pasajeros, todo esto con muchísima organización y sin sufrir ninguna espera.
Como ya estamos familiarizados con la aplicación del transporte público, cogimos el bus 76 hasta el VASA, con tan buena suerte que no había cola para sacar la entrada. Antes de ver el arco nos metimos en la sala de proyección donde vimos un documental en español en el que explica la historia del barco de una forma muy amena (pase en español a las 10:00 en punto). En información nos dieron la clave del wifi y la página donde escuchabas los audioguías, incluido en la entrada.

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Como en todos los museos del mundo hay que pasar por la tienda para salir, en esta ocasión mereció la pena porque los precios nos parecieron mucho más baratos que en la calle.
Con el VASA ya visto fuimos paseando hasta la parada del bus, justo enfrente de donde lo dejamos, aquí la cosa no fue tan sencilla puesto que ese día había un maratón con el que no contábamos y en la aplicación nos decía que cortaban el servicio hasta las cuatro y media (hora en la que salíamos hacia el aeropuerto), con el susto en el cuerpo apareció milagrosamente el bus 76 con solo dos personas dentro, que casualmente eran de nuestro crucero y de nuestro grupo de San Petersburgo, Uff!!!!!, que alivio. Ya íbamos camino del barco y con el suficiente tiempo para comer algo en el buffet y tomar nuestros últimos Gin Tonics en nuestro bar de la cubierta 11 con nuestros amigos de viaje Regina y Miguel Ángel, porque aparte de lo que se disfruta conociendo ciudades, navegando y deleitarse con los lujos del barco, conocer personas como ellos es la guinda del viaje.

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No sé si el próximo viaje superará a este, pero de verdad que en esta ocasión todas mis expectativas están más que satisfechas.

Ana y Fernando, junio de 2018

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