En esta etapa relato nuestra corta visita a Liencres, sus dunas y sus playas, demasiado llenas de gente para apreciar las formas de la llamada "Costa Quebrada". Después fuimos a Santander para pasar nuestra primera tarde allí.
Desde Reinosa, nos dirigimos a nuestro alojamiento de la jornada, el Hotel Calas de Liencres, de tres estrellas. Está en el núcleo urbano, algo alejado de la playa, pero no encontramos demasiada oferta de hoteles por la zona, supongo que habrá más apartamentos. En cualquier caso, el hotel es moderno y muy agradable; además, tiene un bar con buenas tapas. El precio era algo elevado (99 euros) como era de suponer un sábado, 3 de agosto. Sólo estuvimos esa noche. Después de tomar algo en el bar del hotel, fuimos a dar un paseo, pensando que podríamos llegar a las playas caminando. Estaban más lejos de lo que pensábamos y empezaba a anochecer, así que cogimos el coche para intentar ver la puesta de sol, pero llegamos muy tarde y se había hecho de noche. Así que volvimos al hotel.
Al día siguiente, desayunamos muy bien en el bar del restaurante Casa Carlos, que está en la carretera que atraviesa el núcleo urbano, donde no vimos nada destacado aparte de un sinfín de urbanizaciones de chalets. Con lo cual, fuimos directamente a recorrer una parte de la Costa Quebrada, si bien sabíamos que un caluroso y soleado domingo de agosto no era el momento más adecuado para conocer unas playas (Valdearenas, el Madero, Somocuevas, Cerría, Portío, Arnía…) que empezaban a ponerse hasta los topes. Y es que no solo se llenan las del Mediterráneo.
Era temprano y llegamos a tiempo de no pasar demasiadas calamidades para aparcar el coche. Caminamos un rato y sacamos algunas fotos entre las rocas de la Playa de Valdearenas, con la Punta del Águila, la del Cuerno y varios islotes en lontananza. Sin embargo, estos son lugares para recorrer tranquilamente fuera de temporada, sin multitudes.
Nos llamó la atención un indicador en GoogleMaps que anunciaba el Mirador de las Dunas, pasando la Playa de Canallave. Y hacia allí fuimos, pensando que podríamos contemplar unas vistas interesantes. Tras dejar el coche en el aparcamiento, seguimos las indicaciones y atravesamos caminando un bosque convertido en parque, muy frecuentado por senderistas y ciclistas.
Al fin, llegamos al mirador, que contaba con su panel informativo y hasta con una pasarela de madera. No nos podíamos creer la vista que teníamos frente a nosotros. Mejor os lo enseño con una foto. Impresionante, ¿verdad?
Un tanto mosqueados, continuamos caminando hasta que alcanzamos la línea costera, donde al menos se veía el mar. Había un sendero que, suponemos, se dirige a los acantilados, desde donde se tienen que divisar las vistas imponentes que andábamos buscando. Sin embargo, el sol empezaba a apretar y, a lo lejos, divisamos una gran cantidad de coches que presagiaban mucha gente en las playas. Así que preferimos dejar la exploración de la Costa Quebrada para otro viaje en una época diferente del año.
Regresamos al coche y pusimos rumbo a la capital Cántabra, Santander, que dista sólo 12 kilómetros de Liencres.
SANTANDER.
Como referencia, decir que Santander dista 455 kilómetros de Madrid, unas cuatro horas y media de cómodo viaje en coche ya que casi todo el trayecto es por Autovías (A-1. A-231 y A-67).
Situación de Santander en el mapa peninsular y plano de la ciudad (GoogleMaps).
Santander cuenta actualmente con unos 172.000 habitantes y los datos de su origen más remoto no están claros si bien las primeras evidencias históricas encontradas se sitúan en la época de los romanos, en concreto con las actividades marítimas, mineras y comerciales de la llamada Portus Victoriae, que desde un cerro (cerca de Somorrostro) controlaba la bahía. Su historia está también unida a una leyenda sobre dos soldados romanos martirizados en tiempo de Diocleciano, cuyos restos fueron depositados en unas termas a modo de santuario y donde posteriormente se erigió una ermita que daría lugar a una abadía fundada en el siglo IX por Alfonso II el Casto. En 1187 Alfonso VIII dotó a la villa de un fuero que le proporcionó ingresos derivados del comercio, es especial la lana, la pesca y el vino, y también en el siglo XII se inició la construcción de la Iglesia Colegiata. En 1372, Enrique II de Castilla la convirtió en Base Naval del Atlántico y le dotó de Atarazanas Reales. En este contexto se desarrollaron dos núcleos de población, la Puebla Vieja (parte alta de la villa, en torno al castillo y la Abadía) y la Puebla Nueva (mercaderes y artesanos). Durante los siglos siguientes los dos núcleos se vieron envueltos en muchas disquisiciones y luchas tanto internas como externas, cuyo punto culminante sucedió en 1466, en que el rey Enrique IV hizo una donación perpetua al Marqués de Santillana, consolidando los antiguos privilegios de la aristocracia abacial. La población se rebeló y el rey tuvo que anular la donación. Los siglos XV y XVI trajeron muchas calamidades en forma de epidemias que mermaron la población hasta dejarla en poco más de 800 personas.
La recuperación tuvo que esperar hasta un par de siglos después, cuando se convirtió en capital de diócesis y la Iglesia Colegiata en Catedral. Ya en el siglo XIX comenzó a desarrollarse el comercio marítimo y adquirieron mucha importancia los intercambios comerciales con los puertos americanos, lo que creo como consecuencia una importante clase burguesa. Además, en el siglo XIX supo aprovechar la moda de los balnearios para atraer turismo de la alta sociedad, sobre todo una vez que el rey Alfonso XIII convirtió Santander en su lugar predilecto de veraneo. Hubo dos hechos desgraciados que afectaron a la vida de la villa, el primero la explosión del vapor Cabo Machichaco en 1893, que se encontraba en el muelle y sufrió un incendio que provocó la detonación de su carga de dinamita y ácido sulfúrico. Murieron 600 personas y de numerosas casas quedaron destruidas en las inmediaciones del puerto. Ya en 1941 se produjo un incendio en el mismo centro de la ciudad, en la calle Cádiz, que duró varios días y ocasionó la destrucción de buena parte del casco antiguo, compuesto por calles estrechas y casas de estructura de madera que facilitaron la extensión de las llamas. Sólo hubo un muerto, pero cientos de casas quedaron reducidas a escombros y miles de personas perdieron su hogar. Fue preciso realizar una ardua reconstrucción que, sin embargo, produjo la modernización de la zona centro y una ampliación de la propia ciudad como consecuencia del realojo de las personas afectadas. Por esta causa, en Santander no existe barrio medieval propiamente dicho.
Fue una tarea bastante ardua encontrar en pleno mes de agosto un alojamiento en Santander con aparcamiento para el coche y que nos permitiera ir caminando para visitar los puntos más destacados de la ciudad sin dejarnos el sueldo completo. Al final, localicé el Hotel Art Santander, en la calle Santa Teresa de Jesús. Al principio parecía situado algo alejado del centro, pero cuando aprendimos a movernos por allí comprobamos que, utilizando ascensor y escaleras mecánicas, en menos de 10 minutos estábamos en el Paseo de Pereda, frente al Palacete del Embarcadero, en pleno centro. Aunque no resulta barato, este hotel boutique está genial, es nuevo, de diseño y cuenta con aparcamiento privado para el coche, lo cual es un verdadero alivio. Además, nos instalaron en una suite del último piso con unas vistas estupendas.
El día que llegamos (domingo) teníamos una celebración especial y habíamos reservado mesa en el restaurante El Serbal, a unos pocos minutos caminando desde el hotel. En este restaurante, de una estrella Michelín, tomamos el menú degustación (72 euros por persona y 92 con maridaje). Nos pusieron un montón de platos, todos muy ricos. Nos gustó especialmente la interpretación del cocido de Liébana. En nuestra opinión, mereció la pena el desembolso, aunque la calificación de este tipo de restaurantes es muy particular. Por la tarde, fuimos al Paseo Pereda (punto de encuentro inevitable en Santander) para pedir un mapa en la Oficina de Turismo, que se encuentra junto al monumento a José María de Pereda y nos dispusimos a dar nuestras primeras vueltas por la ciudad, una parte de la cual ya conocíamos de una visita anterior.
Al consultar cualquier guía, hay una serie de visitas imprescindibles en Santander: el Sardinero, la Catedral, el Centro Botín y los Jardines de Pereda, el Ayuntamiento, Puertochico, la Península de la Magdalena con su palacio, el Faro de Cabo Mayor…. Ya con el plano en la mano, inicié mi recorrido.
Centro Botín desde el mar.
Inevitablemente, lo primero que me llamó la atención fue el Centro Botín. Promovido por la Fundación Botín e inaugurado en el año 2017, este centro de arte fue diseñado por el arquitecto Renzo Piano con la intención de “hacer las veces de un muelle sobre el mar” pues está suspendido sobre pilares y columnas a la altura de las copas de los árboles del Paseo Pereda. La luz se refleja en su fachada cerámica y sus dos edificios cuentan con pasarelas exteriores y miradores sobre la bahía a los que se accede gratuitamente por ascensores y escaleras. No hay que perderse las vistas. Además del centro de exposiciones, en la planta baja hay cafeterías, restaurantes y tiendas.
El Centro es realmente llamativo y merece la pena contemplar el panorama, sobre todo al atardecer, desde las plantas superiores; aunque no siempre la más alta es la que ofrece las mejores perspectivas.
El Paseo Pereda, con sus jardines frente al mar, es uno de los lugares clave de Santander, donde se concentra una cantidad ingente de personas, especialmente en verano, cuando la ciudad se convierte en un importante centro vacacional. En los alrededores están algunos lugares emblemáticos como el edificio del Banco de Santander, la Grúa de Piedra, el Palacete del Embarcadero, los Monumentos de los Raqueteros y José Hierro, el Club Marítimo y el Embarcadero, de donde zarpan los famosos “Reginas”, los barcos turísticos que recorren la bahía.
Banco de Santander desde el Centro Botín.
Junto al mar, seguí por el paseo marítimo, pasé el Puerto Deportivo y llegué frente al Palacio de Festivales de Cantabria, otro edificio destacado de la ciudad. Obra del arquitecto Francisco Javier Sáenz de Olza, que lo realizó con mármol y cobre como materiales predominantes, se vio envuelto por la polémica desde que se inauguró en 1990 a causa de su diseño y su elevado coste. Sinceramente, a mí no me gusta, pero es solo una opinión.
Caminando siempre con el mar a mi derecha, dejé la Avenida Severiano Ballesteros, que va a nivel costero, y subí por unas escaleras hasta alcanzar la Avenida de la Reina Victoria, que se asoma al mar desde un paseo elevado que proporciona bonitas vistas de las playas de San Marcos y los Peligros.
Al fin, llegué a la famosa Península de la Magdalena, donde no pueden acceder los coches. Se entra por una verja y miles de personas que se agolpaban allí pasando la tarde del domingo, una marea humana realmente. Los paneles informativos recomiendan un itinerario circular para recorrer la pequeña península a pie, que requiere una hora y media aproximadamente.
align=justify]Sucesivamente, se pasa por el club de tenis, la playa de la Magdalena, la isla de la Torre, el Paraninfo, las Caballerizas, la playa de Bikini y el antiguo Embarcadero Real, desde donde pude ver unas bonitas vistas de la ciudad, presidida en alto por la gran fachada del lujoso Hotel Real, construido en 1917, y también de la playa del Puntal.[/align]
Unos metros más adelante, girando el cabo, llegué hasta el Faro de la Cerda, situado frente a la Isla del Mouro, con su faro en lo alto. La estampa del acantilado luce muy bien para las fotos aquí.
Un camino verde conduce al cerro donde se encuentra el Palacio de la Magdalena, otro de los edificios fetiche de Santander, quizás el más representativo. De estilo ecléctico, fue construido entre 1909 y 1911 para residencia de verano del rey Alfonso XIII y su familia, que lo ocuparon hasta la proclamación de la Segunda República. En 1977, su hijo Don Juan de Borbón vendió el edificio al Ayuntamiento de Santander, que lo acondicionó para la Universidad Internacional Menéndez Pelayo. No me cuadraron los horarios para visitarlo por dentro.
Mirador desde los jardines del Palacio de la Magdalena.
Para completar el itinerario circular de la península, llegué hasta el Muelle de las Carabelas, donde, formando parte del Museo del Hombre y la Mar, se encuentran instaladas las réplicas de la Pinta, la Niña y la Santa María con las que el cántabro Vital Alsar imitó el viaje de Colón a América y también una balsa de madera y troncos con la que el mismo marino cruzó el océano Pacífico. En las inmediaciones hay también un pequeño zoo marino.
Salí de la Península de la Magdalena y me encontré frente a la Playa del Camello, cuyo nombre se debe a la forma de uno de los peculiares islotes que se encuentran enfrente. Me enteré después y no supe buscar el ángulo adecuado de la roca en cuestión para hallar la semejanza, pero haberla, la hay. Y la capté más o menos al día siguiente. Las tomas en distinta orientación y la diferencia de luz son notables.
Entonces me di cuenta de que mi idea de seguir a pie hasta Cabo Mayor era bastante descabellada pues me quedaba mucho trecho aún y no llegaría con luz. Así que regresé al Paseo de Pereda y entré en el Centro Botín, desde cuyas pasarelas contemplé una bonita vista de la ciudad y la bahía al atardecer.
Después atravesé el arco del Banco de Santander y fui hacia la izquierda para visitar el centro, con la Plaza del Pombo, el Mercado del Este, la Plaza Porticada (un tanto deslucida para hacer una foto porque en su centro había numerosas casetas dispuestas para alguna feria, aunque estaban cerradas), el Ayuntamiento…
Entonces vi el campanario de una Iglesia que me llamó la atención, ya que desde lejos lo había confundido con el de la Catedral (que no tiene nada que ver, por cierto). Era la Iglesia del Sagrado Corazón de Jesús (jesuita), construida en 1890 en estilo neogótico. Por fuera no resulta especialmente llamativa pese a la gran escalinata que conduce a su interior y a la escultura dedicada al Sagrado Corazón, pero como estaba abierta decidí entrar a echar un vistazo y me quedé sumamente sorprendida al ver su impresionante decoración, con pinturas al fresco que cubren completamente los techos y las paredes y que, al parecer, han sido restauradas no hace demasiado tiempo. Merece la pena ver el interior.
Más tarde cenamos en uno de los muchos bares de tapas que hay por la zona centro. Lo más complicado fue encontrar un hueco libre porque en casi todos había cosas ricas para tomar y a buen precio. Luego a descansar, que el día había sido muy intenso y al día siguiente nos aguardaba una jornada completa en Santander, cuyo relato queda para una nueva etapa de este dlario.
Desayunamos en un bar cercano a nuestro hotel, donde tenían unas pulguitas de vicio. Luego nos acercamos caminando (no nos llevó ni cinco minutos) hasta la parada inferior del funicular del Río de la Pila, que es gratuito y que utilizan tanto los lugareños en su devenir diario para evitar las cuestas y los turistas, que obtienen una actividad gratuita y una hermosa vista panorámica de la ciudad. Está abierto desde las 06:00 hasta las 24:00. Muy recomendable si se dispone de un poquito de tiempo libre.
Ya estábamos en la parte alta de la ciudad. Los desniveles en esta zona imponen bastante y para ir de un lado a otro hay que subir o bajar enormes cuestas, si bien se han instalado muchas escaleras mecánicas e incluso ascensores para facilitar los itinerarios a pie. Como queríamos ir hacia el Sardinero, en vez de tomar el funicular de vuelta, continuamos por la parte alta. La Avenida General Dávila es zona residencial y no tiene excesivo interés turístico, pero mantiene una bajada suave pero constante hasta llegar a la calle Joaquín Costa que desciende ya casi en picado en medio de un parque hasta elegante edificio del Gran Casino (1916), ya frente a las playas del Sardinero.
Las playas estaban muy concurridas ya muy temprano pese a ser domingo.
SENDA A MATALEÑAS Y CABO MAYOR.
Una vez allí, empecé a seguir una ruta (la llaman senda, pero no me parece adecuado porque tiene bastante parte urbana) en dirección b]a Mataleñas y el Faro de Cabo Mayor.[/b] Hacía un día estupendo y las playas estaban a tope de gente. Pasé por las dos playas del Sardinero y, sin dejar de contemplar buenas vistas, llegué hasta el Parque de Mataleñas y la Playa de los Molinucos. Bordeando el mar, alcancé el Cabo Menor, donde merece la pena caminar un rato entre las rocas para buscar las mejores perspectivas fotográficas. Muy bonita esta zona. La única precaución especial que requiere es llevar un calzado que no resbale.
El camino continúa bordeando la recóndita Playa de Mataleñas, sus aguas de un precioso color turquesa, si bien lo de “secreto mejor guardado de Santander” con que la anuncian los folletos debió pasar un tanto a mejor vida por lo que pude ver.
Eso sí, la cala es preciosa y presenta una panorámica fantástica del Cabo Menor y la bahía. Desde el aparcamiento de la playa y el campo de golf, se puede atravesar un campo verde hasta el Faro del Cabo Mayor, en cuyo interior hay instalado un centro de arte, al que no entré. Las vistas son estupendas aquí, aunque su mejor momento es el atardecer, según se asegura. No lo pude comprobar porque no me cuadró, pero tampoco estaba mal el panorama a esa hora del día, con sol y tanta claridad.
Además de ver el faro, se puede seguir el sendero que lleva hasta la punta del Cabo para descubrir otra perspectiva.
Desde allí, traté de encontrar un autobús para regresar al Paseo Pereda, pero no vi ninguna parada y tampoco localicé un taxi libre, así que bordeé el campo de golf y fui caminando hasta la Península de la Magdalena, en donde me reuní con mi marido. Tomamos un autobús hasta la zona del Puerto Pesquero, donde habíamos decidido almorzar. Tardamos bastante en llegar porque el autobús da mucha vuelta. Al fin, llegamos al Puerto Pesquero y, la verdad, nos llevamos una decepción tanto por los restaurantes como por el propio puerto: lo habíamos imaginado de otro modo, con ambiente marinero y pequeños locales con oferta de pescado del día. Nos quedamos en uno de los dos o tres que había, donde nos aseguraron que preparaban unas bandejas de marisco espectacular y unos arroces excelentes. Como no queríamos marisco, pedimos un arroz negro. Madre mía, el peor arroz negro que he tomado en mi vida, insípido y aguado. Y encima la cuenta subió a 44 euros. No sé qué tal estará el marisco, pero el arroz negro para olvidar. Mejor comer en el centro.
Plaza de la Asunción.
El día soleado y caluroso había traído nubes de bochorno. Después de descansar un rato en el hotel, fuimos al Palacete del Embarcadero, de donde salen Los Reginas, barcos que recorren la bahía en una excursión que de una hora larga. La temperatura era muy agradable como también lo fue el paseo, que nos brindó la posibilidad de contemplar desde el mar lo que habíamos visto desde tierra anteriormente: desde el Centro Botín hasta la Península de la Magadalena, desde el Sardinero hasta Cabo Mayor, sin olvidar, la isla de Mouro con su faro y la Playa del Puntal (comunicada con Santander con barcos muy frecuentes para quienes quieren pasar allí un día de playa).
Tras el paseo en barco, me dirigí nuevamente al centro de la ciudad para ver algunas cosas que tenía pendientes, una de ellas, la Catedral.
La Catedral de Nuestra Señora de la Asunción está catalogada como Bien Cultural. Se construyó entre los siglos XII y XIV en estilo gótico, si bien fue ampliada y reformada durante el siglo XVII. Sufrió daños con la explosión de la dinamita del vapor Cabo de Machichaco en 1893, pero de peores consecuencias fue el incendio de 1941, tras el cual tuvo que procederse a su reconstrucción, la cual se realizó con gran respecto a su planta original.
La entrada creo recordar que me costó 1 euro. Primero se visita la Iglesia del Cristo (Iglesia Baja o Cripta), levantada sobre las antiguas termas romanas (que pueden verse cubierta por un cristal), donde se depositaron los restos de dos soldados romanos martirizados por Diocleciano, que se conservan actualmente en la capilla del Evangelio en dos relicarios de plata. Su estructura de robustos arcos soporta todo el peso de la iglesia superior.
Después, entré en la Catedral propiamente dicha, accediendo directamente al claustro gótico del siglo XIV. Estuve dando una vuelta y sacando algunas fotos mientras esperaba a que acabase la misa, ya que, lógicamente, no se admiten visitas durante los oficios religiosos. Por lo demás, se puede acceder y hacer fotos sin problemas.
La portada principal presenta la escultura de los primeros escudos del reino donde aparecen juntos los castillos y los leones después de la unificación de ambos reinos en tiempos de Fernando III. La Iglesia Alta se terminó de construir en el siglo XIII. Algunos de sus tesoros se perdieron durante el incendio de 1941, pero conserva la decoración de arcos, columnas y puertas. Las vidrieras son de época reciente.
Al salir de la Catedral, me fijé en unos paneles que señalan el recorrido de la llamada ruta del incendio, que marca la zona en la que se cebaron las llamas que destruyeron gran parte del casco histórico de Santander. Fotografías tomadas en aquel momento en cada lugar muestran las consecuencias catastróficas del fuego, en comparación con su estado actual. Es un itinerario interesante que se puede seguir al tiempo que se visita el centro.
Tras pasear otro rato por aquí y por allá, volvimos al Centro Botín y subimos a las pasarelas para contemplar las panorámicas con otra luz. Luego fuimos a descansar un rato al hotel y, finalmente, cenamos en el Mercado del Este.
Ni que decir tiene que se nos quedaron bastantes lugares por ver, pero nos quedamos satisfechos porque tampoco es cuestión de saturar la mente y agotar los pies en un par de días. Además, conviene dejar sitios pendientes para próximas visitas. Sin embargo, tengo que decir que una de las cosas que más me sorprendió de Santander fueron sus calles tan empinadas.
Esta jornada la pasamos entera en Santoña, donde hicimos una ruta senderista al Faro del Caballo, que no tiene atractivo en sí mismo sino por los 765 escalones que hay que bajar para llegar y luego subir para volver, y las fantásticas vistas que se tienen de la costa. También hicimos un recorrido en barco por la bahía, desde Santoña a Laredo.
ITINERARIO DE LA JORNADA: SANTANDER/SANTOÑA/RAMALES DE LA VICTORIA.
En total, 78 kilómetros y 1 hora y 8 minutos de coche.
Ruta de la jornada según GoogleMaps.
Por la mañana, dejamos Santander y nos dirigimos hacia Santoña. Para ahorrar tiempo, decidimos ir por autovía, por lo cual tardamos unos tres cuartos de hora en cubrir los 48 kilómetros que hay entre las dos ciudades. Llegamos por el puente que cruza el Parque Natural de Marismas.
SANTOÑA.
Nuestra visita a Santoña tenía un objetivo muy concreto: la ruta senderista hasta el Faro del Caballo, así que seguimos un itinerario en el navegador que nos condujo al puerto, donde nos resultó difícil encontrar aparcamiento hasta el final del Paseo Pereda. Aunque llevábamos un track no sabíamos muy bien donde empezaba la caminata, si bien veíamos perfectamente a varios senderistas en lo alto del risco que teníamos a nuestra espalda. ¿Cómo llegábamos allí? ¿Subiendo al Mirador de la Virgen del Puerto, que teníamos enfrente? ¿Tendría salida? Había un buen número de escalones, y con lo que nos esperaba después... Un amable paisano que vio nuestra gesto indeciso nos confirmó que, en efecto, podíamos continuar por allí y enlazar con el sendero sin tener que retroceder hasta el principio del Paseo Pereda.
Subimos las escaleras que conducen a lo alto del Mirador y contemplamos el paisaje. Hacía un día estupendo, con el sol realzando los colores del mar: las fotos no le hacen justicia. Eran unos tonos profundos y brillantes, esos intensos azules y turquesas que pensamos que solo podremos ver en zonas más cálidas, en las islas del Mediterráneo o incluso en el Caribe. Ahora, a toro pasado, creo que esta excursión merece sobre todo la pena en un día con tanta luz, cuando se pueden contemplar esos colores.
Desde el mirador, un gran edificio de apartamentos le quitaba un poquito de encanto al panorama, aunque reconozco que cuando volvimos, al medio día, le pasamos ganas a la piscina. Haciendo abstracción de la larga hilera de bloques de apartamentos, el panorama era magnífico, con toda la bahía, la playa del Puntal y Laredo, a lo lejos.
Por detrás de las urbanizaciones, enlazamos con el sendero, ya a notable altura sobre el nivel del mar: las vistas eran espectaculares y lo colores de nuevo indescriptibles. Había que verlos. Nos encontrábamos en el Monte Buciero, cuya mayor elevación es la Punta Ganzo con 378 metros y que atesora el encinar cantábrico más extenso del norte de España, además de otras especies vegetales que son más propias de las zonas Mediterráneas.
Monte Buciero desde el mar.
RUTA AL FARO DEL CABALLO (A PIE).
Existe una ruta senderista circular por el monte de unos 10 kilómetros, en la que se pasa por antiguos fuertes y baterías militares y se avista también la prisión del Dueso. Asimismo, es posible conquistar la cima para ver lo que deben ser unas panorámicas espectaculares. Sin embargo, nuestro objetivo de la jornada era, “simplemente”, llegar al Faro del Caballo en un recorrido de unos 3,3 kilómetros (solo de ida) y volviendo por el mismo sitio. Pero este itinerario que, en principio, suena tan bien, tiene truco en forma de 765 escalones que se deben bajar para llegar al faro y luego, por supuesto, subir a la vuelta.
Hasta el cruce que lleva al faro, el sendero es amplio y sencillo pero tampoco resulta un paseo porque tiene muchas piedras y pica continuamente hacia arriba aunque sin pendientes excesivamente pronunciadas. La mayor parte del tiempo se disfruta de la sombra de los árboles del bosque si bien en algunos momentos la ruta se asoma al mar, permitiendo contemplar unos acantilados de vértigo, esa mañana realzados por una luz intensa que resaltaba los colores como si le hubiéramos dado a un botón de saturación fotográfica, si bien yo no fui capaz de captarlo con mi cámara.
Tras una hora de caminata, un indicador nos señaló la dirección hacia el faro, advirtiéndonos de que nos esperaban 763 escaleras. Aun así, un día de verano tan bello animaba a la aventura y eran muchas las personas dispuestas a emprenderla. Al inicio, otra nueva advertencia añadiendo que se trata de una bajada peligrosa. En retrospectiva, creo que con tiempo seco y guardando las precauciones lógicas no tiene por qué resultar peligrosa, aunque algunos escalones están desgastados e incluso en mal estado.
Respecto a su dureza, es algo muy personal. No deja de ser una escalera de más de setecientos peldaños con el consiguiente desnivel, pero el secreto reside en tomárselo con calma y detenerse a descansar siempre que sea necesario. Sobre el vértigo, peor al bajar que al subir, pero en todo el recorrido hay una cadena (o cuerda, no recuerdo) para sujetarse que ayuda bastante.
Además, podremos utilizar la excusa de las fotos (sin estorbar a los que bajan o suben) para tomarnos un respiro. Hay tres o cuatro lugares fantásticos para nuestras instantáneas, con unos acantilados de postal, cuevas marinas y un trecho de aguas de color turquesa que poco tienen que envidiar a las del Caribe.
Con alivio para nuestras las rodillas, alcanzamos faro, que estaba muy concurrido, algo lógico en agosto y con aquel día. El faro en sí está fuera de servicio y no tiene nada de particular, más que nada se ha convertido en un punto emblemático que conquistar por las cacareadas escaleras y las fantásticas vistas que proporciona.
Desde la plataforma donde ese encuentra, otro centenar de escalones bajan hasta una repisa desde la que se puede acceder al agua y darse un bañito para facilitar el cual existe una cuerda cuyo cometido desconozco. Como no era nuestra intención, respiramos hondo y tomamos aire para el retorno: 763 escaleras hacia arriba.
Aquí sí que cada cual tiene que ir a su ritmo y detenerse en cuanto falten las fuerzas. Uno de los primeros tramos resulta muy duro porque conté hasta 80 escalones (ahí me cansé) seguidos, sin ningún rellano en medio. Entonces, se requiere la excusa de asomarse para contemplar el panorama, echar la foto y, entre tanto, recobrar fuerzas. Así las veces que sean necesarias.
Pese al esfuerzo que, indudablemente, requiere y que no es apropiado para todo el mundo, lo cierto es que lo puede hacer cualquiera que tenga una forma física normal y que esté acostumbrado a subir y bajar escaleras a menudo. En mi opinión, merece la pena. Por cierto que lo peor de todo no fue la ruta ni las escaleras sino la jauría de tábanos que nos atacó por el camino y que nos dejó una buena ristra de picaduras. Nadie nos había advertido de tal cosa. ¡Ojo! Si no se lleva manga o pantalón largo, hay que ponerse repelente de insectos, especialmente si la temperatura es alta.
Hicimos el camino inverso y regresamos al coche. Ya era tarde y no encontramos sitio en ningún restaurante en el puerto, así que para no perder tiempo inútilmente en Santoña (que estaba a tope), fuimos hasta un pueblo cercano (7 kilómetros), llamado Gama, donde comimos muy bien en el jardín del restaurante Los Yugos, en el que tuvieron la amabilidad de aceptarnos pese a ser tardísimo y que cuenta con un estupendo menú diario por 12 euros. Luego, volvimos a Santoña puesto que queríamos navegar por la bahía.
RECORRIDO EN BARCO POR LA BAHÍIA.
Desde el puerto salen barcos continuamente hasta la playa del Puntal (que está enfrente) y con menos frecuencia un barco turístico con explicaciones y demás que recorre la bahía. También paran en Laredo donde es posible bajarse para hacer una visita y coger otro barco posterior para retornar a Santoña (también se puede hacer en sentido inverso, es decir, iniciar la excursión en Laredo, ir a Santoña, hacer la visita y coger otro barco de regreso a Laredo).
El recorrido es muy entretenido y, además de la escala en Laredo, cuenta con el aliciente de ver el Faro del Caballo desde el mar, lo cual resulta muy interesante para quienes no quieran darse la paliza de los escalones y los que ya nos la habíamos dado pudimos verlo desde otra perspectiva.
Contemplamos igualmente los puertos de Laredo y Santoña, las fortificaciones de la época napoleónica y los acantilados y sus numerosas cuevas. Por la tarde se había nublado y con menos luz el mar no tenía los colores tan bonitos de por la mañana, pero aun así se apreciaba el verde intenso de las aguas que todavía no han desembocado en el mar abierto del Cantábrico. Muy recomendable este paseo en barco.
Puerto de Laredo.
Antiguas fortificaciones en Santoña.
Después dimos una vuelta por Santoña, cuya fama se debe en buena parte a sus riquísimas anchoas, que se pueden degustar y adquirir las latas de semiconserva en las tiendas de las fábricas más conocidas, que están por toda partes, sobre todo cerca del puerto.
Finalmente, emprendimos camino hacia nuestro destino, Ramales de la Victoria, donde teníamos alojamiento reservado para las dos noches siguientes.
¡Qué viaje más apetecible! Tan cerca y tan bonito, una deuda pendiente, a Cantabria solo me he asomado en algunas excursiones desde Asturias. Te voy siguiendo.
Hola, marimerpa. Pues sí, estuvo bien el viaje; conocíamos algunos de los sitios, pero nos gustó repetir. En algún momento te decidirás a hacerlo seguido o a tramos, que todo vale. Estoy deseando acabar el diario, pero tengo muy poco tiempo libre. Gracias por leerlo y puntuarlo.
Artemisa, como sabes me encantan tus diarios, y este no iba a ser menos. Por cercanía, conocemos bastantes zonas de Cantabria, pero una vez más me has vuelto a sorprender, ya que no sabía de Juliobriga ni Retortillo. Muchas gracias por la información.
Muchas gracias por tu comentario, kipa95. Hay bastantes sitios interesantes cerca de Reinosa, como Julobriga, Retortillo, el Centro de Interpretación del Románico, etc. No nos dio tiempo a verlos todos. Tendremos que volver.
De viaje por EspañaPueblos, ciudades y naturaleza. En coche y rutas de senderismo. Destinos y recorridos clásicos y lugares no tan conocidos. Lo iré ampliando e incorporando...⭐ Puntos 4.79 (101 Votos) 👁️ Visitas mes actual: 905
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Después de nuestro viaje de 9 días por Cantabria puedo deciros que nos han enamorado sus paisajes pero nos hemos dejado muchas cosas por ver. Lástima que algunos pueblos eran imposible disfrutarlos como se merecían por la cantidad de gente que éramos por eso hemos ido cambiando nuestra ruta, que al final quedó así:
Día 1: llegamos al mediodía y visitamos por la tarde Castro Urdiales. Alojamiento en casa Mozues en Sámano.
Día 2: Liérganes ( hay mercadillo los domingos) y Potes. Alojamiento en albergue Valdebaró.
Día 3: Monasterio Santo Toribio/ Mogrovejo/ Espinama/ subida al teleférico... Leer más ...
Somos 2 parejas de Barcelona que en Agosto de este año queremos visitar Cantabria, durante unos 9 ó 10 días (del 1 al 9 ó del 2 al 10 u 11). Viajaremos en nuestro coche.
¿Podéis aconsejarnos qué posible ruta realizar? Queremos visitar lo más significativo y también tener tiempo libre para ir más relajados. Al hacer una ruta, suponemos que es mejor alojarnos en 2 ó 3 ubicaciones distintas durante el trayecto, para no tener que realizar desplazamientos demasiado largos, ¿es correcto?
Esperamos vuestros consejos. Gracias
laredo-viajero Dr. Livingstone 30-05-2007 Mensajes: 7481
Yo me alojaría en una población con vida y playa para pasar buenas tardes-noches unos 6 días y luego 2 o tres noches en zona de Potes para recorrer la región de Liébana-Picos de Europa.
Por ejemplo en Laredo y luego en Potes. Para visitar lo más importante y bonito las distancias no son largas ( Castro Urdiales, Laredo, Valle del Asón, Liérganes, Cuevas prehistóricas, Santander, Cabárceno, Santillana del Mar, Comillas, Barcena Mayor etc.... ).
@Tutan25 busca un alojamiento centrado, así tendrás opciones para poder visitar la costa este y oeste, así como zonas más interiores como la zona del Saja o la zona pasiega. Si te alojas hacia un extremo, para ir a visitar la otra parte vas a echar un rato, hacer 100 km por sentido, si es en autovía bien...pero en cuanto sales, lleva más tiempo de lo que parece (y espero que te gusten las curvas).
Si piensas combinar playa y montaña, mi consejo es que busques algo más centrado. Ese algo más centrado, puede ser en ciudad (Santander), playa (Suances), pueblos grandes (Cabezón de la Sal) o... Leer más ...