Un crucero por el Lago Nasser (Egipto). De Asuán a Abu Simbel. ✏️ Blogs de EgiptoCrucero de cinco días por el Lago Nasser, en Egipto, desde Asuán hasta Abu Simbel, visitando varios templos nubios poco conocidos.Autor: Artemisa23 Fecha creación: ⭐ Puntos: 4.9 (12 Votos) Índice del Diario: Un crucero por el Lago Nasser (Egipto). De Asuán a Abu Simbel.
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Etapas 4 a 6, total 7
Templos de Wadi el Seboua, Dakka y Maharraka. Día 3, mañana.Después de varias horas de navegación, desembarcamos para ver los templos de Wadi el Soboua, Dakka y Maharraka. Esta jornada fue bastante intensa, así que si habitualmente ya madrugábamos de lo lindo para aprovechar la luz solar y evitar el calor, aquel día nos tocó levantarnos incluso un poco antes. Sin apenas darnos cuenta, entre la tarde y la noche anteriores habíamos navegado más de 120 kilómetros al sur de la Gran Presa y nuestro barco se hallaba frente a unas costas de terreno desértico, en las que, a lo lejos, parecía distinguirse una construcción antigua, quizás un templo. Después de desayunar, subimos a los botes acompañados por soldados armados con metralletas. Lo curioso es que a bordo, en el barco, o no estaban o actuaban con tal discreción que ni nos cruzábamos con ellos ni los veíamos por ninguna parte.
Templo de Wadi el Seboua o Wadi es Sébua. Desde el bote pudimos distinguir perfectamente el perfil del pilono de un templo aposentado en lo alto de un pequeño montículo, entre tierras desoladas de granito salpicadas por arena roja, que en algunas zonas mostraban cierto tono amarillento, si bien no faltaban algunos toques verdes en las orillas. Pasamos de largo y desembarcamos en otro punto, como a un par de kilómetros, quedando frente a nosotros la estampa de otro templo.
Ya en tierra, caminamos unos minutos hasta llegar al templo de Wadi el Seboua, que atesora un encanto muy especial, pues conserva una preciosa avenida de esfinges, a la que hace referencia el nombre por el que se conoce y cuya traducción es Valle de los Leones.
El templo fue el tercero construido en Nubia por Ramses II, quien lo dedicó a Amón-Horakti. Se cree que pudo ser utilizado como lugar de descanso por los tripulantes y el pasaje de los barcos que surcaban el Nilo. De los tres pilonos con que contaba solo se conserva el del pasaje de la puerta entre ellos. Antes de entrar en el tercer pilono, había cuatro estatuas de Ramsés, de las cuales sólo se mantiene una en pie.
El atrio estaba delimitado en sus lados por pilastras osíricas, que presentaban diferente estado de conservación.
En el interior pudimos ver diversos grabados con las típicas imágenes del faraón haciendo ofrendas a los dioses y castigando a sus enemigos. Aunque algunos estaban deteriorados, me impresionó la decoración completa de las paredes, que mantienen todavía parte de sus colores. Por entonces no tenía una cámara demasiado buena, así que las fotos están como están, pero creo que pueden ilustrar lo que digo.
Los coptos lo convirtieron en iglesia cristiana en el siglo V, por lo cual se pueden ver incluso imágenes de santos, entre los que no falta el mismísimo San Pedro. El templo se trasladó a dos kilómetros de su emplazamiento primitivo para evitar que fuera engullido por las aguas, lo cual se consiguió a contrarreloj, cuando las esfinges estaban ya medio sumergidas. Por fortuna, se salvaron.
Un templo muy peculiar y que me gustó mucho; supongo las esfinges influyen en su encanto. Mientras estábamos allí, apareció una caravana de camellos a galope (no sé si es correcto decir que los camellos galopan), con un ruido considerable y levantando una inmensa polvareda en el desierto. Lo cierto es que nos sorprendió tan súbito golpe de efecto, aunque no fuese más que un camellero que venía a ofrecer sus servicios para llevar a quien quisiera al siguiente templo. Sin embargo, no tuvo demasiado éxito, pues todo nuestro grupo quiso hacer el trecho caminando. Por nuestra parte, ya habíamos trotado en camello para ir al poblado nubio, en Asuán, así que no nos apetecía repetir. Estábamos en algo muy parecido al desierto, salvo cerca de las orillas del lago, donde se veía un poco de vegetación.
Templo de Dakka. Tras entretenernos un rato a tomar unas fotos, seguimos a pie por una pista de tierra que nos condujo hasta un templo que veíamos a lo lejos, precisamente el que habíamos distinguido desde los botes. El paisaje era sugerente, pues contrastaba la tierra roja con el agua intensamente azul. Entre las dunas, nos acechaba el camellero, empeñado en hacer negocio. De nuevo, no tuvo éxito.
En su origen, este templo se encontraba unos 40 kilómetros al norte de su ubicación actual y fue erigido utilizando estructuras anteriores, cuyos restos aparecieron durante el desmontaje previo a su traslado. Consagrado al dios Thot, el dios de la sabiduría, en el siglo III a. C. lo empezó a construir el rey Arkamani de Meroe, contando quizás con la colaboración de Tolomeo IV, aunque no está confirmado. Fue ampliado por Tolomeo VII y el emperador romano Augusto.
Aparte de su fantástica ubicación, que permite vislumbrar un amplio panorama de agua y desierto, lo que más nos llamó la atención fue su espléndido pilono de 12 metros de altura, que se conserva muy bien. Está separado del resto del templo, ya que faltan los muros del recinto del patio abierto.
En su interior cuenta con inscripciones y relieves, en alguno de los cuales se puede ver al rey Arkamani presentado sus ofrendas a los dioses.
Templo de Maharraka. Caminando hacia el embarcadero, llegamos al tercer templo del conjunto allí ubicado. Era pequeño y de aspecto mucho más modesto que los anteriores. Originariamente estaba asentado a unos 30 kilómetros, corresponde a la época greco-romana y se dedicó al dios Serapis. No se terminó. Como curiosidad, cuenta con la única escalera en espiral de todos los templos egipcios.
Volvimos a embarcar y poco antes de zarpar apareció otro crucero que estaba haciendo la misma ruta que nosotros y con el que nos encontramos varias veces.
Tras el almuerzo, y después de navegar unos treinta o cuarenta kilómetros hacia el sur, llegamos a nuestra segunda excursión a tierra de la jornada, donde nos esperaban otros tres magníficos monumentos nubios. Pero eso lo dejo para la siguiente etapa para no recargar demasiado ésta. Etapas 4 a 6, total 7
Templos de Amada, Derr y tumba de Pennut. Qsar Ibrim. Día 3, tarde.Jornada de tarde del tercer día del crucero. Un claro ejemplo de que a menudo las apariencias engañan. Después de comer, nos aprestamos nuevamente a bajar a tierra para ver otro conjunto de templos nubios. Por fuera no parecían gran cosa, pero lo que nos encontramos dentro nos sorprendió y mucho.
Entorno de los nuevos templos.
Templo de Amada. Dedicado a Amón-Ra y a Ra-Horakti, este templo fue mandado construir por Tutmosis III y Amenofis II, con ampliaciones posteriores de Tutmosis IV; otros faraones como Seti I y Ramses II también colaboraron a completar su decoración. Es el templo nubio más antiguo de los que se conocen y fue trasladado a 3 kilómetros de su ubicación original para salvarlo de las aguas, lo que se convirtió en una operación muy compleja por la necesidad de proteger sus magníficos relieves de colores.
Debo confesar que al verlo por fuera no esperaba gran cosa, pero las apariencias engañan y mucho, pues su interior me dejó impresionada al ver las paredes completamente cubiertas de relieves, gran parte de ellos muy bien conservados, destacando sobre todo sus colores. Uno de los mejores se encuentra en la parte trasera del santuario, donde aparece Amenofis II dando muerte a los prisioneros que había capturado en la guerra contra los sirios.
Templo de Derr. Nos tocaba dar un paseíto por el desierto para acercarnos a este nuevo templo, del que no sé muy bien por qué no tengo fotos del exterior. Trasladado once kilómetros desde su ubicación original, fue construido también por Ramses II y dedicado a Ra-Horakti. Estaba excavado en la roca y su parte exterior se encuentra bastante deteriorada, por lo cual nos volvió a sorprender al hallar dentro unos relieves realmente magníficos cubriendo gran parte de sus muros, casi todos dotados de un fantástico colorido, que destaca por ser mucho más brillante y contrastado que el de otros templos egipcios. En la segunda sala de columnas, había uno que me llamó mucho la atención y que muestra al faraón ofreciendo vino y rosas a los dioses. También me gustaron las paredes llenas de inscripciones.
Igualmente tiene una curiosa sala, muy parecida a la de la cámara del sagrario del templo mayor de Abu Simbel, aunque está más deteriorada, pues solo conserva la impronta pero no las estatuas mismas de los cuatro deidades que reciben la luz del sol dos veces al año.
Tumba de Pennut. Una nueva corta caminata nos llevó a la tumba del que fue virrey de Nubia con Ramsés IV, que tuvo que trasladarse nada menos que 40 kilómetros desde su ubicación original, en Aniba, lugar de enterramiento de los imperios Antiguo y Nuevo. Está excavada en la roca y en sus paredes presenta escenas de la vida de Pennut, en la que aparecen miembros de su familia.
Camino a la Tumba de Pennut escena interior.
A nuestro regreso al barco, teníamos un simpático muñeco encima de la cama. Esa tarde nos aguardaban varias horas de navegación, las últimas que pasaríamos en el barco, así que a la hora del té me senté tranquilamente en cubierta para contemplar la, a veces, monótona travesía con ojos diferentes, es decir, tratando de descubrir lo que había más allá de las tierras desérticas que se vislumbraban más cerca por estribor que por babor.
Sin embargo, en el paisaje apenas encontré nada que no fueran rocas, arena y un cielo que pocas veces tiene nítido su casi perenne color azul; con contadas personas o apenas sin evidencia de ellas, excepto las ruinas de barracones o viejas construcciones y alguna que otra barca solitaria.
Esa noche nos ofrecieron una cena de gala, durante la cual nos sirvieron unos manjares especiales, todo muy decorado, incluso con velas. Estuvo bien, nos divertimos bastante. Y para terminar la jornada tuvimos una sorpresa: la pareja argentina que estaba de luna de miel sufrió un contratiempo al iniciar el crucero, ya que les perdieron una maleta del equipaje en el aeropuerto, con lo cual la chica tuvo que apañarse todo el recorrido con lo puesto y algo nada sofisticado que se compró en un bazar de Asuán. Para compensarles, les prepararon una fiesta en la discoteca, a la que nos invitaron al grupo de españoles. Bailamos y lo pasamos muy bien.
Qsar Ibrim. A una hora que no recuerdo, pero ya de noche, nos avisaron de que fuésemos a cubierta para ver las ruinas de la ciudad-fortaleza de Qsar Ibrim, que se encuentran en su ubicación original, pero casi al nivel de las aguas cuando en tiempos se asentaba 60 metros por encima, en una meseta que dominaba el valle. Fue edificada por los nubios en el siglo X a.C., restaurada después y ampliada por los romanos, época durante la cual llegó a albergar siete templos dentro de sus murallas. Posteriormente la habitaron los coptos y se construyó una catedral en el siglo X. Resistió las acometidas de los musulmanes hasta el siglo XVI, en que fue tomada por los bosnios, que convirtieron la catedral en mezquita. En 1812 la ocuparon los mamelucos y, luego, fue destruida casi por completo. En la actualidad se encuentra en fase de excavación y no se permite visitarla, por lo que tuvimos que contemplar las ruinas desde la cubierta del barco. Aunque apuntaron hacia ella unos potentes focos, en la oscuridad no distinguimos gran cosa. Sí que vimos gente, posiblemente arqueólogos, que tenían montado allí un campamento.
Para terminar la jornada, subimos a la cubierta y nos echamos en las tumbonas para volver a contemplar las miles de estrellas que brillaban en el cielo. Al día siguiente nos aguardaba otra estrella, la estrella del viaje: Abu Simbel.
Etapas 4 a 6, total 7
Abu Simbel: Jornada completa y espectáculo nocturno. Día 4.Día completo en Abu Simbel, con espectáculo nocturno de luz y sonido incluido.
Llegada a Abu Simbel.
El guía nos comentó la tarde anterior que los que quisieran podían pedir que les despertasen temprano, antes de amanecer y del desayuno, para asistir desde la cubierta a la llegada en barco a Abu Simbel mientras el sol salía por el horizonte. Naturalmente, aceptamos todos, pues el momento se presumía sumamente especial, uno de los máximos atractivos del viaje.
Amanecer arribando a Abu Simbel.
Y lo fue, ya lo creo. De verdad que resultó emocionante empezar a distinguir los templos soñados en el horizonte y, luego, verlos crecer ante nuestros ojos según se iba aproximando el barco, lo que permite admirar todo el conjunto y su grandiosidad. El barco se detuvo y permaneció parado un buen rato, lo que nos permitió contemplar los detalles haciéndose visibles paulatinamente con el aumento de luz, y los turistas como motas de colores apareciendo cada minuto en mayor número alrededor de los templos.
Tocó sesión extensa de fotos y miradas desde todos los ángulos, intentando examinar en la distancia lo que luego veríamos sobre el terreno. Fantástico, de verdad.
Desembarco en Abu Simbel. El barco amarró en un muelle, a la entrada del recinto de Abu Simbel pero fuera del mismo, protegido todo él por verjas metálicas. Después de desayunar, nuestro guía nos comentó que, aunque estuviésemos impacientes, era mejor no tener demasiada prisa por desembarcar, ya que hasta el mediodía los templos estarían abarrotados de gente, sobre todo por el grueso de turistas que acudían en excursión de media jornada en los comboyes militares, y que se irían una vez efectuada la visita. Esa excursión suponía un madrugón de cuidado, muchas horas de viaje y poco tiempo allí; y, en parte, por me decidí por la opción del crucero, que nos permitió llegar confortablemente y disfrutar del sitio con tranquilidad.
Entorno del recinto de Abu Simbel y amarradero de los cruceros.
Cuando bajamos del barco, nos dirigimos a la entrada del recinto, del que me sorprendió su entorno verde cuando todo lo demás era árido no, lo siguiente. Había mucha vigilancia por parte de soldados y unas importantes medidas de seguridad, aunque luego en torno a los templos podíamos movernos a voluntad. Primero hicimos una visita guiada con Omar; luego estuvimos a nuestro aire. Con el pase que nos dieron, podíamos entrar y salir cuando y cuanto quisiéramos. Por supuesto, se trataba simplemente de volver al barco para comer, descansar o darnos un bañito en la piscina, porque en los alrededores no hay nada más que hacer y muy poco que ver. Pero resultó muy cómodo, pues pudimos elegir las horas en que menos gente había para pasear por los templos y verlo todo bien, en particular el cambio de color operado en las piedras según cambiaba la intensidad de luz con el paso de las horas. El atardecer fue especialmente bonito.
Los más famosos templos nubios. Abu Simbel se ubica a unos 20 kilómetros de la frontera con Sudán y sus dos templos fueron salvados de quedar sumergidos bajo el agua del Lago Nasser gracias a una gigantesca obra de ingeniería mediante la cual fueron cortados en bloques y reconstruidos en dos colinas artificiales, doscientos metros detrás y sesenta y cinco más altos respecto a su ubicación original. La recolocación necesitó de precisión matemática con el fin de preservar su orientación primitiva para que, como planificaron los arquitectos del faraón, los rayos solares penetren dos veces al año hasta la cámara interior del templo, donde las cuatro deidades que se sientan juntas (Ptah Menfita, Amón-Ra Tébano, Ra Horakti y el propio Ramsés II) recibirán su luz.
Mandados construir por Ramses II en el siglo XIII a.C., el Gran Templo de Abu Simbel y el de la diosa Hathor fueron excavados directamente en la roca de un acantilado, lugar escogido por su piedra arenisca y su situación concreta en las colinas. Sepultados por la arena del desierto durante siglos, el lugar fue descubierto en 1813 por el explorador suizo Burckhardt, primer europeo que logró ver los templos, lo cual logró tras disfrazarse de árabe. No obstante, fue el italiano Belzoni quien logró liberar la entrada de arena y facilitar la visita a la multitud de viajeros y personajes célebres que llegaron después. El Gran Templo de Abu Simbel. El fabuloso conjunto consta de dos templos. La fachada del Gran Templo resulta grandiosa con cuatro gigantescas estatuas sedentes de Ramsés II, dos colosos de 21 metros de altura a cada lado de la puerta, que celebran la unificación con la corona del Alto y del Bajo Egipto, rodeados de figuras de cautivos apresados en el norte y el sur, y con el cetro y los tronos adornados con los cartuchos del faraón. Además, se ven las figuras del dios de cabeza de halcón (Ra-Horatki) y de la diosa Maat. La estatua de la izquierda del todo es la mejor conservada, mientras que a la que se encuentra a su lado le falta la cabeza, pues al parecer se derrumbó a causa de un terremoto que acaeció en el año 27 a.C. También llama la atención el grupo de babuinos que saludan al sol naciente en la parte alta de la fachada
Una vez en el interior, se accede a una gran sala flanqueada por ocho columnas antropomorfas de 10 metros de altura que representan a Ramsés como el dios Osiris. Una sala hipóstila con columnas más pequeñas conducen a un vestíbulo, en que se muestran diversas escenas en las que aparecen Ramsés y Nefertari, y al santuario, donde están las estatuas sedentes de los dioses Ptah Menfita, Amón-Ra Tébano, Ra Horakti y el propio Ramsés II, que reciben la luz del sol dos veces al año. A los lados hay salas de almacenamiento y también existen diversos relieves del faraón derrotando a sus enemigos.
Templo de Hathor. El Templo pequeño, dedicado a la diosa Hathor, fue construido por Ramsés II en honor de su esposa favorita, Nefertari. Cuenta con un frente de seis estatuas de 10 metros de altura, cuatro de las cuales representan a Ramsés y dos a Nefertari, a la que como hecho nada habitual se la representa con la misma altura que al faraón. Nefertari muestra los símbolos de la diosa, la corona de doble pluma con cuernos de vaca y el disco solar. Toda la fachada se halla repleta de grabados e inscripciones.
En el interior se aprecian numerosas escenas de batallas ganadas por Ramsés, con la presencia de Nefertari, y también de ambos presentando ofrendas a los dioses. En el santuario hay una estatua de Hathor en forma de vaca. Las fotos que pongo son solo exteriores, ya que en los interiores no estaba permitido hacerlas. Curiosamente, los mismos vigilantes que cuidaban celosamente de que nadie se saltase la prohibición no tenían ningún escrúpulo en mirar hacia otro lado respecto a quienes les obsequiaban con algunos dólares. Y, aunque me moría de ganas, decidí no seguirles el juego: si no se puede hacer fotos para proteger los monumentos, pues que no las haga nadie, ¿no? Lo cierto es que después, con la crisis del turismo, parece que todas las restricciones quedaron en nada y ya se permite la fotografía hasta en el Museo Egipcio y en el Valle de los Reyes. Paradojas que traen los tiempos diversos. Tras un buen rato, volvimos al barco para almorzar y darnos un chapuzón en la piscina, pues estábamos muy al sur y se notaba muchísimo más el calor que en los días anteriores. Después de la comida, aproveché que había menos gente y regresé al recinto para disfrutar de los templos con sosiego y hacer más fotos. Luego, antes del atardecer, volvió a haber bastante concurrencia, pero en ningún caso como la de la avalancha de primeras horas de la mañana.
Resultaba emocionante percibir el cambio en las fachadas de los templos con la diferente intensidad de luz, lo que se hizo más patente durante el atardecer, que también nos deparó una bella puesta de sol, que también se percibió hacia el lago, en el exterior del recinto. Frente a los templos, existía una amplísima zona con bancos de piedra para descansar y contemplarlos, donde pasé un buen rato antes de regresar al barco. Creo recordar que desalojaron el recinto cuando se hizo de noche, ya que había que presentar un nuevo pase para presenciar el espectáculo nocturno de luz y sonido.
Tuvimos la suerte de que el turno al que asistimos era en español. Lógicamente, fue una gran ventaja ir escuchando las explicaciones sin problemas al tiempo que íbamos viendo los diferentes colores e iluminaciones que adquirían las estatuas de las fachadas de ambos templos. Me gustó el espectáculo, de hecho fue el que me dejó un recuerdo más grato de todos los que vi en Egipto.
Cuando acabó y regresamos al barco para pasar nuestra última noche de crucero, la tripulación nos tenía preparada una sorpresa con los pasillos repletos de los muñecos que nos habían ido dejando en las camas de los camarotes a diario y otros nuevos: ¡menudo zoo!. Fue un detalle simpático, con independencia del deseo de recibir una mejor propina, lógico por otra parte.
Antes de acostarnos, tuve que enfadarme con Omar, bueno, no con él exactamente, sino con las instrucciones que nos comunicó de cara a la jornada siguiente, cuando nos trasladarían por carretera a Asuán. Según lo previsto, los autobuses del comboy nos recogerían muy temprano y llegaríamos a Asuán a las once de la mañana para una vez allí llevarnos directamente al aeropuerto, pues íbamos a tomar un vuelo hacia El Cairo para proseguir nuestro viaje. ¡Pero es que nuestro vuelo era a las 8 de la tarde! Naturalmente, en modo alguno íbamos a aceptar pasarnos 9 horas en el aeropuerto. Éramos solamente nosotros los que estábamos en tal situación, ya que el resto de nuestros compañeros iban a Hurgada, a Luxor o a otros destinos fuera del país. Al final, tras un largo tira y afloja, conseguimos que nos dejaran en Asuán ciudad y nos vinieran a recoger por la tarde para trasladarnos al aeropuerto. Eso ya tenía otra pinta. Etapas 4 a 6, total 7
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