Camboya, más allá de los Templos de Angkor ✏️ Blogs de CamboyaViaje a Camboya de mochileros que realizamos en septiembre de 2009. Durante un mes lluvioso recorrimos este país de este a oeste y de norte a sur tratando de mostrar la auténtica Camboya, la que existe al margen de los templos de Angkor. En http://www.conmochila.com podréis ver más fotos y videos del viaje.Autor: Tonirodenas Fecha creación: ⭐ Puntos: 5 (56 Votos) Índice del Diario: Camboya, más allá de los Templos de Angkor
01: Capítulo 1 - Viaje a Camboya
02: Capítulo 2 - Camino a Bangkok
03: Capítulo 3 - Bienvenidos al reino de Camboya
04: Capítulo 4 - Phnom Penh y el genocidio de los jemeres rojos
05: Capítulo 5 - Los campos de exterminio de Choeung Ek y el palacio real
06: Capítulo 6 - Kompong Cham, entrando en la Camboya más profunda
07: Capítulo 7 - Kratie, más Mekong y los delfines Irrawaddy
08: Capítulo 8 - Excursión en bicicleta por Koh Trong
09: Capítulo 9 – Camino a Siem Reap y las tarántulas fritas
10: Capítulo 10 – Primer día en los templos de Angkor
11: Capítulo 11 – Grandes paseos por los templos de Angkor
12: Capítulo 12 – De la jungla a la república de los monos
13: Capítulo 13 – La playa de Serendipity
14: Capítulo 14 - La playa de Otres
15: Capítulo 15 - Kampot
16: Capítulo 16- El Parque Nacional de Bokor y la fantasmagórica Estación de Montaña
17: Capítulo 17 - Escapada en moto por los alrededores de Kampot
18: Capítulo 18 - Despedida de Kampot y vuelta a Phnom Penh
19: Capítulo 19 - Paseando por Phnom Penh
20: Capítulo 20 - Visita al centro escolar de la ONG “Por la sonrisa de un niño”
21: Capítulo 21 – Les paillotes y las casas del vertedero de Phnom Penh
22: Capítulo 22 - Adiós Camboya
23: Capítulo 23 - La noche de Bangkok
24: Capítulo 24 - Bangkok express
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Etapas 7 a 9, total 24
Al principio pensé que era la sensación de velocidad que da un autobús viejo, pero cuando llevábamos un rato de camino estaba convencida de que si todos los pasajeros sacábamos los brazos extendidos por la ventana sincronizados, aunque el viejo bus rechinara, retumbara y estuviese súper oxidado, empezaría el despegue y a volar.
El viaje no varió mucho al del día anterior, mismo paisaje, misma duración. Y el bus… si me hubiesen dicho que era el mismo me lo hubiese creído, igual de descuidado y abandonado. Otro autobús más... Entre unas cosas y otras llegamos a Kratie a mediodía, y como justo paramos en el momento que más llovía nos quedamos en el mismo hostal que había delante de la parada del bus: Heng Heng guest house. Una habitación con vistas al río, un ventilador y poco más. Perfecta, ¿que más queríamos? Antes de salir a comer concretamos con el dueño un tuk-tuk para ir a ver los delfines Irrawaddy esa misma tarde. Mientras comíamos nos pusimos al día con Kratie, otra capital de provincia cuyo paso es obligatorio para los viajeros que deseen visitar el este del país, los que se dirijan a las provincias de Stung Treng o Mondulkiri o los que quieran hacer trekking y ver minorías étnicas. A las cuatro estábamos puntuales en la puerta de la guesthouse con el conductor que nos iba a llevar a ver a los delfines. Ésta es una de las atracciones típicas de la provincia, pagar para ver a estos mamíferos en el río Mekong. Se trata de unos delfines de agua dulce con la frente abombada y en peligro de extinción, y cerca de Kratie, al igual que en la zona del río fronteriza entre Laos y Camboya se dejan ver. Son una especie en vías de extinción victimas también de los jemeres rojos, ya que fue durante la dictadura cuando se capturaron más ejemplares, apreciados por su aceite. Y otro tuk-tuk más... A orillas del río hay una caseta donde puedes comprar tu entrada por 9$ y estar durante unos 40 minutos en un barco viendo a los delfines. Aunque fuese una atracción típica para los turistas no me pude resistir a la oportunidad de verlos campar a sus anchar por el río y menos aun después de quedarme con las ganas el año pasado cuando estuvimos en las 4000 islas (Laos), así que Toni sucumbió a mis deseos y fuimos a verlos. La broma nos costó 33 dólares ( 15 para el tuk-tuk y 18 de las entradas). De camino a la parte del río desde donde se pueden observar volvimos a pasar por unos cuantos poblados calcados a los de la provincia de Kompong Cham. Cabañas construidas todas al borde de la carretera, gente trabajando, vacas, cerdos, gallinas, miles de motos, y como no, un montón de niños saludándonos al pasar. Y la lluvia… Tuvimos suerte de que al llegar a la embarcación paró de llover. Una vez allí subimos al bote de un señor que nos esperaba y que nos llevó directo a una zona del río más alejada del ruido. En la barca a la espera de ver a los delfines Allí paró y pensé “¿aquí vamos a ver algo?” y es que al principio tuvimos la sensación de que nos habían timado, de que no íbamos a ver ni un mísero pez, pero cuando estuvimos un rato parados, el oleaje provocado por el barco cesó y al momento de quedarnos sin hacer ruido fue cuando empezaron a asomar la cabecita los más osados. El señor que conducía el bote era el que más rápido los veía; acostumbrado como estaba empezó a hacernos señas y a avisarnos cada vez que veía alguno. Los delfines no permanecían mucho rato en la superficie pero se podían observar cada vez que salían a respirar y a los más juguetones daban vueltas cerca de nosotros. Poco a poco fuimos yendo más hacia el centro del río acercándonos a la zona donde se encontraban la mayoría, tanto que llegamos a verlos a una distancia de 10 metros de nosotros. La aleta de uno de los delfines Nos entretuvimos todo el rato intentando sacar alguna imagen de los nadadores, que aunque se mostraron simpáticos nos lo pusieron difícil escondiéndose tan rápidamente como salían a la superficie. Y sorprendentemente no cayó ni una gota durante todo el rato que estuvimos en el río. Cuando al señor le pareció que ya habíamos visto suficientes delfines para los 9 $ que habíamos pagado nos trajo de vuelta a la orilla y volvimos a Kratie. De vuelta a la orilla Como aun era pronto decidimos dar una vuelta por el pueblo. Confundo imágenes en mi cabeza de Kratie y Kompong Cham, ambos situados en el trayecto del Mekong, pequeños y con un mercado más que parecido. Nos metimos en éste, en la zona donde estaban vendiendo comida a grabar en video un poco el ambiente, y si hay algo que se me quedó marcado no fueron los colores sino los olores. Una mezcla muy fuerte de todo tipo de comida después de estar un día entero expuesta al aire y al sol: carne, pescado, salsas, arroz… y el resultado de tal combinación un olor tan fuerte que no pude más que grabar el mercado con prisas para salir a respirar aire puro. Aunque Toni pensaba que no era para tanto no me llegué a acostumbrar a tal aroma en tantos mercados que visitamos. Mercado de Kratie Fuera, ya respirando aire limpio, continuamos viendo el mercadillo buscando unas chanclas para Toni que se dejó las suyas en Phnom Penh. Se compró unas “burberry-camboyanas” por un par de dólares, y al final cayó eso y 5 kramas, como no. Uno rojo como el de los jemeres rojos, uno azul como el de los vietnamitas que vinieron a liberarles y tres de colores como todos los guiris que vamos y nos los compramos. Este año renuevo un poco mi vestuario y cambio palestinas por kramas. La verdad, no me dio la impresión de que nadie usara el color del krama como símbolo, es más, como para ir eligiendo… ¡si los usaban hasta que se deshacían! Tenderete donde compramos los Kramas Al final terminamos dejándonos caer en el Star restaurant, un local muy sencillito situado en una de las calles en dirección al rió, pero que nos encandiló y nos retuvo allí mucho rato haciéndonos cervezas hasta bien entrada la noche, para terminar durmiendo, otro día más, a la vera del Mekong! La última cerveza del día Etapas 7 a 9, total 24
¡¡¡¡Crench, crench, crench!!!!
- Toni, això què és? ¡¡¡Crench, crench, crench!!! - Jo que sé, dorm!! ¡¡¡Crench, crench, crench!!! … ¡¡¡Crench, crench, crench!!! Al final me tuve que levantar, aun era de noche y no podía volverme a dormir pensando que había algo hurgando por las mochilas. Me levanté con cuidado temiendo encontrarme cualquier animalillo merodeando por la habitación y para mi sorpresa no había nada. Era un hombre que se había puesto a barrer la calle antes de salir el sol con una escoba de paja haciendo tanto ruido que parecía que estuviese allí dentro con nosotros. Y es que la habitación no era nada silenciosa, apenas había salido el sol y ya oíamos a todo el mundo. Las motos arriba y abajo, la gente que empezaba a trabajar, los restaurantes que abrían… Eso nos obligó a madrugar y aprovechar el día. Ajetreo en Kratie de buena mañana Decidimos quedarnos una jornada más en Kratie para descansar al menos por un día de los viajecitos en bus; reposar y disfrutar un poquito más de algún sitio. Además el lugar tenía atracciones con las que nos podíamos entretener. Desayunamos otra vez en el Star Bar y allí mismo nos alquilaron unas bicicletas para todo el día por tan sólo un dólar cada una. Nuestra intención era cruzar el río con una barquita e ir a visitar la isla Koh Trong, un banco de arena formado en medio del Mekong que queda justo enfrente de Kratie. Así que dicho y hecho nos fuimos al “mini-puerto” que tenían allí montado: unas escaleras que bajaban hasta el nivel del agua y un montón de gente alrededor vendiendo comida y bebida. Nos dirigimos a un hombre que nos pareció que tenía idea de a que hora iba a venir el siguiente bote, nos dijo que una hora. Como una hora nos parecía demasiado preguntamos a otra mujer y nos dijo que 15 minutos. Nos gustó más su respuesta, así que decidimos creerla a ella y nos sentamos a esperar. Al final fue una media hora lo que tardó, pero eterna. Un hombre que esperaba también se entretuvo mareándonos. Se ve que el hombre en su infancia aprendió algo de francés. Digo que debió ser en su infancia porque ya no se acordaba de nada, por mucho que el se empeñara. Nos vio cara de guiris y nos quería mostrar que no sabía nada del idioma, o es que simplemente quería ayudar. El caso es que yo creo que ni los camboyanos que estaban con él sabían lo que quería decir. Lo único que deduje de sus palabras es que el bote te llevaba a la isla y luego te traía de vuelta. ¡¡¡Vaya conclusión!!!. Con apenas sitio para respirar nos embutimos todos y las bicicletas en el barquito, y por temor a mi misma decidí sentarme en el suelo. Con el oleaje que había ese día tenía más de un 50 % de probabilidades de terminar yo con la cámara en el agua y fui previsora. Desde el suelo del cayuco me puse a grabar a Toni y sin pretenderlo nos convertimos en el centro de atención. Una mujer que viajaba con nosotros se emocionó por momentos, me cogió del brazo y empezó a hablarme en el idioma jemer señalando en dirección a una punta de la isla. Aun no tengo ni idea de que es lo que quería que viese, pero la volvimos a ver más tarde y seguía insistiendo en lo mismo. En diez minutos nos plantamos en la isla, y fue llegar y acercarse a nosotros unos niños. Llevábamos en la cesta de la bicicleta una de las bolsas de regalos llena de cochecitos de juguete, y les dimos unos. Primeros regalos: un reloj de plástico de juguete Cogimos las bicicletas y empezamos la excursión rural. Los caminos eran de tierra y las constantes lluvias las habían convertido en algunos tramos en piscinas de barro por las que era imposible pasar sin que se hundiesen las ruedas. Las vacas eran uno de los principales obstáculos, que tan sosegadas ellas, no movían ni las orejas cuando intentábamos que se apartasen con el timbre de la bicicleta, teniendo siempre que rodearlas, no vaya a ser que se estresasen… El paisaje era impactante, campos de arroz que brillaban coloreados debajo de un cielo que parecía que ese día nos perdonaba la lluvia y nos permitía fotografiarlo y guardarlo a modo de estampa. Paisajes de Koh Trong La isla no pasaba de 4 o 5 kilómetros y en media hora, con baches incluidos, llegamos a uno de los extremos. Dimos media vuelta y volvimos por el otro lado de la isla. Por allí nos encontramos con una niña que, bien informada, sabía que llevábamos regalos en la cesta. Le dimos un cochecito y se fue de lo más contenta, lo que pasa es que se fue a contárselo a los demás y cuando empezamos el camino de vuelta nos encontramos con que todos los niños lo sabían y nos miraban con cara de “¿serán ellos los de los regalos?”. Así que cada 200 metros teníamos que bajar y regalarle algún cochecito a alguien. Otro que se va contento con su regalo... Al principio me sentí un poco incómoda dándolos. Algunos niños desconfiados dudaban antes de coger algo, otros menos vergonzosos venían y se lo elegían, y los más pequeños acompañados de su madre o algún hermano más mayor también se llevaban su parte. No queríamos fomentar la mendicidad ni hacer que los niños tuviesen celos entre ellos, pero habíamos recogido algunas bolsas llenas de regalos (que agradezco muchísimo a la gente que nos los dio) y aun no habíamos visto ninguna escuela en la que dejarlas. De todos modos Koh Trong era un pueblecito muy pequeño y estoy segura de que todos los niños que nos pidieron tuvieron alguna cosa. Tanto corrió la voz que cuando volvimos al embarcadero y esperábamos el siguiente bote empezaron a venir cada vez más niños y cuando nos dimos cuenta estaban todos jugando alrededor de nosotros con los cochecitos y con la flauta, que fue el exitazo. En realidad tampoco sé si estuvo bien o no regalarles cosas, no hay que acostumbrar a los niños a pedir. Pienso que no es lo mismo que darles dinero y al menos les haces sonreír. Pero esto es otro de los dilemas de Camboya, o de cualquier país pobre, yo por lo menos no sé dónde está el límite entre ayudar y malacostumbrar. Supongo que eso es decisión propia. En el embarcadero antes de la llegada de más niños De vuelta a Kratie aun nos qudaban ganas depasear con la bicicleta, así que aprovechamos y fuimos a ver un poco los alrededores. Pedaleando nos metimos sin darnos cuenta en un barrio de las afueras de lo más desamparado, todavía más necesitado. Sus cabañas en pésimo estado, parecía que iban a derrumbarse de un momento a otro y no iban a resistir la siguiente tormenta. Los niños con cualquier cosa para cubrirse, porque en realidad iban semidesnudos, y aun así con la sonrisa en la boca y saludándonos al pasar. Llegamos en unos minutos a un wat, por la zona en la que estaba debía de ser el Wat Roka Kandal. Y fue entrar al recinto y una estampida de niños se acercó gritando hacia nosotros. Toni, que quería hacer fotos del lugar me pidió que entretuviese a los niños, y menuda odisea. Habría unos 5 o 6 niños, pero hiperactivos y emocionadísimos, y como les estaba haciendo caso, cada vez querían más atención. Todos querían enseñarme lo que sabían hacer, me decían sus nombres y me preguntaron el mío. Luego se me ocurrió coger a una niña por los brazos para que diese un salto muy alto y todos la quisieron imitar. Eran todos muy delgaditos y me cogían de los brazos para que les levantase a ellos también o les rodara por el aire. Fueron solo diez minutos pero intensos y agotadores. Los pobres solo querían un poco de atención, no hacían más que gracias para que me riese. Menuda jauría de niños juguetones Mientras, a 20 metros de aquel alboroto, Toni fotografiaba a una mujer meditando ajena al vocerío; no se inmutó y no movió un pelo ni cuando se puso a un metro de ella para hacerle un retrato, parecía estar en éxtasis. Mujer monje meditando Cuando nos fuimos de allí, cuando nos dejaron los chiquillos en realidad, aun nos persiguieron hasta la entrada y se despidieron a gritos. Media hora más tarde estábamos en la guesthouse dándonos una ducha fresca y descansando, después del trajín con las bicicletas lo único que nos apetecía era ponernos cómodos e ir a tomar una cerveza. Esta vez acudimos a U-Hong II Guesthouse, un lugar donde a parte de quedarte a dormir tenía servicio de restaurante, con una bonita terracita, unos ordenadores para conectarte a internet y también un servicio de “agencia de viajes” donde recopilar información para realizar excursiones por los alrededores. La cervecita de rigor en U-Hong II Guesthouse En la terraza del bar nos pusimos a debatir sobre que era lo más conveniente para seguir con nuestra marcha por Camboya. Nuestro propósito según lo planeado era llegar al noroeste del país para hacer algún trekking por Ratanakiri, adentrarnos en selva y conocer minorías étnicas. Pero los problemas eran varios: por una parte no sabíamos como estarían las carreteras para llegar después de las intensas lluvias, y por la otra no teníamos garantía alguna de que fuesen a parar. Se sumaba también que teníamos que mirar por el presupuesto, y llegar hasta Ratanakiri aparte del precio del trekking era sumar el dinero para el transporte. Muy a mi pesar y al de Toni, porque después nos hemos arrepentido (al menos a mí me ha quedado la espinita), decidimos saltarnos esa parte del itinerario e ir directamente hacia Siem Reap. Aunque no pudiésemos ver sanguijuelas y perdernos por la selva como el año pasado nos consolaba pensar que nos esperaban los Templos de Angkor, patrimonio de la humanidad. Y nueve horas de bus… Etapas 7 a 9, total 24
Después de mucho dudarlo, la mañana de nuestro primer sábado en Camboya empezamos el camino al oeste del país habiendo descartado el trekking por Rattanakiri.
A las siete de la mañana pasaron un par de autobuses por una parada situada en la misma calle en la que nos alojábamos, ambos en dirección a Siem Reap. Sin romper con las tradiciones llovía y volvíamos a subir en un bus destartalado; a esto se sumó que después de empaparnos de agua hasta la ropa interior guardando las maletas, subimos y el bus tenía “aire acondicionado”: un agujero roto en el techo por el que no paraba de salir aire frío a chorro sin opción alguna de poderse regular. Al principio nos tocó cubrirnos el cuerpo con el poncho para entrar un poco en calor con el plástico, pero al final tuvimos que ingeniárnoslas y meter media cortina por el agujero para que dejara de salir aire por allí, al que se estaban añadiendo pequeñas gotas de agua que de vez en cuando nos caían en la nariz. Una ruina de autocar. Camino a Siem Reap Nueve horas nos dijeron que iba a durar el viajecito, así que una vez arreglado el nido y hechos a la idea del tostón intentamos dormir un poco para acortar el camino con tan mala suerte que cuando abrí el ojo aun llevábamos solo una horita de viaje, así que me tocó entretenerme con el paisaje. Una vez tras otra se repetía la misma imagen. Era como viajar por el paisaje de uno de los capítulos de los dibujos de los Picapiedra en los que se repetía todo el rato el mismo fondo. Esta es una de las cosas que más nos chocaron del país, la similitud entre los lugares. Daba igual que estuvieses en el norte en Kratie, en Siem Reap o cerca de la playa en el sur, en Sihanoukville, siempre era igual: cabañas maltrechas, vacas por doquier, niños semidesnudos, campos de arroz con gente trabajando, motos, tuk-tuks y agua, sobretodo agua. Paisajes de Camboya Después de dejar a gente en Kompong Cham, la primera parada para descansar fue Skuon. No llegamos ni si quiera a entrar al pueblo ya que paramos en la carretera, así que personalmente poco puedo decir de éste, pero lo que si que pudimos ver fue una de sus atracciones: las tarántulas fritas. Iba de camino al servicio cuando pasé por delante de un puesto de comida y me percaté de que el montón de comida que tenían las señoras no eran frutas ni verduras sino arañas. Una de las bandejas eran grillos, que aunque no las hubiese ni olido es más común verlas cocinadas en algunos países, pero la otra bandeja que vi tenía arañas. De verdad, no soy pejiguera, pero que asco que daban… Arañas fritas en Skuon Detalle "pa ke se vea" El autobús en el que habíamos llegado se fue; el conductor nos dijo que en unos minutos llegaría otro que nos recogería, y allí en medio de la carretera y rodeados de arácnidos nos sentamos a esperar confiando en que nos hubiesen dicho la verdad y que pronto llegase otro. Y casi cuando nos habíamos derretido de calor y estaba a punto de emerger el desespero apareció otro autobús, el que llegaba a Siem Reap. Este otro cambiando el estilo, más actual, limpio, seguro, espacioso y con una tele. Vamos, otro mundo. Tanta comodidad era sospechosa, se estaban guardando una sorpresa, otro modo de torturarnos y a la media hora pusieron un vídeo: un culebrón camboyano con una protagonista con voz de pito que no hacía más que gritar, que duró una eternidad y al que le siguieron una retahíla de videoclips en su misma línea. Aunque parezca mentira fue puntual: a las 9 horas exactas desde la partida desde Kratie llegamos a Siem Reap. Aun no me explico como haciendo tantas paradas imprevistas y tan impuntuales como son a la hora de salir, tienen tan bien cronometrado lo que dura cada viaje. En el momento en que llegamos a Siem Reap nos convertimos en 2 dólares andantes y nos dimos cuenta desde el momento que pusimos el primer pie en el pueblo. Nada más bajar del bus, con los huesos molidos y el cuerpo agarrotado tuvimos que hacer frente al primer obstáculo, los “cazaturistas”. Había un montón de gente con carteles en las manos y uno de ellos llevaba uno en el que leí “Hello Carme Pellicer and Toni Rodenas”. Cuando el chaval me preguntó si yo era Carme me hice la loca y le dije que no. Me supo mal, pero nosotros ya teníamos pensada una guesthouse en la que alojarnos y no estábamos de presupuesto cómo para dejarnos timar, así que nos fuimos a buscar un tuk-tuk y conocimos a Oein, quien nos acompañaría en nuestra primera visita a los templos de Angkor el día siguiente. Conseguimos que nos llevara por solo 2 dólares. La estación de autobuses está en las afueras pero apenas tardamos 10 minutos en llegar a la Popular guesthouse, un hostal que nos convenció por su módico precio de 8 dólares el día y porque se encontraba cerca de la zona más frecuentada. Cuando llegamos allí supimos que no nos habíamos equivocado y que íbamos a estar muy bien, atendidos por gente joven, con una terraza encantadora en la que podíamos tomar cervezas, una sala con Internet y rodeados de mochileros. Popular Guesthouse Descargamos todos los trastos y nos dimos una ducha revitalizadora, tanto que salimos con unas ganas inmensas de ver lo que nos deparaba la visita, como intuyendo lo que nos íbamos a encontrar. El cautivador pueblo de Siem Reap, lleno de contrastes, nos sedujo la primera noche. Las calles de Siem Reap La calle en la que se encontraba la guesthouse estaba patas arriba, con todos los adoquines levantados y charcos en los que se podía navegar, una vez conseguimos salir ilesos de ésta nos dirigimos al meollo. Nos resultó fácil encontrar el centro, estábamos cerca y a cada paso que dábamos en esta dirección iba cambiando el ambiente; pasamos de un extremo a otro en cuestión de segundos. Dejamos de ver calles destrozadas, miles de tuk-tuks haciéndonos ofertas y suciedad, para encontrarnos con una calle llena de turistas, cuidada y llena de gente haciéndonos ofertas de sus bares. Era la calle Pub Street, la arteria principal de Siem Reap por la que pasa todo el flujo de gente que viene a visitar los templos de Angkor, los que realmente dan vida a este pueblecito y lo mantienen en pie, como verdaderos órganos vitales. Comienzo de la calle "Pub Street" Anochecía cuando nos adentramos en el jaleo, todos los garitos empezaban a encender sus luces y por momentos se llenaba de color y de gente. A ambos lados jóvenes ofreciéndonos sus menús para que consumiésemos en sus locales, carteles de happy hour y una amplia heterogeneidad de garitos. Gente de lo más variopinta, de cualquier país, turistas, mochileros, viajeros. Todos paseando, comprando, tomando una copa o cenando. Un pequeño mundo aislado de la realidad en el que era sencillo desconectar de la evidencia de afuera. Por unos minutos llegamos incluso a olvidar la miseria que acabábamos de ver los últimos días y desconectamos totalmente del exterior cuando, ya acomodados en el Angkor What? nos pedimos nuestra jarra de cerveza. Ensimismados con la atracción que nos producía aquel lugar estuvimos largo y tendido charlando y bebiendo sin percatarnos de que ya era de noche y no habíamos comido nada en todo el día. Solo la presencia de una niña queriéndonos vender unas pulseritas nos hizo bajar de la nube y ver que seguíamos en la misma Camboya. Cervecitas en... "Angkor Wat?" Salimos en busca de algún indio que se me antojaba para cenar y de camino vimos a un grupo de músicos tocando sentados en el suelo, todos con la misma particularidad, tenían algún miembro amputado víctimas de una mina. Sonaban y ambientaban aquel tramo de calle a la vez que trataban de vender algún cd suyo. Músicos camboyanos mutilados por las minas En una avenida un poco más alejada del centro encontramos el Curry Walla, un restaurante indio muy bien de precio y con unos platos tan ricos como picantes donde probé por primera vez el masala, una mezcla de especias para acompañar cualquier cosa, ya sea un trozo de carne o mi ansiado naan. No se si disfruté más de la cena por el hambre que tenía o por las ganas de repetir un menú tan sabroso como el de hacía ya casi un año en el Yasmine, en Pakse (Laos). Estábamos nosotros solos y la atención fue perfecta, lo alargamos hasta que nos apeteció volver otra vez al ambiente animado. Nuestra guerra con el picante en el Curry Walla Esta vez optamos por meternos en el Temple, un restaurante-pub que como su nombre indica estaba ambientado en los templos de Angkor y decorado con piedras, estatuas y bajorrelieves similares a los del mismo. Dentro había unos billares y arriba una zona donde hacían bailes a determinadas horas, pero preferimos quedarnos en las mesas que había en la entrada desde las que se podía sentir el jolgorio viendo ir i venir al gentío. Aplacando la sed en el Temple pub Allí estuvimos media noche haciéndonos unos cócteles por los que nos regalaron un par de camisetas hasta que decidimos que ya era hora de ir a dormir, que el domingo teníamos que madrugar y empezar a ver los famosísimos templos. Etapas 7 a 9, total 24
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