MI BRUSELAS ✏️ Blogs de Belgica

El Parque del Cinquantenaire, que separa mi casa del Barrio Europeo, es mucho más urbano que el Bois de la Cambre. Sus jardines de estilo francés son infinitamente más pequeños, pero tiene también bonitas construcciones en las calles que lo rodean, sobre todo en l’avenue de l’Yser, hacia el norte y l’avenue des Gaulois et des Nerviens, al sur. Porque en l’avenue de la Rennaissance casi todos los edificios son modernos bloques de apartamentos, destinados a una población flotante, empleados más o menos temporales de las instituciones europeas.

Pero la joya de mi barrio es sin duda la Maison Cauchie, situada el nº 5 de la rue des Francs, dentro de la comuna de Etterbeek, al lado del Cincuentenario, pero sin ocupar uno de los solares fronterizos con el parque. La casa fue construida al principio de la rue des Francs, con vistas laterales al parque, pero en unos terrenos más asequibles que aquellos otros situados justo enfrente del parque, que seguramente suponían un coste excesivo para los Cauchie.

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Paul Cauchie (1875-1952) realiza en Amberes estudios de arquitectura y se inscribe más tarde en l’Académie de Baux Arts de Bruselas donde estudia pintura decorativa y, sobre todo, la técnica del esgrafiado. Más decorador que arquitecto, se especializa en la realización de esgrafiados integrados en la arquitectura. En 1905 contrae matrimonio con Carolina Voet, alumna como él de l’Académie des Beaux-Arts y deciden construir para ellos una casa sobre una parcela de seis metros de ancho que Paul Cauchie ha comprado cerca del Cincuentenario -como ya dije-, bien visible desde las otras arterias vecinas.

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Bruselas, gracias a arquitectos como Horta, Hankar o Henri Jakobs, se está convirtiendo en ese momento en la capital del “Art Nouveau” coincidiendo con un periodo de expansión de la ciudad. Este desarrollo urbanístico propicia la construcción de numerosas viviendas para una burguesía adinerada que rivaliza en originalidad, mezclando tanto estilos como técnicas decorativas. Algunas comunas incluso, como Saint-Gilles, Ixelles o Schaerbeek, organizan concursos de fachadas y las calles, con sus sucesiones de fachadas diferentes unas de otras, se convierten así en museos al aire libre.

Y volviendo a la Maison Cauchie, Paul Cauchie concibe su fachada como un inmenso cartel publicitario en el que él y su mujer se anuncian como especialistas en diferentes técnicas decorativas bajo el lema central de la fachada “Par nous, Pour nous”. Siguiendo esta divisa, Paul Cauchie y su esposa Lina llenaron esta vivienda-taller con sus múltiples creaciones: pinturas, muebles, bordados… dentro de la concepción de arte total. Pero son sobre todo los esgrafiados, técnica redescubierta al final del siglo XIX, los que destacan por encima de todo. El esgrafiado es una técnica decorativa que consiste en superponer a una capa de grafito otra de yeso sobre la que se hacen incisiones de manera que quede al descubierto la capa inferior, que es de otro color. Cauchie es autor de varios centenares de esgrafiados repartidos por toda Bélgica, pero los que ejecutó para su casa son de una belleza excepcional.

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Afortunadamente, esta casa que estuvo a punto de ser derribada, fue adquirida por los actuales propietarios quienes, después de llevar a cabo una excelente restauración, la exhiben al público el primer fin de semana de cada mes. Según cuenta su propietario durante la visita, cuando ellos adquirieron la vivienda las paredes del salón estaban recubiertas de papel pintado. Al levantarlo, se encontraron con lo que nunca hubieran imaginado: todas las paredes estaban cubiertas con esgrafiados de Cauchie.

Es el mío un barrio cosmopolita por la proximidad de las instituciones europeas que se encuentran en lo que la gente llama el Quartier Européen, y de las que nos separa solamente el parque del Cinquantenaire. Viven aquí muchos eurócratas quienes, caso de trabajar en la Comisión Europea o en el Consejo, pueden ir tranquilamente a pie hasta su lugar de trabajo. Cruzamos el parque y al otro lado ya nos encontramos con el Rond-Point Shumann en donde están los edificios más representativos de las instituciones: Berlaymont -sede de la Comisión Europea- a la derecha y los destinados al Consejo a la izquierda. Y un poco más allá tiene su sede el Parlamento Europeo.

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Detrás del edificio del Consejo se encuentra uno de los edificios más importantes de comienzos del pasado siglo: La Résidence Palace (ahora en restauración), construida por Polak en un intento de atraer a la alta burguesía belga hacia la ciudad. Polak, inspirándose en el Rockefeller Center de Nueva York, construyó entre 1922 y 1927 un conjunto de apartamentos de lujo, de tres a veinte habitaciones cada uno, decorados con elementos Art Déco. En una época en la que pocos elegidos podían disponer de automóvil, cada apartamento contaba con dos plazas de garaje privadas, un teatro, una piscina, que fue decorada por Horta, un restaurante, canchas de tenis, boutiques, servicios colectivos y todas las comodidades necesarias para una vida de refinamiento. Curiosamente no tuvo éxito y esta tentativa de instalar a los belgas en apartamentos -aunque fueran lujosísimos- fracasó, al igual que ya había fracasado a finales del siglo XIX el intento de atraer hacia el centro a los burgueses apartamentos hausmanianos de Anspach, avenida construida a imagen y semejanza de París, porque -como ya dije- la mentalidad belga es individualista y el belga prefiere su casa y su jardín, aunque esté alejada del centro, a un lujoso apartamento en un edificio compartido con otros.

Y detrás del edificio Berlaymont, en 107 de la rue Stevin, se encuentra la única librería española: la librería “Punto y coma” , pequeña pero bien surtida. Se encuentran todas las últimas novedades al mismo precio que en España y tiene además una sección de manuales de español para extranjeros y otra de música y DVDs.

Dentro también del mismo barrio, pero ya más céntrico, en l’av. des Arts, 39 está la librería Filigranes que es una de mis favoritas. Es enorme, con espacio cafetería para la presentación de novedades y otras actividades culturales, muchas secciones, incluso de literatura en leguas extranjeras, y sofás en los que te puedes sentar tranquilamente a ojear simplemente o a leer tranquilamente sin que nadie te moleste. Dentro también de este estilo de librerías diferentes hay una muy original, pero bastante menos céntrica, está en Woluwe-Saint Lambert, en el 251 de la avenida Paul Hymans, al lado del centro comercial de Woluwe. Se llama Book and Cook y ése es el concepto: libros y cafeterias-restaurantes todo mezclado. Está muy bien decorada y en cada sección hay un espacio cafetería donde puedes sentarte a tomar algo mientras ojeas un libro, salvo si quieres comer, en ese caso no puedes ojear uno de los libros de la librería. Hay además espacios relax con confortables sofás en los que puedes sentarte a leer lo que quieras y cuanto quieras. Esta librería me la descubrió mi amiga Mieke a quien le quedaba cerca de su casa y le encantaba venir a pasar un rato mientras leía recetas de cocina. Hay sin embargo una cosa que me desagrada un poco y es que, cuando te paseas entre los estantes, te llega el olor de la comida que se está preparando, o que se está comiendo, y eso no me gusta demasiado

Del Rond-Point Shumann sale, hacia el centro de la ciudad, la rue de la Loi, para mí la más fea de Bruselas: no muy ancha, altos y tristes edificios grises que no dejan pasar el sol, aceras estrechas con carril bici que las hace, no sólo más estrechas aún, sino además peligrosas. No hay un solo escaparate, un solo restaurante, una sola cafetería… Sólo oficinas, oficinas y oficinas.

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Muchas veces pienso que, si una persona viene por razones de trabajo a Bruselas, se hospeda en un hotel de este barrio, acude a reuniones a la Comisión, al Consejo o al Parlamento y, para conocer algo más de Bruselas, coge el metro hasta Gare Centrale y da una vuelta por los alrededores de La Grand Place, llegaría a dos conclusiones, ambas falsas: la primera que ya conoce lo más importante de Bruselas y la segunda que Bruselas es feo. Comprensible sin embargo porque, a excepción de la Grand Place, de una belleza impresionante, el resto -“Barrio Europeo” y alrededores de la Grand Place- son decepcionantes. El primero por anodino y gris y los segundos por destartalados y sucios. Bruselas no es el centro, son sus barrios, hay que conocer sus barrios residenciales para descubrir su riqueza, su patrimonio, que es inmenso e indiscutible.

En el fondo, la rue de la Loi no es muy diferente de las otras calles de este barrio al que -como ya dije- la gente llama “el Barrio Europeo” por encontrarse aquí la mayor parte de las sedes comunitarias. Triste y aburrido, con la única excepción de la Place du Luxembourg, entre la rue des Trèves y la rue d’Arlon. La plaza no es especialmente bonita, aunque cuenta con el edificio de la antigua estación de Luxemburgo, cuya esfera del reloj es reproducida por la cúpula del Parlamento Europeo, un enorme edificio de cristal situado justo detrás. Para ver el efecto de perspectiva hay que colocarse enfrente de la estación, al otro lado de la plaza. La peculiaridad de esta plaza son las cervecerías, cuyas terrazas se llenan literalmente, a partir de las cinco de la tarde, de un público joven e internacional que recala allí después del trabajo en alguna de las oficinas europeas. La animación, cuando el tiempo es bueno, y sólo en semana, es increíble. Me encantaba cuando en primavera cruzaba la plaza a rebosar camino de mis clases de inglés en la rue d’Arlon.

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Otra cosa que también se salva en este “Barrio Europeo” es el Parc Léopold y la Biblioteca Solvay. El parque, que lleva el nombre de Léopold II, fue abierto al público coincidiendo con los actos del cincuentenario. Es pequeño pero muy agradable. En cuanto a la Biblioteca Solvay, diseñada a principios de siglo XX por los arquitectos bruselenses Constant Bosmans y Henri Vandeveld, fue costeada por el importante empresario y mecenas Ernest Solvay. Actualmente es lugar de encuentro de distintos eventos políticos, culturales o sociales: convenciones, reuniones especiales de de alguno los órganos de las instituciones europeas, recepciones de Embajadas…El marco, que combina maderas, vidrieras y anaqueles, se presta a la perfección a esos menesteres.

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Muy cerca del Parc Léopold se encuentra la popular Place Jourdan a donde a veces mi marido y yo nos acercamos paseando para dar una vuelta por el animado mercado de los domingos, lleno de puestos callejeros en donde se puede comprar casi de todo.

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La plaza está rodeada de bares y restaurantes en los que está permitido sentarse en la terraza (o en el interior cuando hace frío) para tomar algo y acompañar la consumición con un cornete de las patatas fritas -según dicen- mejores de Bélgica, compradas en el kiosco de la Maison Antoine, después de haber esperado muy pacientemente el turno en la cola. Cada cornete va servido parsimoniosamente en varias capas de papel, lo cual lleva su tiempo, de ahí la explicación de la cola que no avanza nada. Las patatas están muy ricas, pero el olor de la grasa de buey con la que las fríen no me gusta y es el olor característico de la plaza.

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La última vez que estuvimos en la plaza, como ya no hacía tiempo para estar en la tarraza, entramos en el interior de Chez Bernard. Es un ambiente muy bruselense, como dicen ellos “convivial”, en donde es fácil entablar conversación con el vecino mientras observas cómo algunos de los parroquianos, además de las patatas fritas, traen también su barra de pan, la abren, colocan dentro las patatas fritas, acompañadas a veces de mayonesa, y se lo comen todo a modo de bocadillo. Otra de las originalidades de este país.

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En uno de los laterales de la plaza hay un establecimiento de una cadena que podríamos llamar de fast food. Mamma Roma es una pizzeria de comida rápida, con escuetas mesas, codo con codo con tu vecino, para que comas y no te apalanques. Fue nuestra hija Lucía quien nos llevó a uno de sus locales porque a ella le encantaba la variedad de pizzas con ingredientes originales y buena masa, además de buenos precios, por supuesto. Se puede pedir al peso por muy poco dinero y, si se prefiere, por 7€ tienen un menú que comprende dos buenos trozos de pizza a elegir y una bebida. La de patata y trufa está deliciosa.

Otro paseo muy diferente a éste, pero que me gusta hacer siempre que vienen amigos a vernos, es acercarnos hasta los squares de Ambiorix, Marie Louise y Marguerite, los tres sucesivamente al otro lado del Rond Point Shuman, al final de la rue Archimède, en lo que se llamó en otro tiempo le Quartier Léopold, dejando atrás mi barrio y casi dentro de este “Barrio Europeo”.

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Es una zona en la que hay algunos magníficos edificios Art Nouveau aunque, por la cercanía de las instituciones europeas, algunos de ellos fueron sustituidos por impersonales edificios de apartamentos para eurócratas. Enseño siempre la maison Saint-Cyr en el nº 11 de Ambiorix, espectacular, con su mínima fachada de 4 metros de ancho, sus cuatro pisos y su recargada decoración en el más puro estilo Art Nouveau de curva y contracurva. Fue construida por Gustave Strauven, entre 1901 y 1904 para el pintor Georges de Saint-Cyr. Las balaustradas de hierro de sus balcones, decoradas con motivos vegetales, ocupan un gran espacio. Es espectacular la logia de la cuarta planta con su gran ventanal casi circular. Algunos autores la clasificaron este edificio como de Art Nouveau barroco que recuerda el estilo gótico flamígero por la profusión de su decoración. Afortunadamente ahora acaba de terminarse su restauración porque, naturalmente, mientras duraron las obras la fachada estaba cubierta de vallas y era imposible de fotografiar.

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Un poco más abajo, entre los squares de Ambiorix y Marie Louise, hay que pasear por la rue Palmerston, pequeña pero llena de preciosos edificios.

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El nº 4, el Hotel Van Eetvede, es un edificio del gran arquitecto Victor Horta (1861-1947) construido en 1895 con una innovadora estructura metálica que recuerda mucho a la que utilizó para su vivienda personal en la rue Américaine. La sobria fachada contrasta con el exuberante interior que pude ver gracias a las Jornadas del Patrimonio que se celebran una vez al año para dar a conocer todo el patrimonio artístico de Bruselas.

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Durante esos días es posible acceder a interiores de viviendas privadas o a edificios públicos que normalmente no están accesibles al público. Tienen un éxito enorme, razón por la que tuve que hacer más de una hora de cola para poder entrar en la casa. Pero la espera valió la pena. El interior es impresionante por su disposición, su arquitectura, su refinamiento, su exuberancia, sus vidrieras multicolores que tamizan suavemente la luz, sus maderas, todos ellos detalles pensados para sorprender a los invitados en los salones de recepción y que -en el caso de las residencias Art Nouveau- pretendían mostrar, no tanto el estatus social de sus propietarios (aunque sin duda también), sino más bien su talante abierto y moderno dispuesto a adoptar una estética que rompía totalmente con la tradición anterior.

Otro de los sitios que me encantan de Bruselas es el antiguo barrio de mi amiga Ljljana, de origen serbio, y que estará ahora habituándose a su nueva vida en Teherán. Ljljana vivía en un edificio moderno de varias alturas en la rue du Lac, que baja desde l’avenue Louise hasta los estanques de Ixelles, en la comuna del mismo nombre, entre Etterbeek y Saint Gilles. Era uno de los pocos edificios feos de la calle, construido -supongo- por los años sesenta para dar rentabilidad a una antigua “maison de maître”. Toda la calle, así como las calles que rodean los estanques tienen edificios de principios del XX, como en toda Bruselas alternando estilos: neo-renacimiento flamenco, clasicista francés, Beaux Arts, Art Déco y algunos ejemplos importantes de Art Nouveau. Es una zona preciosa, los dos estanques rodeados de vegetación, la iglesia de la Sainte-Croix en uno de los extremos, la abadía de La Cambre en otro y “maisons de maître”, a cada cual más bonita, a ambos lados.

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En l’avenue du Général De Gaulle, que comienza en la Place Flagey, en los nº 38 y 39 hay dos “maîsons de maître” de estilo Art Nouveau que merecen una parada. Fueron construidas las dos al mismo tiempo por Ernest Blérot. Forman un conjunto, pero no son idénticas. Con la misma fachada en piedra tallada blanca y gris, ambas presentan también logias y escalera rematadas con forja de dibujos vegetales. Son por lo tanto dos edificios gemelos pero con elementos diferenciadores: el nº 38 remata su fachada con un pequeño piñón, mientras que el 39 presenta un alero horizontal. Sorprenden dos cosas: la presencia en ambas viviendas de garaje para automóvil (parece ser que Blérot era un fanático de los automóviles), en una época en que ser propietario de un coche era francamente excepcional, y la firma del escultor encima de la puerta de entrada del nº 39.

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A Blérot le gustaba estampar su firma en las fachadas y de hecho, si cogemos la primera calle a la derecha, rue Vilain XIIII, encontramos otros dos ejemplos de “maisons de maître” construidas también por él, más modestas, pero con su firma grabada igualmente en la fachada de forma bien visible. Son los nº 11 y 9, aunque aquí las fachadas son diferentes, una con la misma piedra blanca y gris de las anteriores, pero la otra es de ladrillo. Ambas presentan logias rematadas con forja y vidrieras con motivos vegetales. El nº 9 tiene una greca con esgrafiados bajo el alero y también entre las ventanas, bastante bien conservados, y el nº 11, que remata su fachada con un piñón, presenta una espléndida ventana con curva y contracurva, adornada con vidrieras de motivos vegetales.

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Pero hay más zonas de Ixelles en donde Blérot nos dejó más muestras de Art Nouveau. En 1898 la municipalidad de Ixelles convoca un concurso de fachadas y Blérot participa con varias construcciones en la rue Solvay y en la rue Saint-Boniface.
Es el barrio de Saint-Boniface un barrio muy de moda, alrededor de la iglesia que le da nombre, con una magnífica fachada gótica recién restaurada, y muchos establecimientos -bares, cafeterías, restaurantes y tiendas- a donde voy a veces con Carmen, mi amiga española, aunque de formación más bien germana por haber vivido más tiempo en Alemania que en España.

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Nos gusta entrar a echar un vistazo en una librería de viejo, Librairie Hankard en el nº 25 en la rue la Paix, o tomar un té en una tetería, que ocupa el “rez-de-chaussée” de un edificio Art Nouveau en la misma calle Saint-Boniface, con una preciosa entrada en madera típicamente Art Nouveau, supongo que de la misma fecha que la que figura en la tarjeta de establecimiento: “Comptoir Florian” magasin&salon te thé, since 1897. Se pueden comprar infinitas variedades de té, o bien tomar una taza en uno de sus dos saloncitos, en donde una luz tenue y acogedora, junto a una decoración de estilo colonial, invitan a un momento de reposo. Sobre todo en invierno, o cuando hace frío, porque en Bruselas no sólo hace frío en invierno. Las temperaturas son muy variables. A veces en primavera aparecen de golpe temperaturas estivales y otras veces en verano algunos días se parecen más al invierno que el verano. Cuando hace bueno en el “Comptoir Florian” sacan unas mesitas a la acera, pero ya no es lo mismo, pierde la calidez de su interior.

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Como decía, Blérot dejó en este barrio muchas fachadas Art Nouveau. En la rue Saint- Boniface son suyos los edificios de los números 17,19, 20 y 22. Y la calle Solvay los números 12, 14, 16, 18, 19, 20 y 22.

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En el nº 12 de esta calle el arquitecto construye la que será su vivienda, propiedad aún hoy de sus descendientes.

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Casi enfrente está la brasserie L’Ultime Atome, siempre hasta los topes, haciendo esquina con la rue Saint- Boniface, dentro de este barrio siempre animadísimo en fines de semana, al lado de Matonge (pronunciado “matongué”), el barrio africano de Bruselas representado en un enorme mural del artista zaireño Chéri Samba, al comienzo de la Chaussée d’Ixelles.

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Atravesar el pasaje que une la Chaussée d’Ixelles con la Chaussée de Wavre un sábado por la tarde es como entrar en África: peluquerías de mujeres y de hombres, ellos cortándose el pelo, ellas haciéndose trencitas o poniéndose lo que se llaman “extensiones”, terrazas a lo largo del pasaje, familias enteras charlando animadamente, niños correteando, tiendas de telas con llamativos estampados africanos, todo ello a rebosar, y uno no puede creer que todo eso forme parte de Bruselas.

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Porque la comuna de Ixelles es muy variada. La plaza Flagey, por ejemplo, que -como dije antes- está en uno de los extremos de los estanques, hace de frontera entre dos zonas muy diferenciadas: al norte un barrio popular y multiétnico de viviendas modestas y, rodeando los estanques de Ixelles, un barrio residencial caro y exclusivo con edificaciones de alto standing.

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Esta plaza Flagey, una de las grandes plazas de Bruselas, es una zona neurálgica de la ciudad, siempre muy concurrida. Allí se dan cita tanto los jóvenes belgas francófonos como los jóvenes extranjeros que por diversas razones están pasando una temporada en la ciudad. Personalmente no me gusta nada su reciente remodelación, me parece fría, ni tampoco los edificios que la rodean, sin ningún interés, salvo el edificio de antigua “Maison de la radio”, de estilo racionalista, obra de Joseph Diongre y terminado en 1938. El edificio, que recuerda la forma de un barco, es sin duda una buena muestra de una arquitectura más reciente. Desde 2002 alberga el centro cultural Flagey con programa de actividades durante todo el año -ciclos de cine, exposiciones, conciertos, conferencias- y, en su planta baja, el café “le Belga”, uno de los más interesantes de la capital, con su terraza siempre repleta de gente cuando hace bueno.

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En el otro extremo de los estanques de Ixelles está l’Abbaye de la Cambre, antiguo monasterio cisterciense, fundado en 1201 en lo que eran entonces las afueras de la ciudad, cerca ya del Bois de la Cambre. Funcionó como tal hasta el siglo XVIII para conocer después múltiples actividades, desde hospital militar hasta la Escuela Nacional Superior de Artes Visuales que es hoy en día. El conjunto, que continúa los estanques con sus jardines y patios, es uno de los lugares más románticos de Bruselas.

Como mi amiga Carmen vive en la comuna de Bruselas-centro, frecuento con ella zonas muy distintas de mi barrio. También su calle, al lado de la Porte de Namur, es una zona fronteriza: hacia arriba la Chaussée d’Ixelles, bulliciosa, multiétnica y comercial, al lado de Matonge y Saint Boniface, de los que ya hablé en la etapa anterior. Hacia abajo la Place Royale, frecuentada fundamentalmente por turistas que vienen a ver los Museos de Beaux Arts y más recientemente el Museo Magritte, para continuar el paseo después por la Grand Place y su entorno: Galleries Royales Saint Hubert, Marché aux Herbes, la Bourse, la Cathédrale de Sainte Gudule, Mont des Arts, Manneken Pis y la pintoresca rue des Bouchers para ir a cenar. Este es el circuito turístico por excelencia, pero naturalmente a estas alturas ya no es el nuestro. Aunque la belleza de la Grand Place sigue impresionándome.

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Pero volviendo a la Porte de Namur, de donde habíamos partido -y que yo llamaba zona fronteriza- además del contraste entre la Chaussée d’Ixelles y la zona histórico-monumental, hacia un lado tenemos los bulevares que van hasta el impersonal Barrio Europeo (del que ya hablé en la etapa 4) y hacia otro el Boulevard de Waterloo, en donde se encuentran todas las tiendas de lujo con las marcas más exclusivas y con un público muy diferente al de la Chaussée d’Ixelles. Entre el Boulevard de Waterloo y la rue aux Laines hay un pequeño y encantador parque Le parc d’Egmont, que lleva el nombre de uno de los nobles ejecutados por el Duque de Alba durante las guerras de religión en los Países Bajos. Podríamos decir que es un parque para iniciados porque ninguna de sus cuatro entradas se ven desde las calles adyacentes. Una de ellas se encuentra en un lateral del Hotel Hilton y vale la pena entrar, atravesar el parque para salir a la rue aux Laines, muy cerca ya del Petit Sablon, un jardincito rodeado de una verja coronada con estatuas representando diferentes oficios y, en el interior, en la parte alta, dos estatuas, una de ellas de del Conde d’Egmont, considerado por los flamencos como un héroe nacional.

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Si Volvemos otra vez el Bd. de Waterloo, y si lo cruzamos para ir hacia Ixelles, basta con cambiar de acera para darnos cuenta de los contrastes de Bruselas: el Boulevard de la Toison d’Or, que se encuentra en la acera de enfrente, ya tiene otro aspecto, deja de ser una zona de lujo. Porque otra de las curiosidades de Bruselas es que los bulevares de lo que se llama “la Petite Ceinture” no tienen el mismo nombre en las dos aceras. La confusión que esto puede provocar es enorme, si a ello añadimos que todas las calles llevan además el doble nombre en francés y en flamenco. Confusión aún mayor si -como me ocurrió a mí- buscas una calle al principio de la estancia, en un día en que esté lloviendo con lo que yo llamo “la lluvia horizontal” porque el viento la arrastra paralela al suelo, el paraguas va en todas direcciones, el plano vuela, es imposible ver el nombre de la calle y las personas a las que preguntas cómo se llama la calle te dicen que estás en tal calle -que no es la que buscas- pero no se les ocurre decir que el nombre de la calle de la acera de enfrente es otro, ese precisamente que tú estás buscando en vano.

Se llama “la Petite Ceinture” al conjunto de bulevares que rodean el centro histórico de Bruselas. Tiene unos 8 km. y la forma de un pentágono, término con el que se designa al corazón de la ciudad. Se construyeron sobre el antiguo trazado de la segunda muralla, -construida en el siglo XIV- que rodeaba y protegía toda la ciudad de Bruselas cuando, lo que ahora son comunas de Bruselas, eran localidades próximas pero en las afueras de la capital. Aunque sólo se conserva el torreón de la Porte de Hal, sí se mantienen algunos de los nombres de las antiguas puertas de la ciudad.

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Fue la Exposición Universal de 1958, la primera que se realiza después de la Segunda Guerra Mundial, la que propició la creación de estos bulevares, y de los túneles bajo ellos, para mejorar el urbanismo de una ciudad que en algunos aspectos había quedado obsoleto. El proyecto exige eliminar antiguas calles para crear espacios abiertos que permitiesen el trazado de las vías de circulación. Así nacen los actuales bulevares de la “Petite Ceinture”, pero cada acera conserva el nombre de la antigua calle a la que pertenecía. Esa es la explicación de los dos nombres y no en el gusto belga por el surrealismo.

Como recuerdo de esa Exposición queda igualmente el Atomium (en el extremo norte de la ciudad), diseñado por André Waterkeyn y que representaba un cristal de hierro aumentado 165.000 millones de veces, buscando simbolizar el uso pacífico de la energía nuclear. Este pabellón, al igual que la Torre Eiffel, estaba destinado a desaparecer tras la exposición. Finalmente (desde mi punto de vista, con buen criterio) se conservó, convirtiéndose así en el icono de la ciudad de Bruselas y se muestra espléndido, tanto de día como de noche, tras su reciente restauración.

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No lejos de allí no hay que perderse otras dos edificaciones que sorprenden por su exotismo y su belleza: la Tour Japonaise -una pagoda de seis pisos- y el Pavillon Chinois. Son muestra del interés y la fascinación al principio del pasado siglo por China y Japón, que tanto influyeron en el Art Nouveau. Parece ser que la Tour no proviene de la Exposición Universal de París en 1900 sino que fue comprada por Léopold II con la intención de construir una avenida con monumentos representativos de diferentes estilos exóticos. Se trata en realidad de una réplica construida por Alexandre Marcel e inaugurada en 1905. El Pavillon Chinois, ricamente decorado, fue construido unos años más tarde con la intención de convertirse en un restaurante de lujo. Hoy ambos edificios acogen colecciones de porcelanas antiguas chinas y japonesas.

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Y a pocos metros de allí, dentro del Palacio de Laeken -residencia de los reyes- están los invernaderos reales que pueden visitarse en primavera. Durante unas tres semanas más o menos, el tiempo en que las plantas están en flor, se abren al público y es verdaderamente espectacular por su colorido, su frondosidad, su riqueza botánica y la rareza de algunas especies. Obra de Balat, profesor de Victor Horta, los invernaderos son una de las construcciones más importantes de la arquitectura bruselense del siglo XIX.

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Pero no es ésta una zona para nuestros paseos. Carmen y yo solemos pasear por el centro, en función de los intereses del momento. Nos gusta hacer incursiones en las tiendas de “vintage” y aquí en Bruselas hay muchas posibilidades. En l’avenue Louise hay una tienda vintage interesante -Timeless- pero tremendamente exlusiva y cara. Tiene cosas de marcas de muy buena calidad y en muy buen estado, pero cuesta casi tanto como de primera mano. Además, como ocurre en algunos establecimientos de Bruselas, abre únicamente algunos días y algunas horas. Pero siempre se puede curiosear desde el exterior. Y en la acera de enfrente, en el nº 175, hay otra, “Les Enfants d’Edouard”, que es una mezcla entre “vintage” y “outlet”. Tienen mucha ropa de segunda y de primera mano, con precios razonables. Y más hacia el centro, en la rue Dansaert, 76 -la calle de los diseñadores belgas más de moda- está “Idiz Bogam”, con ropa sobre todo de los años 70/80, en un local bonito, bien presentado y con precios también razonables. Sin embargo la que más nos gusta es “Gabrièle Vintage” en la rue des Chartreux, 27, regentada por una señora alemana de trato agradable y que vende, no sólo ropa, sino también bisutería, bolsos y accesorios en general. Está bien surtida, se encuentran cosas diferentes y a precios aún razonables, aunque ya más caros que al principio, cuando la descubrimos.

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Estas dos últimas tiendas están al lado de Saint-Géry y de la place De Broukère. Saint-Géry es otra de las zonas de animación para gente joven, llena de cafés, restaurantes y terrazas. Se dice que es el sitio con más terrazas por metro cuadrado de Bruselas. En este lugar, en donde el rio Senne (curiosamente de igual pronunciación que la Seine parisina) formaba una isla en la que nace Bruselas a fines del siglo VII, se decide, en el siglo XIX, construir un mercado cubierto, las Halles de Saint Géry. Las obras, en estilo neo-renacimiento flamenco, son dirigidas por el arquitecto Vanderheggen y terminadas en 1882. Cerrado como tal en 1977, se reabre en 1999 como centro cultural y centro de información dedicado al patrimonio bruselense. Actualmente, además de exposiciones, el interior está acondicionado como cafetería para un público muy joven que disfrutan de cómodos sillones en donde pueden descansar y de acogedores espacios iluminados a la luz de las velas para las noches.

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Detrás del edificio, en el nº 23, de la rue de la Grande Île, hay una verja - desgraciadamente no siempre está abierta- que permite la entrada a un pequeño y encantador patio privado, rodeado de viejos edificios de ladrillo rojo comidos por la hiedra, en donde puede verse el único trozo del río Senne que no fue canalizado en la ciudad.

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La plaza De Broukère es otra de las plazas importantes de la ciudad. De ella parte el Boulevard Anspach, quizás el más representativo del centro de Bruselas. Fue construido en el siglo XIX a imagen y semejanza de los bulevares parisinos hausmanianos para intentar atraer al centro de Bruselas una burguesía que prefería los barrios residenciales más alejados. Intento vano porque no tuvo éxito -al igual que ocurriría más tarde con la Résidence Palace, de la que ya hablé en la etapa 4-, y los bonitos edificios de Anspach están hoy un tanto degradados, sobre todo a medida que nos alejamos de De Broukère y nos acercamos a la Gare du Midi. En la misma plaza se encuentra uno de los hoteles de más raigambre de Bruselas, el hotel Métropole construido en 1895 en estilo Art Nouveau y con la terraza más chic de la ciudad: mesas y sillas de enea dispuestas en paralelo a la calle, buscando el espectáculo de los transeúntes, al igual que las terrazas parisinas. Es el único hotel del siglo XIX de la capital que continúa en activo.

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Y al final del paseo solemos recalar en uno de los numerosos establecimientos de la cadena Exki, franquicia de comida “bio” rápida. Siempre tenemos alguno a mano. En De Broukère hay uno en frente del Métropole, y allí soy incapaz de sustraerme a un chocolate caliente bien cargado y una tartaleta de limón: humm… ¡delicioso!

Fue mi hija Lucía quien me descubrió el barrio de Saint Gilles contiguo a Ixelles y fuera de la Petite Ceinture, pero a pesar de ello muy céntrico. A mi hija le encantaba por su arquitectura y por su ambiente joven y desenfadado, sus locales diferentes y acogedores como Les deux Paons, una original tetería en el 77, rue de l’Albanie que únicamente abre en sábados y domingos de 14h. a 19h (otra originalidad de esta ciudad), o las terrazas del Parvis de St. Gilles, atiborradas de gente en verano y en domingo, día de mercado en la plaza.

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Pero, además, la antigua comuna de Saint Gilles tiene una gran riqueza arquitectónica porque también aquí se hacían concursos de fachadas como en Ixelles y, aunque la mayoría de ellas necesitarían una pequeña restauración, hay calles, como la de Vanderschric, que son un auténtico museo al aire libre. En todos los edificios hay elementos dignos de mención: el balcón del edificio que hace esquina con Waterloo, el escaparate Art Nouveau del nº 3 convertido ahora en una pastelería-salón de te, la decoración de madera y hierro forjado del nº 5, los esgrafiados del nº 15…

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y así hasta el nº 25 en la esquina con Jean Volders, ocupado por la cafetería con decoración Art Nouveau “La porteuse d’eau”, en donde merece la pena entrar a tomar algo sólo por ver el interior. Todas las fachadas de la calle son diferentes pero todas están dentro del mismo estilo.

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Aunque, sin lugar a dudas, la joya del Art Nouveau de Saint Gilles se encuentra en el nº25 de la rue Américaine. Allí hay que visitar la vivienda y el taller del célebre arquitecto, que ya nombré varias veces, Victor Horta. Tiene horarios raros, de 14h. a 17h., y a veces hay que hacer cola pero es una visita imprescindible. Su fachada, como ocurría con la del Hotel Van Eetvede en la rue Palmerston, es austera pero el interior es impresionante. Es un claro ejemplo de lo que los arquitectos Art Nouveau llamaban “el arte total”: todo está conjuntado y armonizado dentro de la misma filosofía. Todo el mobiliario y la decoración es de época con lo que tienes la sensación de haber traspasado el tiempo y estar viviendo en otro mundo. Las vidrieras sobre la escalera son impresionantes y el juego de espejos que las reflejan en el último piso es una maravilla. Todo está cuidado hasta el último detalle para que te sumerjas en una atmósfera de refinamiento total. Desgraciadamente las fotos están prohibidas.

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Una vez allí merece la pena también acercarse hasta el Hotel Hannon, otro buen ejemplo de Art Nouveau, en l’av. de la Jonction,1. Aquí sí están permitidas las fotos y las vidrieras de lo que llaman jardín de invierno, con sus juegos de color, se prestan a las mil maravillas. Volvemos a encontrar allí el refinamiento del Art Nouveau en todo su esplendor.

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Saint Gilles es también visita imprescindible cuando recibimos amigos. Nos gusta enseñar además el edificio del Ayuntamiento que, con su fachada de color blanco y tejado de pizarra en estilo renacimiento francés, más parece un palacio propio de los castillos de la Loire que el Hôtel de Ville de una simple comuna de Bruselas.

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Pero no es el único ayuntamiento de sorprende por su magnificencia. Tan importante e impresionante es el Ayuntamiento de Schaerbeek, comuna en la que vivió Jacques Brel, aunque la Fundación que lleva su nombre no se encuentre allí sino en la Place de la Vieille Halle aux Blés, muy cerca de la Grand Place. A Schaerbeek también llevamos a nuestras visitas para que se sorprendan con el magnífico edificio del Ayuntamiento, de ladrillo rojo y negro, en estilo neo-renacimiento flamenco, con azulejos, piedra blanca tallada, piñones, chimeneas y tejado de pizarra en varios niveles, todo ello en una plaza con bonitos edificios dentro del mismo estilo y que -como en Saint Gilles- también necesitarían una pequeña limpieza.

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Y al lado del Ayuntamiento de Schaerbeek, en la rue Marechal Foch nº 9 se encuentra otra obra importantísima del Art Nouveau, la Maison Henri Jacobs que en 1900, fecha de su construcción, es la primera vivienda burguesa construida por este arquitecto en Schaerbeek destinada a residencia privada para él y su familia. La fachada necesita sin duda una pequeña restauración, pero aún pueden contemplarse los magníficos esgrafiados del último piso, de motivos vegetales en tonos rojizos, obra de Privat Livemont, artista que colaboró frecuentemente con Jacobs.

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Y para terminar damos un paseo por la calle -para mi gusto una de las más bonitas de esta comuna de Schaerbeek- rue Louis Bertrand, trazada en 1905 para unir la iglesia de Saint-Servais con el parque de Josaphat y que cuenta con algunas fachadas ganadoras de premios en los concursos de fachadas de esta comuna. Es un excepcional conjunto ecléctico que tiene varias importantes fachadas Art Nouveau de Gustave Strauven. Desgraciadamente algunas de ellas están un poco abandonadas porque el barrio se convirtió poco a poco en una zona de acogida de inmigrantes y se ve que los propietarios de los edificios no invierten en su conservación. En los números 65 y 61 de la calle hay dos restaurantes italianos: La Buca di Bacco en el primero, y Osteria delle Stelle en el segundo. El primero ocupa el bajo de un edificio Art Nouveau con una preciosa marquesina en hierro forjado, el segundo tiene -además de buena comida italiana- una decoración Art Nouveau muy bien conservada. Y dentro de esta comuna yo recomiendo pasear también por los alrededores del parque Josaphat cuyas calles de edificios de ladrillo rojo perfectamente conservadas son deliciosas.

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Dentro del centro está también Sainte-Catherine, una zona muy peculiar. No parece Bruselas. Conserva el ambiente marinero que recuerda los orígenes del barrio cuando se encontraba allí el puerto de Bruselas. El antiguo canal está ahora cubierto (aprovechado para el trazado del metro) y a ambos lados de ese espacio se suceden restaurantes con diferentes menús en los que figura siempre un plato de pescado. El más caro -y supongo que también el mejor- es François, haciendo esquina entre la rue Sainte-Catherine y le quai aux Briques, y frente a un lateral de la iglesia que da nombre al barrio. Es también muy típico la pescadería-bar “La Mer du Nord”, en donde se pueden degustar ostras u otras especialidades -según el mercado del día-, apoyados en un mostrador directamente sobre la acera. Hay siempre mucha gente.

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En diciembre en la zona central de la calle se coloca una pista de hielo, una noria y casetas de madera en donde se pueden comprar regalos navideños, espantar el frío con un vaso de vino caliente con azúcar, clavo y canela o degustar alguna especialidad venida de otras tierras. A pesar del frío está siempre lleno de gente recorriendo las casetas adornadas con motivos navideños o patinando en la pista de hielo. Una buena forma de acercarse a la Navidad.