10 días de vacaciones en Seychelles ✏️ Blogs de SeychellesNuestras vacaciones de este verano por tres islas de Seychelles: La Digue, Praslin y Mahé. Un trocito del paraíso en el Índico...Autor: Irene25 Fecha creación: ⭐ Puntos: 4.8 (22 Votos) Índice del Diario: 10 días de vacaciones en Seychelles
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Etapas 7 a 9, total 11
Recogimos las maletas y fuimos a encontrarnos con la representante de Le Domaine, que llevaba su cartelito correspondiente. Nos apretujaron a todos los nuevos huéspedes en un trenecito eléctrico para hacer un trayecto de tres minutos. A 5€ por cabeza ya tienen bien montado el negocio, detalle feo.
En la entrada un empleado hacía sonar un gong al llegar el tren. Nos hicieron pasar a un hall mientras buscaban nuestros datos, nos ofrecieron una especie de té frío, y aparecieron con unos documentos para revisar. Nombres, direcciones… luego nos dieron las explicaciones pertinentes sobre el hotel y fuimos a pagar, tal como habíamos acordado por mail. Pero no nos dieron factura del pago, que hicimos en efectivo, pese a reclamarla a distintas personas. Eso nos podría haber traído problemas, ya que además tenían los datos de nuestra tarjeta de crédito, pero por suerte no pasó nada. Al terminar nos acompañaron a la habitación, bueno a la casa. Nos dieron otras tantas explicaciones más, nos dejaron un mapa (todo pintarrajeado con las advertencias de la chica, yo que lo quería guardar de recuerdo) y por fin, nos dejaron en paz. ¡Qué rato más largo se me hizo el del chek in! Las villas son preciosas, todas con los nombres de las playas: la nuestra era Anse Petit Major, la 101. No pudimos más que preparar unos bocatas de jamón buenísimo y echarnos a hacer la siesta después de un día y medio de viaje. Unas tres horas más tarde, al despertar, estaba oscureciendo pero solo eran las seis. Más descansados decidimos salir a dar una vuelta, por los alrededores. Pedimos hora para el desayuno del día siguiente, preguntamos por las bicis, nos acercamos paseando hasta el súper más cercano y volvimos a preparar la cena, unos macarrones con tomate. Nos trajeron un par de botellines de agua, unos chocolatitos junto a una nota de buenas noches y un papelito con la previsión meteorológica de los próximos días y algunas noticias europeas, todo en inglés (todo esto fue cada día). Ellos lo llamaban descubierta de cama, yo tenía entendido que este servicio consistía en hacer la cama de verdad, por lo menos en otros hoteles… y con lo aficionados a la siestecilla que somos en vacaciones. Más tarde salimos un rato a la zona de la piscina, donde un grupo tocaba en vivo y se veían un montón de estrellas. La gente tomaba algo, o terminaban de cenar en el bufet, que costaba la friolera de 50€ por persona (a 100€ la noche, por cuatro noches que íbamos a estar calcula el ahorro…), bebidas a parte. Nos despertamos hechos polvo. Cansados. Tomamos el mega desayuno que te traen a la habitación e hicimos la mochila para salir a explorar la isla. Toalla, algo de pasta, cámara… y a por las bicis. En el hotel nos las prestaban sin recargo, genial. Salimos hacia el sur, parando en dos o tres playitas a mojarnos los pies y hacer fotos. Llegamos casi media hora más tarde al parque de Union State, 10€ por persona la entrada. No veas… Pedí un mapa del sitio, pero la señora de los tickets me dijo que no tenía pérdida y que todo estaba bien indicado. Vale. Encontramos el molino de coco, playas muy bonitas, plantaciones y ¡las tortugas gigantes! Qué ilusión, estuvimos un montón de rato dándoles de comer y haciendo fotos. Qué fantástico. Proseguimos hasta la deseada Anse Source d’Argent, el último tramo a pie. El paisaje es increíble, sorprendente ¿cómo se aguantan algunas rocas? Y la playa muy bonita, pero con algas. Había gente, algunos hacían snorkel, pero no habría más que un par de peces. No cubría casi nada, parecía una piscina, y al fondo se intuía el arrecife, donde chocaban las olas y cambiaba el color del mar. Todo el rato estuvo nublado, y las fotos no lucen demasiado. Decidimos volver a comer a la villa, previa parada en el súper: agua, carne, patatas… no muy caro y poca variedad. Pagábamos en euros y nos daban el cambio en rupias. Nos hicimos unas hamburguesas con patatas fritas caseras. Descansamos un rato y decidimos volver a ver las tortugas. Nos valía el ticket de la mañana, menos mal, pues por la tarde ya no vendían y a unos chicos no les dejaron entrar. Cosa que no acabo de entender, porque el parque no se cerraba a ninguna hora. Curioso… Después de las tortugas volvimos a la playa, esta vez estábamos prácticamente solos. Con la tranquilidad del atardecer empezaron a aparecer cangrejillos, hicimos otro montón de fotos practicando con el autodisparo, muy divertido, hasta que llegaron unos nubarrones negros, y decidimos ir marchando. Nos dio el tiempo justo de llegar al bar, que ya estaba cerrado pero tiene un porche exterior, donde nos encontramos las siete personas que quedábamos por la zona, algunos Chardonnay en mano. Cayó un tormentón increíble. Esperamos un rato pero se nos hicieron las seis y llegaba la hora de entregar las bicis en el hotel. Como teníamos un paseo salimos en pleno chaparrón, “I’m riding in the rain…” Como no podía ser de otra forma al llegar paró de llover. Nos fuimos a duchar y a preparar la cena. Un poco de lomo a la plancha acompañado de patatas fritas otra vez, porque no tuvimos narices de encontrar una lechuga en toda la isla. Volvió a llover, y ya no salimos, nos quedamos viendo una peli. Es que somos bastante caseros. El tercer día volvimos a amanecer cansados. Resulta que nuestra villa tiene justo al lado una fuente con agua corriendo 24h, los pájaros con cualquier luz parecían volverse locos y piaban histéricamente, y la bomba del aire acondicionado que estaba justo bajo la ventana de la habitación, collada a la pared del cabecero de la cama, hacía también bastante ruido. Y mira que nos dormimos en cualquier lado… y aquí también, pero no descansábamos bien. De nuevo súper desayuno en el jardín (huevos, fruta, tostadas, embutido…) y preparación de las mochilas para la excursión de hoy. Incluimos unos bocadillos para comer fuera, para no tener que volver si nos pillaba lejos el hambre. Hoy la cosa prometía. Fuimos a por las bicis y nos dirigimos hacia Belle Vue, un punto alto de la isla desde el que se contempla casi toda la costa oeste. Paramos en la oficina de turismo del jetty para contratar una excursión de medio día, para el día siguiente. Si llueve nos cambian el día, o la hora, o nos devuelven el dinero. Vale, entonces compramos puesto que las previsiones meteorológicas que nos facilitaba el hotel cada noche eran 0% fiables. Hicimos un buen tramo en bici, hasta que empezó la subida bestia. De pronto en un tramo de 1Km hay un desnivel de 300m. Me planté, y dije que yo abandonaba la bici y subía andando, que no valía la pena cargarla hacia arriba para luego volver a bajarla, por supuesto no pensaba bajar por ahí montada para estimbarme en la primera curva. Total que dejamos las bicis, el un poco preocupado por si les pasaba algo, y mochila al hombro empezamos el ascenso. Incluso los nativos subían con la bici a cuestas, ese desnivel no lo hacen ni los del Tour de France. Andando ya cansaba, paramos un par o tres de veces a descansar porque el calor era asfixiante, eran sobre las 11 de la mañana y no había ni una nube. Por suerte algunos árboles y palmeras hacían pequeños tramos de sombra. Al final, llegamos. Durante casi todo el tramo de subida solo pasamos por tres o cuatro casas desperdigadas, y un altar con una virgen pequeñita. Curioso… Llegamos a Belle Vue hora y media después de salir del hotel. Arriba hay un bar con mirador donde la consumición era obligatoria. No había ningún cliente más, y estuvimos un rato recuperando fuerzas, haciendo fotos… Comenzamos el descenso, más animados y contentos por las maravillosas vistas. Tardamos quince minutos en bajar lo que subimos en más de una hora, hasta las bicis. Se nos cruzó un taxi que subía y a los cinco minutos volvía a bajar. ¡Y nosotros tardamos una hora! Parando a descansar a ratos, claro… Bajando charlamos sobre a donde ir después. Decidimos que cruzaríamos la isla hasta Grand Anse. Yo al principio pensé que no lo haríamos porque era mucho tute, al subir casi se me asfixiaba el hombre… y si encontrábamos otro desnivel igual sería una auténtica paliza, pero me sorprendió. Como nos recuperamos bien y queríamos ver tanto en poco tiempo tomamos rumbo al sureste. Hicimos otra hora en bici (por la tarde tendríamos el culo dolorido), en alguna subida fui a pie, pero el camino con suaves subidas y bajaditas se hizo más ameno y entretenido que el de la mañana. Aquí nos cruzamos con más gente que hacía esta excursión por libre. También hay que decir que había más árboles y más tramos de sombra, pero con miles de mosquitos tan desesperados que ignoraban mi relec extra fuerte. A medio camino hay un chiringuito de zumos y frutas, pero no paramos. El último tramo, sin asfalto, me daba repelús. De peli de miedo. Nota mental: el bueno es el camino del medio. Al llegar cambia la cosa, hay una esplanada y un bar, y seis personas en toda la playa. Llegamos y ¡Oooh! Quizás lo más bonito que habíamos visto en la isla. Unos colores del agua, la arena… pero ya nos habían advertido que no nos podíamos meter porque había grandes olas y fuertes corrientes. Solo nos mojamos un poquito los pies en la orilla. Creo que hice trescientas fotos, y entre tanto comimos los bocatas, con unas chips. De pronto empezó a lloviznar. Ni nos movimos, como traíamos calor de la excursión y no nos habíamos podido bañar en el mar no nos importó mojarnos un poquito. Y luego, a los diez minutos, volvió a salir un sol de justicia, así sí que me lucen las fotos. Entonces teníamos la opción de andar durante una hora y llegar a Petite Anse, y luego otra más para llegar hasta Anse Cocos. Claro que luego teníamos dos horas más para volver hasta Grand Anse. Pero sabíamos que en esas playas tampoco podríamos bañarnos, y las imaginábamos similares a esta. De modo que con el tute que llevábamos ya, y la hora en bici que todavía nos esperaba hasta el hotel, decidimos, sin mucha pena, dejar esa excursión para la próxima vez. De vuelta paramos en el súper, y al retomar el camino unos dolores en el trasero... Será la falta de costumbre. Dejamos las bicis, las cosas en la villa y nos fuimos directamente a la piscina, que hoy nos la habíamos ganado a pulso. El agua friísima. Me apeteció un cocktail en el wet bar (rollo Punta Cana, sin salir del agua) pero al ver el precio se me quitaron las ganas del susto: ¡30€! ¡Si en mi pueblo me vale 6€ y me parece caro! Cuando nos cansamos de agua nos fuimos a la ducha, y a preparar la cenita. Hoy tocaba una sopa mientras veíamos una peli. Y caímos rendidos. Penúltimo día. Y aún tanto por ver… Pero hoy teníamos la excursión de snorkel a Cocos y Felicite. Tomamos el desayuno algo más ligero porque me veía arrojando en la lancha, o con un corte de digestión. Salíamos del jetty a las 9:30 y ya hacía mucho sol. Llegamos a un islote y nos tiramos al mar. Ala, a ver peces. Pues me tiro, hago dos brazadas, levanto la cabeza y… ¡ahhhh! Qué susto, ¡me encontré cara a cara con una tortuga! Grité un poco. Creo que me hubiese esperado antes un tiburón de arrecife que una tortuga. Jordi se moría de risa, y el resto del grupo flipaba rodeándonos (a la tortuga y a mi) y haciendo un montón de fotos. Qué momento… emoción, bochorno, risa… Estuvimos un buen rato, viendo un montón de pececillos de colores, súper bonitos, algunos más grandotes, y también vimos una pequeña raya. Pero ni rastro de tiburones. Cuando la gente del grupo empezó a subir a la lancha fuimos para allá, no queríamos ser los tardones de turno. Y cuando estuvimos todos, pusimos rumbo a Felicite. Allí teníamos que saltar al agua en la zona del arrecife (saltar es un decir claro, con sentarse en el escalón y deslizarse un poco ya estabas en el agua), que no estaba lejos de la playa. Nuestro guía trajo una tortuga y me hice una foto. Primero me decía ven que no pasa nada… y luego cuando la soltó me dice, hombre si te encuentras una mejor no la cojas porque muerde. ¡Ah vale, ya estoy más tranquila nadando por aquí…! En realidad me encanta hacer snorkel, me maravilla, pero a la vez me da respeto, y los peces me dan un poco de repelús. Es raro, creo… Total, que se nos ocurrió la genial idea de ir hasta la playa. Cubría cada vez menos pero había más olas y el coral estaba más cerca. Había que ir con cuidado de no chocar para no dañarnos mutuamente ¡con los pies de pato! ¡Qué horror! Ese rato lo pasé fatal, casi me cargo un trocito porque me entró agua en las gafas, perdí el equilibrio con los pies y con las olas tuve que apoyarme un poco para no ahogarme. Encima el fondo (de 1,20 máximo) estaba súper revuelto por el oleaje, y en mi estado de alerta permanente diviso una tortuga a un par de metros ¡Ag! A ver si llegamos rápido a la orilla. No duramos ni cinco minutos fuera del agua, y regresar hasta la zona de la lancha fue otra media odisea. Pero al llegar, y relajarme un poco viendo el arrecife y los peces… se me pasó todo. Decidimos no hacer más el tonto y dedicar el tiempo que teníamos a hacer snorkel, que era fantástico. Empezó a chispear. Las gotas se notaban frías. Vimos que más de medio grupo ya había subido al barco, y decidimos salir. Curiosamente aún hacía sol. Justo iba a subir yo, pero se me antojó meter la cabeza por última vez y vi, por debajo del barco, unos peces grandotes pero casi planos, me fijé más, y descubrí como cambiaba la cosa a solo unos metros del arrecife, la profundidad, el color del agua, el tamaño de los peces… qué inmensidad, y qué pequeñita yo, más de lo habitual. Nos repartieron unas bandejas de fruta y mientras llegaba el último rezagado del grupo, que se resistía a abandonar el maravilloso lugar. Se fue nublando, y cada vez llovía más, como una tormentilla de verano, solo que julio es su invierno… en fin, clima tropical. Llegamos al jetty chorreando, en bikini, envueltos en las toallas porque al final con la velocidad de la lancha teníamos fresquito. La gente flipaba un poco, especialmente los de ferry que acababan de llegar. Pero no se imaginaban cuánto nos había gustado la excursión. 100€ bien invertidos, aunque nos hubiese salido más barato negociarla con los rastafaris del jetty (el puerto, para los amigos). Pasada la una estábamos en la villa, justo para comer. Preparé un aperitivo (olivitas, chips, tostaditas de paté…) mientras se hacía el lomo rebozado que haría de plato principal. Descansamos un ratito y fuimos a por las bicis para recorrer la costa noreste. Esta excursión fue la menos agradecida. Había subidas y bajadas, casi todo el rato fuimos bien en la bici, pero el camino es muy largo, y apenas hay indicaciones para saber a qué altura estás. Total, que íbamos parando para hacer fotos desde la carretera, de playitas preciosas, de las islas vecinas en las que por la mañana hicimos snorkel… pero no sabemos ni en qué sitios paramos, ni hasta donde llegamos (creo que hasta Anse Banane, en una zona de casitas). Algún letrerito ayudaría porque toda la costa es muy parecida. No vimos más que tres personas en las playas de todo el trayecto, y aunque en la zona no aconsejaban echarse a nadar, las rocas hacían unas protecciones naturales de algunas playitas en las que podríamos habernos remojado un poco hasta las rodillas. Cuando nos aburrimos de no saber por dónde íbamos y de cuánto quedaba, dimos media vuelta con nuestras bicis, esta vez sin parar tanto a hacer fotos. Cuando llegamos a la altura de Anse Sévère, muy cerca ya del hotel, nos dimos un chapu viendo la puesta de sol, ya que íbamos bien de tiempo. Las 18:30 era la hora límite para devolver las bicis así que siempre intentábamos llegar un poco pasadas las seis. En el punto de retorno no había nadie, las dejamos y nos fuimos directos a la piscina. ¡Que mañana nos vamos! Han pasado volando estos días, y todavía nos quedan cosas por ver en La Digue. Una duchita, empezar a hacer maletas, la cena… Después de la tortilla de patatas, un poco melancólicos, nos fuimos a dormir. Llaman a la puerta. Es de día. ¡Pero si falta una hora para que nos traigan el desayuno! Ah, pues ellos opinan que sí es la hora. No sé para qué preguntan pues… A las 10 había que dejar la habitación y hacer el chek out, añadir un par de aguas… todo correcto. Y por fin la factura, después de reclamarla por enésima vez, recordando que ya habíamos pagado el primer día. Nos guardaban el equipaje hasta las 11:40, hora en que nos trasladaban hasta el jetty, esta vez nada de ir tren, en un taxi de verdad (no habrá ni veinte coches en toda la isla) no en el típico carro de buey al que ellos llaman taxi. Cogimos las bicis por última vez y aprovechamos para ir a comprar algunos souvenirs, luego nos conectamos a internet desde el ordenador de recepción que el hotel ponía a disposición de los clientes de forma gratuita. Éramos conscientes que seguramente en los próximos alojamientos no nos podíamos conectar, y menos gratis. Ya en el jetty compré los tickets del ferry, esta vez de papel, justo en la puerta del barco, nada de oficinas. Cargaron las maletas y poco a poco dejamos atrás esta fantástica isla de La Digue. Etapas 7 a 9, total 11
Llegamos en poco rato, en un trayecto bastante tranquilo y con muy pocos pasajeros. Lástima que en el puerto no encontrábamos esa marea de gente de agencias, de los que alquilan coches… que esperábamos, así que nos dejamos convencer fácilmente por un taxista que nos llevó hasta el hotel. Nos dijo que en la zona de Côte d’Or el alquiler de un coche sería más barato que en el Jetty, que era nuestra primera idea. Bueno…
Llegamos a los chalets, pagamos, nos dieron las explicaciones pertinentes y nos enseñaron nuestro bungalow, de nuevo con más explicaciones. Tanta información y tan rápido que a veces ni me enteraba… pero siempre te dicen lo típico: que si cierra con llave, que si lo que necesites estamos en recepción, que así es el chalet... Una vez más, estábamos cansadísimos, así que comer (benditos macarrones) y siesta. Luego fuimos al súper para variar, y a dar una vueltecilla por la zona. No vimos locales de alquiler de coches, nuestra recepción ya estaba cerrada de modo que no podíamos preguntar… así que nos acercamos al hotel vecino, en busca de más servicios. Llegamos y había un mostrador de Creole, una de las agencias oficiales de las islas, otro de alquiler de coches… pero nadie atendiendo. En recepción nos dijeron que el de las excursiones no tardaría, y como no queríamos echar a perder el día siguiente, pensamos adelantar la excursión que ya teníamos pensada. 120€ por cabeza nos pedía el hombre. ¿Qué??? No, no, muy cara. Queremos otra excursión. Después de insistir, el hombre sacó algo un poco más económico. “Bueno hay una… si queréis ver el Valle del Mai y Anse Lazio…”. Vale, nos la quedamos, de todos modos es lo que queríamos ver al día siguiente por libre, y vale la mitad que la otra. Sanguijuelas… Volvemos paseando, con los chubasqueros porque llueve, nos espera una ducha y la cenita, hoy toca carne a la plancha y más patatas. Dichosa verdura que no llega a los súpers… Cuando nos despertamos preparamos las cosas, y el desayuno, que aquí no lo teníamos incluido, pero estábamos bien aprovisionados. Vamos a la recepción del Berjaya donde nos recogen. Salimos prontito en minibús, parando en otros hoteles, hacia el Valle del Mai. Para esta excursión ropa de recambio: de playa debajo y antimosquitos encima. Chubasquero por las nubes amenazantes. Íbamos a la selva, pero aún así con chanclas... para vernos, pero luego muchos iban así. Nos acompañaba un guía que iba explicando en inglés, y vimos el famoso Coco de Mer. Visita muy recomendable, un paseo ameno. Luego volvimos al minibús y nos llevaron a la famosa playa. ¡Qué carreteras! ¡Qué de curvas! En un punto se tuvo que parar, poner primera y subir a toda leche rezando porque no bajara nadie en el otro sentido. Entonces me alegré de no ir en coche particular… Pero llegamos bien. Y qué maravilla, la mejor playa hasta ahora: te podías bañar y hacer un poco de snorkel, contemplar un paisaje fantástico, unos azules del mar, arena blanca, agua cristalina y limpita, sin algas… Con olas, más divertido. Con todo, incluso gente claro, jejeje. Pero nada de aglomeraciones, eh? Daba la sensación que no éramos más de 15, pero no puede ser porque solo en el bus ya veníamos estos. Súper tranquilos estábamos. En el rato que estuvimos llovió tres veces. Nos resguardamos bajo una palmera con cocos, suerte que no nos cayó ninguno. Qué imagen con el bikini y el chubasquero por encima. Pero lo pasamos bien luchando con las olas, haciendo snorkel, haciendo fotos… Como en la excursión no entraba la comida habíamos preparado unos bocatas. Llegó la hora de marcharse, haciendo el tour por los hoteles correspondientes. Pero estábamos contentos con la excursión. Al llegar decidimos dar otro paseo por la playa de nuestra zona, pero igual que el día anterior había un montón de algas en el agua y en la arena. Nos vino a encontrar un rastafari de un chiringuito cercano. De muy buen rollo nos ofrecía excursiones en barco, que salían cada día desde ese mismo punto en el que estábamos. El precio era muy tentador, 50% más barato que con Creole. Y picamos, porque al día siguiente salía la de Curieuse que queríamos hacer en principio. Le dimos 50€ de paga y señal (si le traíamos algunos amigos más nos hacía más descuento…) y a cambio un post it. Yo malpensaba, ¿y si venimos mañana y no hay nadie? Pero nos fiamos. Volvimos al bungalow, ducha, competición de sudokus ya que no teníamos tele… Luego preparamos la cena a base de huevos, una especie de salchichas y más patatas (¡necesito una lechuga!) y un poco de relax mirando las estrellas en el jardín. Día 25. Hoy es nuestro segundo aniversario de boda. Tiene que ser un día especial, y la excursión a Curieuse y St. Pierre promete. Ya hace una semana que nos fuimos de Barcelona y parece que fue anteayer. En dos minutos llegamos a la playa donde habíamos quedado y allí estaban, el rasta y otros clientes. Pagamos el resto de la excursión y nos subieron a una lancha dirección a Curieuse. Aquí la playa también está llena de algas, pese a que nos dijeron que no habría. En la zona de las barbacoas un guía nos muestra un mapa de la isla y nos señala el camino por donde tenemos que ir para encontrar la reserva de tortugas, aunque el grupo había entendido que nos acompañaría alguien… Pero el camino por la selva no era difícil y tenía algunas indicaciones. Íbamos paseando, y parando a hacer fotos, y en tres cuartos de hora estábamos en la bahía, llena de tortugas. Estuvimos horas por allí, paseando, dándoles de comer y haciendo cientos de fotos. Era una pasada. Al principio solo les tocábamos un poco el caparazón, porque muerden… pero creo que estas están muy acostumbradas a la gente y no hacían nada, más bien al revés, pobres. Luego descubrimos que no les importaba que les acariciásemos un poco la cabeza. Descubrimos que hacen ruido, son tranquilas y agradecidas. Nos seguían en busca de las hojas de los árboles que teníamos, cuando se levantan del suelo y caminan ¡impresionan! Son una pasada. Recuerdo un idiota que tuvo la genial idea de montarse a cuestas de una, estaba sentado encima con todo su peso para hacerse una fotos, y la pobre tortuga no se podía levantar… la oía quejarse desde lejos. Hay gente a la que tendrían que poner un vigilante 24h, a falta de conciencia. En fin… llegaba la hora de comer, teníamos que regresar a la zona de barbacoas y había un paseo, pero esta vez al ir por faena tardamos media horita. Llegamos antes de la hora acordada y nos dio tiempo a visitar el “museo”, por llamar de alguna forma a los cuatro pósters con información que tenían en una sala. Comimos un poquito –literalmente- de pescado, carne, ¡tomates!, fruta… Y salimos en lancha hacia Illot St. Pierre. Mejor comer poquito porque para ir a nadar no es muy conveniente. De camino llovió, pero antes de llegar al sitio ya había parado, qué tiempo loco. Ya había cuatro personas haciendo snorkel, y entonces nos dijeron “ahora os bajáis y vamos a buscar al resto del grupo, cuando lleguemos os recogemos para volver a Praslin”. Claro que se me pasó por la cabeza ¿y si no vuelven? ¿Y si pasa algo? ¿Y si…? Pero entonces pusieron la lancha en la arena para que pudiésemos bajar, en dos metros cuadrados de arena que de pronto se inundaba por el oleaje y empujaban la lancha contra las rocas. Qué miedo. Bajamos volando, lo más que pudimos, y el barquito se fue. Hice de tripas corazón, nos enfundamos las gafas y los pies, y al agua patos. Qué tendrá el fondo del mar que incluso en estas circunstancias me relaja… Vimos peces y pececillos, y un erizo. Pero nada de tortugas, ni rayas, ni tiburones. Sin darnos cuenta fueron llegando barquitos, y el islote se iba llenando de gente. Cuando nos quisimos dar cuenta ya venían a buscarnos, y entonces estaba a tope, acababan de llegar catamaranes más grandotes con un montón de peña. Al principio no me hacía gracia estar tan solos allí, pero luego me alegré porque me di cuenta que la tranquilidad que habíamos tenido nosotros, pocos la habrían sentido en ese fantástico lugar. Empezamos a subir a la lancha, esta vez con un millón de personas en los dos metros cuadrados de arena, que ni se imaginaban lo peligroso de estar ahí. Y entonces vimos que nos faltaba una parejita de nuestro grupo. Hace rato los vimos caminar hacia la parte de atrás del islote, que es enano, así que no podían estar muy lejos. Decidieron rodear St. Pierre con la lancha para buscarlos, y efectivamente en la parte de atrás estaban descansando. Les gritamos entre todos para que se diesen cuenta de que se había terminado la excursión. Nos dejaron en nuestra playa después de un día estupendo. Tomamos una ducha y salimos a aprovechar la última tarde en Praslin. Más souvenirs, más súper y un buen paseo comiendo un coco de un puestecito callejero. Como al final no habíamos alquilado coche pedimos en nuestra recepción que avisasen un taxi para que la mañana siguiente nos llevase al jetty. Un pica pica y lomo rebozado para cenar. A la mañana siguiente hicimos las maletas, desayunamos y nos recogió el taxi muy puntual. Etapas 7 a 9, total 11
El catamarán dejó Praslin sobre las 12 y sin darnos cuenta ya estábamos en la última isla. Esto solo tiene una lectura: ¡ya se termina nuestro viaje! Pero que no cunda el pánico, vamos a aprovechar los días que quedan sin pensar en esto.
Esta vez había sido un traslado más agradable, igual el mar estaba más tranquilo, pero también influyó el hecho de viajar en la parte de abajo del catamarán, con el aire acondicionado. Creo que hice un poco de trampa porque pagué lo más barato en la taquilla de la oficina y al subir al barco, con todo el morro, entré y me fui directa a la cabina inferior, ya que en el ticket no pone asiento, ni zona, ni precio... Descargaron nuestra maleta grande la última (y es que la colocaron debajo de todo por su tamaño, aunque ya no pesaba como cuando llegamos), y de nuevo mientras esperábamos estábamos rodeados de agentes y gentes y maletas… Vimos una oficina de turismo justo enfrente, ponía que alquilaban coches, y cuando estuvimos listos entramos de cabeza. Yo había visto por internet precios desde 30€ al día (los más baratos, sobretodo en Praslin) pero que la mayoría rondaban los 50 o 60€. Así que en la isla principal y siendo temporada alta me propuse alquilar por 50€ al día como máximo. La chica de la oficina llamó a un par de agencias de alquiler para preguntar, y tras una breve negociación nos consiguió uno. Hablaba con los del renting, nos decía la oferta y luego yo le decía “120€ es muy caro” o “vale, ¡este!”. Y quedó así: del día 26 al 28, dejándolo en el aeropuerto a las 19:30, por 100€. Supongo que ellos cuentan por días, no por horas, porque al principio cuando le dije que quería el coche para 2 días y ella me dijo “para hoy y mañana, ¿no?”, pero la convencí: “de hoy a mañana 1 día, y de mañana al jueves son 2 días”. Se portaron bien porque en realidad eran más de 48h, y teníamos la experiencia que aquí en Europa si pasas de media hora te suelen cobrar un día más entero. Total, que tras el regateo teníamos que esperar a que nos lo trajesen, como no habíamos reservado y había un poco de caravana perdimos más de media hora allí. Aprovechamos para pedir un mapa, y preguntar cómo se llegaba a nuestra guesthouse. También nos entretuvimos haciendo fotos y viendo como limpiaban los Cat Cocos. El pago, los datos y todo lo hicimos directamente con el chico del renting, ya fuera de la oficina. El cochecito estaba bien, tenía algunos rasguños que nos marcó, mientras nos iba explicando: “aquí alguien aparcó muy cerca y al abrir la puerta dejó esta marca… allí un arañazo en el bajo porque algunos caminos son malos y alguien debió tocar…” De buen rollo, y sonriente, nos contaba esto como si fuese algo normal, como si no pasara nada. Yo soy muy desconfiada con el alquiler de coches por una mala experiencia anterior, pero no le dije nada porque veía que iba anotando todo esto en el papel del alquiler. El chico nos dejó su número personal por si nos pasaba algo con el coche, o por si necesitábamos ayuda, muy amable. Alquilamos un Daihatsu Sirion, cambio manual y aire acondicionado, con Oceanic cars. Debíamos devolverlo con 2 rayitas de gasolina, igual que estaba. Como siempre no contratamos ningún seguro adicional. Dejamos los datos de la tarjeta de crédito con aquella fórmula mágica de “pagas un máximo de 500€ si le pasa algo al coche” (¿eso es la franquicia? Mira que he alquilado veces y no me entero…) y nos pusimos en marcha. Habíamos tenido tiempo de estudiar el mapa y realmente es muy fácil: hay una carretera circular que casi rodea la isla, y unas cuantas que la cruzan de lado a lado, siempre desde y hasta la carretera circular principal, todas de doble sentido. Luego por dentro de la capital, Victoria, ya es distinto, o en algunos pueblecitos, porque hay más calles, pero no tiene pérdida. Tomamos la carretera en sentido sur, desde el puerto hasta Pointe au Sel, la zona de Villa Dorado. Primer bordillazo nada más salir de la rotonda. Bueno, hay que familiarizarse con las medidas, no las del coche que es enano, sino con tener todo el vehículo a la izquierda, y claro al principio se pegaba un montón a la izquierda de la carretera. Sufriendo bastante -aunque sin más incidentes- llegamos a la guesthouse. Muchas están bien indicadas, o tienen la entrada anunciada como la nuestra, jardín con acceso directo a la carretera. Nos presentamos, nos explicaron un par de cosillas y enseguida nos instalamos. En el jardín podíamos dejar el coche sin problemas y sin cargo. Es una casa preciosa de dos plantas, con playa, porche, barbacoa… Arriba tienen las tres habitaciones para huéspedes, muy amplias y cada una con su baño. Por internet nos habían gustado las fotos pero cuando la vimos en directo nos encantó. No teníamos vistas al mar porque era más caro, pero casi me gustó más así, ya que las habitaciones con vista al mar tenían ventanal con salida directa al porche que es zona común y, o bien cierras las cortinas, o tienes menos intimidad. Veníamos con hambre urgente así que nos preparamos unos bocatas en la misma habitación y descansamos un ratito. Queríamos aprovechar al máximo, de modo que enseguida salimos a investigar la isla para cumplir nuestros objetivos. Íbamos a ver Anse Interdance y Anse Soleil, que supuestamente nos quedaban cerca. El tema de conducir merecería una etapa aparte, pero voy a hacer un resumen: ¡es un horror! Las carreteras son muy estrechas, con muchas curvas y unas subidas/bajadas que quitan el hipo. Son estrechas hasta el punto que en algunos sitios concretos no pasan dos coches a la vez (por ejemplo cuando la roca de la pared invade el camino), y en la mayoría caben, pero bastante justos. Los locales conocen bien los caminos, de modo que como es natural circulan bastante más rápido que los pobres guiris, así que suelen adelantar. No hay arcén ni iluminación, no hay aceras ni quitamiedos. No siguen unas normas lógicas, como adelantar con buena visibilidad, parar sin entorpecer el tráfico, señalizar… La norma es conducir por el medio, y apartarse lo justo cuando viene alguien de cara. Suerte que el tráfico no es constante. Pero sin duda, lo peor son los autobuses. Conducen a una velocidad de vértigo, en las curvas invaden por completo los dos carriles puesto que no caben, no pueden adelantarte (no porque no quieran, ¡es que no caben!) así que se pegan a más no poder para meterte prisa. Están por todas partes de modo que te los puedes cruzar en cualquier sitio. En cualquier sitio, en el menos pensado, lees en el suelo “bus”, y sí, allí hay una parada. ¿De cuál? No sé. ¿Cuándo pasa? Ni idea. Pero pasan por allí, y se paran. ¡Y hay gente esperando! A veces son lugares en los que parece increíble que haya algo cerca. Si un bus va circulando delante de ti ten por seguro que en cualquier momento se para. Hay que recordar que no suele haber arcén ni acera, de modo que a menudo la gente espera en la misma carretera, y que el bus no se puede apartar a un lado para recogerlos, así que si quieres, adelántalo. Con un par. Nosotros decidimos que cruzaríamos de este a oeste por la carretera que subía hasta Monte Cristo, la más corta, y la más cercana. Así que nos dirigimos al sur y con suerte encontramos el desvío para cruzar la isla. A veces no están muy bien indicados, no sabes a qué altura estás, pero después de pasar un par de veces tomas tus propias referencias y orientarte resulta bastante sencillo. Subida, y más subida por la montaña, curvas y más curvas, coches, autobuses, tensión… yo lo pasé fatal, y eso que no conducía. Llegamos a bajo y supimos que ya estábamos en el otro lado de la isla, así que empezamos a buscar caminitos a la derecha, para llegar hasta Anse Soleil. No esperábamos un cartel luminoso pero la indicación solo se leía desde el otro sentido, así que nos pasamos. Lo supimos porque después de un rato encontramos una especie de cuneta, de tierra, con sus cartelitos “Anse Takamaka” y “Peligro, fuertes corrientes”. Bueno, ya que estamos aquí, ¡pues vamos a verla! No nos bañamos claro, pero hicimos unas fotos. Es una playa bastante bonita, nos gustó. Volvimos al coche, revisamos el mapa y cambiamos de sentido, dispuestos a encontrar Anse Soleil. Paramos a poner gasolina y justo al salir lo vimos, ¡encontramos el desvío! Pero vaya caminito, estrechísimo, con un súper cambio de rasante… y de nuevo nos equivocamos. En el único cruce que había tiramos hacia la izquierda y después de un infinito camino de tierra malísimo, con una pendiente increíble, llegamos a Petite Anse. De nuevo encontramos una bonita playa, pero ya un poco mosqueados por las vueltas que estábamos dando. Dimos la vuelta y esta vez, en el cruce fuimos por el camino correcto. Minutos después y tras otro par de bajadas que daban vértigo -literalmente- llegamos. Había que dejar el coche en el parking del hotel Anse Soleil Beachcomber. Este hotel había sido mi primera opción al buscar el alojamiento en Mahé, pero después de lo que nos costó llegar me alegré infinitamente de que el destino nos llevase a nuestra guesthouse en lugar de al Beachcomber. Había bastantes coches, pero tuvimos suerte y pudimos aparcar abajo del todo. Luego aún hay unas escaleritas para llegar a la playa, pasando por el bar del hotel. Desde la arena se puede observar una fantástica puesta de sol en el mar, si las nubes lo permiten. Nosotros llegamos antes de las seis, después de más de una hora dando vueltas, y pudimos sentarnos a contemplar el espectáculo. Lástima que a pocos minutos antes de la media (hora oficial de la puesta de sol esos días) la luz nos descubrió unas nubes bajas en el horizonte que no habíamos visto, y no vimos desaparecer el astro en el mar. De todos modos fue precioso. Rápidamente fuimos a por el coche, ya que no queríamos conducir de noche, y aunque la experiencia nos había enseñado que tras la puesta de sol oscurecía por momentos, pretendíamos estar en camino el menor tiempo posible. Esta vez elegimos rodear la isla por el sur, en lugar de subir y bajar la montaña como la habíamos cruzado anteriormente. Y acertamos, ya que tardamos lo mismo y el camino era mucho más llano aunque igualmente lleno de curvas. Llegamos, nos dimos una ducha y bajamos a preparar una sopa para la cena. No habían llegado más huéspedes así que solo estábamos con la gente de la casa, que se acostaban muy pronto. Tranquilidad total. Habíamos quedado a las nueve para el desayuno, que aquí sí estaba incluido. Lo servían en la terraza del piso de arriba, delante del mar, y nos prepararon de todo: frutas, café, huevos, embutido, mermelada, zumos… Una pasada. Hicimos las mochilas con lo necesario para no volver hasta tarde, bocadillos incluidos, y mapa en mano nos fuimos a seguir descubriendo Mahé. Como el día anterior se hizo de noche sin ver Anse interdance decidimos que sería lo primero en hacer. Otra vez rodeamos la isla en lugar de cruzarla y llegamos a la primera. La tarde anterior habíamos hecho el mismo camino en sentido contrario, y habíamos pasado por delante del desvío a Interdance, así que todo nos sonaba un poco. Es una playa preciosa en la que, como otras muchas, no se puede nadar. Qué pena, porque esos colores invitan a meterte en el agua, y con las olas parece hasta divertido, pero claro, mejor no arriesgar. Creo que julio no es época, pero aquí vienen las tortugas a poner sus huevos. Qué maravilla de colores, es imperdible especialmente en un día soleado como el nuestro. Estando allí, decidimos hacer la carretera circular rodeando toda la isla. Queríamos ver las playas de todas las zonas, parando donde nos apeteciera y viendo el máximo de paisajes posibles. Eso sí, pasando por la capital, Victoria. Así que deshicimos el camino otra vez, pasando por delante de nuestra guesthouse, luego por el aeropuerto, luego el jetty, luego Victoria, y seguimos, pensando en parar en la ciudad a la vuelta. Llegamos al punto más al norte, donde el mar impresionaba por la fuerza y el tamaño de sus olas, el color más oscuro, y los grandes barcos en el horizonte. Aunque Jordi dice que soy muy impresionable… Ya casi nos encontrábamos en la costa oeste, y seguimos, queríamos llegar hasta donde terminaba la carretera. Íbamos parando en algunas playas a hacer fotos, y pasando por las zonas de hoteles famosos como el Hilton. Pero de pronto, encontramos una playa de ensueño, súper grande, en la que sí nos podíamos bañar, y no resistimos la tentación. Estábamos en Beau Vallon, un sitio increíble, y la fantasía de llegar al final de la carretera pasó a segundo o tercer plano. Es cierto que había bastante gente, aunque en absoluto daba la sensación de estar masificado como aquí. Había restaurantes, puestos de fruta, de pescado fresco, de helados… También había sitio para aparcar así que decidimos “acampar” para estar allí un buen rato y comer, además pasaba algo genial, había muchos arbolitos para que no nos diese el sol de pleno. Lo mejor era su agua cristalina y los colores del mar. Una gozada. Después de los bocatas, otro bañito, y antes de partir un coco fresco y un heladito. Seguimos nuestra ruta por la isla. Era una pena porque nos encantó ese sitio, pero también teníamos ganas de ver más. No llegamos a Bel Ombre, el final del camino, fuimos hasta Victoria pero esta vez atajamos cruzándola, sin rodear el norte de la isla. El motivo por el que la carretera no da la vuelta entera a la isla es que hay un parque natural nacional. Por eso estando en el oeste, había que cruzar hasta la capital (al este) desde donde había dos carreteras para llegar de nuevo a la costa oeste, por debajo del parque. Pero la primera subía un desnivel de 900 metros, el punto más alto de la isla, y si el primer día subiendo los 180m de Monte Cristo ya lo pasamos mal… preferimos cruzar por la segunda para ver más playas del oeste, dejando Victoria atrás con la intención de verla al día siguiente. Para variar nos pasamos el cruce, y tuvimos que esperar a llegar al siguiente, que estaba ya pasado el aeropuerto, en la mitad sur de la isla. Aparecimos en Anse Boileau, después de cruzar la selva, y fuimos hacia el norte dirección hacia donde se terminaba la carretera. Pero por el camino parábamos, y veíamos que las playas de esta costa se parecían bastante entre ellas, bonitas pero con muchas olas, y viento, así que después de la parada en Grand Anse ya bastante al norte, decidimos dar media vuelta. Queríamos volver a Anse Solieil a bañarnos y ver la puesta de sol. Fue curioso ver unos pescadores que de su barca sacaban un pez enorme para el bar del Beachcomber. Tras la puesta de sol volvimos a la guesthouse rodeando el sur de la isla una vez más, ya con mucha más confianza con el coche. Ducha, palomitas, relax y unos macarrones con tomate para cenar. ¡Mañana nos vamos! Es increíble que haya pasado tan rápido. A las nueve otra vez teníamos preparado el potente desayuno, y luego perdimos un buen rato haciendo las maletas. La gente de la casa, que fueron súper amables todo el tiempo, nos dejaron la habitación hasta la hora que fuésemos para el aeropuerto, a las siete de la tarde, así que podíamos empezar la última excursión un poco más tarde y aprovechar todo el día. Esta vez sí, teníamos que parar a ver Victoria obligatoriamente. En lugar de ir por la autovía, donde siempre había caravana, fuimos por la carretera antigua (la descubrimos el día anterior) y aparecimos en la ciudad. Encontramos sitio en un parking público, cerca de unas tiendecitas. Paseamos, vimos un canal, el templo hindú… y luego nos apeteció ir a comer a Beau Vallon, la playa que nos gustó tantísimo el día anterior y que no quedaba muy lejos. Aunque no nos bañamos (por si no nos daba tiempo de ducharnos antes de coger avión) nos encantó volver, contemplar ese mar, pasear y tomar un helado. Como era más pronto de lo que habíamos calculado, después de comer volvimos Victoria. Aparcamos en una especie de zona azul delante del templo hindú y pagamos el equivalente a 20 céntimos por una hora. Encontramos el mercado, y paseamos de nuevo por las calles de la capital más pequeña del mundo, que se nos terminó en seguida. Curiosamente éramos los únicos turistas ¿estarían todos en la playa? Encontramos el Museo de Historia Natural, y como no era muy caro y ya habíamos visto la ciudad decidimos entrar a visitarlo. Es muy pequeñito pero interesante, hicimos un repaso de la fauna y flora vista durante las vacacione, y ampliamos conocimientos. Además nos picó el gusanillo de Aldabra, por una maravillosa exposición de fotos que vimos allí. Al salir llovía a cántaros. Íbamos sin chubasquero, pero como se nos pasaba la hora de la zona azul teníamos que ir hacia el coche. Por supuesto al llegar al parking dejó de llover, pero ya íbamos empapados y con los pies asquerosos después de meterlos con las chanclas en mil charcos. Así que fuimos a la guesthouse con la intención de ducharnos y cambiarnos antes de ir hacia el aeropuerto. A las seis y media, para conducir con la última luz, nos despedimos de la familia de la casa, con muchísima pena. Nos marchamos muy agradecidos por su hospitalidad y gratamente sorprendidos por este tipo de alojamiento que no habíamos usado antes. En Mahé habíamos visto mucho más de lo planeado, y sacamos mucho partido al coche aunque todo el tiempo fuimos un poco tensos. Pasamos mucho rato conduciendo los tres días, pero como estábamos distraídos con los paisajes (y con las curvas y los autobuses) y parando a hacer fotos, ningún trayecto se hizo largo. Llegamos media hora antes al aeropuerto, pero ya había algunas personas haciendo cola para facturar, así que aparcamos y fuimos a los mostradores para adelantar un poco. Casi a la media nos atendieron, a la vez que apareció el chico del renting que muy amablemente se esperó a que terminásemos. Revisó el coche (con una linterna), charlamos un poco sobre la estancia y como todo estaba (milagrosamente) correcto, nos despedimos. Pasamos pronto los controles y ya en la terminal tuvimos tiempo de sobras para algunas reflexiones y recuerdos sobre este paraíso (que por suerte también me asaltaban durante el incómodo y largo trayecto en avión). Creo que mi isla favorita -en conjunto- ha sido La Digue, aunque me han encantado las tres de sobremanera. En Praslin no tuvimos mucha libertad al no llevar coche, pero aún así vimos lo imprescindible. Creo que no visitar Anse Lazio en Seychelles hubiese sido como perderse la Torre Eiffel en París. Hacer snorkel me encantó en las dos excursiones. Y fue una lástima no poder disfrutar de Anse Volvert, la playa que había delante de nuestro hotel, porque estaba súper llena de algas. Mahé me sorprendió muy gratamente, ya que todos los comentarios leídos decían que era la menos favorita de las islas visitadas. Pese al mal trago que supuso conducir por allí (¡y eso que yo era copiloto!), encontramos playas preciosas, paisajes idílicos, pueblos pintorescos y gentes muy amables. Por favor ¡qué nostalgia! Con suerte, algún día volveremos. Etapas 7 a 9, total 11
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