Pueblos, ciudades y naturaleza. En coche y rutas de senderismo. Destinos y recorridos clásicos y lugares no tan conocidos. Lo iré ampliando e incorporando etapas según vaya visitando nuevos lugares o recupere algunos del pasado.
En sus índices, este diario incluye todas las etapas de otros diarios míos por España. Autor:Artemisa23Fecha creación:⭐ Puntos: 4.8 (99 Votos)
Después de alojarnos en Anna y estar un día completo en esa pequeña localidad, hicimos un recorrido lineal por el resto de pueblos de la Comarca de La Canal de Navarrés, donde abunda el agua. No pudimos entretenernos mucho, ya que veníamos de vuelta para Madrid, pero lo que vimos nos gustó y pensamos regesar en primavera para hacer rutas de senderismo.
En la etapa anterior, hice el relato de nuestra visita a Anna, donde vimos su Palacio, recorrimos sus fuentes y sus cascadas y estuvimos alojados una noche. Como ya comenté, esta localidad forma parte de la Comarca de La Canal de Navarrés, que comprende una serie de pueblos muy interesantes desde el punto de vista turístico, sobre todo por sus restos arqueológicos y la belleza de sus paisajes, donde abunda la vegetación y el agua, incluyendo estupendas piscinas naturales. Al ser los días tan cortos en la segunda quincena de diciembre, no pudimos ver todo lo que hubiésemos querido –algunos sitios como las cuevas con pinturas rupestres requieren reserva anticipada-, así que nos conformamos con, de vuelta a casa, hacer un itinerario lineal pasando por sus principales localidades, pero visitándolas solo de pasada, pues queremos regresar en la próxima primavera, dedicándole un par de días más para hacer las rutas de senderismo y el resto de lugares que nos han quedado pendientes. No obstante, lo que vimos me parece lo bastante interesante para dedicarle esta etapa de "aperitivo".
Situación de la comarca en el mapa peninsular según Google Maps.
Como conjunto turístico, la Canal de Navarrés comprende las poblaciones de Estubeny, Anna, Chella, Bolbaite, Navarrés, Quesa, Bicorp y Millares, que están comunicadas entre sí por un recorrido lineal de 57 kilómetros –sin contar los desvíos para ver los diferentes sitios, claro está- lo que supone una hora y media en coche, que en su casi totalidad se realizan por la carretera CV-580, excepto el acceso a Estuveny, que es por la CV-590. En nuestro caso, hicimos el recorrido de sur a norte, llegando desde Valencia por la A-7 hasta la salida 390, tal como indica la siguiente captura de Google Maps.
Por falta de tiempo, no paramos en Estubeny, donde hubiésemos podido ver entre otras cosas un Mirador sobre el río Sellent, y nos dirigimos directamente a Anna, pues teníamos reservada la vista a su Palacio a las doce de la mañana. Pero eso ya lo he contado en la etapa anterior, así que recupero el relato al día siguiente después de desayunar, cuando salimos de Anna rumbo al norte, en dirección a Millares. La primera parte del recorrido, hasta Bicorp, apenas supone 30 kilómetros, los pueblos están muy cerca entre sí y se tarda poco en ir de uno a otro; llegar a Millares ya es otra cuestión.
Chella.
Desde Anna a Chella hay poco más de tres kilómetros, así que en unos cinco minutos estábamos en su centro urbano, buscando lo que nos interesaba: el mirador sobre el Salto de Chella, una bonita cascada de 25 metros de altura, la más alta de toda la comarca, que proporciona el río Sallent. Vimos que hay una ruta de senderismo para acercarse hasta su base, pero no es rápida ni sencilla, así que como disponíamos de poco tiempo, decidimos contentarnos viendo la caída de agua desde el Mirador del Salto, al que se puede llegar en coche y cuyo acceso está bien indicado. Aunque el aparcamiento es pequeño, no tuvimos problemas al ser un día laborable sin apenas afluencia de turistas. Pese al inconveniente de los reflejos por el sol y sombra, la cascada se apreciaba perfectamente.
Avanzando unos metros, llegamos a un segundo mirador, más improvisado, desde el que contemplamos otras vistas panorámicas del pueblo, con la torre de la Iglesia de la Virgen de Gracia, y de todo su entorno natural, un humedal con microclima propio.
Bolbaite.
A continuación, apenas tuvimos que recorrer cuatro kilómetros hasta nuestra siguiente parada, el Lago del Río de Bolbaite, donde hay unas preciosas piscinas naturales que aparecen en casi todos los folletos turísticos de la zona. Junto al arcén de la carretera CV-580 hay un pequeño aparcamiento, vacío en aquel momento, desde el que pudimos contemplar unas buenas vistas del caserío de Bolbaite, con la Iglesia de San Francisco de Paula y el Castillo-Palacio de los Cabanyelles, del siglo XIII. También se divisaba el río y un molino. Al lado del aparcamiento, en su parte izquierda, están unos edificios abandonados que, según vimos en el plano turístico que nos dieron en Anna, eran unos antiguos secaderos de tabaco.
Junto a unas escaleras que descienden hasta el cauce, una caseta de madera cerrada nos llevó a suponer que era un punto informativo o, quizás, el control para acceder a las piscinas naturales en verano, ya que creemos que son de pago, aunque no lo sabemos con certeza. En aquel momento, allí no había ni un alma. La mañana estaba despejada y lucía un sol espléndido, lo que, una vez que descendimos los escalones hasta al curso del río, nos hizo disfrutar de una visión fantástica del color del agua, entre azul y turquesa.
Contemplando las truchas y otros peces, que nadaban a sus anchas en aquellas aguas cristalinas, dimos un paseo hasta donde pudimos llegar sin mojarnos los pies, si bien alcanzamos y sobrepasamos el famoso puente metálico que sale en todas las fotos. Qué sitio tan bonito. Merece la pena volver, aunque no sé cómo estará de gente en verano. Desde luego, era un placer recorrerlo así, en solitario.
En un cartel informativo, vimos que existen varios senderos por la zona, entre otros el que lleva hasta el Gorgo de la Cadena, pero como no lo teníamos muy claro, preferimos dedicar el poco tiempo de que disponíamos a otra pequeña ruta que nos habían recomendado en la Oficina de Turismo de Anna.
Los Chorradores de Navarrés.
En esta ocasión, pasamos de largo el pueblo y nos dirigimos directamente al aparcamiento del Sendero de los Chorradores, bastante grande y de pago (3 euros por coche, según pudimos leer en el cartel de una caseta de información cerrada), aunque esa mañana solo había otro coche más y el parking era, lógicamente, gratuito. Sin embargo, simplemente viendo las grandes dimensiones del aparcamiento nos hizo imaginar cómo debe ponerse este sitio de gente en verano, puentes o festivos.
Hay varios caminos para llegar hasta los Chorradores, desde el pueblo, desde el castillo, desde el Embalse de Escalona… Nosotros optamos por hacer la ruta más corta, que recorre la parte más bonita, en paralelo a la orilla del río, desde el nacimiento hasta la Fuente de la Higuera, en total unos 1,40 kilómetros de sendero lineal, con lo cual en total hicimos 2,75 kilómetros según mi copia de wikiloc, aproximadamente una hora y cuarto de paseo, contando paradas para fotos.
El recorrido no tiene mucha dificultad, si bien, al principio, hay una bajada un tanto abrupta, que se puede poner resbaladiza si el terreno está mojado o con barro, lo cual no era el caso. Tras este corto tramo, de unos doscientos metros, el recorrido se vuelve casi llano y, en general, va por una pista de tierra, señalizada con barandillas de madera en los tramos más complicados, provista de pasarelas sobre el agua y bastante cómoda.
Aunque cortita, la ruta resulta muy agradecida, pues se pasa por varios puntos bastante bonitos: el Nacimiento de los Chorradores, la Fuente Clara (el agua gotea por una cueva) y, sobre todo, el primer Chorrador, una caída de agua preciosa, a cuya base se puede acceder cruzando un puente y del que se tiene otra perspectiva saltando sobre unas piedras colocadas en el río.
Salvo que estén desbordadas, con la debida precaución, no suponen ningún peligro. Un paraje realmente encantador, bastante más atractivo de lo que reflejan las fotos -el sol daba de frente- y eso que hacía varios días que no llovía por la zona. Estuvimos un buen rato, allí, viendo precipitarse el agua y escuchando su mágico sonido. No había nadie más.
Continuamos después junto al curso del río, viendo algunas cascaditas y cruzando un par de puentes. Pasamos el Azud de la Badina Migas y otro chorrador, bastante más complicado de fotografiar que de contemplar en directo, pues estaba medio oculto entre los árboles y la maleza.
Al final, llegamos hasta el último Chorrador, que se ve desde la parte superior en un mirador, si bien se puede acceder a la parte baja por un sendero lateral. Hubiésemos podido llegar a la misma base, pero no había pasarela para cruzar el riachuelo, las piedras estaban muy resbaladizas y no teníamos ganas de descalzarnos. Así que nos pareció suficiente con hacerle una fotito a unos metros. Otro sitio muy bonito, con mesas para picnic.
Nos quedamos con ganas de seguir hasta el Embarcadero del Embalse de Escalona, pero no queríamos entretenernos demasiado porque queríamos que nos diese tiempo a subir al Castillo de Chirel antes de que se hiciese de noche y nos quedaba mucho trecho por recorrer hasta allí. Así que regresamos al aparcamiento por el mismo camino que habíamos traído.
El siguiente pueblo del itinerario es Quesa, que también cuenta con una ruta muy chula con piscinas y cascadas, que se llama “Los Charcos de Quesa”. No nos detuvimos, así que queda para otra ocasión. Y también las rutas por el río Fraile, las del Barranco Moreno y el Arte Rupestre de la Cueva de la Araña (hay que reservar previamente) cerca de la localidad de Bicorp, que pudimos contemplar desde un mirador, si bien antes de llegar atravesamos unos paisajes con colinas de unos colores rojizos de lo más llamativos. En realidad, todo el entorno donde se asienta el pueblo es bastante peculiar.
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Teníamos la intención de comer en Bicorp, pero era la una y mi marido dijo que le parecía pronto y que podíamos avanzar hasta el siguiente pueblo. Así lo hicimos, aunque no fue una decisión acertada. Llegar desde Anna hasta Bicorp es una cosa; seguir desde Bicorp hasta Millares es otra diferente por mucho que sean localidades de la misma comarca. No es que se trate de una carretera horrible, pero el recorrido de 26 kilómetros que separa ambos pueblos se hace muy largo y pesado por las continuas curvas, subidas y bajadas.
Millares.
Al fin, divisamos Millares en la distancia. Para visitar dispone de dos castillos, una Iglesia, una Ermita, un lavadero, varias fuentes y un par de chorradores. Pero entonces, para nosotros, lo más importante era que Google Maps nos anunciaba dos o tres restaurantes.
Paramos y recorrimos un poco el pueblo sin encontrar ninguno abierto, ni siquiera un bar para tomar un bocata. Supongo que será distinto en fin de semana, pero en aquel momento no nos sonrió suerte allí. Después de hacer unas fotos, seguimos camino hacia el norte, ya saliendo de la comarca de La Canal de Navarrés.
Seguimos por la carretera CV-390, pasando por el Cañón del Júcar, hasta llegar al Puente de Dos Aguas, junto al cual hay un mirador, donde paramos para hacer una foto, aunque la posición del sol no ayudaba demasiado. Seguimos hasta el pueblo de Dos Aguas, donde tampoco encontramos ningún sitio abierto para almorzar, así que, un tanto aburridos, decidimos seguir ya directos hasta el Acceso al Castillo de Chirel, de cuyo relato pongo el enlace al final.
En definitiva, una comarca muy interesante en el interior de la provincia de Valencia, sobre todo en lo referente a la naturaleza, los restos prehistóricos, los saltos de agua y las piscinas naturales. Tenemos previsto volver la próxima primavera y así visitar los pueblos y sus lugares naturales con más tiempo. Cuando lo hagamos, procuraré contarlo para complementar esta etapa.
Nuestra visita a esta villa segoviana, que fue residencia de Reyes, celebró Cortes y hasta una boda real. Además, posee muralla, castillo y numerosas iglesias mudéjares.
Habíamos pasado alguna vez por esta población del norte de Segovia pero sin detenernos, salvo en una ocasión, durante la pandemia, cuando intentamos almorzar allí. Sin embargo, no tuvimos mucho éxito y nos fuimos sin visitar nada de la localidad, de la que, sobre todo, destaca su castillo.
Hace unos días, teníamos ganas de dar una vuelta y aprovechar el tiempo relativamente bueno de que gozábamos para ser diciembre, si bien, primero y esencial, me aseguré de que el sol que brillaba en Madrid no se convirtiese en niebla en Cuellar. Porque en estas fechas en el centro peninsular hay que tener cuidado con la niebla, que puede ser persistente y peligrosa en la carretera. Nos acordamos de Cuéllar y las previsiones meteorológicas, aunque frías, no señalaban problemas mayores esa jornada.
Situación de Cuéllar en el mapa peninsular según Google Maps.
Cuéllar se encuentra a 155 kilómetros de Madrid, lo que supone 1 hora y 40 minutos en coche, aproximadamente. Aunque habitualmente procuramos no utilizar autopistas de peaje, en este caso hicimos una excepción para ir más rápido y también más seguros por si se aparecía la niebla en algún tramo propicio a ello, por ejemplo, a la altura de San Rafael. Así que tomamos la AP-6 y luego la AP-61 hasta Segovia, donde nos incorporamos ya a la SG-20, que se transforma después en la A-601, la autovía que va hasta Valladolid y que nos llevó directamente a Cuellar. Así que el viaje fue bastante tranquilo y cómodo, excepto los kilómetros iniciales de salida de Madrid, donde siempre hay mucho tráfico.
Itinerario desde Madrid a Cuellar según Google Maps.
Situada a 857 metros de altitud sobre el nivel del mar, a medio camino entre Segovia (60 kilómetros) y Valladolid (50 kilómetros), esta histórica villa pertenece a la comarca natural de Tierra de Pinares (nombre que toma la A-601), una gran masa forestal que se extiende por el norte de la provincia de Segovia, el sur de la de Valladolid y el este de la de Ávila, y está formada por dos variedades de pino, el resinero y el piñonero. De ahí que el aprovechamiento de la madera haya supuesto un buen medio de vida para Cuéllar: fue un gran centro de producción de resina durante el siglo XX y hoy en día cuenta con varias fábricas de muebles. En la actualidad, supera los 9.600 habitantes censados.
Aparte de algunos restos arqueológicos de épocas prehistóricas, encontrados en sus inmediaciones, su fundación se remonta al siglo XI, consecuencia de las repoblaciones efectuadas por Alfonso VI de León. Prosperó rápidamente y Alfonso VIII de Castilla celebró Cortes allí en 1184. Fernando III el Santo y, sobre todo, Alfonso X el Sabio denotaron su predilección por la villa, que conoció un rápido progreso económico gracias a la ganadería y la producción de lana –exportada a los talleres flamencos a través de los puertos cántabros-, sobre todo tras beneficiarse de las exenciones del Fuero Real que le fue otorgado en 1256. Su importancia creció durante los dos siglos siguientes, convirtiéndose en lugar de visita habitual, incluso de residencia, de varios reyes. Convocadas por María de Molina, volvió a celebrar Cortes en 1297, y en su Iglesia de San Martín contrajeron matrimonio Pedro I y Juana de Castro en 1354.
Tras un sinfín de truculentas vicisitudes propias de la Edad Media, en 1444, el Señorío de Cuéllar fue entregado al valido de Juan II de Castilla, Álvaro de Luna, quien, sin embargo, perdió su favor más adelante y fue decapitado en Valladolid, por lo que su posesión pasó a Isabel (La Católica), que se lo vendió posteriormente a su hermanastro, Enrique IV, quien había celebrado allí las primeras Cortes de su reinado. En 1464, el rey le entregó la villa a su valido, Beltrán de la Cueva, duque de Alburquerque y Gran Maestre de la Orden de Santiago, quien reforzó y amplió el castillo y su recinto amurallado para protegerlos de Isabel, que pretendía recuperarlos. No obstante, Beltrán se ganó el favor de los Reyes Católicos al luchar a favor de Isabel en la Batalla de Toro contra los portugueses, en la Guerra de Sucesión Castellana contra Juana, hija de Enrique IV, pero que recibió el apodo de la Beltraneja por quienes atribuían su paternidad al propio Beltrán. En fin, todo este lío nos suena bastante a los amantes de la historia y también a los seguidores de la serie de televisión “Isabel”, que tanto me gusta.
Cuéllar entró en decadencia en el siglo XVII, como consecuencia de guerras, epidemias, emigración y el traslado definitivo de la Corte a Madrid, que acarreó también que gran parte de la nobleza, entre ellos los Duques de Alburquerque, se trasladasen a la capital para afianzar su posición política cerca de la Corona.
El Castillo de los Duques de Alburquerque es el principal monumento de Cuéllar, así que consulté la página web de su Oficina de Turismo para informarme sobre cómo y cuándo se podía visitar. Hay diversas opciones y horarios, así que lo mejor es consultar previamente en la siguiente página web www.cuellar.es/entradas La que mejor me cuadraba por el día y el horario era la entrada que combina la visita guiada de la fortaleza, la Iglesia de San Martín y un paseo libre por las murallas. Su precio era de 6 euros por persona e hice la reserva por internet esa misma mañana. Las visitas al castillo son siempre guiadas y también las hay teatralizadas.
Llegamos puntuales a las 12 de la mañana. El punto de encuentro con el guía es en la Oficina de Turismo, que está en el mismo acceso al castillo, así que aparcamos sin problemas (miércoles laborable) en sus inmediaciones. Nada más llegar, nos llamó la atención el buen estado de conservación de la fortaleza, que presenta un aspecto imponente.
Las Murallas.
Después de entregarme un plano, el guía me propuso hacer primero el paseo por las murallas, para lo cual me entregó unas fichas, ya que, aunque el recorrido es libre, el acceso es de pago. Hay una especie de caseta con un torno y luego se suben unas escaleras metálicas hasta el adarve.
El conjunto amurallado de Cuéllar es uno de los más importantes de Castilla y León. Su origen se remonta al siglo XII, si bien fueron reformadas y ampliadas en los siglos XIV y XV. Para su construcción se utilizó material de cal y canto, aunque las puertas y torreones más antiguos conservan la técnica mudéjar del trabajo con ladrillos. Fueron declaradas Monumento Histórico Artístico en 1931. Tiene dos recintos, uno superior más fortificado y otro inferior, urbano, ambos con contramuralla.
Foto de un panel informativo municipal con el plano de los dos recintos fortificados de Cuéllar.
Su longitud total es de unos dos kilómetros y cuenta con varias puertas (se conservan cinco de las doce que llegó a tener), pues no hay que olvidar que las murallas, además de su función defensiva, servían para otros usos, por ejemplo, proteger de epidemias impidiendo el paso o recaudar impuestos mediante el derecho de portazgo. Actualmente, se pueden recorrer los dos tramos que cierran el primer recinto de la ciudadela.
Caminando por el adarve, tuvimos una visión espléndida (obviando el feo esqueleto de un edificio moderno intramuros, cuya construcción parece que quedó a medias y que he intentado esquivar) tanto del castillo como del propio núcleo urbano (pese a la bruma lejana y al sol de frente en algún plano), en cuyo perfil destacan las torres de sus numerosas iglesias, la mayor parte de estilo mudéjar. A lo largo de todo el recorrido, tanto en la muralla como en el resto del pueblo, fuimos encontrando paneles informativos que explican lo que vemos y dónde nos hallamos. Algunos también cuentan con códigos QR para descargar más información si se desea.
Por estos carteles, nos enteramos también de que pueden hacerse varias rutas senderistas por los pinares, embalses y arroyos que rodean la localidad, en especial la Senda de los Pescadores, de 16 kilómetros, junto al río Ciega, en medio de la mayor formación continua de pinares de toda Europa. Habrá que tenerlo en cuenta para cuando llegue la primavera, que ahora hace mucho frío.
Muy interesante nos resultó también la panorámica de Cuéllar desde el mirador de la Puerta de Santiago, donde un panel informa sobre todos los monumentos de la localidad a vista de pájaro. En particular, nos llamó la atención los restos del ábside de la Iglesia de Santiago, de estilo mudéjar, donde se celebraban las ceremonias de investidura de los Caballeros.
Al final del adarve, unas escaleras conducen al fondo del torreón, donde se encuentra un pequeño museo que explica la historia de las murallas. Terminado el recorrido, volvimos a salir por la caseta y nos dirigimos hasta la portada de la Iglesia de San Martín, donde habíamos quedado con el guía para continuar la visita contratada. Ese día, solo estábamos nosotros dos, otro señor y el guía.
La Iglesia de San Martín.
Está enfrente del castillo. Es un templo de estilo mudéjar con tres naves, triple ábside y una torre construida posteriormente. En su interior, alberga el Centro de Interpretación del Arte Mudéjar, que se presenta mediante una puesta en escena con música, luz y sonido. Se accede al templo a oscuras y luego se van iluminando los distintos escenarios, al tiempo que las voces de unos personajes relatan lo que estamos viendo. Añadiré solo un par de fotos para no desvelar la trama.
También es Monumento Histórico Artístico desde 1931 y resulta muy interesante la capilla con yeserías mudéjares que conserva en su interior. En esta iglesia, contrajeron matrimonio Pedro I y Juana de Castro en 1354.
Junto a una de las fachadas exteriores de la iglesia, en el lado sur, se realizaron excavaciones arqueológicas que dieron como resultado el hallazgo de una necrópolis medieval compuesta por 33 tumbas antropomorfas, de los siglos XII al XV. Se pueden contemplar algunas de estas tumbas, protegidas por urnas de cristal. Las fotos salieron con muchos reflejos.
El Castillo de los Duques de Alburquerque.
Su origen se remonta a la fundación de Cuellar, en el siglo XI, si bien la mayor parte de lo que se conserva hoy en día corresponde a las reformas y ampliaciones realizadas en los siglos XV y XVI por los primeros duques de Alburquerque, que lo transformaron de una fortaleza eminentemente defensiva a un suntuoso palacio. Actualmente, se utiliza como instituto público, así que las visitas están condicionadas por el horario del alumnado. Cuando nosotros estuvimos, los chicos estaban de vacaciones, así que no tuvimos ningún problema para hacer fotografías, lo que no siempre sucede –por protección de intimidad e imagen de los menores-, sobre todo en el Patio de Armas, que es donde se encuentra el acceso a las aulas, una hermosa galería renacentista que fue escenario de espectáculos y fiestas. La escalera monumental, también renacentista, sale a este patio.
Monumento Histórico Artístico desde 1931, presenta una mezcla de estilos según el momento de su construcción, aunque predominan el gótico y el renacentista. Está situado en lo alto de una colina, dominando la localidad y todo su campo circundante, lo que se aprecia muy bien desde la parte superior, con nuevas galerías renacentistas, y la Torre del Homenaje.
El edificio se compone de cuatro pisos con dos zonas, la militar y la palaciega, que recorrimos con el guía, quien nos facilitó todo tipo de explicaciones históricas y artísticas. Visitamos primero los exteriores, atravesando verjas cerradas con llave que al abrirlas el guía hacían un sonido espeluznante . Nos enteramos de la historia de las puertas y las torres, de sus distintas épocas y de que una de las fachadas cuenta con los típicos adornos segovianos (como la del Alcázar).
Después accedimos al interior, que recorrimos de abajo hacia arriba: el sótano, la mazmorra, las cocheras, la capilla, las cámaras de los duques, los salones… Aunque las estancias están decoradas conforme a su época, pues se realizan visitas teatralizadas, no todo lo que se expone es original y se han perdido techumbres y artesonados, consecuencia del abandono, las guerras y el pillaje, si bien los procesos de restauración llevados a cabo desde 1970 han conseguido consolidar su estructura original, que sufrió notables alteraciones durante el periodo en que se utilizó como cárcel entre 1938 y 1966.
En definitiva, nos gustó bastante la visita. Estuvo muy entretenida. Además, al estar solo tres personas y el guía, pudimos pasar por un par de sitios a los que normalmente no acceden los grupos grandes. En total, la visita completa a las murallas, el castillo y la Iglesia de San Martín dura alrededor de dos horas.
Terminamos casi a las dos, con lo cual era momento de almorzar. A mi marido le habían recomendado el restaurante Casa San Basilio, situado en el edificio del antiguo Convento de San Basilio. No nos costó mucho encontrarlo, ya que lo vimos frente al castillo, nada más cruzar la Puerta de San Basilio. Al ser relativamente temprano y día laborable, no tuvimos problemas para encontrar mesa libre. Disponen de carta, varios menús del día y uno de degustación. Con las Navidades en puertas, decidimos dejar de lado el lechazo, la gran especialidad segoviana, y nos decantamos por el menú de 20 euros y, entre las opciones que ofrecía, elegimos sopa castellana, judías blancas con boletus, bacalao en salsa verde, cuajada y tiramisú. Estaba todo bueno, quizás un poco subido de precio para ser un menú. El servicio rápido y atento, excepto para pagar la cuenta, pues la pedimos varias veces en vano: solo al quinto intento nos dijeron que se pagaba en caja .
Cuando terminamos de comer, fuimos a recorrer el pueblo, que está dispuesto como en dos zonas, una alta (en torno al castillo) y otra baja que desciende al ayuntamiento, de modo que hay que mentalizarse para subir y bajar cuestas, nada nuevo en los cascos antiguos de las poblaciones medievales.
Empezamos el recorrido en el exterior de la muralla de la ciudadela, frente a la Puerta de San Basilio, también conocida como Puerta del Robledo. Situada al noroeste, es la que conserva mejor su arquitectura defensiva y cuenta con un pasadizo en su base que servía para recorrer a salvo la liza. Junto a ella se han descubierto los restos arqueológicos de un lagar de viga, que han permitido su reconstrucción.
A nuestra izquierda, vimos que sobresalía la torre de una iglesia mudéjar (había 14 en Cuellar en el siglo XVI). Se trataba de la Iglesia de San Andrés, considerada como una de las más perfectas en su estilo. Tanto el ábside como los muros exteriores están decorados con ladrillos y destaca también un calvario románico-bizantino. Resulta muy fotogénica desde todas las perspectivas
Seguimos después por la Calle Nueva hasta la Puerta de la Judería, que daba acceso al barrio judío, cuya comunidad fue numerosa en el siglo XV, contando con al menos una sinagoga. Además, el Rabino Abraham Simuel, teólogo y filósofo, fue también médico del primer Duque de Alburquerque. Partiendo de aquí, hay marcado en el suelo un itinerario para recorrer la antigua judería, por cuyas callejuelas estuve paseando un rato, en el entorno de la calle de la Magdalena.
Seguí después por la Plaza del Mercado del Pan y la calle Colegio hasta el Palacio de Pedro I, considerado como el palacio románico civil mejor conservado de España. Data del siglo XIII, aunque los escudos y el artesonado de la sala principal son del siglo XV. Actualmente es propiedad del Ayuntamiento de Cuéllar, que lo utiliza para servicios varios. En ese momento estaba cerrada incluso la verja de acceso. Ignoro si se puede visitar por dentro, si bien en el panel informativo exterior hay un código QR para descargar su visualización.
Tras bajar por una calle muy empinada, llegué hasta la Plaza Mayor, parcialmente porticada, donde me encontré con el Ayuntamiento, cuyo origen se remonta al siglo XVI y albergaba también la cárcel vieja. El edificio actual, salvo el patio gótico-renacentista y la planta baja, es de estilo modernista y data de finales del siglo XIX.
Continué cuesta abajo por la Calle de Santa Marina y enseguida me encontré con la Iglesia de Santa Marina, cuya existencia se conoce desde el siglo XIII, cuando albergaba el Archivo del Concejo. Del templo, desamortizado a finales del siglo XIX, solo queda su torre, la única de estilo mudéjar que se conserva en Cuéllar. En la plaza, hay una fuente de piedra, hoy conocida como Fuente de Santa Marina, que seguramente se construyó utilizando dos pilas bautismales románico-góticas. Hace sesenta años trasladada aquí desde la Plaza Mayor, donde había permanecido desde 1514.
Seguí bajando todavía un ratito, hasta los restos de la Puerta de la Trinidad o de los Trinitarios, por su cercanía al Convento de la Trinidad, que estaba extramuros. Debido a su mal estado, fue derribada en torno a 1880. Aunque al fondo divisaba la torre de otra iglesia (quizás la Iglesia de Santa María de la Cuesta), me pareció que estaba bastante lejos, pues tendría que bajar, subir, volver a bajar y volver a subir, lo que no me apetecía demasiado en ese momento.
De modo que me dejé tentar por otra torre más cercana y atractiva, que resultó pertenecer a la Iglesia de San Pedro, que se construyó en piedra caliza en torno a 1095 con aspecto de fortaleza, ya que coincidía con el tramo final amurallado, que cerraba la Puerta de San Pedro, de grandes proporciones, derribada en 1895 por su estado ruinoso. Modificada a lo largo del tiempo, la iglesia tiene portadas románicas y son góticas las ventanas de la torre y del ábside. En lo alto de la zona más antigua se conserva un corredor con matacanes y saeteras. Desamortizada a finales del siglo XIX, fue convertida en fábrica de harinas. Actualmente es de propiedad particular y alberga una cafetería que ha conservado sus elementos arquitectónicos originales.
Giré a la izquierda y comencé a subir hacia la parte alta por la calle de San Pedro, una de las de mayor abolengo de la villa, donde se instalaban las familias nobles y destacadas, algunas de cuyas casas conservan en las fachadas sus escudos de armas. Por ejemplo, el Palacio de los Rojas, hoy Palacio de Justicia, del siglo XVI, conocido también como “Casa de Bolas”, por las bolas de piedra de la portada del patio de acceso. Más arriba, en la misma calle, pude ver el exterior de la Casa de los Velázquez del Puerco (siglo XVI) con sus escudos y, al final de la calle, la Casa de los Daza.
De nuevo en la Plaza Mayor, me acerqué hasta la Iglesia de San Miguel, que está enfrente del ayuntamiento. Es la actual iglesia parroquial y representa una mezcla de estilos debido a las diversas modificaciones que ha sufrido: de una sola nave, tiene bóvedas góticas y renacentistas, portada barroca y retablos de todos los estilos. Me resultó curioso leer en el panel informativo que según una chapa oxidada que hay en lo alto “ahí se puso hacia 1395 el primer reloj de torre de que hay memoria en España”.
Continué perdiéndome por algunas callejuelas, pasando por el Palacio de Santa Cruz, del que se conservan sus escudos, hasta que llegué frente a lo que un cartel identificaba como Muralla y Puerta de Carchena o Arco de San Francisco, ya que estaba frente a un espacio conventual del que solo se conserva una parte de la torre del lado norte. Se derribó entre 1873 y 1878.
Aparecí en la calle Estudio, frente a la Iglesia de San Esteban, cuyo ábside está considerado como uno de los más representativos del estilo mudéjar. En su entorno, se encuentra el Parque Arqueológico de San Esteban, cuyas excavaciones dieron como resultado el hallazgo de 39 tumbas antropomorfas excavadas en la roca, junto a la iglesia, 14 silos en forma de tinaja y 6 pilas de ladrillo, mampostería o excavadas en la roca que se utilizaban para teñir paño, lanas y seda. Se han habilitado unas zonas para contemplar estos restos, algunos son originales protegidos por cristales y otros son réplicas.
Ya de regreso a la zona del castillo donde habíamos dejado el coche, llegué hasta la Puerta de San Martín, situada al este de las murallas de la ciudadela y de la que ya se conoce su existencia en 1437, pues el Conde de Luna tomó posesión de la Villa junto a esta puerta, si bien fue reconstruida por el segundo Duque de Alburquerque, pues sus escudos de armas aparecen en los dos torreones rectangulares que la flanquean.
Terminé mi periplo por la Puerta de San Andrés, que permite el paso al segundo recinto amurallado de la ciudad. Pertenece a la primitiva muralla mudéjar de los siglos XII y XIII. Solo conserva un arco, aunque se supone que contaba con torres de refuerzo.
Y así concluyó nuestra visita a Cuéllar, pues queríamos regresar antes de que se hiciera de noche para no pillar niebla. Sinceramente, no creíamos que sería una visita tan interesante como resultó y eso que no pude entrar a ninguna iglesia ni palacio aparte de lo que había reservado, pues estaba todo cerrado. Seguramente volveremos para hacer la Senda de los Pescadores y, entonces, quizás, sea posible ver los interiores de algún otro lugar. En cualquier caso, quedamos satisfechos con la excursión.
La provincia de Guadalajara cuenta con pueblos y enclaves naturales muy atractivos, no siempre conocidos ni valorados, pero que merece la pena visitar, bien por sí mismos o como complemento de otras visitas. Esta etapa se la dedico a Atienza y a Chequilla, dos localidades muy diferentes que visitamos en viajes distintos.
Los dos destinos de esta etapa no es que tengan mucha relación entre sí, ni tampoco se encuentran cerca el uno del otro, pero son lugares muy interesantes de la provincia de Guadalajara y merece la pena conocerlos, aunque sea en viajes distintos.
Distancia entre los dos pueblos según Google Maps (151 km, unas dos horas en coche).
Atienza.
Estábamos en otoño y la noche anterior habíamos dormido en Cantalojas, ya que por la mañana hicimos una ruta de senderismo por el Hayedo de la Tejera Negra, cuyo relato se encuentra en mi diario de rutas de senderimo por España. Dejo el enlace a la etapa correspondiente por si a alguien le interesa: Ruta por el Hayedo de la Tejera Negra (Guadalajara). El otoño al poder.
Situación de Atienza en el mapa peninsular e itinerario desde Madrid (158 km., 2 horas en coche), según Google Maps.
Al terminar, fuimos a comer a la no muy lejana población de Atienza, de la que ya desde lejos, en la carretera, vislumbramos su rasgo más emblemático: la imponente torre de su castillo.
Atienza se encuentra a 73 Km. de Guadalajara y a 141 de Madrid, y su censo actual está en torno a los 500 habitantes. Tiene antecedentes celtíberos y romanos, aunque su mayor esplendor vino como tantas otras poblaciones del entorno en la Baja Edad Media, cuando esta zona era disputada por moros y cristianos, que se apoderaron definitivamente de la villa en el siglo XII. Gozó de fuero concedido por el rey Alfonso VII en 1149 y destacó por mantenerse fiel a los reyes de Castilla en épocas de grandes revueltas protagonizadas por la nobleza. Su época de máxima prosperidad la alcanzó en el siglo XV, cuando contaba con 14 iglesias, un castillo, murallas y torres defensivas. En cuanto a la actividad mercantil, destacó el gremio de los arrieros. Resultó muy dañada a principios del siglo XIX, durante la Guerra de la Independencia, ya que fue el cuartel general del Empecinado en su lucha contra los franceses, que por esta causa se ensañaron con la villa, destruyendo casas, desvalijando iglesias y, finalmente, incendiando la ciudad. Después de varias reconstrucciones, recuperó parte de su antiguo esplendor y fue declarada Conjunto Histórico-Artístico en 1962.
Como nos habíamos entretenido más de la cuenta en el hayedo, lo primero que hicimos fue ir a comer, pues teníamos mesa reservada en el restaurante El Mirador de Atienza. La comida estuvo bien, pero habíamos llegado muy tarde y ya no pudimos tomar algunas de sus especialidades. Así que prefiero reservarme la opinión sobre este restaurante. Al salir, nos dirigimos rápidamente al pueblo, antes de que se hiciera de noche, para tener la oportunidad de dar una vuelta. Por la mañana, el tiempo había sido muy agradable, pero después de comer se empezó a levantar un viento gélido que influyó de manera negativa en nuestro recorrido. Y fue muy curioso porque los visitantes desaparecieron como por ensalmo de las empedradas calles, que quedaron prácticamente vacías en unos pocos minutos.
Enseguida encontramos la Plaza del Trigo, una de las más bonitas de la villa, con soportales de estilo tradicional castellano y la Iglesia de San Juan en uno de sus costados.
Pasamos la Puerta de Arrebatacapas (un arco abierto en la muralla) y llegamos a la Plaza Mayor, con soportales y una fuente.
Seguimos paseando por calles con casonas blasonadas, con la efigie del castillo acechando en todo lo alto, invitando a ascender hasta el promontorio rocoso que domina todo el valle, ya tenuemente iluminado por el último sol de la tarde que de fría estaba pasando a gélida.
Por fin, nos decidimos a iniciar la subida a la base del castillo antes de que anocheciera. Por el camino vimos la silueta de la Iglesia de la Trinidad, de estilo románico del siglo XII, que presume de ser la más bonita de Atienza y alberga el Museo de la Caballada. Lamentablemente estaba cerrada y no pudimos visitar su interior. Pero el exterior ya merece la pena.
La subida al castillo es empinada, pero no especialmente dura. Su silueta intimidatoria va cambiando según trazábamos el sendero. Y las vistas del entorno nos descubrieron un par de sorpresas: la imagen de la plaza de toros de un lado y del otro la Iglesia de Santa María del Rey y su cementerio.
No acostumbro a dejar castillos a medio visitar (éste está abierto y es gratis, en realidad solo la Torre del Homenaje queda en pie), pero el viento, el frío y la cada vez más creciente oscuridad me hicieron desistir de mi empeño en coronarlo. Me quedé cerca eso sí.
Cuando nos marchamos, ya apenas había luz natural, pero desde la carretera todavía podíamos distinguir la imponente silueta del castillo de Atienza, que desde lejos representa mucho más que sus ruinas.
Chequilla.
Repasando unas fotos, me acabo de acordar de un pueblecito por el que pasamos hace algún tiempo, en verano, volviendo desde Molina de Aragón, donde habíamos estado haciendo unas rutas. Forma parte tanto de la Ruta del Cid como de la Ruta del Alto Tajo, un Parque Natural de gran belleza al que le he dedicado varias etapas en mis diarios. Así que, como no se trata de ir allí expresamente, pues, por ejemplo, está a 243 kilómetros de Madrid, se puede aprovechar un viaje por esas zonas para hacer una parada en este lugar bastante peculiar por su entorno. Eso sí, es preferible evitar el invierno, pues la temperatura puede bajar hasta los 20 grados bajo cero en los días más fríos.
Situación de Chequilla en el mapa peninsular e itinerario desde Madrid según Google Maps.
Este pueblecito, situado junto al río Cabrillas, afluente del Tajo, se halla a 1.355 metros de altitud sobre el nivel del mar y cuenta únicamente con catorce habitantes censados (fuente Wikipedia), frente a los 145 que tenía a mediados del siglo XIX. Por lo tanto, un claro ejemplo de despoblación rural.
Ya muy cerca, en la carretera CM-2111 nos detuvimos en dos miradores que se encuentran a poca distancia entre sí y que nos ofrecieron unas panorámicas estupendas: el Mirador de Mégina, que nos mostró unos campos de un color verde fascinante, y el Mirador de Chequilla, con un gran bosque que casi nos impedía ver el caserío (arriba, a la izquierda, entre la arboleda) y los famosos farallones rojos que íbamos buscando.
Mirador de Mégina.
Mirador de Chequilla con zoom hacia el caserío (apenas se ve) y las peculiares rocas.
Lo cierto es que las seis y media de la tarde no era la hora más propicia para la visita, ya que el sol de frente deslumbraba bastante, pero no sabíamos cuándo volveríamos a perdernos por allí, así que decidimos pasarnos de todos modos. Y ya en la misma carretera GU-973, nos recibieron dos pedruscos enormes, uno a cada lado.
A pocos metros, paramos en un aparcamiento, que también actúa como mirador sobre el pueblo, aunque el reflejo del sol molestaba bastante. Un panel informativo explicaba la geología del lugar donde se asienta el pueblo, junto a peñas de arenisca roja, modelado por los elementos, la erosión y el paso del tiempo. El laberinto resultante se conoce con el nombre de Las Quebradas, paraje que debió conocer ocupación humana ya en tiempos prehistóricos tal como sugieren los restos encontrados.
Asimismo, el pueblo se adaptó al terreno rocoso, tanto en forma rupestre, como casas-cueva, o acoplándose a las propias rocas. Esto nos recordó en cierto modo a la localidad portuguesa de Monsanto, aunque aquella a una escala muchísimo mayor.
Ya en el diminuto núcleo urbano, otro panel informativo, comenta que las rocas donde se asienta Chequilla se originaron hace 180 millones de años, “en un proceso de sedimentación por la regresión del mar”. Se trata de rocas silíceas, formadas por carbonatos y hierro, elemento al que deben su tono rojizo.
Después, dimos una vuelta viendo la Plaza, con la Iglesia Parroquial de San Juan Bautista y la fuente, que forma un curioso conjunto de piedra, que me trajo a la memoria las casas coloradas de un curioso pueblo francés que visitamos hace unos años, Collonges la Rouge.
Otro paraje curioso es una formación circular de rocas, bautizada por ese motivo como “la Plaza de Toros” y que se utilizó en tiempos para ese fin. También leimos en un panel informativo que hay una pequeña ruta de senderismo, de unos tres kilómetros que permiter contemplar todo el peculiar entorno y de la que recorrimos solo un tramo porque no queríamos que se nos hiciera de noche antes de llegar a nuestro lugar de alojamiento esa noche. Una razón para volver en alguna otra ocasión.
Muchas gracias Lucrecia. Las fotos tienen muchos años, de una máquina con carrete. Entonces iba menos gente a la montaña. Hemos hecho excursiones más recientes en Ordesa, a ver si tengo tiempo y subo alguna etapa. Todo el Parque es una maravilla.
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Hola a todos!
Por motivos laborales voy a estar en Zaragoza los meses de marzo y abril y quería organizar una escapada en Semana Santa (de jueves a domingo).
No tengo coche, así que busco alguna ruta que sea factible en transporte público.
No tiene que ser por Aragón, sino que también estoy buscando rutas por las comunidades limítrofes. Dentro de Aragón ya estuve en destinos como Huesca, Monasterio de Piedra, Calatayud, Jaca, Loarre, Tarazona, Mallos de Riglos,...Y de las comunidades de los alrededores no conozco prácticamente nada.
Había pensado en viajar a Teruel capital... Leer más ...
Salodari Moderador de Diarios 03-04-2009 Mensajes: 18739
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