Crónicas de Galápagos ✏️ Blogs de EcuadorDejándose llevar....Autor: Montaraz Fecha creación: ⭐ Puntos: 5 (6 Votos) Índice del Diario: Crónicas de Galápagos
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El café de Angel estaba en calma a las ocho de la mañana. “Por aquí todos los turistas sólo vienen a bucear al León Dormido, hacen un poco de” snorkel” y luego se van. Con la de tesoros que tiene San Cristóbal”. Angel se lamentaba sonriendo. “Mira amigo, agarra un taxi y dile que te lleve a Puerto Chino pasando por la Laguna, la Ceiba y Galapaguera. Vale la pena, creeme”. “Si cogemos un taxi entre cuatro nos saldrá más barato”, Irene volvía a guiñar el ojito izquierdo mientras sorbía su café. Ana también era viajera solitaria, además era argentina y de pocas palabras. Se unió al plan. La carretera que conecta Puerto Baquerizo con Puerto Chino es la única que hay en toda la isla. Quince kilómetros de sinuoso recorrido de tierra y piedras que discurren por el interior de la isla enlazando la costa del oeste con la del este. El interior de la isla de San Cristóbal, como la mayoría de las islas de Galápagos, está prácticamente deshabitado. El trayecto asciende suavemente entre hectáreas de terreno donde la reina es la escalesia, el árbol endémico de Galápagos por excelencia, hasta llegar a la Laguna del Junco, un cráter colapsado donde se acumula el agua de lluvia. Desde la laguna la explosión natural de la isla de San Cristóbal se hace evidente en forma de un inmenso manto verde que sólo el mar logra frenar. ¡Grande!. *** Imagen borrada de Tinypic *** *** Imagen borrada de Tinypic *** Durante la etapa de corsarios de Galápagos la población de tortuga terrestre sufrió de lo lindo. Al ser resistentes y fáciles de cazar, los pobres animales eran cargados en los barcos como reserva de carne durante los largos viajes. Como resultado esta especie estuvo al borde de la extinción. En el centro de recuperación de tortuga terrestre de Galapaguera cerca de quinientos especímenes campan a sus anchas asegurando la continuidad de la especie. Empezaba a hacer un calor de cojones. *** Imagen borrada de Tinypic *** *** Imagen borrada de Tinypic *** Sonreí recordando al “Mestre Surís” mientras alzaba la vista hacia la inmensa copa de la Ceiba centenaria. Decían que tenía más de trescientos años. A pesar de ser una especie introducida parecía que se había adaptado de maravilla y ahí estaba, imponente. Algún Robinson Crusoe tuvo la idea de construir una pequeña casa de madera utilizando el espacio que dejaban sus inmensas ramas y aprovechó parte del tronco para hacer una refrescante habitación bajo tierra. Bajo la ceiba se respiraba una especie de calma protectora muy agradable. *** Imagen borrada de Tinypic *** El calor ya era demoledor pero San Cristóbal nos tenía reservada una sorpresa al final del trayecto. Había que caminar unos quince minutos bajo el sol abrasador pero valió la pena, sin duda. Puerto Chino era un regalo de la naturaleza. Arena blanca entre negras paredes de roca volcánica envueltas por el verde intenso de la scalesia y los azules del mar. Paraíso refrescante donde poder sentir el delicado aleteo de las mantas raya mientras uno se baña a escasos metros de una colonia de leones marinos. Sublime. *** Imagen borrada de Tinypic *** *** Imagen borrada de Tinypic *** Con Oriol nos estábamos acostumbrando a las parrilladas de pescado y marisco. El problema es que una buena parrillada sin su vino blanco correspondiente es como un polvo con marcha atrás. Como que no acaba de completarse el tema, vamos. En Ecuador te encuentras con una situación curiosa. Parrillada y botella de vino para dos sale por unos 55$ de los cuales 20$ se van en la comida y 35$ en el vino (chileno sencillito que en España saldría por 10-12 euros). Entre los aranceles por alcohol y los aplicados a los productos de importación en Ecuador el vino sale a precios exorbitados. Con Oriol íbamos de “mochileros tribuneros” (término aplicado a viajeros que van con mochila buscando alojamiento barato pero que aplican el “que no falte de ná” cuando les apetece algo de verdad) y las parrilladas con vino empezaban a ser un denominador común en este viaje. Esta noche era víspera de elecciones generales y se había decretado la ley seca en todo el país. En el restaurante Rosita de Puerto Baquerizo eran más negociantes que legales y al pedirles parrillada con vino para dos se pasaron la ley por ese sitio. Irene y Ana se apuntaron al plan y el grupo se amplió con Mar, barcelonesa con una marcha importante, Elena, guipuzcoana sin tanta marcha y Lorena, ecuatoriana y azafata de la compañía aérea LAN Ecuador. Los del Rosita se frotaban las manos mientras las bandejas de pinzas y las botellas de vino saltaban sobre la mesa y Oriol y el menda también por estar en tan agradable e inesperada compañía. Mientras tanto la policía pasaba por nuestro lado haciendo la vista gorda aplicando la ley no escrita “Turista que no da problemas y suelta divisa no debe ser molestado”. La última noche en Isabela la liamos con Diana y Andrea. Todo apuntaba a que esta última noche en San Cristóbal no iba a ser menos y así fue. Paso por el “Iguana Rock” para las primeras rondas de roncitos con la calma y final en la discoteca “Neptuno”, lo más “in” de la noche de San Cristóbal. Un auténtico tugurio con paredes forradas con terciopelo, láseres que te queman las pupilas y música infumable mezcla de regetón, trance chungo y baladas José Luís Perales. Todo ello acompañado por un perfume a putiferio barato de lo más delicioso. Optamos por barra y roncitos hasta que el efecto etílico permitió bailar todo lo que sonaba (excepto José Luís Perales y similares). A la mañana siguiente una buena siesta reparadora en Playa Mann antes de coger la lancha hacia Santa Cruz. Nos quedaba una semana en Galápagos y queríamos ver algunas islas más antes de volver. Etapas 7 a 9, total 11
Una vez visitadas las tres islas principales de Galápagos (Santa Cruz, Isabela y San Cristóbal) intentar acceder al resto de islas por tu cuenta es sencillamente imposible. La normativa del Parque Nacional Galápagos prohíbe el acceso por libre a las islas deshabitadas. Las únicas opciones disponibles son los tours diarios (visita guiada ida y vuelta el mismo día desde Santa Cruz) o los cruceros de varios días que van haciendo paradas en diferentes islas a lo largo del recorrido. La pernoctación en estas islas también está prohibida por lo que en el caso de los cruceros las islas se visitan durante el día y se duerme en el barco. “Galapagos Tours”. Nos quedamos mirando el cartel y enseguida escuchamos “!Pasen, come in!”. Teniendo en cuenta que sólo quedaban cinco días de viaje y siguiendo el “que no falte de ná”, con Oriol habíamos decidido mirar algún crucero que pasara por las islas Española y Bartolomé. “1.000$, amigo. First Class. Muy buen precio”. Tito y Pablo nos miraban con sonrisa prefabricada esperando una respuesta. “Ni de coña, vamos”. Pasamos rápidamente a la opción de tour diario. Para los días que teníamos disponibles había tres opciones, isla Santa Fe, isla Bartolomé e isla Floreana. “Cogemos las tres si nos arregláis el precio”. A Oriol no le van las negociaciones y se mantenía en silencio. Teníamos precios de otras agencias y tras algunos tiras y aflojas cerramos el trato en 110$ a Santa Fe, 120$ a Bartolomé y 70$ a Floreana. En total 100$ por debajo de los precios iniciales. “Cliente duro. Eres buen negociante, amigo”. Tito y Pablo debían tener unos treinta y cinco y también las bolas peladas de negociar tours y cruceros con turistas. Ninguno de los tres podía imaginar en ese momento que nos volveríamos a cruzar más adelante. La isla Santa Fe se encuentra a dos horas en lancha desde Santa Cruz en dirección sudeste. “Española I” era una lancha de mucho cuidado con capacidad para quince personas. Con Oriol decidimos subir a una plataforma de unos cinco metros de altura situada sobre la cabina desde donde las vistas del mar, la brisa acariciándote el careto y el suave balanceo te sumergían en un estado de embriaguez delicioso (del cual más tarde nos arrepentiríamos). *** Imagen borrada de Tinypic *** Santa Fe aparecía como un inmenso vergel de escalesia en medio del mar donde la especie animal más interesante es la iguana marina de Santa Fe, especie endémica de esta isla. *** Imagen borrada de Tinypic *** *** Imagen borrada de Tinypic *** Por lo demás la visita a Santa Fe hubiera sido un fiasco de no ser por una colonia de lobos marinos que retozaba en la playa de la bahía. A diferencia de las que habíamos visto hasta ahora esta colonia no mostraba el más mínimo signo de nerviosismo cuando te acercabas a ellos. Golpecitos de tanteo con el morro sintiendo los duros pelos de sus bigotes en la piel y grandes bostezos a escasos centímetros de la cara. Intensos sonidos guturales, afilados colmillos y fuerte aliento a pescado. *** Imagen borrada de Tinypic *** *** Imagen borrada de Tinypic *** Observando, oliendo, escuchando, piel con piel. Un baile para los sentidos. Sin muros, cristales ni pantallas de televisión que separen a unos de otros. Cara a cara en libertad. Una nueva sensación para meter en la mochila viajera. Gracias Santa Fe. De vuelta en Santa Cruz algo no andaba bien. Ya en tierra todo se movía a mí alrededor y Oriol andaba igual. Las cuatro horas de balanceo del “Española I” empezaban a pasar factura y tantos días de sol también. Me bebí un litro de agua y todavía tenía sed, chungo. “!Hola!”. Irene apareció con su sonrisa de ratoncito habitual. Había vuelto de San Cristóbal para pasar un mes en Santa Cruz. “¿Te vienes a la playa?”. De camino a Playa Tortuga Irene me explicaba que quería sacarse el título de profesora de buceo antes de volver a Alemania. “Y tú, ¿Qué has hecho estos días?, ¿has sido bueno?”. Desde luego, algo no andaba nada bien. Empezaba a tiritar y estábamos a 35 grados. Combinación de mareo y de insolación, hecho mierda era poco. De vuelta al hotel otro litro de agua que tal como entró, salió. Ante tal panorama opté por calmarme, tomar una ducha fría, estirarme en la cama y dejar que el cuerpo hiciera el resto. Tras catorce horas de sueño, catorce visitas al wáter y todo el día siguiente haciendo nada más que beber agua y huir del sol, el cuerpo daba su visto bueno para continuar viaje con precauciones. *** Imagen borrada de Tinypic *** Bartolomé es una isla minúscula situada a dos horas en lancha desde Santa Cruz en dirección norte. “!Collons!”, Oriol soltaba la que ya venía siendo expresión habitual en este viaje. El panorama era espectacular. Paredes de roca volcánica sin apenas rastro de vegetación que se sumergían en el mar. *** Imagen borrada de Tinypic *** *** Imagen borrada de Tinypic *** Un escenario lunar donde te sentías el último ser humano sobre la Tierra. Isla Bartolomé nos recibía con un sinfín de tonos ocres y turquesas acompañados por un silencio espectral. Un auténtico himno a la calma y al aquietamiento tan sólo interrumpido de vez en cuando por suaves contracciones intestinales y delicados cuescos traicioneros. *** Imagen borrada de Tinypic *** *** Imagen borrada de Tinypic *** Noche animada en Santa Cruz. Temperatura agradable y suave brisa. A cuatro cuadras del muelle hacia el norte hay una calle llena de “asadores” con un marcado carácter local. Los locales la llaman la "Calle de los kioskos" Compartíamos mesa con un animado grupo de argentinos que conocimos en Isabela. Oriol ya estaba en condiciones de atacar una nueva parrillada mientras yo seguía obedeciendo a mi cuerpo a regañadientes. Agua, arroz blanco y paciencia. Mañana era el último día en Galápagos antes de volver a Quito y el viaje merecía acabar sin sobresaltos diarreicos. “¿Van mañana para isla Floreana?”. Fabio preguntaba con una sonrisa. Los dos asentimos al mismo tiempo. “Les va a encantar. Esa isla tiene algo especial”. Etapas 7 a 9, total 11
Definitivamente Eduardo era un guía diferente. Tras treinta y tres años haciendo de guía de Galápagos había dejado atrás la seriedad y corrección propia de sus compañeros y el tipo era un cachondo de cuidado. Eduardo amenizó el trayecto desde Santa Cruz hasta Floreana con chistes variados y canciones de Nino Bravo. Todo un fenómeno. Diana era estudiante de Biología y voluntaria en el Centro Darwin de Santa Cruz. Hacía el tour a Floreana por su cuenta y enseguida entablamos conversación. “¿Eres veterinario?. En el Darwin están buscando. Si te apetece a la vuelta nos pasamos y te presento”. “Buen plan pero mañana me voy”. “Vaya, una lástima”. Entre Eduardo y Diana las dos horas de lancha pasaron volando y la costa de Floreana empezó a vislumbrarse claramente. Agudicé la vista. “Aquí hay casas”. Intrigado le pregunté a Eduardo. “Floreana, ¿está habitada?”. “Sí, amigo Barcelona. Tiene unos cien habitantes”. *** Imagen borrada de Tinypic *** *** Imagen borrada de Tinypic *** Puerto Velasco Ibarra es el “núcleo urbano” de Floreana. Al pisar tierra un pequeño muelle lleno de lobos marinos te da la bienvenida al tiempo que dos guardas adormilados te inspeccionan con desgana el equipaje. Cuatro calles de tierra, veinte casas, una iglesia, una escuela, un consultorio médico, tres tiendas y tres comedores locales. Todo ello bien contado. Calor, calor, mucho calor. “Por aquí. A refrescarse a la playa, amigos”. Eduardo daba las indicaciones pertinentes mientras caminábamos bajo el sol abrasador. *** Imagen borrada de Tinypic *** Y de repente apareció Playa Negra. De reducidas dimensiones, Playa Negra tenía finas piedrecitas oscuras resultado de la erosión de la roca volcánica. La arena ardía de tal modo que hasta las iguanas levantaban las patitas para no quemarse. *** Imagen borrada de Tinypic *** *** Imagen borrada de Tinypic *** Playa Negra no era ni de lejos una playa espectacular pero tenía algo que me atrajo de manera especial desde el primer momento. Al principio lo identifiqué como un bombazo de calma absoluta y tras un baño urgente me senté a la sombra, respiré suavemente y mantuve los ojos semiabiertos como si de un zazén se tratara. Poco a poco las voces del grupo se volvieron susurros hasta casi desaparecer mientras el ruido de las piedrecitas rodando arrastradas por las olas se hacía ensordecedor. Me sentía de maravilla en Playa Negra y dejé que la sensación me invadiera sin límites. “No te vayas mañana”. Abrí los ojos completamente y me levanté consciente de que esa vocecita no salía de mi mente programada sino de un centro todavía más poderoso. Amigo sacral, ya te voy pillando. Sentí como un latigazo de adrenalina me sacudía de arriba a abajo. Empezaba el juego de decidir si me iba mañana o no. “!Xaviiii, esto es un espectáaaaculooo!”, Oriol venía corriendo por la playa eufórico y me miró fijamente. “¿Estás bien?. ¡Cómo te brillan los ojos!”. El restaurante “Dewil’s Crown” es un pequeño comedor local donde llevan a comer a los grupos de tour diario a Floreana. Los locales lo llaman “La Corona”. Durante la comida le comentaba a Oriol la sensación que había tenido en Playa Negra y que era una pena haber llegado a Floreana el último día de viaje. Mi mente programada empezaba a actuar sutilmente. “Si nano, yo me hubiera quedado una seman más....pero es lo que hay”, Oriol comentaba resignado mientras Diana comía tranquilamente ajena a la conversación. Tras la comida el tour continuó hacia el interior de Floreana. Un autobús destartalado (“La Chiva” la llaman por aquí) asciende penosamente a unos quinientos metros de altura para llegar a la única fuente natural de Galápagos. Una inmensa roca volcánica que recoge pacientemente el agua de lluvia y la almacena en su interior liberándola lentamente durante todo el año. “Desde que fue descubierta en 1935 la fuente mágica nunca se ha secado. Los Wittmer se asentaron en esta zona cuando llegaron a Floreana y la llamaron El Asilo de la Paz”, comentaba Eduardo. “¿Quiénes fueron los Wittmer?, pregunté intrigado. Eduardo empezó a explicar la historia de un matrimonio alemán que en 1935 decidió dejar la vida acomodada de Colonia para venirse a una isla de las Galápagos completamente salvaje, en estado natural puro, para iniciar una nueva vida. La historia de su viaje desde Alemania, de la llegada a la isla y las dificultades para adaptarse a las duras condiciones de Floreana, de la convivencia con la naturaleza y con las personas que llegaron posteriormente, de desapariciones y muertes misteriosas. Todo parecía estar sacado de una película de aventuras pero ocurrió en realidad, aquí, en Floreana. Me separé del grupo. Desde la fuente un estrecho sendero asciende hasta un pequeño cerro. Miré a mí alrededor. Sin casas, sin carreteras. Hectáreas de vegetación y cráteres hasta llegar al mar. Floreana desprendía un intenso aroma a calma natural, genuina y un cierto halo de misterio que me tenían fascinado. “No te vayas mañana”. Me quedé mirando la isla desde lo alto. “¿Por qué debo quedarme?”. Silencio. *** Imagen borrada de Tinypic *** El “Bongo Bar” es un local animado de la Avenida Darwin de Puerto Ayora. Diana y su amiga nos explicaban sus aventuras y desventuras en el centro Darwin donde estaban trabajando. “Xavi, vuelve aquí”, Diana me dio un golpecito sonriendo. Mi cabecita andaba metida en el programa “máximo centrifugado” evaluando los pros y contras de quedarme o irme, sacando conclusiones antes de tiempo, intentando entender porqué debía alargar el viaje. “No te vayas”, seguía resonando esa vocecita. “Sí claro, no te vayas, no te vayas….!Para qué!. ¡Ya te vale con la tontería!” replicaba la mente programada. Quedaban nueve horas para coger mi vuelo de salida hacia Quito. “Si tú cambias el vuelo, yo también”, Oriol también sentía atracción por Floreana. Su cambio de planes era más “suave” que el mío. A él le quedaban diez días más de viaje y tan sólo tenía que retrasar el vuelo a Quito una semana para enlazar con su conexión a Philadelphia. Mis conexiones a Miami y de ahí a Barcelona salían en 48 horas y teniendo en cuenta lo que me costaron, las podía dar por perdidas (“Billete con cambios sujetos a penalización y cambio de tarifa”). Una pasta, debería buscar un nuevo vuelo de vuelta. “Ya vuelves a hacer el capullo. ¿No ves que te va a salir por una pasta?. Y además esta vez ¿Porqué te quedas?. Si al menos tuvieras algún plan de viaje o hubiera alguna churri como en otras ocasiones pero esta vez… ¿Qué vas a hacer solo?, ¿Colgao en Floreana?, no conoces a nadie..recuerda que Oriol sólo se queda una semana, ¿Cuánto tiempo te quedas?, ¿y el Montseny?, ¿Porqueeeee?”, mi pobre cabecita andaba desesperada mientras la vocecita serena seguía con su cantinela “No te vayas”. Parecía un auténtico duelo de titanes y de hecho, lo era. La chica de la oficina de Aerogalápagos de Puerto Ayora me miraba con cara de póker. “¿Quieres cambiar tu vuelo a Quito de hoy? ¿el de las 10:30?”. “Por lo menos intentarlo”, respondí sonriendo mientras miraba el reloj que tenía enfrente. Marcaba las 10:30. “Vamos a ver, no sé yo sí…”, la chica introdujo el código de reserva en el ordenador. “Aquí estás. Javier Verdú, vuelo Baltra-Quito, 25 de febrero, 10:30”. Una sonrisa incrédula se dibujó en su rostro. “Pues sí, me deja hacerlo. ¿Cuándo quieres volver?”. “Pues no sé. Es tan tarde que no esperaba que se pudiera cambiar, la verdad. ¿He de pagar algo por el cambio?”. “Nada”. La chica me facilitó la decisión. “A ver cómo está la disponibilidad de vuelos con tu tarifa…..uyyyyy. Febrero nada, marzo nada, abril…..hasta el 19 no hay disponibilidad”. “Pues para el 19 de abril”. La chica me entregó el nuevo billete de vuelta sonriendo “Aquí lo tienes. Javier Verdú, vuelo Baltra-Quito, 19 de abril, 10:30”. “Ahí va tu vuelo”, la chica de la oficina señalaba hacia el techo mientras un ruido ensordecedor invadía el ambiente. Salí a la calle alzando la mirada, un avión de AeroGal ascendía suavemente maniobrando para encarar el morro hacia el continente, hacia Quito. Y por un momento, con la mente programada completamente extenuada y en silencio, sentí un nuevo latigazo de adrenalina al tiempo que la vocecita gritaba libremente “Siiiiiiii. ¡Vamos a experimentar!”. Etapas 7 a 9, total 11
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