Quebec
El centro de la “Ville de Québec” está totalmente reformado y es muy agradable pasear por él. Se divide en Ciudad Alta y Baja, porque entre ambas hay un considerable desnivel. Las principales atracciones se encuentran en la Ciudad Alta, donde destaca sobre todo el Château Fontenac, enorme castillo que alberga un hotel. Este hotel puede verse desde prácticamente cualquier punto de la ciudad. Delante del hotel se encuentra la Plaza de Armas, donde llega el funicular que sube de la Ciudad Baja, y desde donde comenzamos nuestro itinerario.
Detrás del hotel se halla la magnífica Terrase Dufferin, una especie de paseo marítimo de madera, desde donde se puede contemplar el enorme río San Lorenzo, el Barrio Champlain de la Ciudad Baja, el Puerto Viejo y, por supuesto, el propio Château Fontenac.
Tras deambular un poco por esta terraza, caminamos hasta el final, donde unas escaleras nos condujeron a La Ciudadela, fortaleza en forma de estrella que es la única ciudad amurallada de Norteamérica. Hicimos una visita guiada por el interior que fue un tanto aburrida, y que se salvó por las impresionantes vistas que había desde sus murallas, ya que la Ciudadela se encuentra en el punto más alto de Quebec.
Cuando terminó la visita, seguimos paseando por la Ciudad Alta viendo los edificios más importantes, y paramos a comer en el que dicen es el restaurante más antiguo de Quebec (data de 1675) llamado “Aux Anciens Canadiens”.
Después nos encaminamos hacia la Ciudad Baja por la Rue du Petit-Champlain, que nos condujo al Barrio Champlain, donde nos pilló la consabida tormenta diaria.
Finalmente, pasamos al lado opuesto del río San Lorenzo con el coche, desde donde pudimos contemplar una vista muy bonita de Quebec.
Finalmente, pasamos al lado opuesto del río San Lorenzo con el coche, desde donde pudimos contemplar una vista muy bonita de Quebec.
Rutas por la provincia de Quebec
Llegados a este punto habíamos estado en todos los lugares que teníamos señalados como obligatorios. Nos quedaban cuatro días por delante así que decidimos ir un poco hacia el norte de la provincia de Quebec, pues habíamos visto que había varias rutas que se podían hacer: la Ruta de la Nueva Francia, la Ruta del Río y la Ruta de las Ballenas.
Comenzamos con la Ruta de la Nueva Francia, que partía desde el mismo Quebec. La primera parada interesante fue el Parc de la Chute-Montmorency, pequeño parque en torno a las cataratas Montmorency, que tienen una caída de 82 metros.
Comenzamos con la Ruta de la Nueva Francia, que partía desde el mismo Quebec. La primera parada interesante fue el Parc de la Chute-Montmorency, pequeño parque en torno a las cataratas Montmorency, que tienen una caída de 82 metros.
Una vez hicimos el pequeño itinerario propuesto en el parque para recorrerlo, continuamos hasta la vecina Sainte-Anne-de-Beaupré, donde hicimos noche en un agradable bed & breakfast. En esta pequeña población se encuentra la Basílica Sainte-Anne-de-Beaupré, que atrae a peregrinos de toda Norteamérica. La última parada digna de mención de la Ruta de la Nueva Francia fue el Cañón de las Cataratas de Ste.-Anne, donde también hicimos el itinerario propuesto, que pasaba por dos puentes, uno de ellos colgante, y donde pudimos ver unas cuantas cataratas más.
Continuamos subiendo paralelos al río San Lorenzo para hacer la Ruta del Río. Esta ruta nos decepcionó bastante. Hicimos algunas de las paradas propuestas, pero no encontramos ningún sitio digno de mención.
Así pues, continuamos bordeando el río hacia el norte, para llegar al punto de inicio de la Ruta de las Ballenas… y de repente se acabó la carretera. Justo en la desembocadura del fiordo Saguenay, donde debía comenzar nuestra ruta, no había puente para atravesarlo. Sin embargo, había ferris para hacer ese trayecto. De hecho, a falta de un puente para atravesar el fiordo había un ferry gratuito cada ocho minutos durante las 24 horas del día. Así que tuvimos que hacer un poco de cola hasta que nos llegó el turno para pasar a Tadoussac. Una vez allí, paramos en la oficina de información turística para que nos aconsejaran sobre la ruta. Nos pareció un tanto larga, y se nos acababan los días, así que decidimos remontar un poco el fiordo Saguenay para llegar al lago Saint-Jean, y dejar la Ruta de las Ballenas para otra ocasión. Aún así, mientras íbamos en el ferry, tuvimos ocasión de ver alguna ballena.
Hicimos noche en un bed & breakfast llevado por un matrimonio que solamente hablaba francés. Tuvimos nuestras dificultades, pues nuestro nivel de francés dejaba mucho que desear, pero al final nos quedamos. Lo gracioso vino a la hora de desayunar. A pesar de decir (y demostrar) que el francés no era lo nuestro, el dueño no paró durante todo el desayuno de hablarnos. Suponemos que era muy simpático, pero no podemos asegurarlo.
Tras eso, iniciamos nuestra vuelta hacía Montreal para tomar el vuelo que nos traería de vuelta a España, y decidimos hacerlo por la orilla contraria del río San Lorenzo. Nos subimos a otro ferry y cruzamos hasta Rivière-du-Loup. En esta ciudad estaban en fiestas, así que nos quedamos a pasar la noche. Cenamos de maravilla en un restaurante en la calle principal, y al día siguiente volvimos a Montreal, nuestro punto de partida, donde finalizó nuestro viaje.
Así pues, continuamos bordeando el río hacia el norte, para llegar al punto de inicio de la Ruta de las Ballenas… y de repente se acabó la carretera. Justo en la desembocadura del fiordo Saguenay, donde debía comenzar nuestra ruta, no había puente para atravesarlo. Sin embargo, había ferris para hacer ese trayecto. De hecho, a falta de un puente para atravesar el fiordo había un ferry gratuito cada ocho minutos durante las 24 horas del día. Así que tuvimos que hacer un poco de cola hasta que nos llegó el turno para pasar a Tadoussac. Una vez allí, paramos en la oficina de información turística para que nos aconsejaran sobre la ruta. Nos pareció un tanto larga, y se nos acababan los días, así que decidimos remontar un poco el fiordo Saguenay para llegar al lago Saint-Jean, y dejar la Ruta de las Ballenas para otra ocasión. Aún así, mientras íbamos en el ferry, tuvimos ocasión de ver alguna ballena.
Hicimos noche en un bed & breakfast llevado por un matrimonio que solamente hablaba francés. Tuvimos nuestras dificultades, pues nuestro nivel de francés dejaba mucho que desear, pero al final nos quedamos. Lo gracioso vino a la hora de desayunar. A pesar de decir (y demostrar) que el francés no era lo nuestro, el dueño no paró durante todo el desayuno de hablarnos. Suponemos que era muy simpático, pero no podemos asegurarlo.
Tras eso, iniciamos nuestra vuelta hacía Montreal para tomar el vuelo que nos traería de vuelta a España, y decidimos hacerlo por la orilla contraria del río San Lorenzo. Nos subimos a otro ferry y cruzamos hasta Rivière-du-Loup. En esta ciudad estaban en fiestas, así que nos quedamos a pasar la noche. Cenamos de maravilla en un restaurante en la calle principal, y al día siguiente volvimos a Montreal, nuestro punto de partida, donde finalizó nuestro viaje.
Y para terminar
No queremos terminar este relato sin hacer al menos un pequeño comentario sobre los canadienses. Para ello, vamos a contar unas cuantas curiosidades y una anécdota.
Aquí van las curiosidades:
- Conducir en Canadá es diferente de hacerlo en cualquier otro sitio del mundo: cuando cometes una infracción, nadie toca la bocina; si te demoras más de lo necesario a la hora de aparcar y tienes coches detrás, esperan pacientemente a que termines la maniobra; hay cruces de cuatro calles en los que hay un stop en cada esquina: la manera de saber cuándo pasar es por estricto orden de llegada al cruce (y lo cumplen siempre a rajatabla).
- No podemos recordar con exactitud el número de veces que nos pasó estar en una calle parados mirando el mapa o la guía, y que alguien se parase a nuestro lado para preguntarnos si necesitábamos ayuda o si andábamos perdidos.
Y ahí va la anécdota: cuando llegamos al bed & breakfast de Niagara-on-the-lake, la dueña nos enseñó la habitación, el baño, quedamos a una hora para desayunar al día siguiente… lo típico. Y ya cuando se iba le preguntamos por la llave. Nos dijo que la habitación no tenía llave, y que la puerta de la calle la dejaban siempre abierta durante el día. Y para cerrarla por la noche, dejaría a la entrada tres post-it cada uno con el apellido de cada huésped que tenía esa noche. Según se llegaba se arrancaba el post-it con tu apellido. El que recogía el último, cerraba con llave. Así que salimos a hacer la cata de vinos, a media tarde volvimos para abrigarnos un poco y todas las puertas hasta nuestra habitación estaban abiertas a pesar de que no parecía que hubiese nadie. Salimos a cenar, y a la vuelta vimos que había un solo post-it con nuestro apellido. Por tanto lo arrancamos y dimos una vuelta a la llave al cerrar la puerta de la casa.
Cuando vimos hace tiempo el documental “Bowling for Columbine” de Michael Moore, decía que los canadienses dejaban la puerta de su casa abierta. Nunca pensamos que fuese tan literal, ni que fuéramos a tener ocasión de comprobarlo.
Aquí van las curiosidades:
- Conducir en Canadá es diferente de hacerlo en cualquier otro sitio del mundo: cuando cometes una infracción, nadie toca la bocina; si te demoras más de lo necesario a la hora de aparcar y tienes coches detrás, esperan pacientemente a que termines la maniobra; hay cruces de cuatro calles en los que hay un stop en cada esquina: la manera de saber cuándo pasar es por estricto orden de llegada al cruce (y lo cumplen siempre a rajatabla).
- No podemos recordar con exactitud el número de veces que nos pasó estar en una calle parados mirando el mapa o la guía, y que alguien se parase a nuestro lado para preguntarnos si necesitábamos ayuda o si andábamos perdidos.
Y ahí va la anécdota: cuando llegamos al bed & breakfast de Niagara-on-the-lake, la dueña nos enseñó la habitación, el baño, quedamos a una hora para desayunar al día siguiente… lo típico. Y ya cuando se iba le preguntamos por la llave. Nos dijo que la habitación no tenía llave, y que la puerta de la calle la dejaban siempre abierta durante el día. Y para cerrarla por la noche, dejaría a la entrada tres post-it cada uno con el apellido de cada huésped que tenía esa noche. Según se llegaba se arrancaba el post-it con tu apellido. El que recogía el último, cerraba con llave. Así que salimos a hacer la cata de vinos, a media tarde volvimos para abrigarnos un poco y todas las puertas hasta nuestra habitación estaban abiertas a pesar de que no parecía que hubiese nadie. Salimos a cenar, y a la vuelta vimos que había un solo post-it con nuestro apellido. Por tanto lo arrancamos y dimos una vuelta a la llave al cerrar la puerta de la casa.
Cuando vimos hace tiempo el documental “Bowling for Columbine” de Michael Moore, decía que los canadienses dejaban la puerta de su casa abierta. Nunca pensamos que fuese tan literal, ni que fuéramos a tener ocasión de comprobarlo.
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