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Después de un corto trayecto de cuarenta y cinco minutos llegamos al hotel Occidental El Embajador. Carlos Cruz nuestro chófer, nos esperaba en la misma recepción para conocernos y quedar a una hora para iniciar nuestro viaje a la mañana siguiente. Carlos en esos pocos minutos ya dejó entreveer su sencillez y amabilidad. Su amplia sonrisa anunciaba que ibamos a pasar cinco dias divertidos e inolvidables.
A las nueve de la mañana iniciamos viaje hacia Pedernales, ciudad fronteriza con el pais vecino Haití. Por el camino Carlos nos íba poniendo al día de como estaban las cosas en su pais y nosotros le contábamos como estaba la vida en España. Recientemente han tenido elecciones y ha sido reelegido Leonel como presidente. Las calles y carreteras están plagadas de carteles de políticos.
Era sorprendente ver en el arcén de la carretera grandes cantidades de basura y numerosos animales muertos por atropellos (incluído un caballo) que nadie recogía. Carlos reconocía que les falta un largo camino por recorrer en este sentido. Es una pena que no se cuide el entorno en un país tan bello.
Después de cruzar las localidades de Baní y Azua llegamos a Barahona y continuamos hacia el sur siguiendo la costa.
Poco después paramos para darnos un baño en playa Los Patos donde desemboca un río de agua fresca que nos vino muy bien para abrir el apetito. Compartimos baño con un grupo de dominicanos, entre ellos una chica que vivía a caballo entre Madrid y Las Palmas por lo que Jero enseguida entabló conversación. Mientras Alex disfrutaba muy animado de su primer baño caribeño.
Lo más curioso fué la aparición de un para de monjas dandose un baño con sus característicos atuendos, nada apropiados dado el intenso calor que hacía. Fué muy gracioso ver como se hacian fotos como dos turistas más. Por supuesto aproveché para captar el momento con mi cámara. En cuanto se dieron cuenta de que éramos españoles, se acercaron a conversar. Vivían en Malaga y se encontraban de vacaciones en su país después de cuatro años. Muy simpáticas las monjas... Las bautizamos como Sor Barahona y Sor Pedernales, quedarán en nuestro recuerdo.
En la misma playa disfrutamos de una rica comida a base de Langostas, Lambí y pescado de la zona. Tras la comida continuamos nuestro viaje.
Según nos vamos acercando a la frontera se incrementan los controles pero nadie nos para y con Carlos nos sentimos muy tranquilos. La carretera se complica por momentos pero es un auténtico profesional y conduce con mucha precaución. Despés de algo más de cinco horas de carretera y a las siete de la tarde llegamos a Pedernales.
Las habitaciones del hotel Doña Chava parecen estar colgadas de un árbol y se accede a ellas desde un patio interior donde el sol no asoma gracias a la tupida vegetación. Un lugar fresco y agradable.Las habitaciones son limpias y con aire acondicionado, lo justo y necesario para dormir y asearse. Por veinte dólares la noche, está estupendo. Ecoturismo al más puro estilo dominicano.
Una vez instalados, nos fuímos a tomar unas cervezas y nos retiramos temprano ya que el viaje había sido largo.
A la mañana siguiente madrugamos para visitar Bahía de Las Aguilas.
Al final de la calle donde está situado nuestro hotel nos encontramos otro de similares características llamado D´Oleo Mendez donde decidimos desayunar. El desayuno era espectacular, delicioso, con productos típicos de la zona. Yo me decanté por unos panecillos de mantequilla tostados con miel casera y jugo de mango que quitaba el sentido. También teniamos jugos de diferentes sabores, Lechosa, Chinola y cosas típicas como el queso frito, huevos...
A poco más de media hora de Pedernales se llega a un pequeño poblado de pescadores donde se coje una Yola (barca pequeña) para acceder a esta increíble playa llamada Bahía de las Aguilas. Un tesoro dominicano protegido y poco conocido.
Después de pactar un precio por el viaje en Yola de cincuenta dólares para todo el grupo, se enredó un poco la cosa con la presencia de un grupo de turistas franceses que se ofrecieron a llevarnos en su camioneta. Uno de los pescadores al cual bautizamos como "el follonero" (cosas de Jero), amenazó con tirarnos piedras si alguien se atrevía a quitarles el negocio. Para evitar males mayores optamos por ir en Yola y la verdad es que merece la pena por el paisaje que se ve desde el mar. Una zona de rocas rojizas que se abalanza sobre el azul turquesa del mar da paso a una playa de arena blanca y fina. ¡Qué playa!...
En la playa tan sólo estabamos nosotros seis, el grupo de ocho franceses y más tarde llegaron con el follonero dos belgas. Nos sentiamos unos privilegiados por estar en esta hermosa y solitaria playa.
Nos hicimos con una torre fabricada por cooperantes españoles para dejar las cosas a la sombra ya que el calor era intenso. Mientras Alex se daba un largo baño y Sonia se daba un paseo allá a lo lejos, aproveché para ponerme el tubo y las gafas y sumergirme en busca de alguna imagen de la fauna marina.
Las horas pasaron muy rápido y después de una larga espera el Yolero nos recogió a las seis de la tarde. Un día de playa excepcional.
Estabamos hambrientos y cansados así que nos fuímos directamente a Pedernales a comer en un restaurante tranquilo a la entrada del pueblo. El pollo asado y los tostones (platano frito) mojado con una Presidente nos devolvieron las fuerzas antes de ir a descansar. Conicidencias de la vida, los dos belgas con los que habiamos coincidido en la playa, se nos adelantaron y se llevaron los dos últimos pescados frescos del día. Otra vez será...
A la mañana siguiente y después de repetir el extraordinario desayuno del día anterior, abandonamos Pedernales para dirigirnos a Barahona. Pero antes visitamos el Hoyo de Pelempito, una zona protegida dentro del parque nacional de la sierra de Baoruco.
Una alfombra roja conducía a este parque de frondosa vegetación. El camino era sinuoso y lleno de pinares. Aparcamos el auto y después de una breve caminata nos encontramos un inmenso mirador custodiado por dos pequeñas construcciones de madera. Una de ellas eran los aseos y otra un centro de interpretación con una estupenda balconada desde donde se divisa un paisaje de valles y montañas que para nada recuerda la típica imagen que todos teniamos de la República Dominicana.
Nos pareció un buen lugar para descansar y tomarnos las piñas, manzanas y mangos que habiamos comprado antes de salir de Pedernales. La fruta estaba deliciosa y en los puestos de la calle sale a muy buen precio.
Volvimos hacia el sur para volver a coger la carretera de la costa y tomamos dirección norte hacia Barahona. A pocos kilómetros la policía fronterizanos nos pidió los pasaportes. La habilidad y buenas palabras de Carlos evitaron que nos abrieran las maletas y poco después llegamos a laguna de Oviedo para pisar fango y divisar algunas aves propias de la zona como Garzas, Viudas, Cotorras... y muchos insectos que dejaron el cuerpo de Jero y Sonia con un montón de picaduras.
Abandonamos la laguna dirección Barahona. Antes de llegar a esta bulliciosa localidad visitamos por unos instantes una propiedad que abre sus puertas, previo pago de unos pocos pesos, a visitantes y bañistas. Se trata de una villa que posee una serie de cascadas y piscinas naturales de agua dulce y fresca. La vegetación y el sonido del agua invitan a la relajación.
Ya en Barahona, cenamos en un lugar cercano al malecón. Carnes, Tosotones, Lambí, Mangú y nuestra cerveza Presidente.
Aprovechamos para comprar algunos articulos de Larimar. Barahona es el lugar donde se trabaja artesanalmente esta piedra de color turquesa muy apreciada en todo el mundo. Aquí los precios son los más baratos del país.
Ya de noche llegamos al hotel Casa Bonita, un lugar ecoturistico, especial y muy exclusivo. El precio por noche era de unos ciento ochenta dólares con desayuno incluído. Algo caro pero sin duda mereció la pena.
Las habitaciones así como todo el complejo son de madera. Una serie de cabañas colgadas de la ladera de una montaña que conforman un mirador de la costa y sus playas. La habitación tiene un balcón con una vista espectacular. La piscina parece asomarse y dejar caer el agua allá a los lejos, directamente al mar.
Hay luna llena así que Sonia y yo decidimos que la noche invitaba a tomar una copa en el bar de la piscina. En esos sillones al aire libre casi se podría dormir.
Degustamos nuestros Mojitos con la suave música de fondo de los Bee Gees, una brisa fresca y allá a lo lejos el resplandor de la luna ilumina el mar hasta un horizonte infinito. ¿Se puede pedir más?
A la mañana siguiente pasamos por Barahona para comprar fruta y alguna medicina para Sonia y Jero que tenían el cuerpo lleno de picaduras de insectos.
Continuamos hacia el Lago Enriquillo con la esperanza de ver los Flamencos pero el caudal del lago había subido mucho en el último año y sólo fué posible ver Iguanas y un cocodrilo asomado a la orilla.
A la vuelta nos cruzamos con muchos vagones repletos de la caña de azúcar gracias a la cual se elabora el Ron.
Cerca ya de Casa Bonita nos resultó curioso encontrarnos con un hotel llamado Pontevedra. Los gallegos estamos en cualquier lugar del mundo...
Dado que teniamos toda la tarde para descansar decidimos irnos al hotel y disfrutar de su piscina y sus hamacas. Pasamos una tarde fantástica charlando y disfrutando de unos roncitos con cola. Carlos disfrutó "como un enano" y Alex se inició en el mundo de la fotografía tirando unas fotos con mi cámara. El lugar era idóneo para llevarnos unas fotos de postal.
Después por la noche cenamos en un lugar excelente. Por fin nos dimos un homenaje con un pescado típico llamado "Colorao". Carlos degustó una espectacular parrillada de mariscos al más puro estilo gallego. ¡Qué buena vida!
Al día siguiente tocaba volver a Santo Domingo.
Después de que nos parara un policía de tráfico y de pagar el correspondiente "impuesto revolucionario", llegamos a media mañana a la capital. No disponiamos de muchas horas así que Carlos aparcó al lado de la catedral, la primera del nuevo mundo.
El parque Colón dejó paso a la calle del Conde repleta de puestos y tiendas donde poder comprar los artículos más típicos. Después iniciamos el paseo de nuevo por la calle de las Damas donde un carruaje esperaba paciente algún turista despistado.
Caminamos hasta el Alcazar de Colón desde donde se divisa la desembocadura del río Ozama. Antes de comer, Carlos nos llevó al mercado Modelo. Regateando es el mejor sitio para comprar todo tipo de artesanía y productos dominicanos. Comimos en el Conuco un lugar demasiado turístico y con un bufet bastante pobre y caro, pero al menos nos quitamos la sed. El calor en la capital era insoportable y debido a la larga caminata por sus calles lo era aún más si cabe.
Tras la comida Carlos me llevó a una licorería a comprar unas botellas de Ron Brugal Extraviejo. Apenas cinco dólares la botella cuando en España ronda los dieciocho euros.
Nuestra ruta tocaba a su fin con el último viaje en compañía de nuestro amigo Carlos.
La península de Samaná y el Portillo nos esperaban de nuevo un año después.
El viaje desde Santo Domingo me resultó corto. Recientemente han innaugurado una nueva carretera que permite llegar al Portillo en unas dos horas, el año pasado eran cuatro horas y media. Fué emocionante un año después volver a este mismo hotel y reencontrarnos con mucha gente con la que habiamos entablado una bonita amistad. Las sensaciones eran muy diferentes a cualquier otro viaje anterior. Nos despedimos de Carlos con unas piñas coladas.
Han sido cinco dias inolvidables y en gran parte gracias a él.
En el hotel tuvieron un detalle muy bonito con nosotros ya que por ser repetidores nos ofrecieron una suite impresionante que nos emocionó y nos alegró sobremanera.
Los dias aquí transcurrieron con mucha tranquilidad. Largos paseos por su maravillosa playa, comidas al lado de la playa, sesiones de gimnasio y sobretodo baños refrescantes en sus aguas cristalinas. Vivimos con intensidad los partidos de España en la Eurocopa, primero con Italia, luego con Rusia en la semifinal y por fin vimos ganar a nuestra selección una Eurocopa frente a Alemania en la final. Tan lejos de casa fué muy emotivo ver ganar a nuestra selección.
La vistoria fué celebrada por todos. Un andaluz al cual apodamos como "el pirómano del cava" abría toda botella que llegaba a sus manos, agitando el liquido y bañando a todo aquel que pasaba a su lado. Así estubo varios dias!
Ese mismo día recibimos la visita de Ana que lleva cuatro años trabajando en República Dominicana y fué ella la que nos comentó la idea de hacer esta ruta por el país. Nos gestionó las reservas diretamente y nos consiguió a Carlos como chófer. Gracias Ana, fué increíble...
Hay una playa muy cercana al pueblo de las Terrenas llamada Playa Bonita, su nombre lo dice todo...
En ella tan sólo había unos jóvenes pescadores que se encargaron de asarnos unas deliciosas langostas a la parrilla. Eran unas catorce langostas a muy buen precio, veinticuatro euros. Un precio increíble aunque no fué facil llegar a un acuerdo con nuestro amigo "el Mafioso".
Poco después llegó un grupo de niños dominicanos para darse un baño. El agua estaba tranquila, apenas se movía y el sol pegaba con fuerza.
Es una zona que merece la pena visitar. Tiene algún hotelito y un par de restaurantes con cierto toque francés. Las propiedades son construcciones de madera colorida al estilo caribeño, con grandes superficies de cesped que alegran el entorno. Sería toda una suerte vivir aquí...
En el hotel conocimos a una familia de vietnamitas que vivian en Toronto. Entablamos cierta amistad, aunque Sonia tuvo que denunciar en dos ocasiones su actitud. La primera vez el que bautizamos como el "Chino Cudeiro" se dedicaba a romper el coral, no se sabe con que fin...
La segunda vez se dedicaba a pescar los peces de colores usando espaguetis como cebo y después dejandolos morir en la orilla. Sonia avisó al personal de seguridad y se acabó el problema. ¡Todo un peligro el vietnamita!
Tambien recordamos con cariño a una pareja muy agradable de portoriqueños, Anaida y Martín. Fué divertido compartir experiencias y conocer la curiosa afición de Anaida por pintar árboles vistos de una manera diferente, ¡toda una artista!.
La pena fué descubrir que el hotel Bahía Principe del Portillo, había bajado mucho la calidad en sus servicios. La comida era repetitiva y los animadores excepto Sugar, eran deprimentes y poco profesionales. Lo mejor son sin duda los camareros del bar, desbordan simpatía y amabilidad.
Es una pena que un complejo tan bien situado tire por la borda su prestigio.
En fin, hace un año prometimos volver y hemos cumplido nuestra palabra. La República Dominicana nos ha vuelto a enamorar y a conquistar aunque creemos que ha llegado el momento de probar otros lugares. Las comparaciones a partir de ahora serán inevitables y el listón está muy alto.
Más fotos en mi blog: PARAISO PPVAZ
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