Escogimos Nueva Zelanda para disfrutar de nuestra luna de miel por la singularidad del país, por los contrastes de paisajes que nos habían comentado que lo distiguen y por la ocasión de hacer un viaje tan especial a Oceanía, un continente al que nunca nos habíamos desplazado.
Optamos por ir por libre. Tan sólo contratamos el avión (en Koreanair encontramos un precio muy económico y unas buenas condiciones de viaje, además de una excelente atención) y las dos primeras noches de hotel en Auckland (en un céntrico apartahotel llamado Bianco por unos 60 euros la noche, con habitación, comedor y cocina. Y desayuno incluido). El resto lo resolveríamos sobre la marcha.
Despegamos de Madrid el 29 de septiembre de 2010, a las 17,30 horas y aterrizamos en Auckland sobre las ocho de la mañana (hora local, que son once horas más que la europea) del viernes 1 de octubre. Nos recibió el país con sol y una temperatura de 12 grados. La temporada en la que viajamos resulta bastante adecuada porque ha terminado el invierno y emerge la primavera. Estamos hablando de sesión turística medio-baja, ya que la alta es nuestro invierno –su verano- cuando la nación se llena de turistas australianos, asiáticos y americanos.
Auckland y la gastronomía de NZ
En Auckland nos quedamos un par de días. Suficientes para visitar la universidad, la bahía, la pequeña y coqueta playa de Devenport, la catedral y recorrer calles que constituyen un referente de la ciudad como Queens o Parnell. Pronto descubrimos que la variedad gastronómica resulta más bien escasa. Abundan los filetes de vacuno, los fish and chips y las hamburguesas. Las principales cadenas de comida rápida tienen varios franquiciados en la capital y han copado el resto del país.
El tipo de cambio más o menos es de 1,75 dólar neozelandés por euro. Varía poco de un banco a otro, pero sí que puedes encontrar unas ligeras mejores condiciones en alguna casa de cambio de las que abundan por Queens o por el puerto (por cierto, repleto de pubs y restaurantes).
Nos fuimos a la oficina de turismo que está situada en la base misma de la torre de Auckland (skytower es la principal referencia de la ciudad desde cualquier punto) y allí nos solventaron algunas de las gestiones que queríamos realizar en el inicio de nuestro periplo. Primero, reservamos el coche (un mazda automático) por su mediación. Ellos miraron las ofertas que había, nos informaron, las aceptamos, llamaron, reservaron y nos dieron el número de referencia.
Escogimos Jucy cars, el principal operador autóctono del sector. Nos costó 25 dólares diarios (unos 14 euros) más 17 (nueve euros) por contratar seguro a todo riesgo. Además, les preguntamos por la opción del GPS (sumamente recomendable) que nos dieron por cinco dólares diarios. Total que por 47 dólares diarios disponíamos de un amplio coche que, eso sí, había que conducir siempre por la izquierda. La atención de la compañía resultó bastante floja pero el precio era competitivo.
Avión y ferry
En la misma oficina de turismo nos reservaron las plazas de pasajeros y coche para cruzar el ferry que enlaza isla norte e isla sur desde Wellington a Picton. Es muy recomendable hacer la reserva por internet con varios días de margen, sobre todo si se lleva coche propio, porque va repleto. Nos costó, en total, unos 140 euros. Después, ya con el ordenador portátil que nos habíamos llevado, hicimos la reserva del vuelo desde Cristchurch (capital de la isla sur) a Auckland con Air New Zealand por el equivalente a 60 euros por persona. Operan todos los días varias compañías de bajo coste entre las que se puede elegir.
Emprendimos el viaje desde Auckland hasta la citada Christchurch, donde devolveríamos el coche. A esas alturas ya habíamos reservado habitación en un bed and breakfast en nuestro siguiente destino: Rotoura, la capital de los maoríes, los aborígenes neozelandeses. Nuestra táctica consistía en reservar un día o dos antes de llegar a cada sitio. Consultábamos las webs de los bed and breakfast locales (una web denominada b@b New Zealand nos fue útil, al igual que otras guías en papel) y escogíamos de entre las que se adecuaban a nuestro presupuesto.
Preguntábamos por email la disponibilidad (es temporada medio-baja y prácticamente ninguna estaba llena) y reservábamos. En la mayoría de los casos bastaba con anunciar por email la hora aproximada de llegada, aunque en alguna sí que nos pidieron número de cuenta.
Rotoura
En Rotoura nos alojamos en Tresco B@B, una casa regentada por un escocés y una china. Nos costó 150 dólares la noche. Tiene su bañera con agua termal natural. Coincidimos en el desayuno con una agradable pareja inglesa sesentona, con un italiano llamado Franco que trabaja en China, dos hermanas de Hong-kong y un matrimonio de Singapur que vive en Auckland. Visitamos un poblado maorí (resulta muy sencillo encontrar visitas organizadas, cenas y excursiones. Basta con preguntar en cualquier hotel o en la misma oficina de turismo) y presenciamos la danza guerrera del haka.
Desde allí nos desplazamos hacia la costa este, a Napier, tras pasar por Matamata, más conocido como Hobbiton por tratarse del pueblo donde recrearon para el cine la comarca de los hobbits, los célebres personajes de El Señor de los Anillos. También atravesamos Taupo y su enorme lago.
Napier
En Napier nos sorprendieron los deliciosos y generosos desayunos del Villavista B@B. Sus propietarios son Tina y Tim. Nos costó 140 dólares la noche. Ella cuida mucho todos los detalles. Nuestra habitación –en el ático de una enorme casa victoriana- disfrutaba de vistas a toda la bahía. La primera mañana coincidimos con una neozelandesa de la parte oeste de la isla norte que leía el periódico. La segunda, con un matrimonio amigo de Tim, que desayunaba con ellos. Aprovechamos en las inmediaciones de la ciudad para realizar una visita guiada a la bodega Church road (una hora 15 dólares).
Nos encaminamos hacia la isla sur pero antes hicimos una escala de una noche en Martinborough. Nos quedamos en Martinborough Connection B@B. Fue un error. El pueblo, diminuto, no destaca por sus encantos y el b@b resultó muy ruidoso por estar junto a la carretera. Nos costó 145 dólares. Carecía de encanto. El desayuno, eso sí, resultó abundante y nos permite descubrir una fruta local que parece un tomate dulce. Desayunamos con un matrimonio neozelandés, ambos profesores.
Blenheim
Cruzamos el mar de Tasmania y escogimos Blenheim, un pueblo de unos 20.000 habitantes ubicado entre viñedos, para nuestra siguiente escala. Como en el caso de Napier, volvimos a acertar. Nos quedamos en Henry Maxwells B@B. 140 dólares la noche. Graham y Diana son los dueños. El, ex granjero; ella, ex profesora. Los desayunos eran justitos pero la habitación muy cómoda y el trato, agradable. La primera mañana coincidimos en el desayuno con un holandés que vive en Liverpool y que quiere venir a vivir a Nueva Zelanda. La segunda mañana estamos solos aunque Graham ya se encarga de darnos conversación. Está céntrica la casa.
Greymouth
Viramos y orientamos nuestro camino hacia el oeste de la isla sur, en concreto hacia Greymouth, por hallarse cerca de los glaciares. El problema consiste en que se trata de una zona con escasa oferta de b@b. Los que encontramos están alejados del pueblo, una característica que habíamos rehuído hasta entonces.
Apostamos por un céntrico hotel de mochileros: Duke backpackers. Sosihe, su propietario, nos atendió. Nos dio buenas recomendaciones, pero el sitio es frío y caro (unos cien dólares la noche en habitación doble con cuarto de baño dentro) para ser un youth hostel. Cenamos las dos noches en el Spreight´s ale house, donde cocinan buena carne y ponen platos abundantes.
Nos desplazamos en coche al glaciar Franz Joseph, para lo que necesitamos dos horas y media de ida y otras tantas de vuelta. En su base contratamos una excursión de cinco horas para adentrarnos en el glaciar, ya que es la única forma permitida de introducirte en él. Nos costó 109 dólares por persona la visita guiada.
Kaikoura
Retornamos hacia la costa este para encaminarnos hacia Kaikoura. Allí no logramos contemplar las ballenas porque la mañana en que estuvimos el viento arreciaba y los barcos no podían zarpar. Nos alojamos en The point. Allí nos atienden Gwenda y Peter. Nos cuesta 140 dólares la habitación, que resulta amplia y bien arreglada. El desayuno es frío, con tostadas y mermeladas. No al estilo inglés. Luego vemos cómo Peter esquila ovejas en su espectáculo para turistas. Nos cuesta diez dólares cada uno.
Al lado de la casa se encuentra una zona de descanso de focas donde hay decenas. También tres puestos de carretera en los que se come pescado a unos diez dólares por persona. La noche anterior cenamos pescado pero algo más caro en The Green. Nos costó casi 50 dólares por persona.
Christchurch
Cerramos nuestro recorrido por la isla sur en Christchurch. Allí nos quedamos en Living space, anunciado como b@b aunque carece del encanto de este tipo de alojamientos en pequeñas ciudades como los que habíamos disfrutado hasta la fecha. Nos ofrecen un estudio y nos dan tickets para desayunar en un restaurante vecino. El alojamiento, eso sí, es muy céntrico. Nos cuesta 104 dólares la noche más 15 de garaje.
Valen la pena las excursiones guiadas de 2 horas por 15 dólares por persona que salen de una caseta roja al lado de la catedral. Gilles nos lleva.
Volvemos en avión (poco más de una hora) a Auckland. Tiramos la casa por la ventana y nos quedamos la última noche en Ascot Parnell, un b@b de lujo en la zona de Parnell. Su propietario, Bert, nos llevó luego, por 60 dólares, al aeropuerto. Nos dieron la mejor habitación, con una vista espléndida a la bahía. El negocio lo lleva un matrimonio belga afincado en Nueva Zelanda. Te dan crepes para desayunar.
Dispones de numerosas comodidades pero echas de menos el canto de las casas señoriales de mediados del siglo XX como las que nos alojamos en Napier o Blenheim.
La experiencia nos ha convencido porque Nueva Zelanda dispone de amplia oferta de b@b y del tamaño adecuado para recorrerlo en coche por nuestra cuenta. Eso sí, cuidado con confiarse con las distancias porque, debido a sus características montañosas, recorrer cien kilómetros puede suponer perfectamente dos horas de dedicación. No existen autovías al margen de las rondas urbanas de las principales ciudades.