Ahora supongo que podría haber subido a la Corona porque, para acceder al pedestal (no me dejan llevar la bolsa de la cámara) hay que ascender algo más de 150 escalones. Tengo que dejar de fumar y hacer deporte, me voy diciendo mientras las pulsaciones se me aceleran y echo los pulmones en cada descansillo. Desde el pedestal no se ve la estatua: sólo los pliegues de la túnica. Para tomarle una foto de frente, hay que volver al barco. Hace un calor de mil demonios, tengo la regla y sudo a mares. Pero no paro de sonreír y sonrío también, con una mezcla de cinismo, cuando veo los carteles de propaganda y las consignas: Demuestra que eres estadounidense, dona dinero. Yo no soy estadounidense, pero sé que el año que viene arreglarán la estatua y dejo un dólar. Un billete de un dólar. Me parece simbólico -y no sé si hermoso- que respeten tanto a su moneda que la cantidad de referencia sea un billete, porque me acuerdo de la última peseta: esa monedita tan pequeña y tan ridícula.
A las 14:15 del 30 de agosto de 2010 piso, por vez primera, el suelo de Manhattan.
"Keep ancient lands, your storied pomp!" cries she
With silent lips. "Give me your tired, your poor,
Your huddled masses yearning to breathe free,
The wretched refuse of your teeming shore.
Send these, the homeless, tempest-tost to me,
I lift my lamp beside the golden door!"
Emma Lazarus.
30 de agosto de 2010.