DESPIDIÉNDONOS DE ZANZÍBAR. UNA TARDE EN EL CAIRO. ✏️ Diarios de Viajes de Tanzania11 de agosto de 2010. Eran tan solo las 3.45 horas de la madrugada cuando despertábamos del leve letargo en el que algunos privilegiados nos encontrábamos. La mayoría de los expedicionarios no habían tenido la más mínima oportunidad de pegar ojo...Diario: Viaje al sur de Tanzania y Malawi⭐ Puntos: 5 (6 Votos) Etapas: 22 Localización: Tanzania11 de agosto de 2010. Eran tan solo las 3.45 horas de la madrugada cuando despertábamos del leve letargo en el que algunos privilegiados nos encontrábamos. La mayoría de los expedicionarios no habían tenido la más mínima oportunidad de pegar ojo en las pocas horas de que habían dispuesto, hasta la temprana llamada de Malaika. El colchón enmohecido sobre el que habíamos posado nuestros cuerpos no era digno de obtener la categoría de camastro, y por su humedad, más bien pareciera una colchoneta de playa propia de la época estival. A esas tempranas horas, abandonábamos las instalaciones del Mikadi Beach Lodge con caras más propias de películas de terror que de rudos aventureros africanos. Los rostros lánguidos y blanquecinos de los expedicionarios denotaban la falta de sueño causada a partes iguales por los citados colchones y los sonidos procedentes del bar que, hasta poco tiempo antes, nos había deleitado con músicas eminentemente festivas, para deleite de los huéspedes del alojamiento que no tenían decidido abandonarlo aquel día. El minibús contratado para la ocasión, nos transportó por calles desiertas - con transbordador de vuelta incluido- hacia el aeropuerto Julius Nyerere de Dar es Salaam, allá donde un veinticinco de julio iniciáramos la aventura de África. Se completaba así el círculo que, como toda experiencia vital compuesta de principios y finales, habíamos delimitado en nuestro transcurrir por tierras africanas, llenándolo de intrépidas experiencias y del más elemental conocimiento de nuevas culturas. Sólo cabía esperar el inicio de un nuevo círculo bajo el auspicio de nuestro líder Malaika. Quizá el lago Victoria pudiera ser el comienzo de una nueva circunferencia que trazar... quien sabía entonces. Mientras tanto, nos disponíamos a tomar el vuelo de Egyptair que partía a las 6.15 de la mañana con llegada prevista a El Cairo para las 12 del mediodía. En el desayuno que realizábamos en uno de los bares del aeropuerto, uno de los camareros hacía un último intento por birlarnos unos dólares al devolvernos el cambio, siendo reprendido por su superior jerárquico, tras nuestras quejas airadas. Bajo nuestra apariencia de mzungus (extranjeros), ya no se escondían los novatos que el año anterior visitaran por primera vez Tanzania. La experiencia era un grado, y no íbamos a permitir el más mínimo engaño a esas alturas del viaje, por mor de las dificultades idiomáticas en las que torpemente nos movíamos. La espera era larga, y mayor nos pareció a todos, cuando la falta de descanso hizo mella en los expedicionarios, que se disponían horizontalmente sobre los bancos de madera de las vetustas instalaciones, intentando relajar la tensión cervical y la falta de sueño. Un nuevo e imponente amanecer ponía el colofón a nuestra triste despedida. Desde el asiento del avión, Tanzania se hacía cada vez más pequeña y con ella el sueño africano que nos había empujado en todo momento por las áridas pistas de tierra de sus parques nacionales. Allí quedaba... relegada al recuerdo animoso de los expedicionarios, que en reuniones preparatorias de nuevas aventuras, rememorarían viejas andanzas. Al fin llegábamos a Egipto, a una terminal de lujo que poco o nada se parecía a la aquella de la que habíamos partido. Y como no todo podía salir bien -sorprendentemente, en 20 días por Tanzania y Malawi no habíamos tenido el más mínimo contratiempo-, a nuestra llegada la persona contratada para desplazarnos hasta Zamalek, no había hecho aún acto de presencia. Y no lo haría hasta una hora más tarde, justificando tal retraso por el cambio de hora que se había operado aquel mismo día. ¡Maldita sociedad civilizada! pensábamos algunos, con caras de hacer pocos amigos. El sol y la sensación asfixiante de calor de Egipto se colaban, con el paso de los transeúntes, entre las puertas automáticas del aeropuerto, cercanas a nuestra posición. Cuando finalmente tomábamos posiciones en el minibús contratado, nuestras maletas (y mi máscara... también) eran echadas a la baca del vehículo violentamente, dejándolas sin sujeción alguna que garantizara un feliz desenlace. Poco importaban ya. El cansancio y el calor no dejaban lugar a las preocupaciones. Era tal el calor, que si hubiéramos arrojado un huevo al asfalto, éste se habría frito en pocos minutos. Los nuestros, los de los expedicionarios del sexo masculino, ya venían pertinentemente cocidos de Tanzania, tras el intento de timo del camarero y la posterior espera en el aeropuerto. ¡Dios mío, a quien se le ocurría veranear en El Cairo! Chorreando, así es como llegamos al Hotel Longchamps, donde la Señora Hebba Bakri, propietaria del mismo, nos dio la bienvenida haciendo alarde de unas dotes ciertamente dictatoriales. Aunque vestía de forma occidental, no nos habría sorprendido verla uniformada al más puro estilo de la Gestapo, flanqueada por banderas rojas con esvásticas y enardecida por sus empleados, a la voz de ¡Heil Hebba! Qué carácter se gastaba la señora Bakri. Como para no darle las llaves al salir... Bromas aparte, el hotel era muy confortable y disponía de todas las comodidades de Occidente. Solo su ascensor, que parecía llevar allí dos cientos años instalado (incluso antes de su invención), llamaba la atención del visitante que en grupos reducidos de dos o, a lo sumo, tres personas de complexión delgada -que no era mi caso-, ascendían hasta el segundo piso del edificio donde se situaba la recepción. La ducha era obligada y agradecida en aquel momento. Y como nos disponíamos de mucho tiempo, pusimos pies en polvorosa, con rumbo hacia un buen restaurante egipcio donde calmar la incipiente hambruna de los expedicionarios. Y anduvimos, y anduvimos... bajo un sol de justicia, buscando una línea de metro que después supimos que no estaba construida aún. Aunque llevaba años planificada, lo cierto es que había quedado como un proyecto sin fecha de finalización prevista. Lo curioso es que al preguntar a algunos vecinos de la zona que paseaban por el lugar, nos indicaban someramente la situación del metro sin que, lógicamente, encontráramos por ninguna parte la embocadura del mismo. Ni ellos mismos sabían bien de que les hablábamos. Fue el único error de Malaika en todo el viaje y es que, como ya hiciera el visionario Julio Verne, su previsión era buena, pero... habíamos llegado con años de antelación. Y así pasaron muchos minutos, yo diría que horas (al menos esa es la sensación que me quedó), transitando por las calles caóticas de El Cairo, en busca del afamado restaurante. Yo ya solo pensaba en meterme en cualquier lugar con aire acondicionado, me daba igual si servían comida o no. Solo demandaba agua en abundancia y a ser posible en estado de gelidez absoluta. Por fin, al llegar a la calle Alfi Bey, emergió ante nosotros el edificio del Hotel Windsor, uno de esos lugares que ha sido testigo inmutable de la historia más reciente de Egipto. El primer ascensor instalado en el continente africano, daba acceso al Barrel Bar (Bar de los barriles), situado unas plantas más arriba, lugar éste que, en la época colonial, había acogido el cuartel general de los oficiales británicos y que, más recientemente, había sido el entorno perfecto para filmar numerosas películas de la factoría Hollywoodiense. Dentro del ascensor y ascendiendo al ritmo pausado que sus engranajes permitían, uno podía imaginarse las múltiples situaciones y conversaciones que habría albergado en aquella época convulsa. En el restaurante, las mesas y sillas con forma de barril servían de feliz descanso para los expedicionarios, degustando un exquisito hummus (puré de garbanzos típico de Siria), amén de otras especialidades locales, que sin duda calmaron el ambiente tenso en el que algunos empezábamos a encontrarnos tras la larga caminata. A unas manzanas de allí, el bazar de Khan el Khalili era nuestro próximo destino. Aunque ya había tenido la oportunidad de adentrarme en este bazar en un viaje anterior, aquel día el bullicio que aún guardaba en mi memoria no se correspondía con la realidad a la que me enfrentaba. Extrañamente, las estrechas calles del Khalili, que habitualmente son un hervidero de turistas y vendedores de todo tipo de artesanías, aparecían a nuestra vista como semidesérticas. El inicio del Ramadán, suponía un parón a la actividad frenética que suele caracterizar al Bazar, y por ende, a la propia ciudad de El Cairo. Recuerdo que en primera visita al Bazar, no sin cierta guasa, me ofrecieron la posibilidad de vender a mi propia hermana menor, por unos cuantos camellos. A lo que rapida y sarcásticamente respondí que la operación se cerraría si, incluíamos en ella a mi otra hermana y a mi madre, que también nos acompañaban. El amable egipcio, entre risas y aspavientos, rehusaba ipsofacto tal ofrecimiento. En otra ocasión, me preguntaron si tenía ascendencia árabe, pues mis rasgos faciales así se lo hacían pensar. Aunque lo negaba, el mercader salió corriendo para llamar a otro compañero, y mientras me observaban, los dos me decían riendo: ¡egyptian, egyptian! Otros, al verme flanqueado durante la visita por tres mujeres - mis dos hermanas y mi madre-, sonreían a mi paso y me decían: ¡You are like Ramsés, three wives! ( Tú como Ramsés, tres esposas...). La forma amable en que los mercaderes intentan congeniar con el extranjero y las innumerables argucias de que se valen, son un aliciente más para el aumento de las ventas en sus negocios. Anécdotas aparte y sea como fuere, lo cierto es que en la incipiente puesta de sol, la sociedad cairota empezaba a hacer acto de presencia, adquiriendo en puestos improvisados, unas bolsas de plástico translúcido que dejaba ver un líquido de color blanquecino o negruzco, que aún hoy no acierto a identificar. En un agradable pero caluroso paseo, nos acercamos lentamente, absortos por cuanto discurría a nuestro alrededor, hasta la Mezquita-Universidad de Al-Azhar. Constituida como la Universidad más antigua del mundo, y erigida en honor de Fátima -la hija menor del profeta Mahoma-, alzaba sus minaretes al aire como la gran propagadora de la cultura islámica en el mundo árabe. En los alrededores, las mesas de los establecimientos cercanos se abarrotaban de cientos de personas que aguardaban el momento de romper al ayuno. Era entonces cuando el almuecín de Al-Azhar, llamaba a la oración a los fieles, propagándose el rezo por todo la ciudad de El Cairo, a través de las mezquitas adyacentes. Los más de 11 millones de habitantes de esta ciudad egipcia, paraban al unísono toda actividad, a la voz de Al- Azhar. Era realmente sobrecogedor el eco reverberante que se trasmitía por todos y cada uno de los barrios cairotas. Por supuesto, en esa coyuntura, entrar a visitar la Mezquita resultó del todo imposible. Así que decidimos volver hasta el hotel, para lo que esta vez sí, negociamos con extenuante regateo, los taxis que nos transportarían hasta el Longchamps de la señorita Bakri. La experiencia de tomar un taxi en el Cairo, es algo que ningún visitante debería de perderse, a pesar del peligro que tal actividad tiene para la integridad física. Pese a ello, por el camino, pudimos hacer una parada de emergencia, al más puro estilo japonés, para tomar desde la lejanía unas fotografías de la Ciudadela de Saladino situada sobre la colina de Muzzattan. Tras nuestro discurrir por la Corniche, donde el Nilo fluía majestuosamente, alcanzábamos el barrio de Zamalek, y lo que para nosotros era más importante, el hotel Longchamps. LLegado ese momento, algo más de dieciséis horas después de iniciar la marcha de Tanzania, no quedaban fuerzas para más. Estábamos completamente destrozados. Solo cabía tomar una cena frugal y a la cama, pues al día siguiente continuaríamos nuestro viaje, visitando dos de los lugares más espectaculares de El Cairo: Las pirámides de Gizah y el Museo Egipcio. Llegado a la habitación, no recuerdo que fue antes, si tocar la cama o cerrar los ojos, pero lo que si quedaba claro era que, tanto yo como el resto de los expedicionarios, nos habíamos ganado el descanso. Lamentablemente, cada día estábamos un poco más cerca de España y algo más lejos del África salvaje que nos había deslumbrado con su belleza. Aún así debíamos continuar la Aventura de África. Índice del Diario: Viaje al sur de Tanzania y Malawi
01: VIAJE AL SUR DE TANZANIA Y MALAWI. AEROPUERTOS.
02: ROMA, OSTIA ANTICA Y AEROPUERTO DE EL CAIRO
03: DE DAR ES SALAAM A SELOUS GAME RESERVE
04: RESERVA DE CAZA DE SELOUS Y SABLE MOUNTAIN LODGE
05: DE SELOUS A MOROGORO. LAS MONTAÑAS ULUGURÚ Y SUS GENTES
06: LAS MONTAÑAS UDZUNGWA Y LAS CATARATAS SANJE. TANZANIA.
07: AMANECER EN SANJE Y RUMBO A IRINGA.
08: EL LARGO CAMINO A MALAWI. EL SANTUARIO DE SANGILO.
09: NOS DIÓ UN RAYITO EN MALAWI; DE CHILUMBA A CHINTECHE (KANDE BEACH).
10: A TODO CERDO LE LLEGA SU KANDE BEACH. EL LAGO MALAWI Y SUS GENTES.
11: EL REGRESO A TANZANIA (MBEYA). EL CAMINO HACIA EL PARQUE NACIONAL DE RUAHA.
12: UN GAME DRIVE POR EL PARQUE NACIONAL DE RUAHA (TANZANIA)
13: UN LEÓN RONDANDO NUESTRA TIENDA. RUAHA NATIONAL PARK. EL MZUNGU MASAI.
14: SOBREVOLANDO TANZANIA. NUESTRO PRIMER DIA EN ZANZIBAR.
15: JAMBIANI, UN PARAJE PARADISIACO EN LA ISLA DE ZANZÍBAR (TANZANIA)
16: DE BODA EN ZANZÍBAR. LA BODA SWAHILI DE KIKI Y EVA.
17: LA RESACA POST-BODA DE JAMBIANI.
18: AMARGO ADIÓS A JAMBIANI. UNA TARDE EN STONE TOWN.
19: DESPIDIÉNDONOS DE ZANZÍBAR. UNA TARDE EN EL CAIRO.
20: LAS PIRÁMIDES DE EL CAIRO Y EL MUSEO EGIPCIO.
21: REGRESANDO A ESPAÑA. VISITA EXPRESS A ROMA, LA CIUDAD ETERNA.
22: EL FIN DE LA AVENTURA. ÁFRICA EN EL RECUERDO.
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