1.- Mae Sai en la frontera birmana
Final de la carretera tailandesa, desemboca en el arco de entrada a Myanmar. Nada más llegar nos abre la puerta una espléndida tromba de agua, pero como estamos en zona de mercadeo fronterizo, pillamos unos chubasqueros bolsa de basura, y vamos tirando.
Las empinadas escaleras que uno se encuentra en las faldas de la colina sobre el mercado, que ascienden al Wat Phra That Doi Wao, dominantemente erigido y con amenazante escorpión hacia el vecindario birmano, dispersan al grupo Hispano tailandés que hemos salido de gira. Yo, Sandra y el chaparrón, subimos; Gorka, Ni y Rosa se quedan en el llano; Ayé y su chica se van de compras de accesorios para su artesanía Akha; y Achó y su beba Vao, se van a aparcar la ranchera.
En la cima, buscamos un Museo del Opio inexistente en Mae Sai, pero a cambio, visitamos un templo en reformas, que por la enorme estatua del alacrán negro que vigila la zona fronteriza, parece más un puesto militar que religioso.
Los obreros, técnicos y monjes, nos miran con indiferencia y sin sorpresa, pero como si estuviéramos fuera de lugar. A lo nuestro, nos dedicamos a disfrutar de las espectaculares vistas del núcleo de tejados de Tachilek, y del río que desciende entre las montañas birmanas, antes de iniciar la bajada, para perder el tiempo dando una vuelta por las callejuelas del mercado, por alguna de las cuales se puede encontrar letreros de “camino a Myanmar”.
2.- Wat Tham Pla y su cueva de los monos
Regresando, Achó se desvía para acercarnos hasta este templo, y su cueva, donde macacos que campan a sus anchas por el recinto, especialmente alrededor del estanque de peces, se aprovechan del buffet libre servido por los camareros turistas, a cambio de fotos en serie disparadas con la mano derecha, mientras la izquierda tiende el cacahuete a los insaciables bichos.
Es tanto el alimento que reciben, que aparte de los gruñidos de las peleas por gula, se les forma una pelota en la papada, a modo de despensa donde guardar lo que es imposible tragar tan rápido.
A poca distancia, unos tipos con gafas de sol modelo “caiga quien caiga” y largas varas de bambú, ataviados con unas camisetas con la inscripción Staff, vigilan que no se desmande violentamente algún macaco. Yo, con experiencia anterior en otros lugares de monos clientes de buffet libre, voy apoyado en una buena rama, desde la puerta de entrada, donde ya rondaban unos cuantos inquietos. Estos no parecen peligrosos, pero siempre es mejor no mostrar con descaro bolsas u objetos que les atraigan, que son casi todos para ellos, porque si no, se puede acabar como una estrella sin guardaespaldas entre un club de fans simios histéricos
3.-Aguas termales en Mae Chan
La última parada para comer, la hacemos en unas hot springs públicas gratuitas en Mae Chan, a pocos kilómetros de Chiang Rai. Según nos cuenta Ni, las montaron para hacer negocio, pero no acabaron de funcionar. Ahora no hay muchos servicios, y los bares en los que en otros tiempos te cocinaban los peces que pagabas por pescar tu mismo en el lago, están cerrados.
Estas hot springs se reconocen fácilmente por la escultura de unos currantes sobre unos troncos, que hay en una orilla del lago. Hay un geiser activo, unas canalizaciones de aguas termales donde poder meterse hasta las rodillas, y una poza donde la gente cuece unos huevos metidos en fundas de bambú, que se venden en los garitos abiertos que quedan. El sitio está bonito, y no hay turistas, que supongo se dirigen a otras de las varias hot springs con más servicios que hay alrededor de Chiang Rai.
Toda la naturaleza que circunda el sitio es fabulosa. Si alguno se perdiera por aquí, como digo, fácil de reconocer por el monumento de los currantes, le da por entrar, y ve el restaurante del lago cerrado, que se acerque hasta las 3 o 4 casetas-bar-tienda que hay al final, donde los huevos colgando, y en la última de todas más próxima al río, y pida de comer aunque no parezca que hagan comidas.
Por supuesto fue por Ni, que se acercó y habló con el tendero, que comimos allí, ya que a nadie se le hubiera ocurrido, pero lo cierto es, que resultó ser un cocinero retirado, que nos cocinó por 700 THB (16 eu) los 9 que éramos, 4 estupendos platos de arroz con gambas; una olla de sopa de verduras y fideos de arroz, con carne, excelente; un pescado con ajos y hierbas, que comimos con las dedos, digno de alabanza; y dos generosas ensaladas, además de las rondas de singhas, refrescos y agua. Tras la comida, una digestión por la orilla del río, con impagables vistas de la jungla que se pierde más allá. Genial el sitio. Ah, y cuidado con las aguas canalizadas, de olor a azufre, porque depende a que nivel, están a 80º, antes de ir perdiendo temperatura en escalón.
En la ciudad, mientras el resto del gupo van hacia casa a pasar la tarde, nosotros nos apeamos en el hotel para descansar un rato, hasta la noche, en la que salimos a voltear por el cercano night bazar, y a tomar una cerveza, esta vez en la plaza del gran envelado de madera. Regresamos al hotel sin haber coincidido con nadie, excepto con Ayé, que ocupaba su turno en el puesto de artesanía.