La serie laguna, gota, círculo concéntrico, multiplicación, echa a unos peces raros, finos, largos y de morro flautista, de su casa bajo los tablones del porche. Más abajo en el fondo, la comuna de ocupas ermitaños que se aislan en su casas negras. Deja de llover mientras escribo y Sandra investiga semillas y fósiles de corales, reunidos en dos instantes.
Alvaro y Amaia , la doble A, se van a lidiar con las ollas y las salsas de la clase de cocina. El lago permanece imperturbable, y contagia la cualidad.
Salimos al asfalto y tomamos café y tostadas, viendo el culo de los elefantes que siguen engulliendo palmeras. Separan manojos, y los ablandan a trompazos contra una pierna o el poste del cobertizo.
Cambiamos divisa, y adquirimos un lote de tabaco, cervezas, papel higiénico, bolígrafo, pollo frito y rodajas de papaya, para consumir por separado, no triturarlo todo junto. Nuestro adrenalítico plan ... es caminar por la arena, pero se plantea el problema: tormenta x diluvio al cuadrado - sol / nubes, y la solución es porche (hamaca + movimiento) -lluvia. A primera hora de la tarde, acaba el currazo de Noé, y retomamos el deseo no olvidado.
De nuestra posición en el oeste de la isla, tomamos la playa en dirección a Kai Bae, al sur. La perspectiva que vemos no es halagüeña. El negocio del tocho es demoledor. Resorts de playa privada, chiringos y bungalows a pie de arena, señalan el destino de esta arenosa costa oeste de la isla. Algunos están decentemente integrados, otros son grupos pareados de bungalows de bajo coste, otras son bochornosas edificaciones injustificables, que nos obligan a desviarnos hacia la carretera del interior, para poder seguir.
En Kai Bae, a diferencia de la sosegada Khlong Phrao, topas con la inevitable sucesión de restaurantes sea food, pool bars, centros de masaje, tiendas de camisetas, pizzerías, 7eleven, bares de copas, cajeros, etc. Nosotros, visitamos a Kan, la encantadora chica de este pueblo, con la que nos topamos en la minivan, dando la vuelta de la ruta en dirección contraria en Chanthaburi, y que nos hizo de guía hasta Laem Ngop, y Koh Chang. La encontramos con su cazadora Adidas, sentada leyendo una revista en las escaleras del 7eleven, al lado de una amiga suya, vendedora de puesto ambulante.
Saludos, y ojeadas a la tienda de su familia. Matamos regalos, con una cazadora Adidas de 6 euros, una camiseta Zu element de 3'5, una camiseta de Koh Chang de otros 3 y medio, un polo Ralph Lauren de 6, y un bikini al mismo precio. En un garito al lado del mercado de calle, nos dan de comer ya de noche. Un pollo a l'ast con hierbas brutal, steamed rice (arroz al vapor) para acompañar, y dos cervezas grandes, por 230 THB (5'5 euros).
La oscuridad del regreso es total y en los trechos de la carretera no iluminados por los comercios, la visibilidad es nula. Vamos con tiento, porque es preferible no confiar en los focos que vienen de frente. Después de una curva peligrosa, aparecen las luces de Khlong Phrao, y tras unos pocos metros, escuchamos el recibimiento de las chirriantes chicharras rompecristales, en el oasis del Blue Lagoon.
Amaia y Alvaro nos alaban el curso y la chef, profesora de cocina thai. Cuesta 1200 THB, pero todo son adjetivos encomiables: interesante, ameno, instructivo, simpático ... Han cocinado una docena de sabrosos platos, que son comidos y cenados, ilustrándose además sobre ingredientes y secretos de la excelente gastronomía tai, como la que probamos ayer noche en el restaurante.
Agradecemos la invitación a la party velada con ellos y sus vecinos sudafricanos del lado izquierdo, pero algo cansados, nos relajamos, si es posible relajarse más, comprando unas changs en el super, para beberlas en las tumbonas de la playa, con los fogonazos vermellones de fondo de una tormenta sobre los islotes del horizonte, no vistos por más ojos que los nuestros a las 8 de la noche.