Aunque darle la vuelta a la tortilla a las lluvias de esta época, es difícil, ya que siempre pillan desprevenido, hoy lo hemos logrado. Del paquete de paseo de esta mañana, que ha incluido caminata descalza por arena de playa al amanecer; viraje al interior por la orilla del río que desemboca en el mar un kilómetro al norte; regreso calzado por la carretera, con stop en tentadora bakery de buen café y dulces pastas, frente al Wat de Khlong Phrao; compra escueta en el infinito 7eleven; y entrada al sendero de la laguna, las precipitaciones del día, solo han logrado regarnos con cuatro gotas, a un metro del paraguas de la choza.
Por el vengativo aguacero que está cayendo, San Pedro, el de las llaves del cielo, era siciliano y no israelita. El nivel de la laguna sube un palmo ahogando los moluscos de las bases de los postes, disolviendo la tierra que tinta de marrón el agua, y cubriendo peldaños no sumergidos de lo que un día fue un puente de madera, hoy partido en dos dentro del agua. Toca esperar, y ver caer la lluvia.
Nos vamos a Bang Bao a las 10 de la mañana, en una songthaew por 150 THB. Bang Bao está en el extremo sur de la costa oeste, y el camino a partir de Kai Bae es escarpado, una montaña rusa. Se cruza Lonely beach, Siam beach, y después de una bajada de puerto, aparecen los palafitos y los manglares de Bang Bao Bay,
con su peculiar espigón artificial que lleva al embarcadero y a la punta del faro, tras cruzar una sucesión de tiendas de souvenirs y ropa, restaurantes de marisco, bares y cafeterías, agencias de pesca deportiva, buceo, snorkel o excursiones marítimas, y comercios de pescado seco.
En un puesto de excelente artesanía pero desorbitados precios, aunque puede que baratos si se comparasen con los del mismo artículo en un escaparate de cualquier tienda de lujo de gran ciudad, charlo un buen rato con el artesano sobre la colección de navajas que me muestra orgulloso, en una vitrina cerrada.
Hablamos del tipo de acero, procedencia, material de las cachas, pidiéndome por favor en un momento dado, que no toque con los dedos la resplandeciente hoja de una navaja sueca que no tiene precio para él. De regreso del faro, observo al compulsivo coleccionista sentado delante de la vitrina, exhalando vaho por la boca y abrillantando un acero con un paño.
Pasamos el día en este pintoresco pueblo pescador, haciendo lazing, sin más. Cervezas en una terraza del negocio de masaje de unos simpáticos ladyboys, rodeados de jaulas colgando de ruiseñores, Bulbules de bigote rojo, con los que participan los pajareros tailandeses, en concursos de canto que se hacen en las provincias sureñas fronterizas con Malasia;
tras el descanso, un baño en un cacho de playa a los pies de un monstruoso edificio en construcción, y una sentada en los bancos imposibles de un mirador en medio de la mar, al final de un espigón con espectaculares vistas.
Repostamos en la casa de comidas de una pareja, ella simpática y él, sin cabeza sobre los hombros, donde comemos un pescado a la parrilla, y unos noodles, antes de volver al centro de la población, para tomar un café, y coger transporte de regreso.
El taxista de la ida, espera paciente la pesca en la parada de taxis, junto a un par de colegas. Nos levanta la mano, viene y nos pide 150 THB por la vuelta. Le digo que no, que la tarifa no es esa, y que cogemos otro. Me doy la vuelta, y le pregunto a otro taxista que está a un par de metros, que nos dice que cobra 100 THB. El impresentable detrás nuestro, dispuesto a joder nuestra marcha de ahí como sea, le berrea algo y el taxista nos dice que no nos lleva. Me giro cabreado al elemento que me mira con mala leche, le digo que su colega nos lleva por 100 THB, pero lo único que vocifera es “one hundred fifty” como un robot.
Vuelvo a dialogar con el taxista, ya con pasaje y dispuesto a arrancar, y me comenta que el tipejo le ha dicho que teníamos un acuerdo de ida y vuelta. Cuando le digo que es mentira, y que es un chorizo que cobra más de lo tarifado, nos hace un gesto de que subamos. Al dar la vuelta y pasar delante de la parada donde se ha vuelto a sentar el elemento, sonrío y le muestro el dedo índice levantado.
Llegamos en media hora, después de descargar a un trío de chicas en Siam Beach, le pagamos al honesto chófer de la songthaew, y clausuramos el día con un masaje, yo de pies, Sandra de cuerpo entero. El magnífico centro se llama Coco Massage, y está ubicado en la misma carretera, unos doscientos metros más adelante del sendero del Blue Lagoon.
La reflexología, que me hace la masajista, es realmente estupenda. Utiliza dos o tres tipos de bálsamos y unos bastones de madera pulida de masaje, además de las diestras manos, y su energía. Le agradezco el esfuerzo de última hora, 9 y media de la noche, con una propina a ella de 50 THB, aparte de los 500 THB (12 eu) que le damos al dueño por el coste de los dos masajes. A las 10 y pico en el porche, con vecinos nuevos a la derecha, la lluvia vuelve y nosotros marchamos mañana de la isla.