La comidilla del día es el desbordamiento del Chao Phraya , y la preocupación por las inundaciones se extiende por la ciudad, expresada en paletas, capazos y cementos, sacos de tierra y parapetos, botas largas de agua, y un mirar de reojo a las nubes con inquietud.
Parece que la temporada de lluvias se quiere despedir a lo grande.
Por la mañana pronto, están todavía desperezándose, así que vamos a la estación de tren siguiendo olor a café. Demostramos buen olfato, ya que el aroma nos guía hasta un Black Canyon en los balcones del primer piso de la terminal, buen sitio para sentarse, observar, y darle sorbos a los buenos expresos de esta cadena.
Navegando en uno de los vaporettos del Chao Phraya, las casas de las orillas parecen flotar en el agua que, en algunas de ellas con la puerta abierta, da la impresión de que vaya a colarse por un desagüe de un momento a otro. Bajaremos en la pier de Tha Chang, la del Gran Palacio, no para entrar, sino para ir al mercado de amuletos que a diario se levanta entre sus muros y la universidad.
El trayecto por el río es rápido, apenas media hora por 15 THB, desde la estación de Si Phraya, detrás de la iglesia de la Inmaculada Concepción, pero permite ver la vida al amparo o desamparo del Chao Phraya. Recién pisado el embarcadero de Tha Chang, las riadas manan por las varias callejuelas del mercado, y viviendas adyacentes.
En una parada seca, compramos unas frutas, y en la calle, vamos recorriendo el mercado de amuletos, parafernalia budista o hinduista, talismanes chinos de buena suerte, artesanía, hierbas medicinales, órganos animales pretendidamente afrodisíacos o vigorizantes, joyería, antiguallas, reliquias, utensilios o tallas eróticas, … hasta que las nubes empiezan a vomitar una descarga descomunal de agua, y corremos con parte de la muchedumbre, a protegernos bajo los toldos montados en el patio de un templo, junto a los azafranes.
Acabamos montados al rato, en un tuctuc sin cortinas, que harto de no entender nada, prefiere no cobrar y dejarnos con un Buda erguido, antes que soportar lo que no se puede entender. Humedecidos y comidos, llegamos al hotel en otro tuctuc, para que una siesta repare los desperfectos producidos por el cansancio.
Quedan por la tarde, más escenas de lluvia en un locutorio donde hablamos con Barcelona, y la segunda visita a Khao San Rd. a por unas camisetas pendientes, y a constatar que lo que ayer fue entretenido, hoy es definitivamente cutre. La máxima dice que nunca las segundas partes fueron buenas, pero Khao San no tiene buena ni la primera.
Eso sí, las camisetas están bien, y hay una excelentísima pizzería vacía, en el primer piso de un portal tranquilo, que te aísla del bacalao del asfalto, y de los guiris tumbados con cerveza y cigarro, mientras les acarician el dedo gordo del pie. Mañana última jornada.