SABADO 26 DE JULIO... 6º DIA... ... SOROA-PLAYA LARGA
El 26 de julio de 1953, 119 guerrilleros encabezados por Fidel Castro, atacaron las tropas del gobierno de Batista, en el Cuartel Moncada, que por aquel entonces, era el segundo destacamento más importante de Cuba. Los asaltantes esperaban que el asalto sirviera como desencadenante a un levantamiento en toda Cuba que no se produjo. Mal organizados y con más ilusión que preparación, el asalto fracasó. La mayoría murieron en el asalto o fueron torturados hasta la muerte después. Fidel Castro consiguió escapar hasta las montañas, donde fue capturado más tarde. Este hecho fue el desencadenante de una campaña secreta de resistencia que fue bautizada como Movimiento 26 de Julio.
El 26 de Julio, es fiesta nacional en Cuba, y todos los carteles que habíamos visto hasta entonces y los que veríamos, se encargaban de recordarnos este hecho. “Viva el 26 de julio”, se podía leer en muchas pintadas de paredes, carteles en las carreteras y hasta en trozos de sabanas colgando de algunas casas. Además, la radio del coche, se encargaba de recordarnos en algunos breves flashes informativos, la trascendencia de este día.
El 26 de Julio además es el día en el que Fidel Castro, o su hermano Raúl, pronuncian el esperado discurso ensalzando la revolución. La fiesta del 26 de Julio se celebra cada año en una región distinta, y este año le tocaba a Santiago de Cuba.
Hoy teníamos una larga jornada de coche. 5 horas de carretera y muchos kilómetros para dejar la preciosa región de Pinar del Río y adentrarnos en la provincia de Matanzas. Pasaríamos por la Península de Zapata y nos bañaríamos en las playas del Caribe.
Las indicaciones seguían siendo escasas, por no decir inexistentes. Al ser fiesta, “feriado” como lo llamaban los cubanos, había mucha gente por las carreteras, y el cruzar un pueblo, era una odisea por el montón de gente que había circulando por sus destartaladas calles.
En el pueblo de Candelaria, nos perdimos y no sabíamos como encontrar de nuevo la carretera. ¿Solución?... Preguntar.
En una plaza le pregunté a una chica como ir hacia Artemisa, y al indicarme me preguntó si la podía llevar. Aceptamos y avisó a una señora que resultó ser su madre. Madre e hija se dirigían a Artemisa a comprar, pues había más tiendas y además nos comentaron que en Artemisa eran fiestas. La madre trabajaba en el hogar materno de Candelaria.
De nuevo el contacto con las personas del lugar, estaba haciendo el viaje precioso.
Nos detuvimos en Artemisa, una bulliciosa ciudad azucarera de más de 60.000 habitantes, aparcamos el coche frente al banco que estaba vigilado por un policía y nos fuimos a caminar por la calle más animada de la ciudad.
Puestos y más puestos de bebidas y bocadillos eran la atracción principal. Una radio local emitía desde la calle con la música a todo volumen, brindando salutaciones y dedicatorias musicales.
Un viejo hotel reconvertido en vivienda, una pequeña plaza con su blanca iglesia y mucha gente en las calles, fue lo poco que vimos de la ciudad. Una exposición sobre la sanidad local, abrió sus puertas en el mismo momento que nosotros pasábamos por delante. La gente hacía cola para entrar y ver un montón de fotografías y carteles sobre las mejoras sanitarias, que el gobierno había logrado en Artemisa. Aprovechamos para comprar una Cola y proseguimos nuestro camino hacia el Caribe. Cruzamos localidades que parecían perdidas en el tiempo como Alquizar, Güira de Melena o Güines, hasta que pudimos llegar a la autopista y proseguir hacía Playa Larga.
Tras dejar la autopista en Jagüey Grande, a unos 40 kilómetros se llega a Playa Larga, en medio de la famosa Bahía de Cochinos.
Esta Bahía es famosa por ser el lugar donde en 1961, varios centenares de exiliados cubanos, respaldados por los EEUU, intentaron invadir Cuba para acabar con el régimen Castrista.
Los pormenores de esta fallida invasión, como el papel del por entonces presidente americano, J.F.Kennedy, son y seguirán siendo temas de intenso debate. Esta derrota, que hizo mucho daño a los americanos, fue el inicio del embargo comercial que a día de hoy, aun perdura en la isla.
La carretera hacía Playa Girón, bordea toda la Bahía, y el azul turquesa del mar, se mezcla con el verde de la vegetación que oculta el agua. Precioso paseo en coche, preciosas vistas, para un maratoniano día de conducción.
Cuando la bahía empieza a perder su condición, se llega a Playa Girón. Los carteles propagandísticos, no dejar lugar a dudas de donde uno se encuentra, y unas enormes pancartas de madera con dibujos militares y textos de “Playa Girón. Primera derrota del imperialismo yanqui en la isla”, inundan cada rincón.
Llegamos a nuestro hotel, el Villa Playa Girón. Esta vez no tuvimos problemas con la habitación y para nuestra sorpresa nos pusieron una pulserita de “todo incluido” y nos aconsejaron que fuésemos ahora mismo al comedor pues el horario de mediodía estaba a punto de terminar.
Comimos en un buffet libre con poca variedad y que parecía un campamento de verano y después nos fuimos hacia la habitación.
Nuestro alojamiento era un bungalow de cemento, con sitio para el coche, y el mar a escasos 20 metros. La única pega es que una pared de rocas, y un campo lleno de ortigas impedían el paso directo al agua. Coquetón el interior, y tranquilidad absoluta en el exterior.
Después de dejar maletas y cambiarnos de ropa, nos fuimos hacia Caleta Buena, que está a 8 kilómetros del hotel. Este lugar es una preciosa cala protegida con corales y donde abundan los peces, lugar ideal para hacer Snorkel.
Para entrar en Caleta Buena, hay una entrada con menú incluido que vale 12 pesos. Como era por la tarde, tan solo nos cobraron un peso por persona por entrar, aunque estoy seguro que en algunos momentos la entrada es libre. Hay un montón de tumbonas, resguardadas con unos cocoteros artificiales que son de libre utilización. Pero lo más aconsejable del lugar, era bucear... alquilamos unas gafas y unos pies de aleta por 3 CUC cada uno, por una hora y nos fuimos a ver pececitos. Y los vimos. Grandes, pequeños, de vivos colores, otros que sé mimetizaban con el suelo... precioso. Los pies son totalmente recomendables pues también abundan los erizos. Grandes y escondidizos erizos de negras y largas púas. Hay que andar con ojo. Caleta Buena se parece a una piscina natural, con mucha vegetación, rocas que la separan del ancho mar y una mezcla de agua dulce y salada que propicia que haya una gran cantidad de peces alrededor de la misma orilla.
El tiempo se nos pasó volando, y el chico del alquiler nos vino a buscar pues habíamos estado algo más de una hora.
Tomamos un poco el sol, y regresamos al hotel, a disfrutar de la piscina y del todo incluido. Cervezas de dos en dos, y algún cubata que otro nos fuimos tomando mientras nos bañábamos en la piscina y en la playa del hotel. Frente a la idílica playa de Los Cocos de arena blanca y aguas turquesas, hay un feo muro, a modo de espigón que la protege de los huracanes que todos los años azotan la isla. Esto si que era relax. Tumbados en una preciosa playa, bebiendo cerveza y ron sin parar.
El hotel, estaba lleno de Cubanos. En abril de este año, Raúl Castro, levantó las prohibiciones que tenían los cubanos para acceder a los hoteles y eso se nota.
Además, muchos cubanos se benefician de un plan del gobierno que a modo de incentivo, les sirve para poder entrar en los hoteles y pagar en moneda local, lo que generalmente se paga en divisas. Hay que recordar que la moneda local es 25 veces más barata que la divisa.
Si algo nos llamó la atención es que los cubanos, mayoritariamente son tremendamente escandalosos. Y que muchos, lucen en el cuello grandes colgantes de oro, como símbolos o crucifijos. En la playa, era frecuente ver a grupos de cubanos bebiendo de una misma botella de ron. El ron cubano... que bueno que está.
Después de la playa, piscina y varios rones nos fuimos a arreglar para la cena.
En el mismo comedor que al mediodía, tuvimos que hacer cola en la puerta, pues a medida que se iba vaciando, nos iban dejando entrar. O el comedor es pequeño, o no esta preparado para tanta gente... o las dos cosas.
Después de cenar no había muchas opciones, por lo que nos quedamos en la terraza del hotel, “disfrutando” de la animación del mismo. El público seguía siendo mayoritariamente cubano.
Un par de copas, y a dormir. Mañana teníamos otra pequeña excursión. Pero eso sería mañana.
DOMINGO 27 DE JULIO... ... 7º DIA... ... PLAYA GIRON-TRINIDAD
El tener el mar tan cerca y no aprovecharlo para darse un baño matinal, casi era un pecado. Por lo cual nada más levantarnos, nos pusimos el bañador y nos acercamos caminando a la playa que estaba más cerca del hotel. Aunque el acceso era un poco complicado por las rocas y vegetación, este baño matutino nos supo a gloria. Ideal para empezar el día con energía.
Desayunamos, pusimos gasolina y emprendimos el camino hacia Trinidad.
He conducido por carreteras complicadas, de montaña, de campo, sin señalizaciones, por diferentes países... pero la carretera que tomamos esta mañana, superaba con creces la peor de todas las carreteras que haya visto.
A muy pocos kilómetros de Playa Girón, había un desvió hacía Cienfuegos. La carretera, ya de por si, con un firme irregular, se fue tornando más y más estrecha, llena de socavones, agujeros inesperados, pasando del asfalto a la arena o viceversa constantemente. La vegetación que abundaba en los laterales, poco a poco iba invadiendo la calzada, teniendo la sensación que en cualquier momento tendría que bajar del coche y abrirme paso con un machete. Además no circulaba nadie... absolutamente nadie y más de una ocasión tuvimos la sensación de que nos habíamos equivocado. Lógicamente nada de indicaciones, tan solo la certeza de que habíamos tomado el desvío correcto. Largas y largas rectas, solitarias, desamparadas... cuando las dudas eran más intensas, divisamos a lo lejos un camión que hacia de transporte... vaya, al menos había alguien al otro lado de esta selva... y en pocos minutos más, otro camión de nuevo... al ser tan estrecha la carretera, cuando nos juntábamos dos vehículos, era casi un milagro poder pasar.
Pero todo termina, y después de casi más de 40 minutos conduciendo por esta aventura, la carretera se fue abriendo, y llegamos a un pueblo... mejor dicho, a un conjunto de casas alineadas en una triste calle. Era como si de pronto hubiésemos retrocedido 40 años, y las barracas más humildes hubieran aparecido.
No sé si fue por la alegría de ver civilización o por el fin de aquella carretera, que me detuve en medio de la calzada. Llamé a unos niños que estaban jugando en la calle y les llené las manos de caramelos.
Cruzamos el pueblo de El Rincón y unos kilómetros más adelante, volvimos a hacer “botella”. Esta vez llevamos a dos maestras que iban al pueblo de Yaguaramas. Me encantaba el contacto con las personas del país. Siempre aprendía cosas, siempre me contaban cosas...
Dejamos a las maestras y al pasar por el pueblo de Rodas, cogimos a una nueva pasajera. Una preciosa enfermera que con su bata blanca iba a trabajar al pueblo de Casablanca. Esta pasajera estuvo poco rato con nosotros, pues el trayecto era corto. Lastima. Y como le estábamos cogiendo gusto a esto de hacer de transporte gratuito, en un cruce de carreteras, subimos a un señor de mediana edad que iba con una chica joven. Todos los pasajeros nos contaban algo de su vida, de donde eran, a que se dedicaban. Me encantaba.
Y poco antes de llegar a Cienfuegos, en la localidad de Ariza, una madre con su hijo, nos alegraron de nuevo parte del trayecto
La entrada a Cienfuegos se hace por la avenida 37, o Paseo del Prado, una de las arterias más transitadas de la ciudad. Nos dirigimos hacia el centro histórico y aparcamos el coche. Un anciano que estaba sentado en el portal de su casa, se nos ofreció para “ojearnos” el vehículo. Ya había encontrado como rentabilizar su día. Cienfuegos es una ciudad de más de 140.000 habitantes, patrimonio Mundial de la UNESCO. Calles perpendiculares, ciudad cuadriculada. Cienfuegos aún conserva el encanto de las ciudades que han crecido mucho, pero no han abandonado su aire de pueblo.
Caminando, llegamos al Parque José Martí, con la estatua obligada del libertador en medio de la plaza. El lugar es precioso. A un lado de la plaza, la Catedral de la Purísima Concepción, a la cual pudimos entrar. Su interior es austero, sin demasiadas estatuas ni pinturas. Lo mejor de la Catedral es su blanca fachada y sus dos torres gemelas. Frente a la Catedral, el Arco de Triunfo, homenaje a la independencia cubana. Otro edificio singular es el Palacio de Gobierno.
Uno de los edificios más importantes de Cienfuegos, es el teatro Tomás Terry. Quisimos visitarlo pero estaba cerrado. Lástima. Y para descansar un poco, entramos en el café Artex, de precios superiores a la media pero que nos permitió tomar un refresco y hacer uso de los baños.
Cienfuegos, posee dos lugares de interés algo curiosos y alejados del centro. Dos cementerios que son Patrimonio Nacional.
En las afueras totales de la ciudad, en una zona que no me despertaba mucha seguridad, se encuentra el Cementerio de la Reina, el más antiguo. En él descansan cientos de soldados españoles que fallecieron durante la guerra de la Independencia. Además es uno de los pocos cementerios de Cuba, donde las personas no están enterradas en el suelo, sino en nichos, debido a la abundante agua subterránea. En este cementerio hay un gran patio con panteones y mausoleos de mármol, donde destaca la escultura de una mujer llamada La Bella Durmiente. El cementerio está vigilado por varias mujeres que te hacen una visita guiada por el lugar y te cuentan “la verdadera historia” de la Bella Durmiente. Aproveché para recabar información de cómo se organizaban los entierros en la isla, como se financiaban, etc... Deformación profesional.
Me esperaba otra cosa del cementerio, pues las estatuas de mármol que vi no eran mejores que las de cualquier cementerio importante de España. Aun así, lo mejor de la visita, de nuevo el contacto con la gente del lugar.
Salimos del cementerio y nos fuimos hacia el Malecón de Cienfuegos. Quizás no tiene tanto glamur como el de La Habana, pero el paseo es precioso y las vistas de toda la bahía son realmente imprescindibles. Al final del paseo, un edificio sobresale entre todos. El Palacio del Valle. Construido por un asturiano en 1917 en estilo morisco, es una mezcla de colores, formas y torrecillas, reconvertido a día de hoy en un caro restaurante para turistas. Vale la pena acercarse a verlo. De hecho, pasear por todo el malecón es casi una visita obligada.
Después de Cienfuegos, pusimos ya camino hacia la provincia de Sancti Spirirus. Llegamos a Trinidad, su capital, y desde allí nos fuimos hacía nuestro hotel en Playa Ancón.
Playa Ancón está a 18 kilómetros de Trinidad y si fuésemos muy puristas podríamos decir que es como una pequeña península, con un precioso tramo de 12 kilómetros de arena blanca y aguas turquesas. En Playa Ancón hay dos grande hoteles que concentran la mayoría de turismo de la zona: El hotel Ancón, y el Club Amigo Costa Sur. El nuestro.
Localizado en el término municipal de Casilda, en la Playa María Aguilar, el Costa Sur es un hotel peculiar. Aparte de sus edificios de habitaciones, tiene 20 bungalows de cemento frente a la playa, que tienen una ubicación privilegiada.
Al llegar al hotel, tuvimos que esperar que la chica de recepción nos indicase la habitación pues según ella, la estaban preparando. Mientras esperábamos, me di un paseo por el hotel y sus alrededores y descubrí los apartamentos frente al mar. Inmediatamente me fui a recepción y pregunte si podían darnos uno de aquellos. La chica, casi sorprendida nos comento que teníamos que abonar la diferencia, de unos 19 pesos diarios, pero que no habría ningún problema. Y por menos de 14 euros de diferencia por día, nos dieron un bungalow en primera línea de mar. Una gozada. Un paraíso, pues sentados en el porche, podíamos contemplar las olas del Caribe. Precioso.
Cuando el Chek-In estuvo realizado, un amable maletero, Wayasin, nos llevó las maletas del coche a la habitación, no sin antes avisarnos de que para cualquier cosa, él estaba a nuestro servicio.
Y claro, al tener el mar tan cerca, la tentación de pegarnos un baño era tremenda. Además volvíamos a tener un todo incluido, pulserita de color...por lo cual, al agua inmediatamente.
De nuevo volvíamos a tener arena blanca y aguas turquesas y transparentes para nosotros. En la orilla, había unas tumbonas bajas, que recostadas en la arena, te permitían estar tumbado en la orilla, con el agua cubriéndote tan solo la cintura... y con un cubata en la mano. Idílico.
Esto si que eran vacaciones.
Después del baño, sol y algo de siesta en las tumbonas de la playa, decidimos arreglarnos e ir a pasear a Trinidad.
Trinidad fue para mí, la mejor ciudad de todo el recorrido. Seguramente otros opinaran todo lo contrario. Pero sus calles, su ambiente, su gente, me enamoraron. Cierto es, que fue la ciudad donde más “acosados” nos sentimos. Pero esto para mí, es tan solo una anécdota más de la ciudad.
La ciudad de Trinidad, consta tan solo de 50.000 habitantes. Pintoresca, fácil de conocer, Patrimonio Mundial de la UNESCO, es un museo al aire libre encantador. Si se busca un lugar donde turistas y cubanos se mezclen con total tranquilidad, este es Trinidad.
Aparcamos el coche cerca del casco antiguo, cerrado al tráfico por unas vallas que los guardias se encargan de controlar. Hay que abonar la tarifa oficial del parqueo, un peso y empezar a caminar por sus calles empedradas, en un marco incomparable donde las casas coloniales restauradas, se mezclan con otras que parece que se vayan a desmoronar en breve. Pasear por las calles de Trinidad, es entrar en contacto con la vida diaria y autentica de la ciudad, con puertas siempre abiertas, que muestran el día a día del pueblo cubano; frescos patios coloniales que se combinan con un entorno natural extraordinario. La sierra de Escambray, nos brindaba su más preciosa joya.
Caminando por las calles de Trinidad, nos vimos amablemente secuestrados por Ignacio, un tipo cuarentón con camisa hawaiana que nos introdujo en la Casa de la Cultura de Trinidad. Una enorme casa, con una entrada muy espaciosa, que conectaba con un patio donde según Ignacio, siempre había gente bailando salsa. Nos convenció para que nos tomásemos un mojito con él, y casi se empeñó en que bailásemos. Los mojitos, buenos...y baratos... 2.5 pesos cada uno. Menos de 2 euros. La casa de la Cultura, tenia esta tarde de domingo poca afluencia, y a pesar de que Ignacio nos aseguró que tan solo abría los fines de semana, lo cierto es que todos los días que estuvimos en la ciudad, la vimos abierta... con poca gente, pero abierta.
Seguimos caminando y llegamos a la zona más fotografiada de toda la ciudad: La Plaza Mayor.
De hecho, nosotros mismos le hicimos varias fotos de diferentes ángulos y en diferentes días. El edificio que más sobresale es la Iglesia parroquial de la Santísima Trinidad, y el Museo Histórico Municipal. Los grupos de turistas se agolpan en la esquina de la plaza, escuchando las explicaciones del guía, e intentando fotografiar la Iglesia sin gente en sus alrededores, cosa que tan solo se consigue tras más de mucha espera y paciencia. La Plaza Mayor, es sencillamente preciosa. Con unos bancos de hierro de color blanco, que invitan a sentarse y contemplar la vida de la ciudad. Por muy idílico que sea el momento, siempre aparecerán vendedores de puros, gente ofreciendo casas para dormir o comer, o mujeres pidiendo ropa.
Seguimos caminando un rato por los alrededores de la plaza, hasta que conocimos a Nancy.
Nancy debía de tener unos 40 años mal llevados. Vestía una camiseta de tirantes de color rojo llena de agujeros y se acercó a nosotros para pedirnos una camiseta. Pero lo hizo con tanta dulzura y educación que hasta terminó dándonos pena. Además, como según ella le habíamos caído bien, le regaló a Encarna un collar. Después hemos sabido que muchas de estas personas piden ropa para después venderla a otros cubanos. Lógicamente jamás sabremos si Nancy pedía para ella, o era para hacer negocio. Pero lo cierto es que nos convenció y quedamos con ella para mañana por la tarde, a esta misma hora.
Seguimos callejeando por las calles adoquinadas de Trinidad, contemplando a varias ancianas que descansaban en sus mecedoras bajo los porches coloniales, mientras los canarios cantaban en sus jaulas. Muchas galerías de arte improvisadas en las entradas de las casas y una sensación de autenticidad difícil de explicar si no se vive.
Caminando un poco más, llegamos hasta las ruinas de la ermita de Nuestra Señora de la Candelaria de la Popa. Tras subir por una sucia y pedragosa calle, se llega a las ruinas de lo que en su día fue un hospital militar español. El Santuario, o los restos de él, están situados en un monte, fuera del casco histórico de la ciudad, y desde donde se puede contemplar un atardecer espectacular sobre los edificios de Trinidad. Las vistas desde la altura son fenomenales. En las ruinas de la ermita, había un grupo de mujeres y niñas que también nos pidieron ropa para ellos o sus hijos. Y también les citamos para el día siguiente, con la promesa de que alguna cosa encontraríamos para ellos. Ya teníamos dos encargos. Y aún no había terminado el día.
Descendimos de la ermita y seguimos recorriendo las calles de Trinidad. Algunas más desérticas que otras, pero todas ellas con vida en sus portales. Cerca de la Plaza Mayor, en la calle Echerri, se encuentra la Casa de la Trova. Aunque antes de llegar a ella, me fijé que en la esquina de la calle, había unos músicos tocando en el portal de su casa. Me acerqué a escucharlos y por poco no me pongo a cantar con ellos. Eran cinco músicos tocando y dos personas mirando, pero tenían una alegría en el cuerpo que contagiaba a todo el que pasaba por allí. Y me aposté con un señor que tocaba unos bongos a que mañana vendría a verlo. Él me prometió unos mangos si cumplía mi palabra.
La Casa de la Trova, es un local que nadie debería perderse en Trinidad. A esas horas, cerca de las 8 de la noche, estaba cerrada y tan solo los porteros y Máximo, estaban en la puerta.
Máximo era un cubano de cerca de 60 años, que después de varios días de estar con él, comprendí que o quien era.
Máximo había sido el cantante estrella de la Casa de la Trova. Había sido la atracción. El paso de los años y el empuje de nuevos artistas, lo habían relegado a un simple espectador del ambiente nocturno. Aunque a poco que se lo pidieses, Máximo cogía su guitarra y te brindaba una actuación casi para uno solo. Vestía una camisa de rayas gastada, pantalones granates y un sombrero guajiro, que le daban un cierto aire de bonachón.
Mientras Máximo me convencía de que fuese por la noche, a Encarna, la estaban convenciendo para ir a cenar a un paladar. Dorosky, un chico que nos confesó que su nombre era ruso, nos convenció para que fuésemos a cenar a su casa, y que a parte de estar muy bien atendidos, comeríamos el plato estrella de la casa, que era langosta con camarones por tan solo 15 pesos.
Aceptamos y nos acompañó hasta su casa, que estaba al otro lado de la Plaza Mayor. El restaurante era una casa particular, con un amplio pasillo, por el que pudimos ver diferentes habitaciones de la casa, cocina y un patio al aire libre, donde había 4 mesas para atender a posibles clientes. Y probamos la langosta con una cerveza bien fría y postre por 33 pesos los dos. Unos 22 euros. Era la primera vez en mi vida que comía langosta. Y no sé si era excelente o no, pero a mí me supo a gloria.
Después de la cena, nos fuimos hacia la Casa de la Trova. Entonces la entrada ya valía 1 peso.
En el interior, un patio con varias mesas y sillas, algunos extranjeros y un grupo cubano, interpretando música popular cubana.
Cuando mejor lo estábamos pasando, empezó a llover intensamente. Rayos, truenos y lluvia muy intensa. Nos resguardamos como pudimos en el interior y cuando la lluvia cesó, volvimos a recobrar nuestro sitio y a disfrutar de las actuaciones. Bailamos salsa, rumba, boleros y nos deleitamos observando lo bien que bailan algunos cubanos. Que envidia.
Después de algunos mojitos más decidimos regresar al hotel.
El camino hasta Playa Ancón lo hicimos a oscuras, con algún relámpago que se mostraba en el horizonte y con multitud de ranas y sapos que saltaban en medio de la carretera. Había que tener cuidado de no atropellar ninguna. Jamás había visto nada parecido.
Dimos por bien aprovechado el día, y nos fuimos a dormir.
Mañana seria un día muy intenso. Y mojado.
Pero eso seria mañana.
LUNES 28 DE JULIO... .... 8º DIA... .... TRINIDAD
La tentación de levantarse por la mañana y tomar un baño en las calientes aguas caribeñas, no se podía rechazar. A los 7 y pocos minutos de la mañana, teníamos toda la playa para nosotros. Un pequeño trozo de paraíso privado.
Desayunamos y nos fuimos hacia Trinidad. Queríamos hacer una excursión hacia Topes de Collantes y caminar hasta el Salto del Caburní. Antes paramos para cambiar moneda en Trinidad.
La abrupta Sierra de Escambray, de más de 90 kilómetros, tiene como punto más alto el pico de San Juan, cerca de Cienfuegos. La mayor población de la sierra, en la zona de Trinidad es el pueblo de Topes de Collantes, a 770 metros de altura. En el pueblo hay varios hoteles para turistas aparte del mastodóntico edificio llamado Kurhotel. Un feo y gris edificio que fue en tiempos de Batista un hospital y más tarde en 1989 fue reconvertido en un hotel.
Topes de Collantes está a unos 20 kilómetros de Trinidad y cuando llegamos al desvió que nos tenia que conducir a través de una empinada carretera hasta nuestro destino, nos detuvimos para hacer de nuevo de taxi gratuito.
Llevamos a una madre con sus dos hijos, Manuel Alejandro de 7 años y su hermana Ylena de 17. Lástima que el viaje durara poco, pues fue una de las conversaciones más amenas de todas las que tuvimos con nuestros pasajeros. La madre nos contó de su trabajo como monitora para personal ejecutivo del sector turístico, nos contó cosas de la zona y su hija nos contó de su pasión por el dibujo, por el arte, por viajar... los 20 kilómetros se hicieron más cortos de lo normal. A mitad del camino de subida hay un mirador, al que queríamos parar pues se observa toda Trinidad y la Península Ancón perfectamente desde el aire, pero que dejamos para la bajada, para no hacer esperar a nuestros compañeros de viaje.
Al llegar a Topes de Collantes, una indicación te lleva hasta la entrada a la Villa Caburní. La entrada vale 6.50 CUC por persona y se puede entrar con el coche, que se puede dejar a unos 300 metros más adelante después de una peligrosa bajada de tierra y barro.
Cuando se empieza a caminar, al principio del camino, hay un bar. Un pequeño puesto parecido a una cabaña de playa, donde se venden bocadillos, cervezas, refrescos... y mojitos por poco más de 1 euro.
El trayecto de más de 2.5 kilómetros de bajada, es en algunos tramos peligroso. Sobre todo si ha llovido recientemente, pues el barro y el agua convierten en extremadamente dificultosos algunos tramos. Según los carteles de la entrada, en poco más de 1 hora, tendríamos que llegar al Salto de Caburní. Y llegamos. Pero de primeras, nos desilusionó un poco.
Una cascada de agua de más de 60 metros de altura, de la que solo veíamos su parte final, derramaba su agua sobre las rocas para formar una piscina natural con aguas de color caqui.
Cuando llegamos no había nadie. Tan solo dos jóvenes locales estaban subidos en una roca en mitad de la piscina.
Hicimos alguna foto, y poco a poco fueron llegando más personas al lugar. Al ser los primeros pudimos conseguir un inmejorable sitio para sentarnos y pensar en si nos bañábamos o no. De hecho, el lugar tenía su encanto, pues bañarse en aquella piscina rodeado de montañas, rocas y vegetación no era algo que pudiésemos también hacer siempre.
Al empezar a llenarse de gente, los lugareños mostraron su hombría y empezaron a tirarse al agua. Los demás tan solo mirábamos, hasta que llegaron dos parejas jóvenes de Bilbao que después de charlar un rato con nosotros, abrieron la veda de baño. Los chicos se lanzaron rápidamente animándonos al resto. Y en pocos minutos, el agua empezó a parecer una piscina más. Unos franceses, unos italianos... y nosotros.
El agua estaba fría de narices, y no quería pensar en que el color poco transparente del agua me impedía saber que habría en aquellas aguas. El premio del baño, era poder llegar a los pies de la cascada, subirse a una roca que había en un lateral y hacerse la foto con el agua cayendo por encima de uno, pero la fuerza del agua al caer, y la corriente, hacían bastante difícil el llegar a la cascada. Pero llegamos.
El salir del agua era algo más complicado pues te tenías que agarrar a las rocas y arbustos para poder trepar lo suficiente y alcanzar tierra firme.
Después de secarnos y de hablar un poco más con las parejas de Bilbao, emprendimos el camino de regreso. El cielo se había nublado de golpe y se empezaba a escuchar algún lejano trueno.
No habían pasado ni 10 minutos de regreso cuando empezó a llover. Primero unas pocas gotas a las que intentábamos evitar resguardeciendonos bajo los árboles. Pero poco después, en medio de rayos y truenos, empezó a llover torrencialmente. Era imposible encontrar un lugar para cobijarse. Bajo los árboles te mojabas igual. Por el camino, nos encontramos una pareja joven de cubanos, con la que nos íbamos ayudando en la subida. El agua caía con una fuerza brutal, los truenos acojonaban y como todo era subida, cada vez mayores riachuelos de agua, se deslizaban ladera abajo haciendo el regreso muy peligroso. Estábamos literalmente empapados... y algo asustados, pues una tormenta de esta magnitud en el bosque, no era nada aconsejable. Como pudimos, llegamos arriba de todo, y al divisar el bar, una sonrisa de salvados nos inundó. En el bar había dos chicas francesas que al vernos llegar, nos dieron una toalla para secarnos, mientras nos quitábamos la ropa y nos poníamos unas camisetas de repuesto.
Quise invitar a la pareja cubana que nos habían ayudado pero no quisieron. Tomamos una cerveza, descansamos, nos secamos, mientras poco a poco la tormenta empezó a aminorar. Nuestros amigos vascos llegaron más tarde.
Vaya experiencia. Ahora tocaba ir a buscar el coche, y comprobar si la lluvia no había dejado impracticable el camino de salida de Caburní. Pero no. Tuvimos suerte y pudimos salir sin problemas. Cuando emprendíamos el camino de regreso a Trinidad, empezó de nuevo a llover. Nos saltamos el mirador, pues hubiésemos terminado de nuevo empapados y nos fuimos hacia el hotel.
En la Sierra estaba todo nublado. En el hotel, brillaba el sol. Nos fuimos a la piscina del hotel, nos pedimos unos bocadillos en el bar de la piscina, unas cervezas e hicimos la siesta en unas hamacas estratégicamente ubicadas frente al mar.
A media tarde, ya hartos de agua, nos fuimos a Trinidad. A la salida del hotel, el vigilante del mismo nos paró. Nos pregunto si íbamos a Trinidad y si podíamos llevar a Félix, el socorrista del hotel. Y claro, como no, aceptamos. Félix nos contó un montón de cosas de su trabajo, de la vida local, de la economía, de sus problemas diarios...de nuevo, un trayecto bien aprovechado.
Aparcamos el coche, el carro, como lo llaman en Cuba, y nos fuimos en busca de Nancy para darle la camiseta que le habíamos prometido. Yo llevaba en mi mochila una bolsa llena de caramelos y de bolígrafos que iba repartiendo durante todo el viaje. En medio de la Plaza Mayor, se acercaron unos niños a los que les di unos cuantos caramelos. Y no sé de donde, ni como, inmediatamente empezaron a llegar más y más niños que también querían. Increíble.
Dimos más camisetas y nos volvimos a acercar hasta la ermita de ayer para dar las otras que habíamos acordado. Era más tarde de la hora que les dijimos que volveríamos, pero aun así, la mayoría de mujeres estaban, y al resto la fueron a buscar pues vivía cerca.
Detrás de la ermita, hay una peculiar discoteca. La discoteca Ayala, está dentro de una cueva, en la ladera de una montaña, con luces brillantes y música disco. Un establecimiento particular y muy recomendable.
De nuevo volvimos a pasear por las calles de Trinidad. Me acerqué hasta los músicos que ayer me prometieron unos mangos si volvía, y me puse a cantar con ellos. Y sí. Me dieron un mango gigante, que agradecí no por el valor del mango, sino por el detalle. Hubo bastante cachondeo con el anciano que tocaba los bongos y que me había hecho la apuesta, y me citaron de nuevo para mañana a primera hora de la tarde. No me cansaba de caminar por aquellas calles empedradas, con grandiosas rejas en las ventanas, casas abiertas de par en par, y una invitación de pase y mire, será bienvenido en cada una de las casas coloniales que vimos.
Claro que en algunos momentos los vendedores de puros y los que nos ofrecían alojamiento o comida se hacían pesados, pero las calles de Trinidad, hacen que este inconveniente se lleve con gracia, con buen humor. La música salía de todas las casas, y melodías que aquí tildaríamos de antiguas y retros, en las calles de Trinidad, sonaban distintas. Me enamore de esta ciudad.
Para cenar, quise probar un restaurante que venia recomendado en nuestra guía: El Plaza Mayor, en la calle Rubén Martínez Villena, esquina con Zerquera.
El restaurante amplio y con una terraza cubierta, ofrece todo tipo de comida y una amplia carta de vinos españoles, chilenos, argentinos y sudafricanos. Además, y como en casi todos los restaurantes, tiene su grupo de cantantes que se acercan por las mesas en busca de una propina. Comimos bien, muy bien. Yo le había cogido gusto a la langosta y la volví a probar. La cena con cervezas incluidas nos costo 39 CUC, unos 28 euros. A los cantantes, les pedí una canción, cante con ellos, charlamos, reímos, nos contamos chiste, nos hicimos fotos... en fin que no podía pedir más.
Después de comer, nos fuimos al local que estaba más de moda en Trinidad: La casa de la música. Más que un local, es un lugar al aire libre. Al lado de la Iglesia Parroquial y cerca de la Plaza Mayor, hay un espacio al aire libre con una veintena de mesas, un bar y unas escaleras abarrotadas de gente. Siempre hay una orquesta tocando, y como, no gente bailando... salsa, rumba, boleros... y siempre hay cubanos que hacen alarde de sus dotes de baile. El lugar tiene su encanto. Y claro, bailamos, bebimos, observamos... es casi de visita obligada. Mejor dicho. Es imposible no acercarse en cualquier momento de la noche.
Al regresar al hotel, en medio de la carretera, y donde ayer habíamos visto ranas saltar por la carretera, hoy veíamos cangrejos... enormes cangrejos que cruzaban la calzada... unos más rápidos que otros, y por toda la carretera. Increíble. Jamás había visto nada parecido. Ignoro si serán comestibles o no, aunque me imagino que sí...
Cuando llegamos a nuestro bungalow, quisimos pasear un poco por la playa, e incluso darnos un baño nocturno. Pero al llegar a la orilla, oímos un chapoteo en el agua, como si alguien o algo estuviese saltando en el mar... seguimos caminando por la arena y vimos como unos enormes cangrejos parecidos a los que habíamos visto antes en la carretera, salían del agua y se iban hacia la arena. Ufff...descartamos el baño.
Mañana queríamos descubrir la parte que nos faltaba de Trinidad. Sus museos, sus lugares de interés, comprar algo de artesanía y volver a pasear por unas calles especiales.
Pero eso seria mañana.
MARTES 29 DE JULIO... ... 9º DIA... ... TRINIDAD
Hoy martes habíamos decidido dedicar la mañana a sol y playa. Después de desayunar fuimos hacía las tumbonas de la arena, y después de chapotear un poco en las aguas del Caribe, Félix el socorrista, nos acompañó a un edificio anexo del hotel, donde teníamos a nuestra disposición unas gafas para hacer Snorkel. Y gratis, por ser huéspedes del hotel. Le pregunté que podía ser el pez que por la noche saltaba en al agua, y él, con una actitud tranquila respondió que lo más probable es que fuesen Barracudas....pero que tan solo mordían si se sentían amenazadas.
AH!. Menos mal. Como para saber si en la oscuridad de la noche, yo podía amenazar a una especie de tiburón cuyo ejemplar más pequeño medía 50 centímetros.
La playa, además de tener su parte idílica, tenía un trozo flanqueado por una barrera de coral y rocas. La marea estaba baja, por lo que cada vez que nos acercábamos al coral, corríamos el riesgo de rozarnos el pecho con las rocas, y si queríamos apoyarnos en las piedras, debíamos evitar los enormes erizos que con sus largas y negras púas, se mostraban desafiantes.
Tras algo más de una hora de ver pececitos, nos tumbamos en las tumbonas del hotel. Con una buena cerveza, eso sí. Yo me estuve más de una hora en el agua charlando con Félix. Me contó como era su trabajo, sus problemas, su sueldo, los problemas de la gente, del día a día, etc. etc. Fue una conversación larga, intensa, muy instructiva. Y sobre todo algo que siempre se repetía. La ilusión, la esperanza, de que las cosas estaban empezando a cambiar, muy lentamente, pero había ilusión en el futuro.
Comimos en el hotel, y nos fuimos hacia Trinidad. Antes quisimos dirigirnos hacia el mirador de Tope de Collantes, que el día anterior no pudimos ver por la lluvia. Si el día es claro, las vistas que se obtienen desde el mirador, son preciosas. Toda Trinidad, y la silueta perfecta de la península Ancón, se mostraban nítidamente desde este mirador. Hay un bar, con poco público para todo el que quiera tomarse algo contemplando el paisaje. A la hora de regresar a Trinidad, hicimos de transporte de un señor de unos 50 años. Un macheador. Llevaba más de 18 años limpiando las cunetas de hierbas con un machete. Una carretera de 12 kilómetros. Arriba y abajo. A mano. A pie... y se sentía orgulloso de ello. Le contamos que había unas maquinas que cortaban las hierbas sin apenas esfuerzo, y nos comentó que sabia que existían, pero jamás las había visto. “El gobierno no tiene dinero para nosotros”. Fue su frase lapidaria.
Y de nuevo, y por última vez, volvimos a pasear por las calles de Trinidad. Aparcamos en otra zona distinta de los otros días, y se acercó un cubano llamado Juan Borrell. Nos dio una tarjeta suya con su nombre y ubicación, y nos comentó que era el parqueador oficial. La tarifa era la misma, 1 peso. Pero Juan, le daba un aire de “oficialidad” al lugar. Nos comentó sus raíces, gallegas, por supuesto y nos deseó una feliz estancia. Me cayó bien este tipo.
Primero nos fuimos al Museo de Arquitectura, en un lateral de la Plaza Mayor. El edificio por fuera es precioso, de tonos azules y rejas blancas. Un amplio y largo porche de dos edificios del 1738 y 1785, unidos en uno solo en el 1819. La entrada, 1 CUC, y la visita se realiza con guía. Una simpática señora de bastantes años, nos fue mostrando los diferentes tipos de arquitectura local de los siglos XVIII y XIX, los diferentes tipos de ventanas, de puertas, de rejas... en fin, toda una clase practica de la construcción civil de la época.
Al salir del museo, nos encontramos a las dos parejas de Bilbao, que habíamos conocido el día anterior. Nos contamos cosas, nos aconsejamos mutuamente de los lugares que nos quedaban por visitar, y nos despedimos.
En la calle Rubén Martínez Villena, cerca de la Plaza Mayor, se encuentra la Casa Templo de Santería Yemayá. Quería visitarla, más por curiosidad que no por interés en el tema. Y vaya desilusión. La casa estaba abierta, como casi todas las casas en Cuba. Una amplia habitación se nos mostraba desde la calle, con un pequeño altar, en el que estaba ubicada una especie de muñeca. No había nadie dentro. Nadie nos supo decir que o quien era la imagen. Y a pesar de que nos dijeron que siempre había algún santero con el que poder conversar, esta vez no tuvimos suerte.
Después de fiasco de la Santería, nos fuimos al Museo Nacional de la Lucha contra Bandidos en la calle Echerri. Este edificio fue el antiguo convento de San Francisco de Asís. La entrada, también 1 CUC. Dentro del museo, hay un montón de objetos, fotos y mapas, relacionados con los grupos contrarrevolucionarios que operaron en la Sierra de Escambray. En otras salas, la exposición gira en torno al Che y la revolución. Hay varios objetos que fueron propiedad, o estuvieron relacionados con el Che, como su hamaca. En el patio exterior de la casa, están los restos de un avión y de un carro de combate empleados en el intento de invasión de Cuba, por parte de los EEUU.
Lo mejor del museo, son las sensacionales vistas que se obtienen desde lo alto de la torre. El precioso campanario amarillo y verde, se divisa desde cualquier punto de Trinidad. Y desde el piso superior de la torre, se pueden contemplar los tejados, las calles, las casas coloniales de toda Trinidad y alrededores. Las campanas de la torre, nos ofrecen una estampa preciosa, y un sonido peculiar cuando nos empeñamos en zarandearla.
Bajamos de la torre, y nos fuimos hacia la taberna La Cancháchara, en la calle Rubén Martínez. Lo mejor de este local, aparte de su decoración y ambiente musical, es el cóctel del mismo nombre que se sirve en vasijas de barro: un cóctel de ron, miel, limón y hielo. 2 CUC cada uno.
En este local son frecuentes las visitas de grupos de turistas, por lo que casi siempre está lleno de gente. Tuvimos la suerte de disfrutar de unos momentos de paz, hasta que un ruidoso grupo de griegos, perturbaron la paz del local. Hicimos amistad con su guía, un joven cubano muy agradable.
Frente el bar, había una tienda de artesanía, con un montón de figuras hechas de madera, que reclamaron nuestra atención. Compramos algunas cosas, regateamos, y nos fuimos con un montón de objetos de recuerdo y de regalos.
Paseamos por una calle llena de puestos de artesanía, de objetos de madera, camisetas del Che, mantelerías y chaquetas de punto hechas a mano preciosas... y baratas.
Volvimos al hotel a cenar, y a descansar un rato. Vimos a unos cangrejos merodeando por los alrededores de nuestro bungalow y como se metían en unos agujeros en el suelo y se escondían.
Por la noche, de nuevo a Trinidad. Quisimos primero ir al Palenque de los Congos Reales, frente a la Casa de la Trova, pero apenas había animación. Estaba vacío, en comparación con lo atiborrado de gente que estaba La Casa de la Música. Encarna y yo, nos separamos deliberadamente, y comprobamos que cuando un chico turista estaba solo, siempre tenia chicas cubanas que se le acercaban para entablar amistad. Mientras estábamos contemplando al grupo de música, se acercaron a nosotros la pareja de franceses con la que habíamos realizado la excursión en bicicleta por Viñales. Después de la sorpresa inicial, nos pusimos a charlar de las experiencias viajeras por Cuba.
Nos habíamos propuesto bailar salsa, pero vimos un nivel tan alto de baile, por parte de algunos chicos cubanos, que casi nos dio vergüenza salir a bailar con nuestro pobre nivel. Lo descartamos. Tomamos un mojito, contemplamos la exhibición de salsa y nos fuimos de nuevo hacia el hotel.
Por la carretera, de nuevo cangrejos; había que sortearlos para no pisarlos, aunque alguno terminó bajo las ruedas del coche.
Mañana nos despedíamos de Trinidad y nos acercaríamos hasta Santa Clara, con el mausoleo del Che Guevara. Pero eso seria mañana.