Llegamos de noche a Georgetown, principal ciudad de la isla. Lo primero que hicimos fue buscar alojamiento, lo que no resultó sencillo porque esta ciudad por la noche es un pequeño caos. Multitud de coches, motos y peatones se cruzan por todas partes y parece que hay una frenética y constante actividad nocturna. Cuando habíamos desechado la posibilidad de encontrar algún sitio tranquilo, vimos un hotel en un entrante de una de las calles principales y preguntamos. El sitio, llamado Chulia Heritage Hotel, tenía muy buena pinta; para nuestra sorpresa, les quedaba una única habitación con baño por 30 euros la noche, incluyendo aparcamiento gratuito, así que decidimos coger la habitación para las siguientes dos noches. Una vez nos hubimos instalado en la habitación, fuimos a cenar a un restaurante indio muy popular. Después pudimos comprobar que habíamos hecho una buena elección de alojamiento, porque a pesar del bullicio imperante en las calles, el sitio era tranquilo y dormimos como corderitos. Eso sí, toda la noche con el aire acondicionado porque hacía un calor insoportable.
A la mañana siguiente comenzamos a vagar por las calles de Georgetown. Declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, está llena de típicas casas tienda chinas, con sus dos plantas, la segunda de las cuales tiene siempre sus contraventanas de madera; generalmente están pintadas de vistosos colores (esto depende del grado de rehabilitación de la casa).
Visitamos todos los templos hinduistas y budistas que aparecieron en nuestro camino: unos más sofisticados y recargados que otros, pero todos curiosos a nuestros ojos.
A la mañana siguiente comenzamos a vagar por las calles de Georgetown. Declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, está llena de típicas casas tienda chinas, con sus dos plantas, la segunda de las cuales tiene siempre sus contraventanas de madera; generalmente están pintadas de vistosos colores (esto depende del grado de rehabilitación de la casa).
Visitamos todos los templos hinduistas y budistas que aparecieron en nuestro camino: unos más sofisticados y recargados que otros, pero todos curiosos a nuestros ojos.
En el centro de la ciudad, que fue dominada por los ingleses bastante tiempo, vimos la torre del reloj, bordeamos el antiguo fuerte y llegamos hasta el ayuntamiento. De ahí fuimos a los embarcaderos de los clanes Weld: se trata de unas casas de madera construidas sobre el agua, que se sujetan con multitud de pilares, también de madera. Desde su construcción a finales del siglo XIX, están habitadas por el mismo clan chino. Estuvimos deambulando por el allí, viendo las diferentes tiendas, templos y casas que componen los embarcaderos. Sin duda una visita muy curiosa.
Ese día comimos por primera vez en un food court. Consiste en una zona llena de mesas y sillas, generalmente cubierta, con ventiladores por todas partes, y rodeada de puestos de comida. Cada uno pide en el puesto que desee los platos que quiere y dice el número de mesa; cuando lo han preparado lo llevan hasta la mesa, se paga y ya está. Una vez sentados, aparece siempre alguien por si se quiere ordenar algo de bebida. Esa primera vez nos costó un poco comprender cómo funcionaba el asunto, pero para el final de nuestro viaje ya éramos unos auténticos expertos.
Después de comer volvimos al hotel a por el coche y fuimos al templo Kek Lok Si, situado sobre la ladera de una montaña a las afueras de Georgetown. Aparcamos el coche en el aparcamiento y comenzamos su visita. Es el templo budista más grande de Malasia y cuenta hasta con un funicular para ascender a lo alto.
Después de comer volvimos al hotel a por el coche y fuimos al templo Kek Lok Si, situado sobre la ladera de una montaña a las afueras de Georgetown. Aparcamos el coche en el aparcamiento y comenzamos su visita. Es el templo budista más grande de Malasia y cuenta hasta con un funicular para ascender a lo alto.
Posee diferentes salas de rezos, pasajes cubiertos llenos de farolillos, pero sobre todo destacan dos cosas: la descomunal estatua de bronce que corona el conjunto y la pagoda de innumerables pisos a la que con paciencia se puede subir. Junto a la estatua de bronce hay un tranquilo estanque donde hubiéramos podido pasar un rato agradable de descanso si no hubiese sido por el sofocante calor húmedo que había. Decidimos subir hasta lo alto de la pagoda y desde allí, disfrutamos de una bonita vista del conjunto y de una amplia panorámica de la ciudad de Georgetown.
Esa noche repetimos en un food court, en esa ocasión en uno que había muy cerca de nuestro alojamiento y donde pudimos probar alguna fruta nueva, como manzanas de agua o guavas.
El día siguiente nos armamos de paciencia porque debíamos atravesar el país de oeste a este y llegar hasta Kota Bahru. Nos encontramos todo tipo de carreteras, pero en general no se nos dio mal. Llegamos por la tarde. Una vez solventado el tema del hospedaje, fuimos a dar una vuelta por la ciudad. Aquí tenemos que reconocer que nos llevamos nuestra primera decepción del viaje. Comenzamos visitando el mercado central, tan aficionados como somos a este tipo de sitios para ver los productos frescos que se comen en los distintos lugares del mundo. En dicho lugar las moscas campaban a sus anchas, y en algunas zonas había un olor un tanto desagradable. De ahí continuamos caminando para ver un par de típicas construcciones de madera: el museo de artesanía que estaban cerrando, y el palacio real, que está cerrado al público y solamente se puede contemplar desde fuera.
El día siguiente nos armamos de paciencia porque debíamos atravesar el país de oeste a este y llegar hasta Kota Bahru. Nos encontramos todo tipo de carreteras, pero en general no se nos dio mal. Llegamos por la tarde. Una vez solventado el tema del hospedaje, fuimos a dar una vuelta por la ciudad. Aquí tenemos que reconocer que nos llevamos nuestra primera decepción del viaje. Comenzamos visitando el mercado central, tan aficionados como somos a este tipo de sitios para ver los productos frescos que se comen en los distintos lugares del mundo. En dicho lugar las moscas campaban a sus anchas, y en algunas zonas había un olor un tanto desagradable. De ahí continuamos caminando para ver un par de típicas construcciones de madera: el museo de artesanía que estaban cerrando, y el palacio real, que está cerrado al público y solamente se puede contemplar desde fuera.